Aguafuertes hispano-argentinas

La casa mínima

La casa más pequeña de Buenos Aires, sin llegar al adobe o a la lata debe ser ésta de este callejón de San Lorenzo, viejo guión que va desde Balcarce a Paseo Colón. Yo no voy a decir el número. El que quiera que la busque. Más que casa, es una intersección, mejor, una fisura que llenaron de ladrillo y cal para que no se vea el azul del cielo. Me encanta por lo simétrica: una fachada lisa, con la puerta en el medio, y el número en alto como una flor en la solapa.

Exactamente encima, hay un balconcito de barrotes verticales, de hierro; detrás, la vidriera de dos hojas, y las dos cortinillas iguales, pliegue a pliegue. A un lado del balcón, un cacharro con geranios rojos; en el otro lado del balcón, otro cacharro con geranios rojos. En el intervalo, cuatro macetas. Y luego, la cornisa: un repulgo de la argamasa. Si la casa se prolonga hacia atrás, lo ignoro. Me complazco en creer que no tiene más que esta habitación, que esta celda; y que no sé quién puede habitar en ella: un inventor, un misántropo, un héroe desconocido.

Hoy, al atardecer, por ejemplo, en que he vuelto a pasar para verla, tiene un toldito caído sobre sus pimpollos. Es una calleja quieta, naturalmente quieta, pues sólo está alterada por las voces y las manos de los niños que juegan. En cambio, por ambas bocacalles, el tránsito rueda y parece que la infla de viento y de ruido.

Todas  las casas  son  viejas,  acomodadas y  completadas  de  cualquier  manera. De algunas -terrazas, recovecos- se desbordan inesperadamente cataratas de glicinas o de ropas tendidas.

No hay negocios. Acaso, en una ventana, detrás de los cristales, dos figurines melancólicos y descoloridos. Uno camina arriba y abajo, mira y no se cansa de mirar. Los chiquillos, como a una orden, se arremolinan a mi lado, y uno, arisco, desconfiado, acaba de interrogarme:

-¿Usted es de la policía, diga?

Yo le contesto que no, que soy pintor, y que quisiera saber quién vive en la casa pequeña, en aquella habitación alta cuyo balcón parece que se va a desplomar de un momento a otro.

-Y, ¿quién va a vivir? Mi tío, el pescador.

Vive su tío, el pescador. Pero no creáis que es un hombre curtido, de lanchas y de redes, aguas afuera. Su tío vende pescado, corre el barrio y la ciudad, con sus canastos al brazo. Vive un pobre pescador, lo que tal vez es más hermoso.

Este relato de la casa mínima, fue realizado por Baldomero Fernández Moreno, “el poeta caminante”, en “Guía Caprichosa de Buenos Aires” y fue publicado por EUDEBA (Editorial Universitaria de Buenos Aires) en el año 1965 (página 49 a 52). La fotografía en blanco y negro, que aparece en la página 51, corresponde a Ignacio Corvalán. Breves datos biográficos del poeta están en el artículo que publiqué anteriormente sobre una de sus poesías:

https://pampeandoytangueando.com/poesia/setenta-balcones-y-ninguna-flor/

Hace unos 6 u 8 años aproximadamente, recorrí con Patricia el Barrio de San Telmo, las Calles Balcarce, Defensa, el Paseo Colón, la plaza Dorrego… lo habitual en plan turismo. Un poco más alejada pero en el mismo barrio se encuentra la Academia Porteña del Lunfardo, en la calle EE.UU. entre San José y Luis Sáenz Peña. Sitio de reunión para todos aquellos amantes y embebidos del lenguaje dialectal argentino. 

En cuanto regresamos a la calle Defensa y a menos de 100 metros encontramos el Pasaje San Lorenzo, que lleva el nombre de la primera batalla librada por San Martín y sus Granaderos a Caballo.

En el nº 280 de este pasaje –cuya extensión es de solo dos calles- se encuentra la “Casa Mínima”, llamada así por ser la más angosta de la ciudad: con un frente de apenas 2,20 metros y una profundidad de 13 metros, fue construida en la década de 1820 y se la considera la más angosta de la Ciudad. Presenta una fachada sencilla, compuesta por una puerta de dos hojas con cuarterones pintados de verde y, en la planta alta, un pequeño balcón con barrotes de hierro.

Hay un mito relacionado con ella, como este tipo de casas eran para los esclavos libertos a los que sus amos les proporcionaban un pequeño espacio para levantar sus viviendas, se suponía que en ella había habitado un esclavo liberto, y por eso se la llamó “Casa del esclavo liberto” por mucho tiempo. Ya la había presentado anteriormente en mi Blog:

https://pampeandoytangueando.com/caleidoscopio/recorriendo-buenos-aires-v/

LA ESTRECHA

Claro que la sorpresa sobrevino al visitar Valencia, ya que en esa hermosa ciudad nos encontramos con una fachada muy parecida, aunque con dimensiones aún más reducidas. Está ubicada en el Nº 6 de la Plaza Lope de Vega, a pocos pasos de la Plaza Redonda y en los aledaños de la Iglesia de Santa Catalina.

Conocida como “La estrecha” aunque ya no es una casa pues se encuentra integrada en la edificación colindante, de color rosa, a su derecha; por dentro es una casa como cualquiera otra, aunque por mantenerse la fachada parece una casa independiente, en el que la puerta de entrada ocupa casi todo el ancho, con sus 107 centímetros como atestigua el número colocado encima de la puerta. Tiene cinco pisos y sus antiguos habitantes sólo tenían espacio para dos camas, dos sillas, una mesa y una cocina, todo en miniatura.

Comenzó siendo una joyería propiedad de la familia que vivió en la finca; luego se convirtió en quisco de venta de chuches, revistas, periódicos, tienda de regalos, es decir que tuvo variados ocupantes hasta llegar al bar “La Tasquita”  que abrió en marzo de 2015 y cerró a causa de la pandemia. Desconozco la veracidad de alquilarse a jovencitas prostitutas, o a señores que deseaban una habitación para alquilar por un rato.

César J. Tamborini Duca

About author
César José Tamborini Duca, pampeano-bonaerense que también firma como "Cronopio", es odontólogo de profesión y amante de la lectura y escritura. Esta última circunstancia y su emigración a España hace veinte años, le impulsaron a crear Pampeando y Tangueando y plasmar en él su cariño a la Patria lejana.
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