¡Ah, el teléfono! Cuando Graham Bell lo inventó ni se imaginó el desarrollo tecnológico que alcanzaría y el berenjenal en que nos metía; desde el momento del invento hasta su perfeccionamiento para poder prestar utilidad, el avance fue poco significativo. Recordemos esos cajones negros con una manivela que había que hacer girar como si se tratara de la manija con la que impulsábamos el motor de los primeros coches antes que se inventara el mágico botoncito que movía el motor de arranque. Darle a la manivela hasta que en otro extremo de la línea, en la centralita con clavijas que se enchufaban y desenchufaban para establecer la conexión entre dos números, la telefonista preguntaba “¿número?” y nosotros decíamos por ejemplo “con la estación”, e instantáneamente nos conectaba para que preguntáramos si el tren llegaba a horario.
Cosa que no ocurría si la conexión solicitada se encontraba a 500 Km, digamos como de La Pampa a la ciudad de Buenos Aires, circunstancia en la que no se podía obviar la pregunta “¿qué demora hay?”; “ocho horas, doce horas”, solía ser la respuesta, aunque finalmente la comunicación no se estableciera hasta el día siguiente. ¡Aún no se había inventado el cable coaxial que permitiría las múltiples e instantáneas conexiones! Y tal vez una conexión entre Buenos Aires y Madrid a través del cable submarino transoceánico fuera una odisea tan extraordinaria como el viaje a la luna.
Después vino el perfeccionamiento al eliminar la manivela y en su lugar colocar el disco numerado, la marcación automática; y entre uno y otro sistema hasta el día relativamente reciente en que aparecieron los teléfonos “celulares” (o “móviles”), transcurrió casi toda la existencia de la telefonía, digamos que un 95% aproximadamente del tiempo desde el maravilloso inicio de esta aventura técnica. Poseer un teléfono en la época prodigiosa en que se sucedían los inventos porque estaba todo por descubrir, era para unos pocos privilegiados, en realidad para esos pocos a los que su actividad les exigía poseerlos.
Pero he aquí, en esta supermoderna e hipertecnológica era, que uno se encuentra en cualquier paseo público, en una calle cualquiera, da lo mismo que sea fashion o chabolista, en un bar, o doña María en un Carrefour de León o de Buenos Aires, y percibimos que las personas sólo poseen una mano adherida al brazo; el otro brazo se continúa en su extremo con un aparatito rectangular que normalmente se lleva pegado a uno de los oídos, de modo tal que la gente va permanentemente con un brazo flexionado a la altura del codo y elevado hasta la cabeza (síndrome del teléfono móvil). ¿Y qué me dicen de la nomofobia? Es el acrónimo de móbile phobia y significa el miedo a no estar conectado por el móvil.
Este abuso no sería nada; este abuso a mí no tendría que afectarme. Pero ocurre que se produce una alienación y un enfrentamiento, entre la adicción al teléfono móvil y el instinto de supervivencia y –lamentablemente- en esta lucha se impone el primero. Ya no es que doña María estando en la frutería del pueblo extrae el aparatito rectangular desde el deformado bolsillo de su humilde batón, o que el paciente sentado en el sillón del dentista con su boca abierta en el trance más delicado de la intervención se inquiete al oír sonar su móvil desde la chaqueta colgada en el perchero.
Y por sobre el instinto de supervivencia prevalece la atención al teléfono móvil, ¿o acaso no vieron a los automovilistas que circulan conversando, en total distracción de lo que sucede atrás y a los costados, y aún a veces por delante de su camino?, pues me ha sucedido observar alguno que en su despiste auditivo-fonético a punto estuvo de desenterrar alguna columna que se le interponía en bifurcación callejera.
Porque la distracción es total. ¿Qué me dicen de los “bebés-suicidas” que conducen su cochecito, distraídos totalmente de su entorno y del peligro que los acecha, absortos en exclamar “da, da” y en juguetear con su chupete poniendo y sacándolo de la boca con su peculiar sonido, “plac”? Sí, son bebés-suicidas porque eligieron nacer de esa madre que al llegar a un “paso de cebra” peatonal cruza sin mirar (aunque tenga prioridad de paso ¿el instinto de supervivencia no le dice nada?) hacia un lado u otro como sería normal, empujando en forma automática el cochecito de su bebé, exponiéndolo al peligro de muerte sin pensar que ese retoño de su vida es más importante que una simple y seguramente intrascendente conversación telefónica.
Tampoco podemos obviar los teléfonos de respuesta automática, con los cuales uno se siente obligado a hablar con la sensación de que es poco menos que un idiota: usted marca un número y una voz de tonalidades más bien metálicas le dice “si usted quiere tal cosa marque 1. Si tal otra marque 2. Si es una u otra marque 3. Si no es ninguna de ellas marque 4. Si son todas ellas marque 5 que será atendido en breve” (musiquita que se repite varias veces porque es un número de pago).
¿Nunca sintió en estos casos la tentación de estrangular el teléfono con su propio cordón?. Si responde que no, le aconsejo la visita a un psicólogo… pero si responde que sí, no se preocupe en buscar un cordón ya inexistente. Y me tienen que perdonar que me despida abruptamente de ustedes, queridos lectores, porque mi móvil está sonando insistentemente. Hasta la próxima.
N. de la R. Tenía este artículo archivado desde hacía 4 o 5 años y hoy, al encontrarme con un vecino al que hacía tiempo no veía lo recordé porque… Él se detuvo, comenzamos una amigable charla con aspiración de prolongarse cuando, de pronto, el vecino mete la mano en su bolsillo del que sale, cuando no, su móvil implacable en su advertencia sonora: la amena charla había concluido nada más comenzar; con un gesto de la mano lo saludé, al retirarme frustrado.
https://pampeandoytangueando.com/aguafuertes-hispano-argentinas/en-el-metro/
Muy oportuno tu artículo César… diría que, como siempre. De algo sin dudas tan útil para el desarrollo de la sociedad, hemos pasado al abuso, llámese enorme negocio, que ha convertido al teléfono en el inocente y a su vez perverso objeto electrónico.
Y claro que sí… cada vez más incomunicados. Tu vecino habría ganado mucho más charlando un rato contigo, si se tomara la sana costumbre de no atender y ni siquiera llevar el móvil cuando sale por el pueblo o el barrio a caminar, de compras o a lo que sea. Exageramos la importancia que tiene y no nos acordamos que la humanidad llegó hasta aquí… sin estos artilugios. Por eso… hablame, rompé el silencio, no ves que me estoy muriendo, dice el tango… pero no dice llamame por teléfono. Un abrazo
Una escena del pasado que amalgama con el presente. Hay un detalle singular de aquellos primeros tiempos con «deme con la estación» y ya se hacía la conexión. Tuve accseso en diversas oportununidades a la central que atendía los pedidos de conexión, en mi Junín del año 1940 y lo qye muchos no se apercibían es que el telefonista podía, si quería, escuhar algunas conversaciones. Fue un amigo, llamado Mauricio Omar Perata, Poeta, hoy en la eternidad, con una pierna ortopédica que yo solía visitarlo a las tres de la madrugada y solía decirme: «escucha como se hablan estos dos distinguidos personajes y las cosas eróticas con que se divertían»……El lector puede imaginarse. Dama y caballero! Tambien me solía hacer escuhar dos mayoristas de verduras, que ante el pueblo aparecían como despiadados enemigos tratando de lograr el mayor número de clientes minoristas. Ah. sorpresa….a eso de las tres o cuatro de la mañana, solían ponerse de acuerdo en los precios de algún artículo……Añoranzas que vienen a cuento, ante el formidable relato de Cesar Tamborini Ducca. Os dejo este espolón de remembranzas que me sugiere la pluma magistral del autor de la esplendente nota. Rodolfo Leiro, 14 de septiembre de 2013, desde Buenos Aires, Argentina.
Hola César mientras trato de descansar mis alérgicos ojos no puedo dejar de echar un vistazo a tu interesantísimo artículo, propio de un inteligente observador de cosas y personas y por supuesto del comportamiento de las mismas. Recibe un cordial saludo y mis felicitaciones! Nélida Caracciolo
esto es verdaderamente asombrozo que por este medio ,podamos unir nuestros recuerdos , de nuestra niñez , donde para poder hablar telefonicamente ,habia que hacerlo ,por la voz de una telefonista , que nos conectaba , con la persona que queriamos hablar , les mando una una curiosidad , yo de niño tenia la voz tan ronca , que me decias si señor , y yo les contestaba ,!!!!no yo soy un pibe