“Un almacén rosado como revés de naipe
brilló y en la trastienda conversaron un truco;
el almacén rosado floreció en un compadre,
ya patrón de la esquina, ya resentido y duro”.
(de “Fundación Mítica de Buenos Aires”, J. L. Borges)
Este ensayo tiene su justificación por mi vecindad con Borges cuando él vivía en la calle Serrano, en Palermo, a unas 3 cuadras de Plaza Italia; y yo en la calle Charcas casi a la vuelta de su casa. Aunque no era esa la causa que lo conociera sino que, como él, solía frecuentar el café “La Paloma” situado a unas 6 cuadras, para pasar el rato en
alguna de las timbas que tenían lugar en ese sitio; o para escuchar las voces arrabaleras , mezcla de campo y ciudad, de algún payador oficioso. Como la de Juan Sosa en su excelente versión de las milongas de Borges, de las que en esta ocasión elegí “Milonga de Albornoz”.
[audio:Milonga de Albornoz.mp3]
Esquina rosada como se acostumbraba todavía en las pulperías, mezclando la cal para preparar la pintura, con sangre de algún mancarrón que –venido a menos en su trajinar- era sacrificado con ese objeto y aprovechar su carne para fabricar mortadela; esquina enclavada en la que hoy es Avda. Santa Fe y Juan B. Justo, avenida ésta construida sobre el Arroyo Maldonado, entubado para evitar sus frecuentes salidas de cauce; comienza en Puente Pacífico, un puente ferroviario ubicado en ese sitio. En el nº 5700 la Avda. Juan B. Justo –llamada así como homenaje al fundador del Partido Socialista en la Argentina- cruza la Avda. Nazca (dentro del Bº de Santa Rita) y un poco más adelante empalma con la Avda. Gaona, el antiguo Camino de Gauna en su encuentro con el Maldonado.
En ese peringundín que era el café “La Paloma” –que hoy ya no existe habiendo en su lugar una pizzería- refugio de malandras y prostitutas donde por las noches se armaban bailongos de rompe y raja y en una mesa situada frente a un ventanal desde el que se veía el Maldonado, acudía Borges acompañando a su padre para reunirse con
Evaristo Carriego, Macedonio Fernández y algún que otro cajetilla de la época como Jorge Newbery, a los que en ocasiones se sumaba algún elemento de armas tomar, como era el caso de Nicolás Paredes, revólver en la axila y facón al cinto, al que no arredraba la súbita aparición del Comisario de la zona entrando al boliche montado en su caballo como para dejar sentado que ahí la autoridad no admitía réplica.
Creo que lo reseñado me da un cierto derecho a erigirme en “narrador del narrador” por haber estado presente esa noche donde sucedieron los hechos relatados por Borges, aunque él los hace aparecer en el Salón de Julia (también
renombrado prostíbulo ubicado en la ya mencionada esquina del Camino de Gauna y el Arroyo Maldonado) tal vez para crear confusión y que finalmente quedara sin esclarecer quién quedó debiendo esa muerte, que trataré de dejar en claro a los innumerables lectores del genial escritor.
No alteraré su relato -del que transcribiré un resumen- excepto en el lugar de los hechos (el mismo Borges había dicho en una entrevista que en sus relatos prefería dejar indeterminado el lugar y la época de los sucesos) y en descifrar quién fue el autor de la muerte de “El Corralero” que el maestro del relato dejó en una nebulosa pero yo había aclarado anteriormente -dicho sea de paso para que no quede duda de la veracidad de lo que afirmo y de la coherencia de tal afirmación- en mi artículo “El día que murió Borges”, que pueden leer en:
https://pampeandoytangueando.com/relatos-y-critica-literaria/el-dia-que-murio-borges-4/
HOMBRE DE LA ESQUINA ROSADA
Rosendo Juárez “el Pegador” era uno de los hombres de D. Nicolás Paredes, era de los que pisaban más fuerte por Villa Santa Rita. Por recomendación suya, Rosendo fue a trabajar a los pagos de Morón como guardaespaldas de Laferrer –uno de los caciques del lugar- y en tiempos de elecciones como matón de Comité.
La acción transcurre en el “Salón de Julia” (ergo, La Paloma) entre el Camino de Gauna y el Maldonado. “La Lujanera”, mina brava de las de faca en la liga, era la mujer de “el Pegador”. Los varones se divertían con caña o ginebra, milonga y el hembraje. Al bailongo llegó desde el Norte Francisco Real, “el Corralero”, buscando un hombre –dice- pa’ que le enseñe a él, que no es naides, lo que es un hombre de coraje y de vista; pues en estos andurriales andan diciendo que hay uno, mentado como cuchillero y malo, que le dicen “el Pegador”
Pero éste se negó al desafío y “la Lujanera” lo miró aborreciéndolo, se acercó y desenvainando de su cintura el cuchillo, se lo entregó diciendo: Rosendo, creo que lo estarás precisando. Pero Rosendo tiró el cuchillo por una
ventana al arroyo Maldonado, tras lo cual “la Lujanera” echó sus brazos al cuello de “el Corralero” mientras los musicantes metían tango y milonga, y se animó nuevamente el bailongo.
Se fueron “la Lujanera” y “el Corralero”. El narrador también sale, y alcanza a ver a Rosendo que se escurría del barrio para nunca más volver. El narrador regresa al baile; más tarde llegan “la Lujanera” y “el Corralero”, éste herido de muerte. Los chamuchinos escuchan la llegada de la policía y tiran el cadáver al arroyo. “La Lujanera” se va; luego sale el narrador y le pega una revisada a su cuchillo, en el que –después de limpiarlo con los yuyos del pastizal- no quedaba ni un rastrito de sangre. Y mientras se dirigía al rancho donde lo esperaba “la Lujanera” cuyas luces ya divisaba tuvo la idea –como para justificar su acción- y acuñó la frase “Morir es una costumbre que suele tener la gente”. Y decidió narrar el suceso sin agregar los pormenores del final que hoy me atreví, espectador fortuito y forzoso de los hechos, a relatarles.
César José Tamborini Duca
Magnífico relato, tal vez impresionante, del tiempo de los prostíbulos, la milonga y el duelo crioyo. Me trae reminiscecias de chico, ya que también he vivido las mías, pero acaso, este dibujo himental de mi vida de purrete voceando la crítica sexta, que extraigo de mi libro «En Lunfa», nos sirva para secar la tinta del relato o el dibujo de Borges, Así lo digo:
DUELO CRIOYO (Libro «En Lunfa» de Rodolfo Leiro – 2008)
Crítica, policial, fulbo, carrera,
en mi voz de purrete cayejero.
Encontré una mañana un entrevero
de dos guapos pujando una poyera;
eran gritos de ofensa, cara fiera,
esquina del ranaje bolichero,
del curda, el laburante, el oriyero
y el beso metejón de la ramera.
Y se tiñó de sangre la vereda,
un guapo se perdió en la polvareda
y el otro brincó el suelo en despedida,
y apenas un poyito, flaco y pobre,
comprendí que la vida es solo un cobre
y el beso de una mina es una vida.
Rodolfo Leiro – 9 de enero de 2014
Magnífico soneto, querido amigo, se ve que en tu época de arrabalero la laburaste con facón al cinto y un clavel en el ojal pa’ engrupir percantas con tu chamuyo reo. Gracias por tu aporte
Mi juvencia, don Cesar Tamburini Ducca, dividió dos personas en un mismo trazo. Por el día, corbata, moñito, juzgado de paz y por la noche, clavel en el ojal, chamuyo reo y batifondo con mi revolver de gatiyo escondido y mi cuchilo que me hizo un ferroviario con el mango forrado en cuero…..Y me jugé la vida varias veces, quizás no por valentía, sino inconsciencia, por una morochita al que no le saqué más que un beso de pasada…Y tuve suerte, por que las balas no me alcanzaron pero si se metieron en otro pecho……y eso me duele, querido amigo. Me duele todavía. Las palabras de Gerónimo Sureda, vienen de vez en cuando a mi memoria:
«sin pensar siquiera
que ayá en otra tierra,
había una madre
que hoy yora y espera…»
Lo digo en mi libro «Una vida de lucha».
No todas mis acciones fueron buenas, entre tantos entreveros donde meterse con la piba de otro barrio, ayá cuando el año treinta moría, era jugarse el peyejo y no dar un paso atrás por que la palabra cobarde no se digería….
chau hermano…..estoy yorando
Rodolfo Leiro, 9 de enero de 2014