Patronímicos. La necesidad de designar a cada individuo con un nombre determinado dio origen a los nombres de pila, y posteriormente los apellidos. Nos trasladamos a la antigua Roma donde la fratria era una agrupación de individuos de origen común que vivían unidos por vínculos de consanguinidad que determinaba el cognomen (éste era característico de la tribu) que se añadía al nomen o apellido, que a su vez estaba precedido del proanomen o nombre de pila. Los romanos de condición libre utilizaban proanomen, nomen y cognomen, y en las sucesivas filiaciones –tanto en Grecia como en Roma- se utilizaba el sufijo –ides que agregado al nombre del padre significaba “hijo de”. Si utilizamos el nombre “Pelides” estamos diciendo que era “hijo de Peleo”. Mientras que los hijos adoptivos unían el sufijo -anus al nombre de pila o praenomen del padre adoptante, de modo que de “Priscilo” derivaba “Priscilianus”; de “Justino” se obtenía “Justinianus” y así con todos los nombres.
La utilización del sufijo –ez en España indicaba que una persona era “hijo de”, y esto es lo que conocemos como patronímicos o apellidos derivados del nombre propio del padre, de los cuales sirven como ejemplo “Suarez” (de Suero); “Álvarez” (de Álvaro); Sánchez (de Sancho); “Bernárdez” (de Bernardo); “González” (de Gonzalo); “Pérez” (de Pero); “Núñez” (de Nuño); “Ramírez” (de Ramiro); “Antúnez” (de Antón); “Benítez” (de Benito). Aunque también existen variantes en este sufijo, pudiendo utilizarse –iz; -oz; -az;-is; -es. Por ejemplo en Valencia en lugar de “Sánchez” se utiliza Sanchís; otros ejemplos: “Muñoz” de Munio; “Bonifaz” de Bonifacio.
Apodos (o alias). “Apodo” proviene del latín “appositum” (epíteto) y “appono” (añadir). Se utilizan los apodos destacando alguna característica o circunstancia. De modo que muchas veces en la antigüedad al nombre o “praenomen” se le añadía un apodo o sobrenombre que nada tenía que ver con el apellido o Patronímico, sino con alguna virtud, alguna proeza que magnificaba su nombre, etc. Tenemos ejemplos de ello con Isabel “la Católica”; Fernando “El Santo”; Felipe “el Hermoso”; Pedro “el Grande”; Alejandro “Magno”; Lázaro “el Mudo”; Alfonso “el Sabio”; y muchos otros de la misma naturaleza.
Sin embargo en algunos casos, apodos utilizados en la Alta Edad Media que se basaban en alguna cualidad, dieron origen a muchos apellidos:
Derivados de alguna dignidad: Caballero, Alcalde, Fraile.
De sustantivos: Botín; Bosque; Barros; de la Torre.
De árboles: Castaño; Avellaneda; Sarmiento; Robles.
De adjetivos: Llano; Rojo; Bravo; Rubio; Cortés; Valiente.
De pueblos o provincias: León; Navarro; Sevilla; Zaragoza.
De profesión u oficio: Herrero; Carpintero; Tejedor; Pastor.
De accidente geográfico: Montes; Roca; Costa; del Pozo; Vega.
Nombres compuestos: Lacalle; Buendía, Paniagua
Los hipocorísticos no son propiamente apodos, sino formas familiares o afectuosas de los nombres propios. Por ejemplo “Pancho” o “Paco” (de Francisco); “Pepe” (de José).
Quién es quién en la cultura.
La impostura de los intelectuales (llámese pseudónimo, por otra parte fomentada desde los Concursos Literarios) o invención de personajes inexistentes, si bien inofensiva y utilizadas como ejercicio literario o como bromas hacia los amigos, los colegas o los lectores, en algunas ocasiones suelen dar lugar a situaciones inesperadas.
Borges era muy afecto a esas bromas literarias, mencionando autores inexistentes como así también libros que aunque solo estaban en su fértil imaginación, daban lugar a citas por parte de otros autores y a búsquedas inverosímiles. Se solazaba en éstos menesteres junto a su amigo Bioy Casares, fraguando entrambos pseudónimos que mencionaré a su debido tiempo.
Como ejemplo de impostura sirva “La locura del doctor Montarco”, que fue citado en la bibliografía de don Miguel de Unamuno a partir de 1961, a raíz de la publicación de “Un drama inédito de Unamuno” (Ed. Ínsula, Ricardo Gullón) que comenzaba así: “Gracias a la fabulosa memoria de Jorge Luis Borges supe de un drama de Unamuno cuya existencia se ocultó hasta ahora a los investigadores más perspicaces, drama que –afirmaba Gullón- Borges habría escuchado en una velada literaria en Buenos Aires y memorizado para solaz de los lectores del filósofo español”. Demás está decir que muchos mordieron el anzuelo y se dedicaron a una búsqueda infructuosa del tal drama. También yo tuve la audacia de una impostura cuando escribí lo siguiente en https://pampeandoytangueando.com/general/camino-de-santiago-memorias-del-camino-ii/ “Cuando Trimarco ‘el Macedonio’ …”
En un segundo capítulo, el artículo versará sobre pseudónimos, principalmente en la cultura argentina, aunque incluirá algunos de otras culturas.
César José Tamborini Duca
Excelente todo lo que escribes, amigo César Tamborini Duca, y muy interesante, te felicito por tu dedicación. Nélida Caracciolo