Anécdotas de tiempos viejos

Anecdotario borgiano

El anarquismo y Borges

Hubo una época en que promisorias figuras del quehacer artístico, literario y científico, preconizaban el anarquismo como la solución para terminar con las desigualdades de la sociedad. Son paradigmáticos los casos de Macedonio Fernández (médico que inclusive fundó una pequeña “colonia anarquista” en Paraguay, fracasada) y de su amigo Jorge Guillermo Borges. Por estas influencias el hijo de éste último, Jorge Luis, a temprana edad abraza esta filosofía; que en realidad no lo abandonó nunca, siempre se consideró ácrata teniendo en escasa consideración al Estado e inclusive a la democracia, de la que alegaba era un abuso de la estadística, sin ningún valor.

Cuando yo era joven, [decía Borges] empecé siendo comunista, en el año 1918. Claro, la ausencia de fronteras, la hermandad entre todos los hombres. Yo admiraba la revolución rusa, y escribí una serie de poemas, donde elogiaba la revolución, la hermandad del hombre, el pacifismo. Yo fui comunista. Ahora no, porque ahora ser comunista, es ser imperialista».

Esa tendencia hace que en 1919, en el viaje que la familia hizo a Europa, el joven Borges (h.) trabaje en Mallorca en 2 libros que nunca serán publicados: “Los naipes del tahúr” y “Los ritmos rojos”; éste último de poemas expresionistas en que exalta la Revolución Rusa. Pero merece leerse este discurso del escritor:

Borges en el paraninfo de la Universidad de Barcelona (1980)

Borges vino a España para recibir el premio Cervantes junto a Gerardo Diego. Posteriormente se trasladó a Barcelona donde dio una Conferencia, y entre otras cosas dijo:

       “Yo descreo de la política –dijo- no de la ética. Nunca la política intervino en mi obra literaria, aunque no dudo que este tipo de creencias puedan engrandecer una obra. Vean, si no, a Whitman, que creyó en la democracia y así pudo escribir Leaves of Grass, o a Neruda, a quien el comunismo convirtió en un gran poeta épico… Yo nunca he pertenecido a ningún partido, ni soy el representante de ningún gobierno… Yo creo en el Individuo, descreo del Estado. Quizás yo no sea más que un pacífico y silencioso anarquista que sueña con la desaparición de los gobiernos… La idea de un máximo de Individuo y de un mínimo de Estado es lo que desearía hoy…”

        Para finalizar dijo “Descreo de las fronteras y de los países, ese mito tan peligroso –concluyó-. Sé que existen, y espero que desaparezcan, las angustiosas diferencias en el reparto de la riqueza. Y espero que alguna vez haya un mundo sin fronteras y sin injusticias”.

Una ovación estalló tras estas palabras.

Más tarde precisaría en Cambio 16: “El Individuo existe; el Estado es una ficción”.

UNA ACOTACIÓN AL MARGEN:

Dice Borges hablando desde Buenos Aires aproximadamente en 1975, con su “alter ego” que se encuentra en Ginebra por la 2ª década del siglo XX:   -“Le pregunté qué estaba escribiendo y me dijo que preparaba un libro de versos que se titularía Los himnos rojos. También había pensado en Los ritmos rojos. -¿Por qué no? –le dije- Podés alegar buenos antecedentes. El verso azul de Rubén Darío y la canción gris de Verlaine. Sin hacerme caso me aclaró que su libro cantaría la fraternidad de todos los hombres. El poeta de nuestro tiempo no puede dar la espalda a su época (…)” (De “El libro de arena”, cuento “El otro”, Jorge Luis Borges, Plaza & Janes Editores, Barcelona, 1977).

Podemos apreciar la omnipresente ironía de Borges en el color de los títulos que menciona. También su compromiso, no político sino social, que también se hace presente en otro cuento del mismo libro titulado “El Congreso” (Ib. Pág. 22 y sig.). Personalmente al leerlo pensé que probablemente Borges había leído el libro “Buenos Aires en 1950 bajo el régimen socialista”, de Julio O. Diettrich.

César J. Tamborini Duca

——————————-

ANECDOTARIO BORGIANO (por Leonardo Castagnino)                          


En las páginas de ‘El otro Borges’, Mario Paoletti recoge pequeñas historias sobre el autor argentino narradas por amigos, conocidos casuales, colegas, ex novias y periodistas. Desde el Borges jocoso y malévolo hasta el tímido y procaz. Y el que cosechó enorme reconocimiento por su obra y fracasos con las mujeres. Todos esos rasgos del escritor argentino se reúnen en los centenares de anécdotas recopiladas en ‘El otro Borges’ (Emecé, 2010).


Ningún escritor de lengua española protagonizó tantas anécdotas, apunta su autor Mario Paoletti, quien suma un original aporte a la bibliografía sobre Jorge Luis Borges. En el «anecdotario completo» publicado en noviembre «aparece sobre todo el Borges de entrecasa, el más cotidiano, el que conocieron sus amigos más íntimos», explica el autor en un artículo de la agencia DPA.


En la primera anécdota, un lector español se indigna porque Borges admite que nunca vio al famoso Aleph del cuento homónimo. «Y me despreció inmediatamente; se dio cuenta de que yo era un embustero, un mero literato», relata el escritor. «Retrata a Borges de cuerpo entero, porque une su socarronería con cierto complejo de impostor que lo acompañó toda la vida», indica Paoletti.


El cuentista, poeta y ensayista (1899-1986) no puede evitar reflexionar acerca de su gran pasión, la literatura. «Una novela en la que el autor dedica tres páginas, por ejemplo, para describir lo que hay en una mesa, es un error», analizaba Borges.


En una de las 333 anécdotas -citadas por amigos y conocidos casuales, colegas, ex novias y periodistas-, Borges señala con picardía que «la utilidad de los movimientos literarios es que nos libran de muchos escritores (…) Hay demasiados escritores y debemos suprimir el mayor número posible».


Desde las páginas de ‘El otro Borges’, destacados autores latinoamericanos se refieren al escritor que quedó ciego por una enfermedad congénita. Entre ellos, el mexicano Carlos Fuentes, los Premios Nobel de Literatura chileno Pablo Neruda y mexicano Octavio Paz, así como el gran amigo de Borges, Adolfo Bioy Casares; y otro gigante de las letras argentinas, Julio Cortázar.


Neruda considera que Borges «no entiende nada de lo que está ocurriendo en el mundo moderno, y creo que yo tampoco. Por tanto, estamos de acuerdo». A su turno, Paz opina que «siempre, en sus aciertos y en sus errores, fue coherente consigo mismo, y honrado. Nunca mintió ni justificó el mal a sabiendas, como lo han hecho muchos de sus amigos y detractores».


En tanto, Fuentes revela que desde que compró por primera vez un libro del autor de ‘El Aleph’, su vida cambió. «Borges me devolvió todos mis sueños en español con tal intensidad que decidí (…) que sería escritor en lengua española».


Bioy, compañero de Borges en innumerables aventuras literarias, dictamina: «Toda colaboración con él equivalía a años de trabajo». El autor de ‘La invención de Morel’, importante fuente de las anécdotas, también señala que de alguna manera la vida de su amigo íntimo «había sido una larga conversación».


Por su parte, Cortázar destaca que Borges le enseñó a eliminar «todos los floripondios, todas las repeticiones, los puntos suspensivos, los signos de exclamación inútiles, y eso que todavía existe en mucha mala literatura y que consiste en decir en una página lo que tan bien se puede decir en una línea».


La viuda de Borges, María Kodama reseña un reencuentro entre ambos en el madrileño Museo del Prado. Pese a que el autor de ‘Ficciones’ había realizado declaraciones no muy amables sobre la posición política de Cortázar, éste le recordó entonces su generosidad cuando le llevó su primer cuento y Borges rio y replicó: «No me equivoqué, fui profético».


La idea del libro nació justamente durante una comida en un congreso de escritores en Murcia, cuando se comenzaron a contar anécdotas de Borges. «Resultó que todos conocíamos dos o tres. Entonces Mario Vargas Llosa dijo que alguien debería sistematizar las anécdotas de Borges en un libro», rememora Paoletti, quien ha publicado novela, relato, poesía y ensayo.


Con su mujer Pilar Bravo reunió el material durante diez años de investigación, de la que también surgió una biografía titulada ‘Las novias de Borges’, que aparecerá este mismo año. Paoletti publicó previamente junto con Bravo ‘Borges verbal’ (1999), un diccionario de definiciones tomadas de las múltiples entrevistas que el escritor concedió durante sus últimos años.


Su más reciente libro también permite una interesante constatación, sostiene el escritor porteño desde Toledo, donde dirige el Centro de Estudios Internacionales de la Fundación Ortega y Gasset-Marañón. «El humor de este hombre, al que muchos cuestionaron su argentinidad por diversas razones, es de una indisputable estirpe argentina», asevera Paoletti.


«Borges practicaba permanentemente lo que se ha dado en llamar entre los porteños la ‘cachada’, que es una forma de burla ingeniosa e irritante, por la cual los habitantes de Buenos Aires son conocidos en todo el mundo hispanohablante», agrega. Por ejemplo, al preguntársele como se llevaba con su cuñado Guillermo de Torre, Borges responde: «Muy bien. Yo no lo veo y él no me oye».


El ganador del Premio Cervantes en 1979 también refiere que una vez que lo fueron a visitar a su casa unas estudiantes, les explicó que Borges había salido y que él era Manuel Mujica Lainez. «Les dije eso porque estaba contento, en un impulso por decir disparates».

Asimismo, el escritor que sufrió diversos amores no correspondidos admite que siempre se ha enamorado de «mujeres un poco tontas», porque «la inteligencia es siempre comprensible, pero en la estupidez hay un misterio que resulta atrayente».
Borges, que sabía que sus declaraciones solían causar irritación, también considera necesario relativizar sus dichos: «Me he burlado de muchas cosas y siempre sin maldad. Lo que pasa es que la gente me toma demasiado en serio».

Buscando en Internet puede leerse algunas anécdotas protagonizadas por Jorge Luis Borges, y aqui van algunas:


Contaba su gran amiga Silvina Ocampo que una tarde, en casa de Victoria Ocampo, ella y Nora Langhe, disfrazadas las dos, sorprendieron a Borges (Georgie) paseando por los jardines, y lo asustaron. Borges se molestó, refunfuñó algo en voz baja, y siguió caminando solo hasta que se chocó con un árbol, y allí, palpando la corteza con sus manos, le dijo con la cara contra el tronco:


– ¿Vos también te disfrazaste?

Marco Denevi contaba: “Un amigo mío conducía del brazo por la calle a un Borges ya ciego, y le lee lo que dice un afiche con consignas nacionalistas: “Dios, familia y propiedad”. Borges murmura: “Caramba, que tres incomodidades”.

“Cierta vez me preguntaron a mí qué cuadro prefería, y yo pensé que se referían a telas o a óleos, y les expliqué que como no veía bien, la pintura no me interesaba demasiado. Pero parece que no: se referían al cuadro de fútbol. Entonces yo les dije que no sabía absolutamente nada de fútbol, y ellos me dijeron que ya que estábamos en ese barrio de Boedo y San Juan, yo tenía que decir que era de San Lorenzo de Almagro. Yo aprendí de memoria esa contestación, siempre decía que era de San Lorenzo, para no ofender a mis compañeros. Pero pronto noté que San Lorenzo de Almagro, casi nunca ganaba. Entonces yo hablé con ellos, y me dijeron que no, que el hecho de ganar o perder era secundario –en lo que tenían razón.-, pero que San Lorenzo era el cuadro más científico de todos. Eso me dijeron, sí… Se ve que no sabían ganar, pero lo hacían metódicamente”.

Su buen amigo de juventud -cofundador con él del “ultraísmo argentino”-, Guillermo de Torre, se convirtió en su cuñado. Luego, el tiempo los fue distanciando, y la relación entre los dos se enfrió cada vez más. Después, de Torre quedó sordo. Desde entonces, cuando le preguntaban a Borges cómo se llevaba con su cuñado, él enseguida respondía: “Muy bien: yo no lo veo y él no me oye”.

Borges firma ejemplares en una librería del Centro. Un joven se acerca con un ejemplar de Ficciones, y le dice: “Maestro, usted es inmortal”. Borges le contesta: “Vamos, hombre. No hay por qué ser tan pesimista”.

Roma, 1981. Conferencia de prensa en un hotel de la Via Veneto. Además de periodistas, están presentes Bernardo Bertolucci y Franco María Ricci.. Llega la última pregunta a Borges:
-¿A qué atribuye que todavía no le hayan otorgado el Premio Nobel de Literatura? -A la sabiduría sueca.

En una entrevista, en Roma, un periodista trataba de poner en aprietos a Borges. Y probó con algo que le pareció provocativo: -¿En su país todavía hay caníbales?
-Ya no –contestó Borges-, nos los comimos a todos.

Contaba Héctor Yanover que durante una reunión de la SADE sobre la situación de la literatura argentina, Córdoba Iturburu, que la presidía, preguntó a los gritos:

-¿Y qué vamos a hacer por nuestros jóvenes poetas?

Desde el fondo Borges gritó: -¡Disuadirlos!

En la pausa de un acto cultural, el novelista Oscar Hermes Villordo acompañó a Borges al baño, en un 1er. piso al que se llegaba por una empinada escalera de madera. Cuando volvían, Villordo notó que Borges descendía los escalones demasiado rápido y, temiendo lo peor, le preguntó:  -¿No deberíamos ir más despacio?

-Pero no soy yo –aclaró Borges-, es Newton.

Borges dialoga con Antonio Carrizo, en un bar. Por la radio del local se anuncia un tango con letra de León Benarós, amigo de Borges. Carrizo propone escucharlo y el escritor acepta. Cuando el tango termina, Carrizo le pregunta qué le pareció. Borges mueve la cabeza y dice: -Esto le pasa a Benarós por juntarse con peronistas.


El poeta Eduardo González Lanuza, otro introductor del ultraísmo en la Argentina y gran amigo de Borges, descubre a éste en Florida y Corrientes, apoyado en su bastón, esperando para cruzar. Lo toca y le dice: -Borges, soy González Lanuza.

Borges vuelve la cabeza y, después de unos segundos, contesta:

-Es probable.

En Maipú y Tucumán, un grupo de adictos a Isabel Perón descubre a Borges y lo sigue unos metros, insultándolo. Al ingresar a su casa, un periodista le pregunta cómo se siente.

-Medio desorientado. Se me acercó una mujer vociferando: ¡Inculto! ¡Ignorante!

Un joven poeta se acerca a Borges en la calle. Deja en manos del escritor su primer libro. Borges agradece y le pregunta cuál es el título. -Con la patria adentro- responde el joven.
-Pero qué incomodidad, amigo, qué incomodidad.

El escritor argentino Héctor Bianciotti recordaba que en París, en un estudio de televisión, le preguntaron a Borges. -¿Usted se da cuenta de que es uno de los grandes escritores del siglo? -Es que éste ha sido un siglo muy mediocre- respondió Borges.

Una mañana de octubre de 1967, Borges está al frente de su clase de Literatura Inglesa. Un estudiante entra y lo interrumpe para anunciar la muerte de Ernesto Che Guevara y la inmediata suspensión de las clases para rendirle un homenaje. Borges contesta que el homenaje seguramente puede esperar. El estudiante insiste:

-Tiene que ser ahora y usted se va.

Borges grita: -No me voy nada. Y si usted es tan guapo, venga a sacarme del escritorio.
El estudiante amenaza con cortar la luz. Borges le responde: -He tomado la precaución de ser ciego esperando este momento.

Una revista de actualidad reúne a Borges con el director técnico César Luis Menotti.
-Qué raro, ¿no? Un hombre inteligente y se empeña en hablar de fútbol todo el tiempo, comenta Borges más tarde.

El 10 de marzo de 1978, en la Feria del Libro, Borges se cruza con Manuel Mujica Lainez. Se abrazan e inician una conversación que es interrumpida una y otra vez por los cazadores compulsivos de firmas. Borges se queja:

-A veces pienso que cuando me muera, mis libros más cotizados serán aquellos que no lleven mi autógrafo.

Estando Borges en la Feria se le acerco el entonces Presidente, junto a algunos acompañantes, y extendiéndole la mano a Borges, que permanecía sentado, se presentó: – Mucho gusto. Yo soy Jorge Rafael Videla

Y Borges, escudado en su ceguera, le preguntó con ironía: – ¿De cual de los Videla?

El actor Mario Sapag lo imitaba a Borges en televisión, con una muy bien lograda caracterización de Borges. El programa fue censurado con el argumento de que era una ofensa a Borges, que era un patrimonio cultural de la Nación. Un periodista, que entrevistó a Borges, le pregunto su opinión sobre el episodio de censura. Entonces Borges le contestó:

-E n realidad para mí es un halago que me imiten, pero el señor Sapag se ha quedado sin trabajo por mi culpa, aunque hay que considerar también, que si el censor no censura algo, también se queda sin trabajo.

En 1975, a los 99 años, muere Leonor Acevedo de Borges, madre del escritor. En el velatorio, una mujer da el pésame a Borges y comenta: -Pobre Leonorcita, morirse tan poquito antes de cumplir los 100 años. Si hubiera esperado un poquito más….
Borges le dice: -Veo, señora, que es usted devota del sistema decimal.

En una oportunidad, alguien le preguntó si era pariente del coronel Borges.
– Antes yo era pariente del coronel Borges – contestó- Ahora el coronel Borges es pariente mío.

En otra oportunidad, alguien le preguntó cómo se llevaba con su ex mujer, y Borges contestó: – En realidad no podemos ni vernos, y el hecho de ser ciego me ayuda bastante.

En una reunión social, alguien se acercó a Borges, y presentándose le dijo al escritor:             – Yo escribí un libro. – Que casualidad –comentó Borges- … yo también.

En una oportunidad que preguntaron a Borges que pensaba de Lole Reuteman:
– No lo conozco . Y perdone mi ignorancia -dijo Borges- He leído pocos autores alemanes.

En 1983 Borges fue invitado a visitar la escuela normal Mariano Acosta, que cumplía 109 años. Los alumnos le preguntaron sobre su obra durante una hora y media y, cuando se fue, formaron una doble fila de más de 100 metros. Borges caminaba por el medio y los alumnos lo vivaban y lo aplaudían con entusiasmo. Antes de que se fuera, le leyeron una décima de un payador supuestamente desconocido, aunque todos sabían que el payador era Elías Cárpena. La décima decía:

«De inspiración celestial / los buenos versos que forjes / glorien a Jorge Luis Borges, / un escritor de verdad, / que hoy en la escuela normal su presencia requerida / le va dando feliz vida / literaria al alumnado, / que en gozo manifestado, / celebra su bienvenida.»

Cuando acabó la décima, Borges palmeó el hombro al payador y le dijo. – Discúlpeme, Carpena, que me hayan traído en auto / yo, la verdad, quería venir montado / en un overo rosao…

Un peronista quería vengarse por los dichos tan ácidos de Borges y lo siguió hasta una avenida ancha pensando que cuando lo estuviera ayudando a cruzar la calle, lo soltaría en la mitad del trayecto. Cuando estaba en el medio, le dijo: – Maestro, ¿sabe? Yo soy peronista…

Borges le contestó: – No se preocupe joven, yo también soy ciego.

Relata Amalia Ugo de Ruiz Díaz: Sin pretensión de escritora, ni profesional ni habitual y al correr de los recuerdos, quisiera contarles anécdotas que aún no han sido apuntadas.

Hombre inteligentísimo, irónico, fino, perspicaz y talentoso, Jorge Luis Borges siempre dio, da y dará qué hablar. Conozco varias anécdotas de su vida por Ruiz Díaz pero en dos oportunidades estuve presente. No sé si las contaré en riguroso orden cronológico, debido a las chanzas de Borges, ya que después, algunas aparecieron en «De jardines ajenos» de Bioy Casares.

Amalia Ugo de Ruiz Díaz relata que en 1956 Borges fue designado Doctor Honoris Causa de la Universidad Nacional de Cuyo. Fue su primer doctorado. Llegó a Mendoza en tren, en compañía de su madre, Leonor Acevedo. Esa mañana lo esperábamos, junto a varios escritores locales, en la estación San Martín.

De allí fuimos al Instituto de Lenguas y Literaturas Modernas -así se llamaba entonces- en calle 9 de Julio. Dos alumnas -Magda Castelvi y Marta Gómez- buscaban algo en el fichero y al volverse, vieron a Borges. -¡Profesor Borges! -exclamaron efusivas y emocionadas.

Al atardecer, realizaron el acto académico en el Decanato de la Facultad de Filosofía y Letras. Tras la parte protocolar, Borges agradeció:

-¡Qué bueno! -dijo, acariciando el tubo que contenía el diploma-. ¿Así vienen los diplomas? ¡Cómo se van a divertir mis sobrinos! ¡Muchas gracias! Hoy por la mañana, unos colegas que fueron a recibirme a la estación, me dijeron ¡Maestro! Y yo no soy maestro. Después, en el Instituto de Ruiz Díaz, unas alumnas me dijeron ¡Profesor! Y yo no soy profesor. Y ahora me dan una mención universitaria. ¡Qué carrera rápida que he hecho! Voy a decirle a mis amigos que no pierdan el tiempo en Buenos Aires y que se vengan sin tardanza a Mendoza.

Estudiantes pobres. Por los años ’60 -entonces las universidades eran prósperas- fuimos a Buenos Aires con el profesor Adolfo Ruiz Díaz y con su adjunto, profesor Dennis Cardozo. Éramos unos siete u ocho que íbamos para ver una muestra de pintura nacional, conocer el Museo Nacional de Bellas Artes, recorrer librerías y visitar los monumentos escultóricos importantes. Era obligatoria una visita a la Biblioteca Nacional y conocer a Borges, su director. ¡Qué placer fue conocerlo! Sereno, reconcentrado, palpando a su paso el lomo de los libros. Después, ya sentado, nos dijo que no había placer más noble que leer. ¡Lean, muchachos!, lean, lean siempre y mucho. Lean por placer. Los profesores de literatura tienen la mala costumbre de analizar tanto un poema, una prosa, una obra de teatro, que la pierden de vista. ¡La destrozan, diría yo! ¡No hagan eso cuando enseñen! Inciten, propaguen, disfruten. La entrevista había terminado. Teníamos entradas (regaladas) para ir al Colón a ver «Carmina Burana», con orquesta, ballet, coro y solistas de ese teatro, dirigidos por el maestro Emilio Martini.

-¡Antonio! -dijo Borges-, ¿qué pueden tomar estos muchachos para ir al Colón?. Que los deje cerca, ¿eh?, colectivo, ¡por supuesto! Son estudiantes. Son pobres.

A propósito de Antonio, recuerdo otra ocasión, también en la Biblioteca, con otra gente. Sonó el teléfono. Atendió, se asomó a la puerta y dijo: «¡Antonio!, ¡teléfono!»

Cuando terminó de atender, su madre le dijo disgustada: «Georgie: ¿cómo llamás al portero cuando estás con gente? ¡Caramba! –Madre: era la novia -dijo Borges.

Aquella noche, después de la espléndida versión de «Carmina Burana», con los ecos y los consejos en la voz de Borges, fuimos a sentarnos -no sé por qué- a la plaza Constitución, casi mudos y felices. Al año siguiente, una nueva promoción de compañeros emprendió la misma hazaña. Esta vez lo encontraron caminando por Florida. Fueron a un bar y conversaron de cosas diversas. Una alumna, emocionada, le dijo: -Estoy leyendo un libro de poemas suyos.

-¿Sí?, ¿cuál?

-A ver (estaba muy nerviosa), no me acuerdo.

-¡Ah!, ¿se acuerda del poema?

-¡Ay!, tampoco.

-Pero entonces escribí el libro ideal: ¡la página en blanco!

A pesar de los nervios y el sofocón de la alumna, todos recordaban que Borges no había sido agresivo sino que se divirtió con sus sarcasmos y hasta fue tierno en las respuestas.

Zapatos literarios. Durante un viaje de Ruiz Díaz a Buenos Aires, encontró a Borges caminando por Florida y conversaron un rato:

B: -¡Qué suerte que lo encuentro! ¿Qué piensa hacer ahora?
R.D.:- Voy a comprarme zapatos en «Los Angelitos».
B: -Lo acompaño. Es triste ir solo a comprar zapatos. ¡A mí me da miedo!

Ya en el negocio, Ruiz Díaz comenzó a probarse zapatos.

B: -Camine, camine; que no le duelan. ¡Es horrible sentirse ajustado!
Mientras el vendedor busca y muestra varios modelos, ellos hacen comentarios sobre «La Iliada». El vendedor, caja de zapatos en mano, escucha con extrañeza.

B: -¿Se acuerda de aquella traducción en latín?
R.D.: -Siempre recuerdo la traducción francesa de…

El diálogo erudito dura unos minutos y el vendedor, oficioso, comenta:

«Parece que a los señores les gusta la literatura.

B: No; solamente cuando compramos zapatos.

El inventor de Borges
En setiembre de 1984 hubo un congreso de literatura en San Juan. Ruiz Díaz y yo fuimos invitados. Al bajar del escenario del Teatro Sarmiento, nos acercamos y cuando Ruiz Díaz le dio la mano, Borges giró la cabeza a izquierda y derecha y dijo:
«¡Aquí está el hombre que me inventó!». (Se refería, como algunos saben, al libro que Ruiz Díaz escribió sobre su obra en 1955).

La primera jornada fue larga. Teatro Sarmiento. Nueve de la mañana. Luego, almuerzo en una bodega alejada de la ciudad. Larga espera para el almuerzo. A las seis, acto en el bellísimo Auditorium. A continuación, una exposición de pintura. Por último, regreso al hotel. Borges, invitado de honor, había participado de todo y recibido el Doctor Honoris Causa de manos de Alfonsín. Había llegado a las ocho de la mañana y el almuerzo fue lindísimo pero la larga espera se debió a las decenas de preguntas sobre los más variados temas. Las respuestas, por supuesto, siempre lúcidas, muy pensadas y con aire divertido.

En el hotel comimos junto a Borges. ¡Qué noche! El maestro y Ruiz Díaz se pusieron a imaginar una antología de los diez poemas más importantes de toda la literatura. Que Homero, qué Góngora, que Darío, que Lope. Un tiroteo de versos cruzaba la mesa: en griego, en latín, en inglés, en francés. Manuela Mur, que se había acercado, dijo:
«¡Qué monstruos! ¡No tener un grabador!».

Borges, que iba a comer liviano y a acostarse temprano porque «mañana madrugo de nuevo», comió liviano pero se quedó hasta la una de la mañana. Lo acompañé a su cuarto. Había elegido la parte más pequeña de la suite, que conoció durante unos minutos.

Al llegar, revisó nuevamente los elementos con sus manos. Colgó el bastón en el cajón de la mesa de luz, entreabierto y dijo: «Para el lado de la pared, para no tropezarme».

Puso a la mano su ropa de dormir y me preguntó: «¿Estará mal que no me bañe?»

Le respondí que si yo tuviera que levantarme a las seis, me iría a dormir sin bañarme. Entonces, muy divertido, me dijo: «Gracias; usted lava mi conciencia».

Le di un beso y me despedí, sabiendo que difícilmente pudiera acompañarlo otra vez. Murió el 14 de junio de 1986 y Ruíz Díaz el 6 de junio de 1988.

A principios de la década de los setenta, el escritor y psicoanalista Germán García invita a la Argentina a Daniel Sibony, matemático y psicoanalista francés. Sibony quiere conocer a Borges. Al encontrarse, el francés le pregunta en qué idioma desea hablar.

«Hablemos en francés», propone Borges, y justifica: «Dicen que la lengua francesa es tan perfecta que no necesita escritores. A la inversa, dicen que el castellano es una lengua que se desespera de su propia debilidad y necesita producir cada tanto un Góngora, un Quevedo, un Cervantes».

En ese tipo de situaciones, la respuesta a la que apelaba Borges tenía el objetivo de desactivar aprestos polémicos por los que nunca tuvo el menor apasionamiento. Provocaba hilaridad hasta en el confrontador.

Pero el anecdotario borgeano -el más rico y variado de cuantas personalidades uno recuerde-está también hecho de observaciones, ocurrencias y comentarios de singular agudeza. En ese temperamento, el escritor no rehuía incluso el tener que vérselas con
 temas difíciles: en plena Guerra de las Malvinas, opinó que «la Argentina e Inglaterra parecen dos pelados peleándose por un peine» y que «las islas habría que regalárselas a Bolivia para que tenga salida al mar».

Aquí va una porción de anécdotas con el sello de Borges, que han trascendido como si fueran parte inseparable de su «otro» perfil:

Jorge Luis Borges fue, según María Kodama, un profesor de literatura «excelente» que no aplazaba nunca a sus alumnos. «Le interesaba que leyeran la obra, la entendieran y le contaran sus opiniones. No le importaba que repitieran cuándo había nacido o fallecido el autor, si había viajado o no y tantos otros datos», contó ayer Kodama a un grupo de chicos de la Escuela N° 26 Adolfo van Gelderen, en Palermo. «¡Qué maestro!», exclamó uno de los chicos cuando Kodama contó que a Borges le gustaba la música de los Rolling Stones, los Beatles y Pink Floyd. (Clarín) 2006.

Fuentes:

Link recomendado: http://edant.clarin.com/diario/2006/08/24/conexiones/home.swf

– Castagnino Leonardo. www.lagazeta.com.ar  –  Copyright © La Gazeta Federal

About author
César José Tamborini Duca, pampeano-bonaerense que también firma como "Cronopio", es odontólogo de profesión y amante de la lectura y escritura. Esta última circunstancia y su emigración a España hace veinte años, le impulsaron a crear Pampeando y Tangueando y plasmar en él su cariño a la Patria lejana.
Articles

2 Comments

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.