1-Remigio Cruz y el «Turco»
Para mi primo Tony, deseándole una pronta recuperación.
Cuando Remigio Cruz llegó a la pulpería de los Feito en Chacharramendi ya el sol estaba en el cenit, y se notaba que los gauchos habían llegado de muchas leguas a la redonda para participar en los juegos y libaciones de los días festivos (era domingo) por la cantidad de parejeros (1) atados en los palenques y alguno que otro campando con la limitada libertad para pastar que le proporcionaba la manea (2).
El pulpero servía su fuerte vino carlón o la aguardentosa caña, protegido de los más que probables entreveros detrás del mostrador fuerte y convenientemente enrejado; detrás de él y azarosamente alineados se exponían algunos “vicios” que tenía a la venta (bebidas, tabaco, yerba mate) y elementos imprescindibles para los gauchos que frecuentaban el boliche (3): taleros, boleadoras, lazos, aciones con estribo o sin ellos, algún poncho, facones, por ahí un par de nazarenas (4), un sombrero de media copa requintado.
Alrededor de una mesa tioca (5) un grupo formaba rueda a algún paisano más escrebido (6) que deletreaba con dificultad un periódico no muy reciente, que sin embargo les permitía conocer algunas noticias de tal o cual revolución o guerra más o menos lejana, pero que les tocaba de cerca si involucraba a esa patria de la que formaban parte y a la que habían donado generosamente su sangre como gauchi-soldados en las guerras de la independencia y/o en las civiles de ese siglo XIX que tantos cambios había introducido, modificando los hábitos seculares de la colonia. En un rincón apartado un gaucho de larga melena, barba y bigote blanqueados por los años, con botas de potro con puntera cosida, rasgaba la segunda y la cuarta de una guitarra primorosamente adornada con una cinta azul y blanca, mientras un mulato con boina roja le acompañaba con el acordeón.
Omnipresente el brasero para calentar la morocha (7) con la que el gauchaje despuntaba el vicio de unos mates; en la ronda de la mateada se adivinaba aquel domador porque debajo del sombrero -que sostenía en una mano- llevaba el distintivo inconfundible del domador, la vincha; además sus botas de potro eran sin puntera, para sujetarse mejor al ación (8) con sus dedos pulgar e índice (aunque algunos lo hacían “a lo pampa”, descalzos y con espuelas).
Después de pedir una ginebra, Remigio Cruz se acomodó tranquilo contra la pared, con su poncho terciado al hombro y su chambergo requintado (de alas levantadas) mientras aparentaba mirar una partida de truco, cuyas 4 voces se elevaban en ocasiones festejando algún lance del juego, sobre el murmullo del ambiente; eran éstos jugadores empedernidos que aún antes de terminar su partida de naipes ya se estaban provocando para jugar a la taba (9) después de la siesta que se prometían debajo de la sombra de un caldén o de algún algarrobo, cuando dieran buena cuenta del cordero ensartado en el asador que estaba preparando un primo del pulpero (por eso estaba izado un trapo rojo en la punta de un largo palo que también servía de atalaya -aunque en esos años los indios ya no “maloqueaban”- pues si el trapo fuera blanco indicaba sólo la venta de bebidas); otro, vanidoso, dejaba constancia que en los últimos festejos patrios realizados en Puelches (10), cerca de las 3 lagunas (se refería a “La Dulce”, “La Amarga” y “Urre Lauquen”) él había sido el ganador absoluto en las carreras de sortija.
No faltaba oportunidad en que se encontraban 2 famosos por su coraje, y no era raro que el uno provocara al otro con indirectas que éste retrucaba, hasta que finalmente la necesidad de no sufrír menoscabo en su fama, hacía que se tantearan el cinto en busca del facón, se arrollaran el poncho en su brazo izquierdo a modo de protección para
utilizar como escudo; bajo el puñal y describiendo figuras en el aire, fija la vista en los ojos del contrincante, descansando el cuerpo sobre la pierna derecha, injuriándose para darse valor dentro del círculo que formaban los otros parroquianos, ninguno de los cuales intervenía hasta no producirse una herida, tras de lo cual el vencido pagaba una copa mientras el vencedor lo cubría de elogios brindando con él, pues no peleaban por odio sino por alcanzar la gloria de vencer a otro renombrado por su coraje.
Si algunos gauchos traían consigo sus gallos de riña, enseguida se armaba un reñidero para poder aliviar de monedas el cinturón, pues el juego por dinero era uno de los vicios más arraigados de los gauchos: riñas de gallo, cuadreras (11), naipes, taba, todo era bueno para gastarse el dinero de la esquila, la doma, el arreo de ganado, o la paga del mes si era mensual. Solía ocurrír que se encontraran dos payadores, dos gauchos que con sus guitarras se provocaban a un contrapunto de poesía rudimentaria, y lo hicieran también por dinero. Famosa entre el gauchaje fueron las payadas apócrifas de “Santos Vega” y más aún la de “Martín Fierro” con el negro, con la cual se ganaba la vida Serapio Suarez recitándola en los ranchos y aldeas de Sumampa, en Santiago del Estero.
Claro que ese día en la pulpería era esperado otro personaje y por eso estaba tan concurrida (algunos por necesidad, pero la mayoría por curiosidad): se había corrido la voz que Ibrahím Saram, o un enviado suyo, llegaría a Chacharramendi para conchabar (12) algunos peones para su factoría. Ibrahím, hijo de sirio-libanés que había
amasado fortuna practicando el trueque con los indios y con algunos comerciantes inescrupulosos como él que vivían del otro lado de la Cordillera de los Andes pagando a precio vil la mercadería que los indios obtenían en sus malones, entregándoles a cambio algunos vicios imprescindibles para éstos, heredó de su padre la fortuna y el negocio (que ahora estaba transformado en factoría), además de la inescrupulosidad de sus actos.
De los 4 o 5 que se ofrecieron sólo Remigio Cruz fué el elegido por el enviado de Ibrahím Saram, para lo cual tuvo en cuenta sus conocimientos en el manejo del cuero, tan necesario en esas latitudes para casi todas las actividades del campo. El enviado, un indio de nombre Amuyen (que en lengua mapuche significa “en camino con otro”, recibiendo ese apodo porque siempre acompañaba a los nuevos que llegaban y también a la salida de los que partían cuando tomaban la decisión de marcharse) era algo así como la mano derecha del “turco”, según le comentaron en el boliche; rudo y de aspecto hosco, muy parco para hablar, se limitaba a hacer 2 o 3 preguntas concretas y a contestar con monosílabos, prefiriendo siempre en la elección de peones a los que no tenían familia.
El trayecto fué duro porque de Chacharramendi se dirigieron primero hasta “El Carancho” donde Amuyen debía cumplir con un encargo del patrón, y de ahí dirigirse a Puelches atravesando las sierras de Lihuel Calel, por lo que el recorrido total, unas 30 leguas, les llevó casi 3 días de atravesar zonas desiertas donde no se encontraba un alma y si uno no era un buen baqueano, un experto conocedor del terreno que pisaba, su vida corría peligro por diversos motivos.
En plena sierra, ensimismado el indio en quién sabe qué funestos pensamientos o recordando algunas de sus felonías tuvo un momento de distracción, pues fue Remigio quién levantó su mano derecha para indicar detenerse, porque su fino y atento oído había captado el casi imperceptible sonido de una rama al quebrarse; desmontó siendo imitado por el indio y permaneció en cuclillas un tiempo interminable observando fijamente hacia el lugar donde escuchó el ruido; dándose cuenta que el viento soplaba hacia ese sitio y por lo tanto el caballo no olfateaba el peligro, le dio una fuerte palmada en el anca para que fuera en la dirección del ruido, mientras él preparaba su facón y el indio su loncoquillquill (13). A los pocos metros el caballo pegó la espantada al tiempo que se escuchaba el rugido del puma que saltaba de los matorrales en busca de su presa; ya montado el indio golpeó con la bola al felino atontándolo, momento que aprovechó Remigio para seccionarle la yugular. “Cumelecan”, le dijo el indio como única exclamación, queriendo decir que estaban bien.
Al día siguiente y ávidos de agua fue el indio el que indicó hacer un desvío en la rastrillada (14), pues temían más que por ellos que aún podían resistir sin agua, por sus nobles caballos que habían aguantado sin recambio tan larga marcha y estaban algo aplastados (15). Llegaron a unos médanos y el indio desmontó mirando a Remigio; éste hizo lo propio y pensó un instante qué se proponía Amuyen cuando lo vió desenvainar el cuchillo, para gritar acto seguido “cuchillo-có” (16) mientras se arrodillaba y comenzaba a escarbar, y cuando el cuchillo desaparecía hasta el mango en las entrañas de la tierra, comenzó a aflorar el agua.
Ya declinaba el sol en el horizonte de ese día cuando llegaron a la factoría, que estaba ubicada pasando Puelches, en las inmediaciones de la laguna “La Amarga”; los peones tenían prohibido salir de la misma mientras durara el “conchabo”, teniendo en cuenta que en ella había pulpería donde se podía adquirir todo lo que hiciera falta, además de emitir moneda propia en la que se cobraban los jornales y se pagaba la mercadería comprada; mujeres no faltaban pues aunque en el establecimiento su presencia era casi nula, una vez al mes llegaban varias chinas (17) en una carreta, no se sabía de dónde las traían, y al día siguiente se iban con unas cuantas monedas de plata que prodigaba la generosidad de los gauchos, siempre a través de pagos que efectuaba Amuyen a pedido de aquellos y que le serían descontados de sus cuentas. (continuará)
Glosario (1) Parejero: caballo adiestrado para correr carreras de a dos, en “pareja”. (2) Manea: tira de cuero con un ojal y un botón en cada extremo, para sujetar las manos del caballo. (3) Boliche: deriva de la voz mapuche “folilnche” (gente que echa raíces en un lugar). (4) Nazarenas: así nombraban los gauchos a las espuelas de rodaja grande; el nombre parece indicar su procedencia de oriente medio (5) Tioca: torcida, desvencijada. (6) Escrebido: los gauchos solían permutar la e por la i; quiere significar “instruído”. (7) Morocha: pava o tetera renegrida por el humo del fogón. (8) Ación: correa de la que pende el estribo. (9) Taba: hueso del tarso de pata de bovino. Tiene 2 caras, llamadas suerte y culo. (10) Puelches: localidad pampeana; en mapudungu significa “gente del este”. (11) Cuadrera: carrera de caballos usual en La Pampa, en que corren sólo 2 caballos (parejeros) (12) Conchabar: contratar a sueldo. (13) Loncoquillquill: rompecabezas. Temible arma que el indio sujetaba de un extremo de la tira de cuero, mientras en el otro estaba atada una piedra. (14) Rastrillada: huella que iban dejando los indios con los cabos de sus lanzas; con el tiempo se convertían en caminos. (15) Aplastados: cansados, desfallecientes. (16) Cuchillo-có: agua del cuchillo. (17) China/o: persona de tez oscura, descendiente de mestizo o de mulato. https://pampeandoytangueando.com/relatos-y-critica-literaria/la-verdadera-historia-de-ibrahim-saram-y-ii/
Hombre que me ha dejado con las ganas el César, vió? Cuando estaba cabalgando un tordillo junto con estos personajes, tengo que desensillar y esperar, para seguir el camino.
A esto le llamo saber relatar, haciéndole vivir al lector las cosas como si las estuviera viendo. Muchas costumbres las conocía, algunas las ví como el juego de la taba.
Excelente relato querido amigo, quedo a la espera… un abrazo
Hola César:
Muy bueno el relato y la descripción de las voces que se usaban. Me encantaron. Lo que pasa, es que conozco varias de las cosas mencionadas y sus voces, porque como dije en la nota que me hiciera Eduardo Aldiser, de chico viví en el campo de mis abuelos y tíos y concurría al «almacén de ramos generales» (aquí ya no se llamaba «pulpería»), pero que era parecida, porque vendía de todo lo que se te ocurriera y al costado, estaban las mesas para tomar los tragos y jugar a las cartas.
Muchas gracias por el relato y por los recuerdos que me han hecho evocar aquellos días.
Saludos tangueros desde Rosario.
Eduardo
Excelente maestro, una delicia leer estos relatos! Nélida Caracciolo
Es muy buen texto. Felicidades de nuevo y saludos.