Pampeando

Un gaucho embarazao

La lengua empleada no se refiere al tono burlesco que sugiere, sino a una costumbre gauchesca argentina totalmente justificada. La lengua gauchesca es una construcción literaria, basada en la variedad rural rioplatense, a partir de la cual autores cultos elaboraron un vocabulario inicial hasta la formación de una variedad lingüística estandarizada y plasmada en una síntesis de rasgos que venían siendo manifestados desde antaño en la región.

“Juido d’improviso por causas de algunas deudas acordadas con el pulpero don Rigoberto Petronio ‘e Gualeguaychú, zin un patacón n’el cinto, cruzé la jrontera d’ Entre Río pa’ meterme ‘e yeno n‘esta provincia ‘el Gueno’ Saire ‘e la república argentina.

Andaba en la mala don, y zin conchavo, pobre, viejo y zin plata. Anzí que loj vizios me d’entraban muy fázil y, como era conozido n’el pago, tuitos loj pulperoj me tiraban un pial p’al fiao hasta qu’encontrara algún trabajo, pero de tanto mostrador y baraja me abía puesto medio aragán, como gato‘e china. Y de tanta deuda zin pagar, me denuncearon a la polezía.

Loj melicos, por orden ‘el juez de Paz don Olivero Andrada, azía un tiempo que me andaban buscando de pulpería en pulpería zin poder ayar mis güesos (como a esta altura usté ze haberá dao cuenta, no paraba ni por casualidá n’el rancho). Esto ‘el seguimiento lo zabía porque ziempre algún gaucho comedido a uno le pone en conocimiento ‘e la direzión ‘e la partida. Pero, como dize el rejran: “A cada gallego le llega zu San Martín y hasta el Hoigin y el Bolivar también”; y a uno ze le va terminando la zuerte y un día cualquiera echa la taba ‘e culo.

N’una noche clara y alumbroza ‘e luna, canzao ‘e tanta injusticia, me d’iva pa’l pago ‘el Gualeguachú y n’el camino divizé p`al Norte un risplandor ‘e fuego que me yamó l’atencion. Picao por la curiozidá, pa’ mejor ver, me subí n’el poste ‘e talégrafo. Como abía un hilo ‘e cable que molestaba, zaqué el caronero y le pegué un tajo pa’ cortarlo. ¡Viera usté! n’el mismo momento que le pego el tajo, zale del cable la voz del comesario que dize: “¡Me lo traen d’enseguida a ese gaucho alzao e insolvente del Antenor Vega, que está yendo por el camino pa’l Gualeguachú. ¡‘Ta al costao ‘e las vías subido al palo ‘el telégrafo! ¡No puede ser que siempre se anda juyendo!”

¡Paaaa! ¡Pa’qué vieja loca! ¡Otra güelta la mala zuerte ze había echao a dormir conmigo! ¡Ahí nomá me bajé ‘el alambrao ‘e telejono, monté n’el tobiano y me largué pa’ estos pagos!”

¡ah, gaucho!

Tal el relato de aquel pobre criollo explicando su llegada a Junín. Yo lo había recibido en sus afueras y le había ofrecido algunos arreos donde el pobre cosechó algunos pesos. Esa noche no era de las mejores. Afuera llovía con la serenidad eterna de la nostalgia. Sentados en un rincón ‘el boliche, bajo la menesterosa luz del farol de noche, las sombras parecían despertar a las ánimas en las descascaradas paredes del salón. El habitual gato de boliche, dormía indiferente al pie del mostrador.

              —…

—¿?

—¿Pedimos otra vuelta?

—Por mí…

Antenor parecía buena persona, claro, medio mentiroso el pobre. A mí me deslumbraba su parquedad, todo lo hacía con la acostumbrada lentitud del gaucho. Sin apuro. Monocorde. Muchas veces, persuadido de la miserabilidad de su destino inexorable. Adoctrinado en esa forma de vida, nadie podría estar más a gusto que él.

El vino tinto de la damajuana, recién escanciado, destelló un rubí encendido de grana, contrastando con la sucia mesa de madera, testigo de tantos inútiles coloquios; quemada por mil brasas de cigarros circunstancialmente olvidados; testigo silenciosa de alegrías y penas; testimonio de barajas burlonas donde reinaba el placer de ganar o la ira del infecundo derroche.

Bebimos con lentitud, saboreando el tanino etílico y la ausencia de la vid.

— ¿Qué piensa hacer?

—…

— ¿Se quedará por Junín?

—Tengo gana, paizano. Acá no me perzigue naides.

— ¿Y de qué vivirá? —Por ahora, el rancho es prestado y sin apuro.

—Zierto…

Siguió un largo silencio donde el gaucho tuvo tiempo de encontrar sus pensamientos en el montón de trapos inermes de su cerebro atolondrado.

—Una vez vide un’aparición, zabe. Ze me priezentó el Gauchito Gil y me dijo que podía dedicarme a culandrear…

Casi descubro la risa y tuve que mirar al suelo ocultando la mueca.

— ¿Y se anima?

—Zi lo dijo él…

— ¿Quién?

—El gauchito…

—Ah… ¿Y dónde?

—N’el rancho, pué. Ya me dijo que era zin apuro…

Y así fue que, desde hace varios años, aquel gaucho perseguido y abandonado por la mano de Dios, echó anclas en Junín, siendo muy famoso por sus diagnósticos y sus sanaciones milagrosas. Desde muchas leguas en derredor venían todos los días a consultarle por diferentes casos que ocurrían sólo en las miserias humanas. Mal de ojo, pata de cabra, empacho, traiciones de chinas, culebrilla, parásitos, mala suerte, envidias, arregla-huesos, isocas de las siembras, “bicheras” de animales, empastes y muchas cosas más.

Antenor Vega hacía maravillas como curandero.

De vez en cuando nos solíamos ver en el boliche, tomábamos un par de copas y él me contaba de los casos más inverosímiles. A veces nos divertíamos, otras, sufríamos a la par de los pobres enfermos. Nunca más mencionó a Gualeguaychú, ni yo le pregunté nada al respecto.

Cierto día, apoyados en el mostrador, me di cuenta que al pobre algo le estaba pasando. Lo vi muy preocupado y pensativo. No pude aguantar la curiosidad y, dada la amistad que nos unía, le pregunté:

              — ¿Qué le anda pasando Antenor?

              —Ez que… haze un tiempo ze me priezentan azuntos peliagudos vea.

— ¿Y?

—…

—Hable sin miedo, Antenor.

_…

_¡Dele amigo, desembuche!

—Digamé la verdá… ¿los gauchos también z’embarazan?

Solté la carcajada ante aquella insólita demanda plena de ignorancia y candidez, sin reparar en que, con esta reacción, el gaucho podría ofenderse, pero no lo hizo, posiblemente en reconocimiento de nuestra amistad.

— ¡No, mi amigo! ¿De dónde sacó usted semejante barbaridad?

— ¡Mire que lo escucharon mis propia orejas y lo vide con mis propios ojos!

—Pero amigo, déjese de macanear…

— ¿Usté no me cree?

— ¡Y cómo le voy a creer semejante disparate!

— ¡Pero es cierto! Me ha llegao un paizano con ese inconveniente. Zi quiere y tiene tiempo ze lo rilato.

— ¿A ver…?

El interés era para dejarlo conforme al pobre gaucho y de paso, picado por la curiosidad de saber de aquella tamaña ridiculez, me urgía saber cuál era su causa.

—Mire, haze unoj días me vino a ver un paizano bastante inchao ‘e la panza y con mucho dolore ‘dominales. Dijo llamarse Leuterio Luna y padezer de diabeti lo que le azía dar mucha sed por la noches, pero lo principal de zu visita era otra cosa. Me dijo que azía como ocho días había güelto d’un arreo donde ze había conchabao co’nel tuerto Sofanor Rueda y que no podía d’ir de cuerpo. Le riceté un té de ruda y aceite recino, siguro qu’esa noche se d’iba a cagar hasta los tiradores, pero nada. Al otro día vino otra vez y me dijo que no le había echo efeto. T’once, le ricomendé una enema ‘e aceite ‘e aceituna con ziete ojas de ombú, Tampoco jué de cuerpo. Vino ‘e güelta y me dijo que sentía una molestia n’el aujero ‘el culo y que por favor se lo viera, ya que su china, la Rudecinda, l’izo asco a la coza. No tuve máj rimedio que azerlo agachar y mirárzelo.

 —Paizano, ¡usté ‘ta embarazao!, le dije.

— ¡No puede zer, Ño Antenor!

— ¡Y le digo más! ‘ta por tener cría en cualquier momento!

— ¡Nooo!

— ¡Zííí! -Le retruqué.

— ¿Y cómo se dio cuenta, Ño Antenor?

— ¡Porque el gurí yastá espiando con un ojo pa’ juera el culo!

— ¿Y cómo lo sabe?

—Porque lo veo al ojo, pué!

No pude más y largué la carcajada. El pobre Antenor se la aguantó a pie firme.

Estoy seguro que, en aquel momento, el gaucho metido a curandero, habría deseado estar en Entre Ríos a pesar de las persecuciones de la partida policial y del juez de Paz. Recordé que la semana anterior había encontrado a un arriero del tuerto Sofanor Rueda en la casa Ortopédica preguntando el precio de un ojo de vidrio.

–¡Mire, vea, digamé! – siguió el Antenor- ¡Cosa ‘e mandinga!, el paizano embarazao me contó que cuando andaba n’el arreo, una noche durmieron varios n’el mismo rancho! y  pa’ colmo de males, ante de dormir,  había dejao el ojo nuevo dentro d’un jarro con agua y, ¡bendito zean los cuizes!, al otro día no había ni ojo ni agua!

— Deziguro, ¡algún duende malino ze lo abia robao y pa’ joderlo, se tomó el agua! – Sentenció el pobre gaucho curandero…

NORBERTO PANNONE, poeta y escritor argentino

About author
César José Tamborini Duca, pampeano-bonaerense que también firma como "Cronopio", es odontólogo de profesión y amante de la lectura y escritura. Esta última circunstancia y su emigración a España hace veinte años, le impulsaron a crear Pampeando y Tangueando y plasmar en él su cariño a la Patria lejana.
Articles

2 Comments

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.