Pampeando

Las cuadreras

¿Quién no se dejó ganar por la emoción alguna vez al ver correr en semi libertad al noble equino en los extensos campos de la llanura pampeana?. De esa tropilla que pasta tranquilamente, ver cuando de pronto se desprende uno de los integrantes del grupo para alejarse en loca carrera y regresar triunfal, flotando sus crines por efecto del galope y del viento, como si hubiese superado en velocidad a quién sabe qué invisible o imaginado rival. Sublime espectáculo al que sólo le falta para ser completo la figura del hombre a horcajadas de su lomo.

El conjunto humano que se cría, que se educa, que crece culturalmente en ese entorno ¿cómo no ha de ser un admirador incondicional de todas las manifestaciones en que el caballo es protagonista?. Esa es la razón por la que los argentinos se convierten en admiradores incondicionales de los distintos juegos en que participan jinetes y caballos, llámese Carrera de Sortijas, Polo, Carrera de Trote, Pato.

Y lo que constituye una pasión nacional son las carreras de caballo, de los “pura sangre” que harán retumbar sus cascos en la hierba o en la arena, llámese San Isidro, La Plata o Palermo, los 3 míticos escenarios nacionales, extendiéndose ese fervor hasta el oriental Maroñas, ahí nomás, cruzando el charco del argéntico Río.

Si mítico fué Leguisamo, el gardeliano “jockey”, el veterano y siempre admirado “Pulpo” de incontables carreras triunfales, y el menos conocido Antúnez “El Yacaré”, no menos míticos en el consciente colectivo de los argentinos fueron caballos de la talla de Yatasto, Mangangá, Arturo A, en esos escenarios donde se corre el Gran Premio Nacional, o el Carlos Pellegrini.

Pero, veamos lo que dice al respecto de esta pasión Angel Osorio y Gallardo:

“No se pueden imaginar ver una sociedad entera enloquecida, desesperada, jugando a las carreras de caballo; el rico, el pobre, el funcionario público, el cajero  -que suele disponer de los fondos de la caja-, el militar, el magistrado, todo el mundo loco por el juego. En la Argentina (léase Buenos Aires) el sujeto preferente no es el estadista ni el guerrero, ni el sabio ni el poeta, es el caballo.
Ojeamos todos los periódicos y nos encontramos tres, cuatro, seis planas ocupadas por los caballos: retrato del caballo  -que todos son iguales-, biografía del caballo, estadísticas, cifras, apuestas, etc. La radio invierte horas enteras en explicar cómo van las carreras de caballos, quien gana, quien pierde; es una locura. En todas partes hay carreras de caballos y se juega en ellas, pe-ro no es una enfermedad como en la Argentina”.

Sin embargo todas estas emociones se palpitan desde una serie de ventanillas donde los afortunados forman fila para retirar sus ganancias, después de haberse emocionado ‘en la tribuna’ con el  desarrollo de la carrera, desde lejos, con el auxilio de los prismáticos.

Porque donde verdaderamente se vive la euforia y el jolgorio propio de éstos juegos, donde se aprecia a simple vista y a pocos metros el vigor de la musculatura caballar, la tensión o el desparpajo en el rostro del jinete, el ambiente caldeado por la emoción del ir y venir de la gente a pié de pista entre el sudor de las potrancas, es en las CUADRERAS de “parejeros”, es decír aquellas en la que intervienen sólo dos caballos, entrenados y habituados para correr en parejas.

Carrera de caballos

Carrera cuadrera

Las cuadreras tienen su manifestación, su desarrollo en una calle cualquiera más o menos emparejada para la ocasión, arenosa, de acceso a los campos; o en algún campo donde la generosidad del dueño cede  el espacio de fiesta en fiesta. Porque generalmente tienen lugar como un aspecto lúdico más en el festejo de alguna fiesta Patria, que habitualmente comienza tempranito y como coincide con la época invernal, el calzado del gentío que se dirige a la plaza va haciendo crujir el hielo de los pequeños charquitos; luego es cuestión de acomodarse alrededor del mástil donde se izará la bandera previamente al discurso patriótico de alguna de las maestras; después, el chocolate caliente logra-rá reconfortar los entumecidos huesos.

A partír de ese momento la algarabía irá in-crescendo  mientras se suceden distintos juegos: subír al palo enjabonado, demostrar la agilidad en la carrera de embolsados, o disfrutar el solcito del mediodía viendo los malabares de los gauchos sobre sus potros para obtener la sortija en la carrera homónima.

Luego viene el plato fuerte, aunque no el del almuerzo  -que a veces se resuelve con un asado con cuero comunitario para mantener vivas las tradiciones-  sino el de después de la siesta, cuando se puede observar el desplazamiento de coches, caballos, sulkys, todos en la misma dirección, la de ese campo o esa calle cuya alambrada está engalanada con banderines, donde se disputarán las cuadreras.

Cada una de éstas surge como algo espontáneo, nacida de la apuesta del momento que un gaucho le hace a otro, alguna vez preestablecida; se ponen de acuerdo y se dirigen al “rayero”, es decir el juez designado por la Comisión de Fiestas para manifestarle su intención; tal vez ya lo tenían hablado en el “boliche” entre copa y copa de “giñebra”, pero hasta ese momento no estaba oficializada.

Tienen que pasearlos un poco sobre la pista para que la gente los vaya apreciando, ocasión que aprovechan los gauchos para obligarlos a hacer algunas florituras: los hacen caracolear, alzarse de manos, piafar. ¡Y ya están los parejeros aprontados para el lance!.

Mientras tanto el bullicio se instala en el gentío que no dispone de boleterías para las apuestas, todo es espontáneo, es la vivacidad y el movimiento contínuo de los jugadores, los billetes doblados entre los dedos apostando de viva voz por tal o cual caballo:
-10 pesos al tordillo, dice uno
-5 pesos al alazán, le responde otro que copa la mitad de la apuesta
-voy otros 5 pesos al tordillo, reclama el primero que divide así su dinero en busca de otro apostador.

Es el acercarse a los mismos para que el pálpito o el ojo avisor le indique a uno si toma la apuesta de éste o de aquel. Todo de palabra, rara vez se suscitan entredichos o equívocos.

La distancia es corta, 50 o 100 metros, de modo que es importante la musculatura explosiva para dar al máximo en poco tiempo. Y tiene mucha importancia la largada, pues lo que se pierde en ella es difícil de recuperar en tan pocos metros. Aquí no hay cintas para dar el aviso, es el “abanderado” el que dictamina el momento en que, cuando se van acercando emparejados, debe bajar la bandera para dar comienzo a la cuadrera, a cuyo final estará el “rayero” que dictaminará quién fue  el ganador.

Donde más tiempo se pierde es en la largada,  pues depende de la astucia del jinete para hacer creer al abanderado que aún no está listo, haciendo demorar a propósito a su parejero, intentando poner nervioso al rival y hacerle cansar el caballo en largadas fallidas. Ebelot describe las partidas falsas del siguiente modo:

“El gaucho es naturalmente desconfiado, y le parece siempre que le ‘atracan’ una desventaja; le gusta además prolongar su placer. Por fin y sobre todo, resulta siempre que uno de los caballos es menos ligero que el otro, si bien tiene más fondo. Es importante tratar de cansarlo antes de la salida definitiva. Se valen de este ardid, que es insufrible”.

Así pueden estar preparando la salida 4 o 5 veces, siempre frustrada y vuelta al comienzo, pero cuando les bajó la bandera ya no hay vuelta atrás, hay que espolear al parejero y darle duro con el grueso y pesado rebenque, que en esto también se diferencia de las carreras tradicionales de hipódromo, cuyos jinetes usan la estilizada fusta. En la milonga pampeana “El Desafío” está muy bien descripta el desarrollo de la cuadrera en estos términos:

El Desafío

Letra: Dualberto Marquez – Música: Rene Ruiz

Intérpretes: Omar Moreno Palacios y Jorge Marziali

[audio:Desafio.mp3]

“Le corro con mi “manchao”
al “alazán” de Cirilo,
y no le pido ni un kilo,
como le dio al “colorao.
Nicasio de abanderao
y como Juez Don Zenón
a correr desde el portón
hasta allí, hasta el esquinero,
y me juego hasta el apero
y empeño hasta mi facón.”

“No respeto, caballeros,
estado, pelo ni marca,
y al de la estancia ‘e Las Arcas
le pueden bajar los cueros
No me asustan parejeros
con tapa ni con trompeta
pués no es el primer sotreta
que aquí en la esquina ‘e Las Latas
le hice revolear las patas
y también largar la jeta

Aceptan y desensilla
dejando sobre el apero
botas, facón y sombrero,
y hace vincha su golilla(1)
va de la cancha a la orilla
en vez de un rebenque dos
con la Fe puesta en su Dios
cual legítima Esperanza
pa’ llegar a la balanza
a igualar sesenta y dos

Le tocó un “rosillo moro”
marca de Hilarión Contreras
que había ganao más carreras
quel colorao sangre’e toro
Lo montaba un mozo Floro
muy buen corredor campero
visteador y ventajero
pa’largar en la bandera
pues no había quien le saliera
siempre picaba primero

El otro fue un mocetón
que se sintió desafiar
y que cargó pa’igualar
medio kilo ‘e munición
lo rodeaban un montón
que hacian fuerza pa’su lado
y palmeaban al manchado
al par del andarivel
como si vieran en él
un triunfo ya descontado

Y pa’que seguir narrando
lo que fue aquella carrera
si cualquier mozo de afuera
ya lo estara calculando
anduvieron mañereando
errar y errar la partida
hasta que en una corrida
les bajó el abanderao
y el rocillo y el manchao
fueron una luz prendida.
Y se sintió: “¡Ya pegaron!”
y la cosa jue pareja
ni se sacaban la oreja
y los rebenques bajaron
y cuando al final pasaron
entre el público y rayero(2)
entre aplausos y sombreros
que se agitaban de gozo
el juez grito sentencioso
“¡Puesta nomás, caballeros!”

(1) “golilla”: el pañuelo que se lleva al cuello (cubriendo la “gola”) y que la transforman en vincha antes de correr.
(2) El Juez, la autoridad de las carreras “cuadreras”.

Se escucha entonces la algarabía de la gente, los gritos de estímulo para uno u otro, las corridas. Y las caras de alegría o de frustración, según como resultó la fortuna en esos escasos segundos. Que durará poco, pues ya están los aprontes para la siguiente cuadrera y hay que observar a los parejeros y ver el manejo que de ellos hacen los gauchos.

La alegría, que se instaló en la gente a lo largo del día, tendrá luego su culminación con el Gran Baile Popular en el club del pueblo, generalmente una Sociedad Italiana o un Club Español; para no desmentír los orígenes. Pero esto merece un capítulo aparte.

https://pampeandoytangueando.com/pampeando/el-caballo-criollo/

https://pampeandoytangueando.com/pampeando/el-domador/

https://pampeandoytangueando.com/pampeando/el-gaucho/

https://pampeandoytangueando.com/deportes/el-hipodromo/

About author
César José Tamborini Duca, pampeano-bonaerense que también firma como "Cronopio", es odontólogo de profesión y amante de la lectura y escritura. Esta última circunstancia y su emigración a España hace veinte años, le impulsaron a crear Pampeando y Tangueando y plasmar en él su cariño a la Patria lejana.
Articles

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.