Pampeando

El gaucho

“Criollo del tiempo anchísimo que nunca picanearon los relojes y que
midieron despacito los mates.” (Jorge Luis Borges)

Decír “gaucho” es nombrar a ese ser independiente, centauro solitario de la pampa que habitaba un territorio de nadie que era la frontera entre el indio y los colonos, o tal vez esa tierra de todos que era del gaucho, sí, pero también del colonizador que extendía sus dominios sobre ella y cuya desmesura provocaba el vacío poblacional; o del indio que veía cómo el avance del hombre blanco, del “huinca”, le iba arrebatando poco a poco parte de sus tierras ancestrales donde cazaba libremente para su subsistencia:  y entonces se dedicaba a maloquear sobre ese territorio para llevarse miles de cabeza de ganado vacuno y yeguarizo que consideraba suyos.
Y en ese espacio donde la ciudad se hizo campo, y aún mas allá, donde se entreveraban las lanzas con las guitarras y el cuchillo con la ginebra que se bebía en las pulperías mientras se mezclaba un mazo de barajas, ahí estaban los dominios del gaucho.

ETIMOLOGIA Y SIGNIFICADO DE LA PALABRA “GAUCHO”

El vocablo que lo nomina deriva de la palabra mapuche CACHÚ, que significa “amigo”, “camarada”, aunque hay quienes lo confunden erróneamente con otra palabra derivada del aymará   (o quechua) y también adoptada por los mapuches, HUACHU (=GUACHO) que significa huérfano, hijo ilegítimo (tambien sirve para designar a cultivos que renacen espontáneamente: nació guacho, se dice).
Debemos tener en cuenta que para la transcripción de los sonidos propios de los idiomas indígenas se utilizaban sistemas gráficos muy primitivos y por eso hay palabras escritas de varios modos y entre ellas ésta que tratamos, que se la encuentra como “cachú”, “gachú”, “cathú” y “gathú”, es decír que el vocablo tiene la particularidad de reunír los tres sonidos característicos del araucano: g, u, th; cuando los mapuches hablaban cariñosamente, al sonido t, th, le daban el sonido ch y por eso es indistinto cathú o cachú como origen del término gaucho; además es frecuente en el mapudungu (el idioma de los mapuches) cambiar la c por la g; y por el acento o fonética propio de estos indios, se originaba la diptongación “au”; y otra alteración fonética habitual es la transformación de la “u” final en “o”; fruto de esta aliteración es entonces el binomio “cachú=gaucho”. Herederos de su fonética, los gauchos también permutan la “c” por la “g”, y llaman por ejemplo “garabina” a la carabina.

En cuanto al significado, cuando utilizando el lenguaje argentino decimos “che, que gaucho es fulano” es como si dijéramos que fulano es dado a actuar como un amigo; también con “qué gauchada me hizo” significa que le hizo un favor, un beneficio de amigo. Porque eso es, en definitiva, la esencia del nombre “gaucho”: amigo, camarada.

GENESIS E IDIOSINCRACIA DEL GAUCHO

Debemos considerar el origen de este peculiar personaje, su génesis, que no es otra cosa que el fruto del feliz connubio del español conquistador y el indio primitivo de la pampa, simbiosis fecunda que originó ese tipo social distinto a los dos que le dieron origen. Étnicamente puede ser blanco, negro, indio, mestizo o mulato pues lo que lo diferenciará no será la raza, sino sus costumbres.

Es un poco poeta y filósofo, aprendíz en las aulas de la vida pues las dos cosas las aprendió en su soledad, en la contemplación de la naturaleza y en la experiencia de sus quehaceres, siempre a  lomos de su caballo porque no se concibe al gaucho de otra manera, pues su caballo le  permitirá recorrer esas distancias inconmensurables y le transmite su vigor lo cual crea en él un espíritu invencible, a la par que imaginativo, fantasioso, arrogante, audaz.

Indiferente a las comodidades de la vida civilizada, cultiva el valor personal y como hombre seguro de sí mismo ama su libertad –característica que lo hermana con el indio- y su independencia, que lo hace diferente al indio pues éste vive en comunidad, en la tribu. Este modo de ser independiente, solitario, origina como consecuencia otro aspecto diferencial con el indio: éste es locuaz, un indio en un parlamento o en una asamblea podía estar horas hablando y no era raro que algunos de los participantes se durmieran y roncaran, como atestiguan en sus descripciones viajeros a las tolderías; mientras que el gaucho, acostumbrado a su soledad, es parco en sus palabras y precavido para comunicarse con extraños.

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Aparte del factor étnico, veamos cómo ‘se hace’  un gaucho, según observación de Félix de Azara (Viajes por la América Meridional, pág. 288 a 290): “Apenas tiene un niño 8 días cuando su padre o su hermano lo cogen en brazos y le dan un paseo a caballo por el campo hasta que empieza a llorar, y entonces lo llevan a la madre que le da de mamar. Estos paseos se repiten frecuentemente hasta que el niño se encuentra en estado de montar solo en caballos viejos y mansos. Así se le educa… se acostumbra al mismo género de vida y de independencia… Poco sujetos a enfermedades especialmente los mestizos de español e india. Tampoco se quejan nunca cuando por casualidad están malos, ni en sus más grandes dolores. Hacen poco caso de la vida, y la muerte les es indiferente. Yo los he visto ir al suplicio con gran sangre fría y sin ninguna demostración de sensibilidad… Tienen una gran repugnancia por todas las ocupaciones que no pueden realizarse a caballo… sus estribos se reducen a triángulos de madera tan pequeños que apenas puede entrar la punta del dedo gordo”.
Tiene por delante no sólo esa extensión infinita de la llanura pampeana sino también la del tiempo del transcurrir lerdo, sin el apremio del reloj tirano; por eso muy raramente irá al galope, generalmente lo veremos al paso o cuando mucho al trote de su montado, pues a él también hay que cuidarlo para no reventarlo. Sirva la anécdota de aquel que a todo galope de su caballo sudoroso se para al lado de un gaucho para preguntarle cuánto tardará en llegar a tal sitio, y éste le responde: “asigún, si continúa como hasta ahura, tal vez no llegue hasta mañana, pero si va al tranco llegará en media horita nomás”.


El facón es otro de sus inseparables compañeros pues le presta una gran utilidad en diversas situacion. Y también le permite jugar a matar o morir aunque raramente ocurre, pues al desenvainar su cuchillo en algún altercado lo hace sólo para pelear y el objetivo es “marcar” o hacer un «feite» al rival en la cara, dejarle una señal como si de un “per signum crucis” se tratara; y ahí se termina todo, en la gloria de marcar al rival demostrando su mayor habilidad. La pelea es, casi siempre, a primera sangre; y el corro de mirones se encargará de separarlos cuando ello ocurre.
Otra de sus pertenencias esenciales que constituyen parte del apero es el lazo, que se puede observar en la grupa del caballo, por lo general en el lado derecho del mismo. Herencia del indio que lo hacía de cuero duro, retorcido, pesado, el gaucho lo transformó haciéndolo trenzado, liviano, elástico… y largo. Con este lazo puede atrapar diversos animales sin bajarse de su caballo: lo revolea y arroja por encima de su cabeza con la mano derecha mientras que con la izquierda, que también sostiene las riendas del caballo, mantiene los muchos rollos a que reduce las aproximadamente 15 brazas de largo del mismo para ir soltándolos uno por uno en un alarde de fantasía y destreza, jugando con sus dedos como acariciando el sincopado deslizar del tiento con el que está confeccionado, sinfonía sin notas discordantes que componen el enlazador, el lazo, y el animal enlazado, belleza plástica de la pampa.

Tampoco puede faltar entre sus elementos aquel que rodeando su cintura cuelga de su costado derecho: las boleadoras, herencia de los indios que tenían tres tipos:

QUINCHUMLAQUE: bola perdida que se arrojaba con una guasca.
LONCOQUILLQUILL: rompecabezas; temible arma parecida a la anterior, tenía una piedra sujeta en un extremo mientras el indio sujetaba con la mano el otro extremo del cuero.
QUIÑE RUME: boleadora simple, con una bola esférica y otra en forma de pera por donde se agarraba para arrojarla. Los gauchos la perfeccionaron e inventaron “LAS TRES MARIAS”, que es la conocida por todos, posteriormente adoptada por los indios por su eficacia.

De la vincha podemos decír que al ver a un gaucho con este adminículo sujetando sus cabellos, no debemos pensar en un elemento estético sino en una prenda de utilidad, pues lo más probable es que se trate de un domador. Se trata de un pañuelo de seda doblado en forma de cinta y atado por detrás; entre los indios estaba reservada a los ‘loncos’.

Si lo vemos «caminar como los loros” es seguro que estriba entre los dedos, lo que le origina una lesión en los mismos que le obliga a caminar de esa manera.
El poncho, utilizado por los gauchos como abrigo pero también como escudo envuelto en su brazo izquierdo para frenar las embestidas del facón del rival, es también herencia de los indios que para abrigarse utilizaban un manto o poncho (‘ponto’ o ‘macú’).
En su poema LA ARAUCANA, Ercilla dice que el indio Cariolano

“… arrancando una daga, desenvuelto
el largo manto al brazo ya revuelto…”

Ese poncho que servía como escudo para defenderse y “abarajar” las cuchilladas del adversario, en el gaucho hábil y mañoso tenía un papel más activo pues mientras retrocedía en la pelea lo dejaba desenrollar con disimulo, de modo que llegaba un momento en que aquél lo pisaba, ocasión aprovechada por el gaucho para, de un fuerte tirón, hacerlo trastabillar o caer y en ese momento se empleaba entrando a fondo con el cuchillo. José Hernández relata esta habilidad en unos versos de su “Martín Fierro”:

“Me fui reculando en falso
y el poncho adelante eché,
y cuando le puso el pie
uno medio chapetón,
de pronto le dí un tirón
y de espaldas lo largué”.

Otro elemento heredado de los indios fue la bota de potro. Con el descubrimiento de América y la llegada posterior del ganado vacuno y equino los indios –que trabajaban el cuero de otros animales- se ingeniaron para darles utilidad al cuero de estas bestias, empleándolo para confeccionar su calzado, sus botas, para lo cual se valían de las pieles de “corva” (parte de la rodilla por donde se dobla y encorva) de vaca o potro, realizándolas del siguiente modo:

Desollan las piernas del animal desde la pezuña hasta el muslo, de modo que la parte de piel del muslo les va a servir de pierna de la bota, la corva será el talón, y la caña constituirá el pie, que puede ser abierto dejando los dedos al descubierto (lo que les permitía estribar con los dedos); o cosida, para lo cual empleaban nervios o venas de toda clase de animales.

Algún autor argentino pero con antecedentes antinacionales catalogó al gaucho como un individuo malo y pendenciero poniendolos a todos en un mismo saco. Sin embargo podemos identificarlos en distintas circunstancias de la vida, arreando ganado, en las cuadreras, en  el rancho junto a su china, participando en la pulpería de alguna payada o en alguna partida de truco; tomando mate alrededor del fogón en el que se cuentan anécdotas…

Y si los había malos que se echaban al monte o al desierto e incluso se presentaban en alguna toldería -donde eran bien recibidos- hay que preguntarse porqué ese gaucho que tenía su mujer, sus hijos, su rancho, se transformaba en matrero.

El motivo había que buscarlo casi siempre en un abuso de autoridad: a veces era el Juez de Paz que había posado sus lascivos ojos en su china, y para desembarazarse de él enviaba una partida de milicos bajo el supuesto de una leva forzoza del gobierno para enviarlo a los fortines de la frontera donde podía permanecer años y al regresar ya no había ni rancho, ni china, ni hijos, como muy bien nos lo ilustra José Hernández en su “Martín Fierro”.

Otras veces era el comisario, o un milico que comandaba una partida y se había encaprichado con su parejero y se lo quería apropiar; casi siempre estaba de por medio la injusticia respaldada por el poder que no le dejaba otra alternativa que huír con su caballo y su cuchillo, compañeros inseparables en su solitario nomadismo: se convierte así en un gaucho vagabundo, pues el regreso al rancho significaría ser aprehendido por la autoridad, y se ve obligado a cuatrerear para subsistir; porque sabe que su sueño de establecerse, de tener su campo y una familia honrada dormirá para siempre en sus recuerdos, es que se transforma en ese gaucho malo que conocemos con el nombre de “matrero”.

Y si un día, acosado y rodeado por la partida no le queda otra alterrnativa que su defensa personal, sacará su facón para enfrentarse a esos siete u ocho milicos que componen la partida para vender cara su libertad, pues no forma parte de su idiosincracia la posibilidad de rendición.
Sólo se darán dos posibilidades. Dejará un tendal de víctimas y escapará montando en pelo su parejero; o lo llevarán, luego de luchar hasta el último aliento, de la única manera posible; y es porque el gaucho ha muerto.

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About author
César José Tamborini Duca, pampeano-bonaerense que también firma como "Cronopio", es odontólogo de profesión y amante de la lectura y escritura. Esta última circunstancia y su emigración a España hace veinte años, le impulsaron a crear Pampeando y Tangueando y plasmar en él su cariño a la Patria lejana.
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