Relatos y crítica literaria

La verdadera historia de Ibrahim Saram (y II)

 2-El Turco y Remigio Cruz

Pulpería

Pulpería

Remigio Cruz consideraba que la paga era buena y como no era dispensioso en sus gastos su cuenta se iba incrementando y soñaba con la pequeña porción de tierra que adquiriría en las cercanías de Leuvucó (donde había tenido su aduar el mítico Painé), posiblemente en Catri-ló (médano partido). Al principio hacía maneas, sobando bien el cuero crudo para darle flexibilidad; trenzaba cueros para hacer látigos o lazos, confeccionaba rebenques y arreadores y otros varios artículos de cuero. Al patrón casi no lo veía, siempre estaba viajando y cuando regresaba se encerraba en su escritorio para verificar la contabilidad llevada durante su ausencia por su escribiente, que vivía en un ala de la casona principal.

 

La relación con Amuyen era distante lo cual no sorprendía pues lo mismo ocurría con todos los conchabados. Cuando mucho miradas inquietantes que le dirigía el indio y él percibía, y a su vez lo observaba con sus achinados ojos en forma disimulada. Alguna vez y como excepción le escuchaba decir “marí-marí, cumelecaymí” (18), Remigio. Este agradecía el saludo, pero desconfiaba; aunque lo único raro que observó fue que, cuando alguien pedía el dinero en moneda legal para irse de la factoría, una vez hecha la liquidación Amuyen lo acompañaba algunas leguas (al menos eso creía por el tiempo que tardaba en regresar) y de vuelta en la factoría se encerraba largo rato con Ibrahím Saram. Luego iba a la pulpería para emborracharse, siendo éstas las únicas ocasiones en que lo hacía.

 

Cuando conchabaron otro gaucho que trabajaba muy bien los tientos (19) y Remigio le enseñó algunos secretos, le dejó la confección de muchos aperos y él se dedicó por completo a fabricar estribos y botas de potro. Sabía hacer los estribos de dos maneras; en una el ación o estribera -siempre largo para montar con las piernas extendidas del todo, al uso de la región pampeana- terminada en una presilla con ojal y un nudo que permitía fijar el asa del estribo, éste también de cuero y redondo; en otros caso el ación terminaba en un nudo en el que se apoyaba el jinete cogiéndolo entre los dedos pulgar e índice del pie, para tomar impulso al montar.

 

Las botas eran artículos caros, difíciles de obtener porque eran poco los que sabían hacerlas,  desollando bien el

Billete (vale) de Ibrahím Saram

Billete (vale) de Ibrahím Saram

cuero. Eran por lo tanto un lujo y muchas veces los gauchos las llevaban en la grupa del redomón (20) y sólo se las ponían al llegar a un sitio que les imponía respeto, o también se las ponían para floriarse (21).

 

Las botas de potro podían obtenerse indistintamente de potro o de yegua, utilizando el cuero del “jarrete”, que es la parte alta de la pantorrilla hacia la “corva” de la rodilla y más arriba hacia la mitad de la paleta; el jarrete cubría el pie propiamente, la corva sería el talón y el resto cubría la pantorrilla, atándose por arriba con un tiento delgado. Había que sobar bien el cuero para que la bota tuviera flexibilidad.

 

La puntera solía estar abierta, sobresaliendo los dedos para coger el ación entre los dedos; a veces se colocaba en el ación el asa del estribo, quitando el mismo, y en este caso era el dedo pulgar el que se introducía en este aro. Estribar entre los dedos, peculiar en los domadores, provocaba lesiones en los mismos haciéndolos caminar “como loros”. A veces se cerraba la puntera, para lo cual se utilizaban tendones, venas o nervios de los propios animales. Otra de las habilidades de Remigio consistía en sacar las orejas de yegua en forma de bolsa con los cuales se conformaban zapatitos para los muy pequeñitos, y con el buche de avestruz confeccionaba unas útiles cigarreras para guardar el naco (22).

 

Pulpería Chacharramendi (interior actual)

Pulpería Chacharramendi (interior actual)

Pero como el tiempo se pasa y las ilusiones decrecen o se acrecientan según las expectativas de cada uno, y Remigio calculaba que con el dinero que tenía para cobrar podía acceder a esas hectáreas de tierra que deseaba, llegó el día que pidió a Ibrahím la liquidación de sus jornales, a lo que éste no opuso reparos. Montado en su gateado (23) marchaba a paso lento cuando se le apareó Amuyen para acompañarlo como solía hacer y, pese a la insistencia de éste, con no menos obstinación se opuso Remigio.

 

Quería marchar solo para observar con atención esas tierras, guardar en su retina esa naturaleza que tal vez nunca más volvería a ver. Haciendo prevalecer su voluntad hizo marchar al animal al paso, dejando atrás la factoría y bordeando “La Amarga”, de la que debía sortear un brazo extenso. Un reflejo a la distancia lo alertó y fijó su vista penetrante en el montecito de caldén que debía atravesar, al mismo tiempo que sujetaba las riendas del caballo para que fuera al tranco lerdo. Cuando llegó al sitio del relumbrón bajó del caballo y se sentó en un tronco, aguaitando (24), liando un cigarrillo y mirando fijamente la arboleda; no tardó mucho en aparecer Amuyen empuñando su facón y con su brazo izquierdo envuelto con el poncho.

 

“Ah, indio ladino”, fue lo único que dijo el gaucho al mismo tiempo que se tanteaba el cinto y se ponía en actitud de pelea. El entrechocar de los fierros parecía una música macabra que los irritaba y enardecía más y más a

Dibujo de Jaime Deloujeau

Dibujo de Jaime Deulofeu

medida que avanzaba el tiempo y algunos rastros de sangre certificaban el tajo en la cara o en un brazo. Se daba por supuesto que la lucha seguiría a muerte y no era cuestión de aflojar, de modo que cuando la contienda concluyó el sol estaba en el declive.

 

Ibrahím Saram estaba tomando mate en la cocina cuando escuchó abrirse la puerta de entrada y los pasos que se acercaban, con el inconfundible sonido de las lloronas (25) de Amuyen. “Pasá che, -le dijo-, hoy tardastes más que otras veces”. Pero cuando se abrió totalmente la puerta de la cocina era Remigio el que traía puestas las espuelas del indio, que se le plantó con expresión feroz, el facón colgando en su mano derecha y la cabeza del indio sostenida de las crenchas (26) con su otra mano; se puso lívido e intentó acercarse a la pared donde colgaba una escopeta, pero el gaucho le cerró el paso mientras tiraba la cabeza sobre la mesa.

 

“Ahijuna (27) gran siete turco ‘e porra, ahura mesmo me hais ‘e decír que’s tuito esto”, le ordenó mientras le sostenía de los pelos con su mano izquierda y colocaba la punta del puñal en la garganta. Ibrahím explicaba y al mismo tiempo pretendía tentar a Remigio para que ocupara el lugar de Amuyen:“Cuando se termina el conchabo, el peón cobra y se va, el indio los acompañaba un trecho, los degollaba y les quitaba el dinero; la laguna está llena de cadáveres. Te doy el diezmo como al indio, o un poco más si querés”. Remigio escupió en el suelo en señal de desprecio mientras lo soltaba para darle un revés, coyuntura que aprovechó el turco para saltar por la ventana y escapar en el primer caballo que encontró en su fuga.

 

Remigio salió tranquilamente de la casa,  reunió la peonada llevándola a la cocina y mostrándoles la cabeza del indio les explicó todo. “Cóbrense lo que les toca y hagan lo que quieran, yo ya me marcho”, dijo antes de montar su gateado de un salto y emprender un galope corto.

 

contando la historia

contando la historia

Nunca más se tuvieron noticias de Ibrahím ni donde descansan sus huesos, si es que descansan luego de su abominable vida, comentó el viejo gaucho a los paisanos que escuchaban la finalización del relato, mientras con un palito removía las brasas del fogón. Luego se le oyó decir como hablando consigo mismo: puedo contarlo gracias al gaucho Remigio Cruz.

 

Glosario

(18)    Marí-marí, cumelecaymí: Buenos días, como está Ud.

(19)    Tientos: tiras de cuero.

(20)    Redomón: potro en fase de amansamiento.

(21)    Floriarse: florearse; hacer ostentación de algo.

(22)    Naco: pedazo de tabaco negro en trenza.

(23)    Gateado: pelaje del caballo, de color rubio con rayas negruzcas.

(24)    Aguaitar: espiar, acechar, esperar.

(25)    Lloronas: espuelas grandes, que al galopar el caballo hacen un ruido especial, como llanto.

(26)    Crenchas: cada una de las dos mitades en que se divide el pelo por una raya.

(27)    Ahijuna: contracción por “a hijo de una…”. Proviene del español y se lo  encuentra en la obra de Cervantes. En el resto de la frase encontramos eufemismos, y palabras del castellano pero con las modalidades típicas del habla gauchesca.

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About author
César José Tamborini Duca, pampeano-bonaerense que también firma como "Cronopio", es odontólogo de profesión y amante de la lectura y escritura. Esta última circunstancia y su emigración a España hace veinte años, le impulsaron a crear Pampeando y Tangueando y plasmar en él su cariño a la Patria lejana.
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