Formato: Archivo digital (.PDF) / Impreso papel (gastos de envío incluidos dentro de la Península Ibérica, para pedidos fuera de España los gastos de envío corren por parte del comprador)Tamaño del archivo: 574 KBNúmero de páginas: 110 páginasIdioma: EspañolPrimera edición (Octubre de 2007), segunda edición (Julio de 2010)ISBN: 978-84-937379-8-6Depósito Legal: LE-1.159-2010
Prefacio
El “lunfardo” argentino, el “argot” francés y la “jerga” española, se consideran equivalentes en el sentido de ser empleadas en otros tiempos casi exclusivamente por la sociedad maleante (o “maleva”), obligada a valerse de raras expresiones para ocultar sus propósitos. El “Diccionario de argot español” de Luis Besses publicado en Barcelona en 1905 daba esta definición de ”jerga”: ‘es una manera de hablar de los gitanos o de los ladrones y rufianes, usada por ellos solos y compuesta de voces del idioma castellano con significación distinta de la genuina y verdadera, y de otros muchos vocablos de formación caprichosa o de origen desconocido o dudoso’.
Según el “Diccionario Enciclopédico Larousse” (Ed. Planeta, Barcelona, 1990, pág. 1923) “el lunfardo es una jerga de la delincuencia porteña de Buenos Aires”, definición que indudablemente, si en algún momento fue acertada, ha quedado obsoleta. Menciona a continuación que es un “lenguaje de ‘lunfas’ (ladrones), es una lengua de ocultación, paralela a otras jergas de este tipo. No debe confundirse con lenguaje popular <ya veremos que no es tan así>; puede clasificarse más bien como una jerga gremial, como el lenguaje de ‘quienes hacen del delito una profesión’. Su vocabulario resulta ininteligible para los no iniciados. Sus peculiaridades lingüísticas estriban, pues, más en el léxico que en la estructura sintáctica y morfológica, que siguen siendo las de la lengua común. Los métodos para la formación de palabras son frecuentemente la metáfora, la metátesis y la supresión de fonemas; combinación de metátesis y supresión de fonema (ortiba, por batidor = soplón); la combinación de metáfora y supresión: la ‘yuta’ por la yunta (referido a la policía, por la costumbre de pasear de dos en dos los agentes); los préstamos de otras lenguas, adaptados a la morfología castellana: ‘dequera’(=cuidado) del inglés take care; ‘jailafe’ (=vividor) del inglés high life; ‘buyonar’ (=comer) del francés bouilloner; así como del portugués,‘chumbo’ (=bala); del italiano ‘funghi’ (=sombrero)… A veces los vocablos traspasan los límites de la lengua de ocultación para integrarse en el lenguaje popular; entonces pierden su funcionalidad primitiva y, o bien se siguen empleando, pero con distinto significado, o bien son eliminados de la jerga delincuente. De origen lunfardo, pero ya integrados en el lenguaje popular son: mina, gil, papusa, chamuyo, yira, etc.”.
Todo esto está muy bien, pero se contradice un poco pues estas palabras que forman parte del lenguaje popular, no por ello dejan de pertenecer al lunfardo.
Si bien debemos considerar al lenguaje carcelario como “padre de la criatura” no podemos desconocer el aporte de muchas lenguas –con deformaciones más o menos marcadas, como las que señala el “Larousse”- o dialectos. Así podemos afirmar que muchos términos se nutren del italiano, el español, el francés, el inglés, el mapuche, el caló, el gauchesco, muchos de los cuales interactúan entre sí y con el “lunfa”. No podemos desconocer tampoco la influencia que los esclavos traídos de Africa tuvieron para enriquecer el vocabulario rioplatense como pone de manifiesto Néstor Ortíz Oderigo en su “Diccionario de Africanismos en el castellano del Río de la Plata”(Editado por el Instituto de Pensamiento Latino americano de la Universidad de 3 de Febrero), incluyendo entre otras las palabras ají, abombado, lengue, changüí, quilombo, malambo, que en su mayor parte proceden del kimbundu, ‘lengua que se cultiva en el centro y norte de Angola, rama del amplio y robusto árbol idiomático bantú’.
Hago omisión intencional de aquellos términos derivados de internacionalismos o tecnicismos como rating, fashion, e-mail, ranking,chatear, que se utilizan en todo el mundo, porque desmerecen la esencia del lunfardo. ¿A alguien se le ocurre pensar que “radio” o “televisión” son palabras lunfardas? Sin embargo al comienzo de su uso eran palabras nuevas que se referían a avances de la técnica y que se utilizaron en forma masiva, pero es indudable que no podemos catalogarlas como lunfardismo: y lo mismo ocurre con los tecnicismos aludidos anteriormente.
Sí quisiera poner de manifiesto mi humilde opinión que tal vez carezca de valor, en el sentido que si bien tenemos una añeja Academia Porteña del Lunfardo, más propio sería hablar de una Academia Argentina del Lunfardo, con delegaciones provinciales, que permitieran la incorporación de otros modismos tal vez desconocidos en la gran urbe, pero que son más valederos para incorporar al lunfardo que esos tecnicismos.
Nos encontramos así con los siguientes términos de los gauchos (o campestres, si les parece mejor, pues según mi criterio la misma palabra ‘gaucho’ formaría parte de las `lunfardiadas’) que constituyen argentinismos y que como tales yo los considero formando parte del lunfardo: tioco, esquina, costalada, caronero, cuadrera, piche; algunas de éstas extraídas del baúl de los recuerdos.
Tampoco podemos ignorar el importantísimo aporte del lenguaje de los mapuche, una de cuyas palabras es casi símbolo universal –como el tango– para asociarlo al ser argentino, me refiero a la que da título a este libro, ‘che’ (significa gente) y forma parte de incontables palabras de esa lengua vernácula, alguna de las cuales son utilizadas frecuentemente, aunque no las asociamos con ese origen. Tal es el caso de boliche y bochinche.
También hay otra palabra muy paradigmática de esta lengua, que se constituyó en nombre propio y hasta dió título a un tango, ‘Malena’; muchas personas creen que este nombre es una conjunción de María Elena, algo muy habitual en el universo lingüístico. Nada más lejos de la realidad; Malena proviene de la palabra mapuche ‘MALEN’, que significa muchacha, jovencita.
Finalmente hay que dejar en claro que si bien su origen fue carcelario, también es acertado decir que nace, crece, prolifera en ese límite de la ciudad donde se vislumbran los espacios abiertos del campo, donde los matungos chapalean en el barro sublevado del arrabal –como diría el tango- porque a sus calles aún no ha llegado el asfalto, es decir en los suburbios de la ciudad, refugio de compadritos ymalevos entreverados con gauchos matreros que le mezquinaron el bulto al rudo trabajo campesino pre-tecnológico.