Con permiso, soy el tango
de la letra rantifusa,
el que baila esa chirusa
con el orre más guarango.
EL TAITA Y EL MANDRIA (Relato o recreación en prosa del tango “Mandria”)
El encuentro se produjo en el campito que estaba frente al bodegón del tano Genaro, lugar poblado de eucaliptus y nada recomendable para espíritus temerosos cuando la oscuridad de la noche proyecta sus siniestras sombras. Aunque esa noche, la luna iluminaba la escena donde el guapo había aceptado la “cancha” que el cafishio eligió a su pedido.
Hasta ayer nomás eran muy amigos, esos amigos que compartían la giñebra en el primer boliche que les saliera al paso en esos andurriales, o el relojeo de los naipes en la timba donde se escolaseaba todas las noches, o esos bailongos de meta y ponga en cualquier peringundín de las barriadas arrabaleras que visitaban; o cuando el esporádico oficio de changarín en el puerto o una punga afortunada les permitía ‘enllenarse’ los bolsillos con algún mísero ‘canario’, enfilar por la Avda. de Las Palmeras para que el tungo preferido hiciera que el bolsillo adquiriera nuevamente su estado natural de sequía persistente claudicando ante la boleteada perdedora. Compartían todo, menos la mujer.
El taita cometió un error. Cuando el otro por esas cosas que tiene la vida le pidió cobijo porque estaba en la “yeca”, le acomodó un rinconcito en su mistongo garçonier de lata para que no tuviera que apoliyar al raso como tantos atorrantes.
Como el otro no era ciego, veía las caderas cimbreantes de la china del taita, observando de soslayo para no ser advertido; y su hambre de varón embrocaba a la percanta y lo angustiaba en la soledad de su mísera catrera; mientras, sus sueños eróticos no quedaban satisfechos aunque de vez en cuando visitara el quilombo regentado por “la polaca”; la turgencia de los senos de la morocha –que parecía harían saltar algún botón de su vestido- eran aún más apreciados que ese glorioso puchero criollo que solían comer los domingos, si la semana había sido pródiga en aligerar bolsillos de los otarios en el ‘bondi’. Hasta se imaginaba que ella le reservaba el trozo de carne más apetecible cuando la punga había sido tan exitosa que permitía el lujo de visitar la carnicería.
Tuvieron que pasar muchos meses pero un día sucedió. El taita consiguió un laburo y fue a yugarla al puerto mientras el otro se quedó apoliyando, acunando su ya crónica fiaca hasta que un deslumbrón del sol, que entró abriéndose paso a la fuerza por alguna de las numerosas rendijas de las paredes de chapa del rancho le hizo abrir los ojos. Ahí, de espaldas, estaba ella preparando el mate y el trasluz de la ventana a la que había quitado un cartón, hacía que el percal de su vestido se tornara casi invisible.
No viene al caso relatar lo que ocurrió después, que por otra parte ya todos lo estarán imaginando, pero a partir de ese día la china era menos cariñosa con su garabo y comenzaron a surgir desavenencias (encontronazos, me dijo el taita en sus confidencias) hasta que la luz se hizo un hueco y penetró iluminando el entendimiento del guapo.
No era tanto la actitud de ella lo que le dolía, sino la acción del otro al que le había abierto las puertas de la amistad y lo traicionaba malamente. Por eso el desafío y el cuadro que se presentaba a la luz de la luna en ese descampado, donde 2 hombres estaban frente a frente para dirimir sus diferencias. El otro, conocedor de la bravura del taita, alegó estar desarmado. “Tome mi poncho, no se aflija; si hasta el cuchillo se lo presto”, le espetó tranquilamente el guapo, agregando que tenía de sobra con el cabo del rebenque. Hoy es día para matar o morir y no me achico, como nunca lo hice; hoy… veremos quién es hombre y quién es maula.
El vertiginoso vuelo de un cuchillo reflejó en su acero el relumbrón de la luna, mientras se escuchaba el rabioso grito: “tome… abaraje si es de agaya”. Después…. pudo observarse a dos hombres alejándose en sentido opuesto.
El taita, mientras limpiaba en el yuyal la hoja del cuchillo, pensaba que su honor de guapo le impedía matar indefenso a un hombre mandria que se negaba a pelear. El mandria se retiraba sangrante y dolorido por la marca que luciría para siempre delante de su china, el barbijo con que el taita se cobró la ofensa.
[audio:Mandria2.mp3]
MANDRIA (Letra: Juan Velich y Francisco Brancatti – Música: Juan Rodríguez)
I- ¡Tome mi poncho… no se aflija!
¡Si hasta el cuchillo se lo presto!
Cite, que en la cancha que usted elija
he de ir… y en fija
no pondré mal gesto;
yo con el cabo ‘e mi rebenque
tengo de sobra pa’ cobrarme…
Nunca he sido un maula, ¡se lo juro!,
y en ningún apuro
me sabré achicar…
II- Por la mujer
¡créame, no lo busqué!…
Es la acción
que le viche, al varón
que en mi rancho, cobijé…
Es su maldad
la que hoy me hace sufrir,
pa’ matar, o pa’ morir
vine a pelear
y el hombre, ha de cumplir.
I Bis – Pa’ los sotretas de su laya
tengo güen brazo y estoy listo.
¡Tome!… Abaraje si es de agaya
que el varón que taya
debe estar previsto.
Esta es mi marca, y me asujeto:
¡pa’ qué peliar a un hombre mandria!
Váyase con ella la cobarde…
dígale que es tarde,
pero me cobré.
Me encantó todo lo referente al tango Mandria, su letra y la explicación en prosa, es como si hubiera visto la acción en una película, muy bien Cronopio, la frescura y calidad de tus escritos son de gran valor para los que amamos el tango, su historia y el lunfardo tan bien aplicados a la situación. Felicitaciones! a Cronopio y equipo. Nélida Caracciolo