Historia

PIRINGUNDINES O PERINGUNDINES

Los piringundines o peringundines mencionados en viejos relatos de costumbres urbanas del país, tuvieron origen en nuestra ciudad a  mediados del siglo XIX y no en 1867 como lo anotan el Diccionario Argentino, de Tobías Garzón, editado en 1910, y la Enciclopedia Universal Ilustrada, Espasa-Calpe, página 1350, tomo XLIV, impresa en 1921. En efecto, El Progreso, primer periódico que apareció diariamente en nuestra ciudad, fundado y dirigido por el doctor Juan Francisco Monguillot, en su número 215 del 27 de abril de 1861, mientras lo dirigía el doctor Evaristo Carriego, abuelo del famoso escritor popular homónimo, anunció con el título de Piringundin lo siguiente: Mañana será el Rosario todo fiesta y diversiones. Hay nunciados dos bailes públicos, el Teatro, tres o cuatro bodas, algunos bautismos y sobre todo… el triunfo de us, de los, de las… Chitoo. Punto en boca y cartucho en el cañón (probable referencia a la tirantez de relaciones entre los gobiernos de la Confederación Argentina y de la provincia de Buenos Aires).

El título que encabeza la nota reproducida da a entender ser ya conocido por parte de la población el significado de dicho vocablo; aplicado a reuniones bulliciosas con música y baile en locales cerrados. De sospechosa raíz del dialecto ligur, puede explicarse su incorporación en el habla local —al poco tiempo modificada su ortografía por peringundin por el alto porcentaje de genoveses que al comenzar, ya en tiempos de Rosas, el incremento del tráfico portuario, ejercían esas actividades en Rosario. Recuérdese que en abril de 1858, sobre los 2.190 vecinos extranjeros de ambos sexos aqui detectados por el censo de dicho año, 836 eran italianos, y muy probablemente, como lo denuncian documentos de la época, mayormente originarios del norte de la península: genoveses, piamonteses, lombardos y vénetos.

En agosto de 1871, el periodismo local se refería a los piringundines —así todavía lo escribían algunos de esos órganos informativos— denunciándolos de inmorales y solicitando a las autoridades prohibir sus actividades; se fundaba el pedido porque en los locales donde se bailaba, el exceso del consumo de bebidas alcohólicas por parte de los parroquianos hasta llegar a la embriaguez, motivaba escándalos y trifulcas que debían reprimirse.

Los peringundines no eran establecimientos sino los bailes en casas, muchas veces de familia, organizados para diversión de la gente del pueblo los días jueves, domingos y feriados, desde las cuatro de la tarde a las ocho de la noche. Se llevaban a cabo tanto en el radio urbano como en los suburbios, dispersión ésta que no permitía mayor contralor policial y municipal y que, como veremos más adelante, se erradicó del centro tiempo después.

Amenizaban los bailes dúos o tríos de músicos con guitarras, flautas y acordeón y también organistas ambulantes, dueños de órganos mecánicos de los que en 1869, según el Censo Nacional de ese año, vivían de esa actividad nueve de ellos y siete en 1876, conforme al registro confeccionado ese año por Gabriel Carrasco.

El dueño o arrendatario de la casa donde tenían lugar los peringundines, cobraba un real a los bailarines varones por cada seis minutos de danza y remuneraba a las mujeres con dos o más pesos bolivianos por todo el tiempo que duraba la reunión. Estas, generalmente fámulas, siendo agraciadas o por mejor bailar eran preferidas. Terminando la pieza, ‘el varón marchaba junto a la mujer hasta la silla donde ésta se sentaba’. El comienzo de cada pieza lo anunciaba el bastonero con palmadas, instante que el varón manifestaba su deseo de bailar al grito de  ¡’Pido’! y extendiendo su mano a la mujer que elegía por compañera.

El organizador del peringundín solía proveer de vestidos, algunas veces elegantes, a las mujeres precariamente ataviadas y durante la reunión expendía bebidas alcohólicas y refrescos. De Rosario, estas reuniones de bailes tarifados se extendieron a muchas ciudades y pueblos del interior del país, concluyendo antes de fines del siglo por practicarse en lenocinios.

La repetición de escándalos generados en aquellos ambientes, llamó a la realidad en 1874 a las autoridades municipales. Por ordenanza del 31 de julio se prohibió realizar peringundines en la zona céntrica, permitiéndoselos fuera de las calles Entre Ríos y San Juan, límite también señalado por una ordenanza del anterior 14 de abril para el establecimiento de casa de tolerancia.

Una nueva ordenanza, sancionada el 30 de marzo de 1875, alejó el límite de retiro para los peringundines; se los prohibió dentro del área comprendida por el río Paraná y las calles 19 de Mayo, General López (actual Estanislao S. Zeballos) y Paraguay, en tanto que a los propietarios de lenocinios, por ordenanza del 16 de agosto de 1876 se les limitó la zona de exclusión a la encerrada por las calles Tucumán, 19 de Mayo, San Juan y Entre Ríos. Esta modificación en favor de los explotadores de prostíbulos, rentable actividad en todos los tiempos, permitió su desenvolvimiento más cerca del principal núcleo de población que el fijado para efectuar peringundines.

En la época se entendió ser estas actividades mucho más peligrosas para las buenas costumbres y moral, aunque no faltó la pública sospecha de mediar en la ordenanza, la intervención y soborno del grupo formado por dueños de lenocinios, casi todos extranjeros, de cuya influencia en el campo de la política criolla hasta el año 1932, han dado cuenta en tiempos recientes libros publicados por autores locales.

Promediando la penúltima década de la pasada centuria comenzó la decadencia de los peringundines Dos fueron las principales causas: ralear cada vez más la asistencia de fámulas por el decoro personal que les exigían sus patronas, y crecer la mala fama de vinculárselos con negocios al margen de las leyes. También contribuyó decididamente a su extinción el surgimiento de recreativas que, con bailes y teatrales realizados en arendadas a instituciones sociales de colectividades europeas, llevó por nuevos caminos a la juventud soltera de la clase trabajadora. En esas festivas concentraciones, mozos y chicas en edad de merecer encontraron la adecuada vía para llegar al matrimonio.

El peringundín creado en Rosario por exigencias naturales del hombre, fue una de las expresiones que caracterizaron a su comunidad de heterogéneas procedencias. Hoy recordamos su pasada existencia con estos apuntes para agregar a la historia urbana de nuestra ciudad.

W.C.M.

Investigación realizada por el historiador Wladimir Mikielievich, uno de los fundadores de la Junta de Historia de Rosario en 1962. Versa sobre el origen de los piringundines / peringundines y fue publicado en la Revista de Historia de Rosario N° 35, en 1983.

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César José Tamborini Duca, pampeano-bonaerense que también firma como "Cronopio", es odontólogo de profesión y amante de la lectura y escritura. Esta última circunstancia y su emigración a España hace veinte años, le impulsaron a crear Pampeando y Tangueando y plasmar en él su cariño a la Patria lejana.
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