EDMUNDO RIVERO
Por el amor por lo argentino y por el tango, y su admiración hacia don Edmundo Rivero, me complace dedicar este artículo a 3 personas de nacionalidades distintas: el uruguayo (o mejor, rioplatense) Walter Celina; el madrileño Antonio Garrigues; el colombiano Joaquín E. Álvarez Jiménez.
Tres cantores de tango. Si tengo que elegir solamente tres cantores resulta una elección difícil porque hay muchos… ¡muchísimos! que me gustan, entre los que, casi con seguridad, coincidirá el gusto de muchos lectores que me reprocharán ¿por qué no mencionás éste? Claro que, sobre gustos no hay nada escrito; y quería limitarme a tres solamente de los muchos excelentes que nos proporciona el tango. Me inclino por los siguientes, que no nombro en orden de preferencia:
- Julio Sosa, porque su acento varonil –que le valió el apodo de “El Varón del Tango”- magnifíca el sentimiento que aporta en cada una de sus interpretaciones. Era un cantor muy polifacético, transmitía al espectador sus sentimientos, ya sean caricaturescos (como “En el corsito del barrio”); trágicos (“Dicen que dicen”; “Dios te salve m’hijo”); de tintes sociales (“Cambalache”); humorísticos (“Martingala”; “As de cartón”); compasivos (“Levanta la frente”). Porque cuando muy joven llegó a Buenos Aires desde su Uruguay natal, como “Bien Bohemio” supo estar “cenando muchas noches con un verso de Carriego”. … y así podemos apreciar en cada uno de sus tangos la expresividad de las letras que contienen.
Pero a mi entender el tango que más conmueve fue “En esta tarde gris” de José Mª Contursi. Julio Sosa lo grabó con la orquesta de Leopoldo Federico en febrero de 1963; quién sabe qué fibra sensible tocaría para hacer asomar la congoja en el cantor, que nunca quiso cantarlo en público tal vez para que no se descubra ese sentimiento; en la grabación, en algunos pasajes de la misma se aprecia un momento de emoción, en 3 o 4 pasajes se nota cómo se le quiebra la voz.
- Ángel Vargas, que aun cantando alguna canción “rea y canera” como puede ser “Corrientes y Esmeralda”, ésta trasunta tal dulzura en su voz, que le valió el apodo de “Ruiseñor de las calles porteñas”. Sin haberlo conocido personalmente, a través de sus tangos puedo imaginarlo en un barrio de “turbios caferatas”, con lengue y funghi requintado; o en barrio de gente proletaria, chamuyándole a una paica a través de las rejas de una “Ventanita de Arrabal”. O como “rey del bailongo, en lo de Laura y la Vasca”.
También me lo imagino caminando como un “Shusheta” por la calle Florida, con sus polainas, un clavel en el ojal y el “massera echao pa’tras”. Aunque también “Trasnochando” y, en tren compadrito reo, como contertulio en el “Viejo Café La Paloma” para aprovisionarse de “Pan y Agua”. No me sorprendería imaginarlo en la popular de Palermo, agitando sus probables “ganadores” mientras alienta con sus gritos al “jóckey” Yacaré… innecesariamente pues “en el Disco ya está Antúnez”. Y en todos los casos, persiste la modulada entonación de un Ruiseñor.
- Edmundo Rivero, por el sentimiento que se desprende de su entonación, porque él mismo se define como “cantor nacional” retornando a su esencia payadoril sin desmedro de continuar su triunfal carrera tanguera. Además, por… por todo lo que pueden leer sobre él a continuación.
EDMUNDO RIVERO. Nacimiento y antecedentes familiares
Este extraordinario personaje del cancionero popular argentino nació el 8 de junio de 1911, en Pompeya, en la Estación de Puente Alsina donde su padre era el Jefe… aunque como él mismo relata podía haber sido en tantos sitios distintos por el destino ferroviario de su padre (hasta podíamos haber sido vecinos de localidades pampeanas). Así lo relata él:
“Mi padre tenía que ver con la instalación de estaciones y, Puente Alsina, había sido para él un destino más, como antes lo fueron andenes muchos más polvorientos: Catriló en La Pampa, Huinca Renancó en Córdoba. Eso fue antes de nacer yo, pero cuando ya había venido al mundo mi hermano mayor Aníbal”. Y luego …”entrando en los de la pampa inmensa de las viejas canciones, la misma de los abuelos gauchos de mi padre. La misma que vio morir a Míster Lionel Walton, abuelo de mi madre, lanceado por la indiada, en uno de los tantos viajes en que las galeras no llegaban a su destino”. (“Una luz de almacén (el lunfardo y yo)”, Edmundo Rivero, Emecé Editores, Buenos Aires, 1982, pág. 21).
Su madre era Juana Anselma Duró, de quien dice “Los Duró eran de origen gallego, pontevedreses morochones como mi madre y, de los Walton… se nos perdió todo rastro” (Ib. pág. 29).
Eduardo Aldiser agrega un dato sobre el bisabuelo inglés, Mister Lionel Walton. “Aunque en su ameno libro autobiográfico “Una luz de almacén” sólo comenta que este ancestro suyo fue lanceado, al ser atacada por un malón la diligencia en la que viajaba por la provincia de Buenos Aires, en una entrevista realizada años antes, relató la llegada al país de aquel Lionel, en 1806. Fue Leonel porque en Registro Civil no le dejaron a la madre ponerlo tal cual.
Se refirió a que este soldado inglés fue herido en una de las batallas libradas en las calles de Buenos Aires. Por su pie se alejó del centro de la ciudad y, ya sin fuerzas, se desplomó frente a una casona de las afueras entonces, en lo que ahora es un céntrico barrio porteño. Los de la casa escucharon unos gemidos, salieron y lo encontraron desangrándose. Lo entraron y atendieron, corriendo un gran riesgo. Allí, escondido, se fue restableciendo Walton. Ya recuperado, Cupido jugó sus cartas y una de las mozas de la familia se enamoró del inglesito… el resto es historia conocida, que terminó para él aquel fatídico día en que una indiada se cruzó en su camino”. (“Argentina es tango”, Eduardo Aldiser)
Con Discépolo
Supo escuchar a Gardel en radios a galena, aunque todavía no cantaba tangos sino estilos, milongas, vidalitas, admitiendo en un reportaje que le hizo Roberto Selles que no le influyó. Confiesa que no tuvo ocasión de conocerlo personalmente, aunque pasado el tiempo sí a otro tanguero “de otra galaxia”. Así lo rememora: “Al inolvidable flaco lo conocí mucho más tarde y hasta tuve el orgullo de estrenar tangos de él, pero estaba muy lejos del Rivero de veinte años. Volaba ya muy alto ese hombre que en 1931 se preguntaba ‘¿Qué sapa, señor?’ desde esta angustia: ‘Y en medio del caos / que horroriza y espanta / ¡la paz está en yanta / y el peso ha bajao!’ Cuando me tocó tratarlo, todavía se hacía este tipo de preguntas sin respuesta”. (Ib. pág. 54). Lo mismo que hoy, parece que nada ha cambiado.
Payadores
Dueño de un estilo particular que lo hace acreedor al título de “cantor nacional” porque abarca el abanico de temas del cancionero argentino, no solo el tango, porque recibió la influencia de los payadores, y de los gauchos que acompañaban con sus guitarras vidalas, estilos y milongas sureras.
Rivero supo compartir fogones donde se juntaban los reseros armados de guitarras, en los Corrales del Oeste o del Sur, mencionando entre los payadores a “Don Martín, el rebelde”, legendario payador de Merlo considerado anarquista por alguno de sus versos. Pero don Martín Castro exponía su versión de la historia así: “Al gaucho lo utilizaron / los caudillos del lugar, / lo armaron y lo mandaron, / él, obedeció no más. / Los hizo marchar Ramírez, / Oribe contramarchar, / él defendió a los caudillos / pero no a la libertad. // De aquí los mandaba Rosas, / Quiroga los mandó allá, / peliaron para Lavalle / combatieron para Paz. / Le obedecieron al Chacho / Urquiza los mandó igual. / El gaucho no fue a la guerra / por su propia voluntad”. (Ib. pág. 38).
Otro payador que menciona (éste, de Chubut) fue Julio S. Cabezas del que transcribe estos versos criollos de su obra “Mi última voluntad”: “Otra cosa que no quiero / y tenela muy en cuenta, / que un gringo corte polenta / con mi facón caronero. // Antes de eso prefiero / lo rompás por la mitad / y en dos pedazos quizá, / me sirva como una cruz”. (Ib. pág. 41). Indudablemente en esos tiempos en que el gaucho era dueño y señor de la pampa y comenzaba la inmigración, la oleada de ‘gringos’ principalmente italianos, sería una terrible ofensa que uno de ellos utilizara el “facón” que lo acompañaba siempre en la “carona”, para “cortar polenta”.
ANECDOTARIO. Es extenso, y mencionaremos alguna de sus anécdotas:
- Su primer sueldo
Contaba don Edmundo que con su hermano Aníbal solían frecuentar cafetines y radios (“broadcastings”) acompañando con sus guitarras a los cantores (en alguna ocasión a Nelly Omar), o cantando ellos mismos. Poca y de negocios modestos era la publicidad que se hacía en aquella época y, muchas veces, si alguna vez cobraban, podía ser con parte del canje que recibía el dueño de la radio por publicitar un producto. Así lo cuenta Rivero: “Mi primer sueldo artístico –me divierte recordarlo- fue parte de uno de esos trueques en especie, y cobré puntualmente… un pescado. Eso sí, a elegir: pejerrey o merluza”. (Ib. pág. 49)
- Problemas en su garganta (y/o en el pecho)
Era reconocida la bonhomía de Rivero, una persona querida por todo el mundo; de afabilidad proverbial, él mismo reconoce no guardar nunca rencor, y en su memoria recuerda… “sin rencor a ciertos directores artísticos de radios, de grabadoras, incluso a algunos conductores de orquestas y sus comentarios acerca de mi voz y de mi estilo:
-No, tiene la voz demasiado gruesa
-Usted tiene algo en la garganta. Cúrese y vuelva
-Pero ¿no estará enfermo del pecho?
Uno de ellos, desde el control de un estudio, y sin advertir que ‘salía’
su voz al otro lado de la barrera de vidrios, sentenció:
-Díganle que se vaya. Pero ¿de dónde sacaron este perro?
Fue la misma persona que con el tiempo diría
-Tiene una voz que es un privilegio de la naturaleza. En su garganta está la riqueza musical de un órgano”. (Ib. pág. 70 y 71)
- Acompañando las orquestas de José y de Julio de Caro
Comenzó a cantar con la orquesta de José de Caro recomendado por la hermana del mismo, Hermelinda de Caro; pasó luego a la del hermano, Julio de Caro; pero no duró mucho tiempo porque cuando él cantaba la gente dejaba de bailar para escucharlo, y eso no gustaba a don Julio que lo despidió.
- Florando o flotando.
Cuando yo escuchaba cantar “Sur” a Susana Rinaldi que decía “florando” pensaba en un error de la cantante o una mala jugada de mi oído; sin embargo entonaba la palabra correcta, pese a escucharlo como “flotando” en la voz de Rivero cantando con Troilo. Él lo explica así: “¡Qué hermoso término florando! Lo que pasa es que cuando comencé a cantarlo, el público no comprendía el significado de ese verbo; me preguntaban qué quería decir. Entonces con el consentimiento de Manzi lo reemplacé por flotando También en la segunda parte hice un cambio: troqué “y mi amor y tu ventana” por “y mi amor en tu ventana”. Por supuesto, Homero estuvo de acuerdo. ”. Agregando que “el cantor popular está autorizado a agregar algo de su personalidad… siempre y cuando no cambie el significado de lo que quiso decir el autor”.
- “Dequerusa”.
En una ocasión que fue a cantar a una cárcel (solía hacerlo por solidaridad, además de aprender algún término lunfardo que desconocía) le preguntó a un preso por qué estaba ahí, recibiendo esta contestación: “¡Dequerusa! La Prensa” y se calló. Le quiso decir que estaba siendo vigilado: “¡cuidado (dequerusa), el guardián” (la prensa), que puede informar como el periódico.
- Llegamos a la anécdota más jugosa: “La toalla mojada”:
En una de las ocasiones en que Rivero actuaba en el Cabaret “Chantecler” de la ciudad de Córdoba, vio que Aldo Saravia (el maestro de ceremonias) llevaba una valija con muchas toallas. Le preguntó para qué llevaba tantas, y Aldo Saravia le respondió que para pegarle a las minas que no le traían guita a la madrugada: las mojaba, las retorcía, les ponía sal y así les pegaba a las minas; con esta técnica no dejaba marcas que lo comprometieran si lo denunciaba alguna de las “chichí” del cabaret, que según él estaban bajo su protección.
Saravia trabajaba de día en el ferrocarril y de noche en el Chantecler y sus conocidos le seguían el juego de sus mentiras, de cosas que estaban en su imaginación; era un mitómano sin límite para imaginar cosas, como que decía que la “blanca” (cocaína) pasaba por sus manos y de ahí se distribuía.
En una ocasión que estuvo preso, salió a los pocos días y Rivero le preguntó: “¿cómo es que lo largaron tan pronto, Saravia?” Éste respondió “Porque la calle frente a la Comisaría se llenaba de minas que pedían ¡Que lo sueltan a Saravia!, ¡que lo suelten a Saravia!”
“¿Tantas minas tiene?” le preguntó Rivero.
“No eran minas mías, eran parteras, Rivero; si yo estaba preso ellas se quedaban sin laburo y el Comisario tuvo que largarme”.
Por este personaje Rivero compuso “La toalla mojada” en tiempo de milonga. Se popularizó enseguida y su amplia difusión hizo que los amigos de Saravia le convencieran que don Edmundo estaba ganando mucho dinero a su costa, y que él merecía una participación en las ganancias. Decía Rivero que recibió una carta con la reclamación, que le hizo mucha gracia por el ilógico pedido.
Fantástica y divertida milonga para escuchar: “La toalla mojada”:
El lunfardo y el tango
Rivero expresa así su conexión con el lunfardo: “En los años de mi infancia el lunfardo todavía terminaba de macerarse en leoneras y taquerías, en quecos y bailongos, a pesar de que su existencia había sido reconocida ya cuarenta, cincuenta años atrás. Una que otra palabra asomaba de vez en cuando en las canciones del pueblo, pero sólo el tango habría de ser capaz de hacer durables a esos términos, de abrirles cancha para siempre”. (Ib. pág. 33)
“Al comenzar mis memorias de cantor y músico decía que, como todos los argentinos, tengo la posibilidad de dos hablas: una purista y la otra, más creativa y vital, que recibe el auxilio del lunfardo. Ese es el tema de este lado de la raya, el “guiye” del lunfardo, al fin y al cabo también parte de mi vida y de mi historia… El rechazo sistemático con que el centro negaba espacio a las orillas, hace ya mucho que quedó atrás. Ese repudio no solamente de las clases altas sino de la clase media y hasta del proletariado, fue depuesto por el tango canción” (Ib. pág. 125 y 126) Mas adelante afirmaba que si no pudo renunciar a “estilos” y “vidalitas”, cómo no iba a asumir el lenguaje popular –el lunfardo- como lenguaje nacional. Haciendo suyas las palabras de José Edmundo Clemente que afirmó “el lenguaje viene desde abajo, es demagógico. Tiene una finalidad social y común: intercomunicación
En España
En el año 1959 viajó a España, donde los siete meses de estadía le dejaron recuerdos imborrables por su gente y por sentirse como en su casa. Según afirma en sus memorias cree que esa afinidad se debe a su condición de guitarrista… en la patria de ese instrumento. No en vano atesora una guitarra que fuera de Andrés Segovia. Mencionando de paso la visita a su boliche “El Viejo Almacén” de Juan Carlos y Sofía, los reyes de España que eran entusiastas del tango “Cambalache”.
SUS GRABACIONES
Con Horacio Salgán. Rivero tuvo por Salgán el recuerdo de una gran persona o –como diríamos comparando con metal noble- “de ley”. Cuando fueron a grabar para RCA y al escucharlos, el director artístico sentenció: “Mire, la orquesta es medio rara, no se la entiende muy bien. Pero el cantor es imposible” (Ib. pág. 74). Y “sobre el pucho” propuso hacer otra prueba con un cantor “de voz normal”, pero Horacio Salgán se opuso a transigir, o con Rivero o nada. Ese es el motivo por el que no existen grabaciones de esa época con el maestro Salgán, con cuya orquesta tuvo ocasión de grabar recién en 1957 en Montevideo, Uruguay.
En esa misma primera época grabó para Odeón 6 placas con destino a Colombia, algunos temas a dúo con Carlitos Bermúdez que, cuatro meses antes de morir en 1993, le contaba a Néstor Pinsón: “Odeón, por aquella época, grababa obras de autores colombianos. Pasillos, tangos colombianos y otras cosas. El director de Odeón nos llamó a Rivero y a mí y nos contó de su proyecto de formar un conjunto para canciones colombianas. De ahí resultaron Los cantores del valle. Estaban Elvira Tamassi con su esposo, Ubaldo de Lío… Eran unos bodrios terribles, para morirse. Los arreglos los hacía Rivero con De Lío. Yo cantaba Murió mi madrecita, un tango de Rivero. Eran letras inauditas. También hicimos algunos dúos. Sin embargo en Colombia tuvimos una gran repercusión”.
En su dúo con Bermúdez, Rivero había cantado tres “pasillos”: “Implorándote”, “Separación” y “Castigo”. Wáshington Andrade, autor de alguno de estos temas lo llamó a Bermúdez y quiso contratarlos para Colombia, dado el éxito que cosechaban con esas grabaciones, pero Rivero en ese momento estaba preocupado por su carrera, se avecinaba su gran plataforma: la orquesta de Troilo, y no quiso ir. De modo que el primer disco grabado por don Edmundo para Argentina fue con Troilo, para la RCA Víctor; los otros, los destinados a Colombia bajo el epígrafe “Los cantores del Valle”, decía que era mejor olvidarlos.
Con Aníbal Troilo. “Hacia fines de los años 40, después de trabajar tres años junto a Salgán, Rivero reemplazó a Alberto Marino en la orquesta de Troilo. ¡Alquimia! Basta con mencionar aquí “Sur” y “El último organito” para recordar el fuste artístico de aquella sociedad, a la que tácitamente se había sumado Homero Manzi. La voz de Rivero se iba imponiendo de modo categórico. Su entonación era sorprendente, mantenía los bajos con la prestancia de un Chialiapin del tango y, al mismo tiempo, profundizaba su relación con el lunfardo y los tangos pícaros de los albores”. (Sergio Pujol, Diario “Página 12”, 11 Diciembre 2016)
En su entrevista con Roberto Selles éste le preguntó: -Después vino «Pichuco», ¿no?
–Así es. Nos acercó Carlos de la Púa. El encuentro fue en un boliche. ¿Sabe que yo desenfundé la viola, canté algún tango, después se animó Troilo -que, aunque tenía voz ronca era muy afinado- y nos olvidábamos del asunto que nos había reunido?.. Fue recién a altas horas de la madrugada cuando el gordo lo recordó. El 29 de abril de 1947 grabamos nuestro primer tango en colaboración: El milagro, de Pontier y Expósito.
El debut ante su público, con Aníbal Troilo, fue en el Tibidabo, en la Av. Corrientes; y la despedida después de tres años exitosos y al vencer el contrato fue “sin adiós”, pues “nunca traté de ser su compinche, porque nos habíamos elegido para ser algo más que eso: amigos de verdad” (Ib. pág. 91).
Otras grabaciones
En los años ‘50 del siglo pasado grabó 42 títulos para RCA, trece de ellos dirigidos por Víctor Buchino. En el año ’54 pasó a grabar en el sello T.K. De las 31 canciones, 16 fueron con orquesta y el resto con guitarras; de las 16 grabaciones con orquesta dos fueron con Pichuco, seis con Buchino y ocho con Carlos Fígari. Entre las obras grabadas con Víctor Buchino (que murió en noviembre de 2018 a los 100 años) podemos mencionar “La Cumparsita”, “Desdén” (en 1950), “Carmín” (en 1953) y “La solita” (una milonga, en 1955).
Grabaciones en Lunfardo. Afirma el cantor que Anotando solamente los larga duración, podría decirse que “Rivero mano a mano con Celedonio Flores” de 1963, contiene ya algunas letras lunfardas, pero esa grabación, hecha con la orquesta de Mario Demarco, tiene mucho menos intensidad lunfa que otra, con guitarras y casi inmediata, que se llamó precisamente En lunfardo. Allí están El ciruja, Biaba, Muñeca Brava, La canchera, Y taconeando salió, Línea 9, Barajando, Amablemente, Las diez de última, La toalla mojada, Por ella, Serafín, En la vía, y Una carta.
Con el mismo título de la placa anterior y el agregado de Volumen 2 se grabó después otra selección que incluía: Mi noche triste, Aguja brava, El bulín de la calle Ayacucho, A Buenos Aires, Lloró como una mujer, El conventillo, El motivo, Tortazos, N.P., El deschave, Tirate un lance, Desde la cana, Mi vieja viola, y Como abrazao a un rencor.
El Volumen 3 agregó todavía La gayola, Packard, Atenti pebeta, El chamuyo, Poema número cero, El rescate, Farolito viejo, Falsía, Te lo digo por tu bien, Grata, Campana de plata, y Amasijo habitual.
Vino después Lunfa reo, disco que contuvo Batiendo el justo, Milonga del consorcio, El piro, Tardecitas estuleras, Tres puntos, En un feca, Cuando llora la milonga, Garufa, Silbando, Lechuza, Ladrillo, y Por culpa del escolazo. (Ib. pág. 130)
Rivero afirma que aún dejando de lado la sutil distinción entre lunfardo y reo, sería difícil establecer a partir de qué cantidad de palabras se puede considerar lunfa a toda la canción. Y nos trae el ejemplo de “otra edición clasificable como semilunfarda y que se tituló Tango recio, con Apología tanguera, El ciruja, Mis consejos, Malón de ausencia, La última curda, Amurado, Infamia, Victoria, Guapo y varón, Escolaso, Si se salva el pibe, y Calla. Y se hizo otra selección de los volúmenes 1, 2 y 3 de En Lunfardo con el título de La Academia del Lunfardo. (pág. 131)
Popurri de grabaciones. Su discografía es tan extensa que resultaría un poco tedioso enumerar una por una sus canciones grabadas, pero puedo mencionar un par de ellas como el CD publicado por “Altaya” en 1998 con el título Malevaje donde es acompañado por la orquesta de Héctor Stamponi, con mayoría de temas grabados para Philips en los años ’50.
Otro CD en la serie Lo mejor del tango argentino, distribuído por Entertainment Suplies en el año 2012 dedicado a Edmundo Rivero contiene temas emblemáticos, algunos de ellos ya mencionados por lo que solo mencionaré dos o tres: Victoria, Canchero, Las tonadas son tonadas, y el que a mí más me gusta: Madame Julie.
El último del que tengo conocimiento fue publicado y distribuido por Universal Music Argentina en el año 2016, para su “Colección Universal y Popular” titulado Edmundo Rivero. Una querida amiga argentina (descendiente de un famoso escritor y bailarín de tango) radicada en Madrid me lo obsequió al regreso de uno de sus viajes a la patria del tango.
Sobre este CD doble debemos tener en cuenta no confundirnos con el subtítulo que dice COLECCIÓN DE TANGOS INÉDITOS, pues se trata de una recopilación de tangos editados anteriormente. Hay una presentación del mismo por el periodista Sergio Pujol en el periódico “Página 12” del 11 de Diciembre de 2016, que dice:
“En un cuidado boxset de dos discos, con certeras notas del crítico Diego Fischerman, vuelven así a la vida Edmundo Rivero canta a Discépolo y Tangos que hicieron época. En el primer caso, se trata de una integral dedicada al creador de “Confesión”. Se grabó en 1959, cuando la figura de Discepolín comenzaba a salir del deshielo impuesto por el golpe del 55 y la de Rivero se emancipaba definitivamente”.
“Edmundo Rivero canta a Discépolo” había sido grabado en 1959 junto a la orquesta de Héctor Stamponi, con obras de ese gran filósofo de la vida popular muerto en 1951 a los 50 años, expuesta en poesías que son de conocimiento de todos.
El otro, Tangos que hicieron época había sido grabado en 1960 con la orquesta de Mario de Marco. Según la nota de Diego Fischerman que acompaña la obra, llama la atención la elección del repertorio. “En un timbre donde se unían, de manera improbable, la reciedumbre y la dulzura. En un fraseo de una elegancia y un sentido del detalle superlativos. Y en una cualidad magistral para acomodarse a la orquesta y tomarla como parte de su propia naturaleza”. Sur, Duelo criollo, La casita de mis viejos, De vuelta al bulín, Tiempos viejos, La señora del chalet, son algunos de los temas que pueden considerarse clásicos.
Por otra parte hay una grabación del sello Polydor (1965) de la suite “El hombre de la esquina rosada”, con milongas de Jorge Luis Borges musicalizadas por Astor Piazzola, cantadas por E. Rivero junto al grupo orquestal de Piazzola, y recitados de Medina Castro. En 1997 Editions Milan Music editó los mismos temas pero con la dirección musical de Daniel Binelli, Jairo en las canciones y Lito Cruz en los recitados. Al respecto dijo Jairo: «Aquel disco primero dio mucho que hablar. Yo soy fanático de Rivero y lo tengo por encima de todo, fue único, distinto. No sólo por su naturalidad sino por ser un músico de veras». Podemos escuchar la milonga «Jacinto Chiclana», primero recitada por el mismo Borges, y luego en la voz de Nelly Omar:
Ideología
Desconozco la misma, si es que preconizaba alguna. Lo que sí está claro, no era admirador del “liberalismo” (el económico, entiéndase) y queda reflejado en su lucha como miembro de la Comisión Directiva de SADAIC, por una ley de protección de la música nacional. Dice que “no puede haber un mercado libre tampoco para la música, por razones económicas y hasta políticas. Está claro que la producción de las grandes potencias del show y la canción arrasa por su propio poder económico, y que eso se traduce en un predominio cultural. De allí, a perder nuestra memoria, nuestras tradiciones y la identidad como país, hay un paso”… “Y pongamos algo en claro: para mí son música argentina el tango y el folklore, no otras. Si los japoneses hacen tangos no me van a convencer nunca de que es música japonesa. Por eso, si alguien quiere hacer rock aquí que lo haga pero que no me diga que es rock nacional“ (Ib. pág. 103)
El Viejo Almacén y “La última curda”
Ese boliche instalado en la esquina de Independencia y Balcarce, en el Barrio de San Telmo, en una vieja casona que por mil ochocientos cuarenta y pico fue escenario de la primera cirugía con anestesia (éter) ya que ahí funcionaba un hospital, es el elegido por Rivero para inaugurar, en el año 1969, “El Viejo Almacén”. Pasaron tantos años como que el próximo noviembre conmemoramos el 50º Aniversario de la licenciatura en Odontología, que me impide recordar si fue en esa fecha o en un año posterior que asistimos al mismo con mis hermanos Robert y Norma. Sea de una u otra manera, aún conservo el “diploma” como asistente a la actuación de nuestro gran cantor nacional.
Importantes personalidades internacionales acudían al famoso lugar, ya mencionamos a los Reyes de España, pero no está de más recordar el paso de los presidentes venezolanos Carlos Andrés Pérez y Rafael Caldera; músicos como Harry James y Paco de Lucía; gente del espectáculo como Raffaella Carrá, Charles Aznavour, Sarita Montiel, Olga Guillot, Rosanna Schiaffino; escritores de la talla de Ernesto Sábato y Camilo Cela. Y entre los artistas que acompañaban al cantor con sus violas, fueyes y piano: Ciriaco Ortíz, Aníbal Troilo, Ubaldo de Lío, Horacio Salgán, Carlos Fígari…
Horacio Salas lo recuerda con exactitud: “Quienes lo vieron a lo largo de casi tres décadas en medio del humo de El Viejo Almacén recuerdan que se lo escuchaba en un silencio casi místico, como al sacerdote de una religión esotérica. Noche a noche, la escasa luz que se desparramaba sobre la tarima le afilaba las facciones y parecía agrandarle las manos con que enfatizaba el dramatismo de ‘La última curda’.”
por César José Tamborini Duca
Fuentes: la mayoría de los datos son extraídos de su libro autobiográfico “Una luz de Almacén” con indicación de sus páginas.
Otras fuentes: Roberto Selles, reportaje realizado en 1985 y publicado en la Revista “Todo es Historia” en septiembre de 1987; Eduardo Aldiser (periodista radial, actualmente digital “Argentina es tango”), Diego Fischerman, Horacio Salas, Carlos Bermúdez, Sergio Pujol (nota en el Periódico “Página 12” el 11 de diciembre de 2016.
Gracias estimado César por este recuerdo homenaje al gran Lionel Rivero que recibí por gentileza de nuestra amiga Haidé Daiban. Sólo por si te interesa te cuento que, tuve el placer de tratarlo muchas veces y que gracias a mi amistad con Luis Veiga, actual propietario de El Viejo Almacén pude concretar un sueño. La esquina de Balcarce e Independencia, por una iniciativa mia se denomina Esquina Edmundo Rivero hecho que está testimoniado en una placa de bronce que luce el la pared del histórico boliche.
Gracias a vos, Mario, por tu aporte. Claro que he visto la placa, lo que no recuerdo si la tengo archivada en imágenes. Mi afectuoso saludo
Aparte que los tres cantores que mencionas, César, me emocionan y mucho, dedicas tu trabajo al que, cuando tenía unos 6 años y estaba allá, en el pueblo lejano y querido, no sé por qué, sería el destino, me tomó con sus grandes manos y con él sigo viajando con Don Edmundo, siendo que son muchos los cantores que me gustan, cada uno tiene lo suyo.
Aún adolescente comencé a perseguirlo cada vez que venía a Rosario… al poco tiempo estaba haciendo nuestro programa en LT3 y siempre tenía tiempo para visitarnos o me recibía en el Hotel Savoy (donde se alojaban muchos grandes, como Salgán por ejemplo) y con un Grundig voluminoso lo entrevistaba, el mismo aparato que llevé varias veces al Viejo Almacén.
Me veía que tendría que escuchar los Beatles por la edad y le llamaría la atención!
Con mis felicitaciones por tus semblanzas que compilan muy buen material… y decirte que sigue habiendo unos cuantos Duró y sus derivados, Durán, por esta Pontevedra, te mando un abrazo y mi agradecimiento, que decían en Radio El Mundo, sería el 1952, yo con ocho años más o menos… Lo eligió el pueblo entre mil por buen cantor y tanguero y es del pueblo este certero elogio que aquí le brindo, el feo que canta lindo se llama Edmundo Rivero! Se las recordé a todas las glosas un día en el Savoy y me miraba como diciendo «Qué bicho raro!» Un abrazo a tus lectores
¡Qué emocionante! Gracias por tu comentario, querido amigo Eduardo; imagino que con la lectura del artículo habrás revivido tantas cosas de la lejana niñez y juventud…
Un gran abrazo. César
El siguiente comentario me lo envió desde Uruguay el amigo Walter Celina, con pedido que lo insertara en este lugar:
Fraterno amigo: me vas llevando por los suburbios del alma, despertando mis viejas emociones. No otra cosa puedo decir tras leer tus páginas entroncadas con Edmundo Rivero, uno de mis ídolos predilectos. Pero, antes que nada debo agradecer tu prólogo, tan afín con los versos amigos que me dedicara tu amigo «el Vasco», ahora un amigo común. Edmundo ha sido no solo un cantor versátil sino, además, una personalidad artística notable.
En comunicaciones anteriores te he contado cómo lo descubrí , siendo muy joven y, luego, cómo puede escucharlo -en un cabaret intimista- y más adelante acompañando a Horacio Salgán, en un momento de madurez de su voz privilegiada. Año ’57 en que en Montevideo hace unas horas te enviaba unas referencias sobre Borges, al que hace un ratito, apenas, escucho y lo veo junto a Ástor, que lo escucha como en misa.
Fijate tu cómo se encadenan algunos otros recuerdos. Por vez primera escuché la grabación del trío Borges-Piazzolla-Rivero en casa de un colega tuyo, profesor emérito de la Facultad de Medicina, quien siempre me decía: «¿se imagina Walter esta tardecita en Buenos Aires?» Tiempo después conseguí la grabación en long play, que atesoro en Mercedes city.
El tono a veces nostalgioso de Angelito Vargas siempre me gustó. Y en un gran plano tengo a Nelly Omar. En cuando a Julio Sosa, con una carrera de gran mérito, estaba teniendo un punto alto cuando ocurrió la tragedia. Como vez, somos bastante siameses… Un gran saludo. Walter Celina