En su pequeño libro el Dr. Américo Castro nos explica lo reciente del término “español”, que no existía en la península hasta el advenimiento de los Reyes Católicos en el s. XV que al unir los Reinos de Castilla y Aragón y su lucha contra los musulmanes bajo el sustantivo de “los cristianos”, lograron unificar los distintos reinos dispersos en una península que llevaba el nombre latino “hispánica”.
“…sin un poder fuerte, central y único que los aunara a todos (astures, gallegos, leoneses, vascones), adquirieran conciencia de estar formando un conjunto, con suficiente fuerza para atacar y hacer retroceder paulatinamente al enemigo”. (pág. 31)
…”¿Qué otra denominación, aunadora y abarcante, podía darles a aquellas gentes, en 880, el cronista de Alfonso III sino la de ‘cristianos’?” (pág. 33)
Decía el Dr. Castro que “La institución regia en Castilla y Aragón no se ajustaba al sentido del vocablo latino rex, relacionado con regere ‘poner derecho lo que está torcido’, con recto, tanto en sentido lineal como en el moral de rectitud. Rey, en sentido latino, sería el gobernante justo; en sentido islámico, el que manda sobre los creyentes y sobre las tierras conquistadas. En éste último caso, al desaparecer quien manda, los antes mandados se desmandan, palabra muy significativa y sin equivalente literal en otras lenguas europeas. El rey era vértice de una pirámide sin base, frase absurda desde luego, aunque no tengo modo mejor de expresar lo que pienso. No eran las cimas las que flotaban entre nubes, sino los valles y los llanos por bajo de aquéllas. Con lo cual todo el imperio hispano, desde Chile y Buenos Aires a Méjico y Venezuela, se encontró sin base sobre la cual construirse un sistema de gobierno, fundado en realidades no míticas, sino secularmente funcionales. En vez de coligarse, se desmandaron y se desbandaron.” […]
“Claro es que un pueblo no es como un niño que puede ser llevado a una clínica no obstante sus lloros y rabietas. Lo sé perfectamente, y a pesar de todo, continuaré diciendo mientras tenga pluma y mano, que a los españoles y a los hispanoamericanos les convendrían mucho largas sesiones de reposada y serena meditación. Ante todo enterarse de quiénes han sido y de que por qué les acontece lo que les acontece.” […] “¿cómo no avergonzarnos de confundir el auténtico brío español con el imbécil y facilísimo cainismo?” […]
“Para terminar con una nota agrio-divertida, recordaré lo acontecido hace dos o tres años a quien escribe, con un admirativo corresponsal peruano. Me pedía aquel señor datos sobre mi vida, fotografías, mi propia pluma y, finalmente, un mensaje autógrafo para la juventud peruana. Le envié una página sobre el tema, para mí obsesivo, de la desunión hispanoamericana, ejemplo de hispanitis, más bien que de hispanidad. Lo más urgente, escribí para aquellos jóvenes, sería que se dieran cabal cuenta del grave error cometido por quienes destruyeron la unidad virreinal e incaica. Gran hazaña sería federar al Perú con Ecuador y Bolivia en una sola nación. La reacción de mi antes entusiasta admirador fue decirme que yo era una persona agria, de mal carácter y muy mal educada. A lo mejor tiene razón, su razón; pero creo que estoy en lo cierto.
Un amigo mío, también con escaso predicamento tanto entre tirios como entre troyanos, ha escrito hace algún tiempo recordando a Pierre Bayle: “La perfection d’une histoire est d’être désagréable à toutes les sectes” (La perfección de una historia es desagradable para todas las sectas).
(“Español, palabra extranjera: razones y motivos”. De Américo Castro, Taurus Ediciones S.A., 1970, Madrid, páginas 31, 33, 105 a 108)
Tal vez no sea necesario dar mi opinión y con seguridad la misma no importe, pero no puedo resistir la tentación de expresar otra razón, la mía en este caso (aunque algunos o muchos puedan discrepar de la misma); claro que hago la advertencia que soy partidario de las Federaciones (o Confederaciones) cuando las circunstancias lo permitan, sean por el lenguaje, la etnia o simplemente por considerarlo óptimo para el progreso del conjunto.
Con este razonamiento me adhiero a la opinión del Dr. Américo Castro sobre la posible Federación entre Perú, Ecuador y Bolivia; como también me hubiera gustado persistiera en el tiempo la Confederación Argentina de la época de Rosas, complementada con la adhesión de Uruguay y Paraguay que es a lo que aspiraba el prócer argentino.
Seguramente serán innumerables las personas que apuestan por el federalismo, y la conformación de la unión europea es un ejemplo. Otro ejemplo nos daba un autor del siglo XIX que abogaba por el Federalismo, donde me llamó la atención su exposición sobre algunos aspectos económicos en los que también coincido. En su libro “Las Nacionalidades”, en el APÉNDICE donde Pi y Margal expone su Programa de Partido Federal, en el apartado “Queremos en el orden económico”, entre otras cosas dice: “La sucesiva UNIFICACIÓN de los tributos; la abolición de todo gravamen sobre los artículos indispensables para la vida;… (Imp. Sáez Hermanos, España, pág. 400)
César José Tamborini Duca