Los juegos de sortija se jugaban ya en el siglo XVIII, a tenor del relato que hace de los mismos Eduardo Aunós (“Buenos Aires. Ayer, hoy y mañana”, Ed. Mediterráneo, Madrid, 1943, p. 119). También lo mencionaba Bartolomé Hidalgo al decir:“Entretanto la sortija / la jugaban en el Bajo”. (“RELACION que hace el gaucho Ramón Contreras a Jacinto Chano, de todo lo que vió en las Fiestas Mayas en Buenos Aires en el año 1822”).
Pero seguramente, a muchos les interesará saber cuál es el origen de este juego. La referencia más antigua que tengo se remonta al año 1641, al editarse en Tarragona el “Segundo Tomo del Ingenioso Hidalgo don Quixote de la Mancha”, (es decir, el Quijote apócrifo de Alonso Fernández de Avellaneda) en cuyo Capítulo X dice:
…“Pues, señor Don Quijote -dijo don Álvaro-, vuesa merced ha de saber que para después de mañana, que es domingo, tenemos concertada una famosa sortija entre los caballeros de esta ciudad”… Y Covarrubias dice al respecto: correr la sortija, “juego de gente militar que corriendo a cavallo apuntan con la lança a una sortija que está puesta a cierta distancia de la carrera”.
Lo que antecede lo publiqué hace un tiempo en: https://pampeandoytangueando.com/pampeando/juegos-de-los-gauchos-iii-carrera-de-sortijas/
En “carrera de sortijas” (II) podemos interiorizarnos sobre lo que escribe al respecto Santiago Muñoz Machado en su reciente libro “Hablamos la misma lengua”.
Carrera de sortijas y Don Quijote de la Mancha.
En América también tendrían lugar estas manifestaciones. Poco antes de la llegada de los libros de Juan Sarriá a Lima, había muerto el virrey de Perú, conde de Monterrey. El rey Felipe [II] designó como sucesor al marqués de Montesclaros que, hasta entonces, desempeñaba el cargo de virrey de Nueva España. La noticia oficial no llegó a Perú hasta 1607, un año después de la muerte del conde, y se extendió por todo Perú hasta llegar a un recóndito campo minero llamado Pausa, en la provincia andina de Parinacochas que ahora forma parte de Ayacucho. Para congraciarse con el nuevo virrey y conseguir la prórroga en el lucrativo cargo que tenía allí, el corregidor organizó unas fiestas, consistentes en el juego denominado “correr la sortija”. En ese espectáculo aparece por primera vez don Quijote en la tierra de los incas. Ocurrió a finales de 1607. La función empezó, como era habitual, plantando el cartel en la plaza del pueblo bajo un dosel de terciopelo carmesí. Participaron cuarenta jinetes ataviados. Iban a correr la sortija, es decir, a jugar a embocar la lanza por una anilla, colocada al efecto, llevando el caballo al galope. Cada uno de los contendientes adoptó un pseudónimo pintoresco y los nueve que firmaron el cartel como retadores fueron: “El Caballero Afortunado”, “El Caballero de la Triste Figura”, “el Intrépido Bradaleón”, “El Belflorán”, “el Antártico Caballero de Luzissor”, “el Temible Loco”, “el Caballero de los Bosques”, “el Caballero de la Cueva Tenebrosa” y “el Galante Señor de Contumeliano”.
El mantenedor, que era el corregidor y organizador Pedro de Salamanca, ostentando el nombre del “Caballero de la Espada Flamígera” inició el torneo. Sonaron las trompetas y atabales y címbalos, y entonces penetraron en la palestra los diversos caballeros. Fue al caer aquella tarde de 1607 cuando don Quijote emergió de las páginas de la novela para presentarse en persona por primera vez en el referido rincón del mundo.
Dice la crónica: A esta ora asomó por la plaça el Cavallero de la Triste Figura, don Quijote de la Mancha, tan al natural y propio de como le pintan en su libro, que dio grandísimo gusto berle. Benía caballero en un cavallo flaco muy parecido a su Rozinante, con unas calcitas del año de uno y una cota muy mohoza, morrión con mucha plumería de gallos, cuello de dozavo y la máscara muy al propósito de lo que representaba. Acompañábanle el cura y el barbero con los trajes propios de escudero, e infanta Micomicona que su corónica cuenta. Y su leal escudero Sancho Panza, graciosamente bestido, cavallero en su asno albardado y con sus alforjas bien proveídas y el yelmo de Manbrino, llevávale la lança y tanbién sirvió de padrino a su amo, que era un cavallero de Córdova de lindo humor, llamado don Luis de Córdova, y anda en este reino disfraçado con nonbre de Luis de Galves. Abía benido a la saçon d’esta fiesta por juez de Castro Virreina, y presentándose en la tela con estraña riza de los que miraban, dio su letra que dezía:
Soy el audaz don Quixó- / y maguer que desgraciá, / fuerte, bravo y arriscá-.
Su escudero, que era un hombre muy gracioso, pidió licencia a los jueces para que corriese su amo, y puso por precio una dozena de cintas de gamusa, y por benir en mal cavallo y azerlo adrede fueron las lanças que corrió malícimas, y le ganó el premio el dios Baco, el cual lo presentó [a] una vieja criada de una de las damas. Sancho echó algunas coplas de primor que por tocar en berdes no se refieren.
(“Hablamos la misma lengua”, Santiago Muñoz Machado, Editorial Planeta, Barcelona, octubre 2017, pág. 307 y 308)