Como pudieron apreciar en mi artículo sobre “La Perichona” de “Mujeres Argentinas” https://pampeandoytangueando.com/mujeres-argentinas/ana-perichon/ uno de sus hijos, Adolfo O’Gorman, se había casado con Joaquina Ximénez Pinto, que descendía de una familia española establecida en el país en el siglo XVII.
Adolfo era un federal confeso y amigo de Rosas. Su apellido era muy conocido en Buenos Aires, pues un tío de su padre era el fundador de la primera Escuela de Medicina, antecedente de la actual Facultad: el médico Miguel O’Gorman. Por otra parte era hijo de Ana Perichón y del irlandés Thomas O’Gorman.
El matrimonio de Joaquina y Adolfo tuvo seis hijos: Carlos, Carmen, Enrique, Clara, Camila y Eduardo. En este caso resulta de nuestro interés Camila O’Gorman por ser la protagonista cuya historia es recreada por Héctor Ángel Benedetti en el vals “Canción del cuarenta y ocho” y pude recrear en la categoría “Mujeres Argentinas. https://pampeandoytangueando.com/mujeres-argentinas/camila-ogorman-i/ y en https://pampeandoytangueando.com/mujeres-argentinas/camila-ogorman-y-ii/
Héctor Benedetti nació el 10 de noviembre de 1969 en General San Martín (Provincia de Buenos Aires). Estudió bandoneón con el Profesor Arturo Ibals, y se perfeccionó en composición, armonía y contrapunto. Su inquietud literaria lo llevó a escribir varios libros; sus temas desarrollan fundamentalmente la historia y el análisis de los tangos, editándose entre otros su “Antología de Tangos” y “Las mejores letras de tango”.
Escribió la música del tango “Mariela” y de “Campana Mahuida” además de la música y letra del vals que transcribiré a continuación:
CANCIÓN DEL CUARENTA Y OCHO
(Vals, letra y música de Héctor Ángel Benedetti)
Subida a la reja, mi niña Camila
prendió a la ventana un radiante jazmín…
-¡Ya sabe, mi niña, que Madre vigila
que nadie se acerque a la tapia carmín!
Tras ella se encierra la abuela muy vieja
que amó con locura Santiago Liniers.
-¡no vaya, mi niña, no llegue a la reja;
no escuche la historia de aquella mujer…!
-¡No crezca más nunca, mi niña Camila;
que yo, su negrita del barrio del Sur,
guardaré el recuerdo de un patio olvidado
del fondo ‘e la casa en la calle Maypú.
Sea buena, mi niña, leamé esta escritura
que mandó mi pardo en la Banda Oriental.
Y fue en otro patio, de Manuela Ezcurra,
que conoció a un cura juntito al brocal…
¿A dónde se ha ido mi niña Camila
por seguir ese hombre, que está consagrao?
Con ansias brillaron sus negras pupilas
y quebró sus votos el fiel Ladislao…
Dejó Buenos Aires por ser bien querida;
y aunque para Rosas ella desertó,
fue Dios quien bendijo al poner en su vida
los cuentos que un día su abuela contó.
¡Ayer fusilaron mi niña Camila…!
Dicen que por orden del Restaurador…
Sangraba a su lado la boca tranquila
que una noche dulce confiara su amor.
¡Y yo, su negrita, me quedé tan sola…!
Prenderé dos velas en la Catedral…
¿Quién podrá leerme las cartas ahora
de mi pobre pardo en la Banda Oriental?
Explicación histórica de la canción
Estamos en el ’48 del siglo XIX, el apogeo de la época de Rosas cuando las pasiones desatadas estaban a punto de anudarse en reconciliación puesto que comenzaba el retorno de muchos auto exiliados que comprobaban (o aceptaban ahora) las virtudes patrióticas del General Rosas. La sociedad no había cambiado mucho en esos 38 años con respecto al régimen colonial anterior a 1810; había sido abolida la esclavitud, pero seguían existiendo los liberados hijos de esclavos que generalmente eran serviciales ayudantes en núcleos familiares que los trataban con afecto hasta considerarlos parte de la familia.
Ese es el ambiente social de la negra que, en la “Canción del cuarenta y ocho” advierte a Camila no se acerque a la verja habitada por quien era su abuela, conocida como “La Perichona” en la época colonial cuando era amante del virrey Liniers. Prohibición impuesta por la madre de Camila para que ésta no escuche las historias que relatan de su abuela.
La negra pide a su amita que le transmita el contenido de la carta que le envía su novio pardo desde la Banda Oriental (Uruguay), donde estaría reclutado por los adversarios de Rosas. Hablando para sí expresa que Camila conoció al cura Ladislao Gutiérrez en el patio de doña Manuela Ezcurra, mencionando la fuga de ambos. Y que aunque para el Gobierno representó una deserción, habría sido Dios quien bendijo fuera querida por el cura con el que huyó, comparando en cierto modo con los amores que tuvo Ana Perichón con el Conde de Buenos Aires.
Finalmente se lamenta “su negrita” porque fusilaron a “su niña” (hecho acaecido el 18 de agosto de 1848) y queda muy sola sin su compañía; promete dos velas que prenderá en la Catedral, redoblando su lamento pues ahora no sabe quién podrá leerle las cartas que le enviará su pardo.
César José Tamborini Duca