Me atrevo a decir sin temor a equivocarme, que la famosa frase referida a nuestra música de Leopoldo Lugones “El tango es un reptil de lupanar” fue fruto de su conocimiento de los inicios, cuando el tango era procaz en su vocabulario (la palabra “coger” no se empleaba con el castizo significado de “agarrar” algo) y el baile con su abrazo sensual y canyengue era protagonista en peringundines y cabaret’s que al mismo tiempo eran prostíbulos (lupanares).
Pero el tango evolucionó ¡vaya si evolucionó! y entonces la niña de buena familia tenía su profesor de piano de origen africano que le enseñaba a tocar hermosos tangos instrumentales. ¡Qué hermanamiento entre Jazz, habanera y tango! Los negros en Nueva Orléans, el Caribe, y en Buenos Aires y Montevideo dieron origen respectivamente con su espíritu musical a estos nuevos ritmos. Evolucionando cada uno, entremezclándose si fuera necesario con música de otros orígenes para triunfar cada uno en su tierra y con estilo propio.
La lascivia original del tango que ponen de manifiesto una larga lista de títulos procaces cuyos ejemplos podemos resumir en “Soy tremendo”, “El fierrazo”, “La clavada”, “Tres sin sacarla”, “Dejála morir adentro”, “Metéle bomba al Primus”, “Golpiá que te van a abrir”, tuvo su evolución al trasponer los límites del arrabal y escapar de esas letras insidiosas, y al llegar al “centro” incorporó versos de ilustres poetas populares que eran un reflejo de la vida cotidiana. Se suceden entonces títulos para evocar a “la vieja”, el alcohol como refugio de los avatares de la vida, las carreras de “yobacas”, el “escolazo”, calles y barrios de la ciudad.
Tangos camperos como “El aguacero” de José González Castillo con música de Cátulo Castillo y las vívidas imágenes que nos transmite “…Cuando chilla la osamenta / señal que viene tormenta / Un soplo fresco va rizando los potreros / y hacen bulla los horneros, / anunciando el chaparrón…”; o “La carreta” (1924) de García Jiménez y Servidio. La amistad, el cafetín, el “fóbal”, la “gayola”, la bohemia, la historia. El amor y el desamor cuyo más lúcido exponente fue José María Contursi (Catunga) con su emblemático “Gricel”, y sus otros tangos que hablan recurrentemente de su gran amor frustrado, de distancia, de desencuentro, del dolor de no olvidar, de la muerte próxima.
También puede ser eco y pregón de obras inmortales de la literatura: ‘Margarita Gauthier’ describiendo en breves y románticas líneas “La Dama de las Camelias” de Alejandro Dumas (h.); y ‘Griseta’ donde se menciona al caballero Des Grieux y a Manón, protagonistas de la novela “Manón Lescaut” del Abate Antoine Prèvost en la que se describe el poblamiento de Nueva Orleans con las prostitutas (grisette) parisinas; este tango menciona tambien otros personajes de la literatura francesa. Así, Museta y Mimí son las dos ‘grisettes’ de “Escenas de la vida bohemia” (Enrique Murger, 1848), mientras que Schaunard es un filósofo y Rodolfo un poeta, apareciendo una vez más los protagonistas de “La Dama de las Camelias”: Margarita Gauthier, y Duval (Armando). El tango “Así es Ninón” habla probablemente de la protagonista de la novela romántica “La verdadera historia de Ninón de Lenclos” (basada en la vida de la escritora Ana Lenclos). El poeta francés Alfred de Musset escribió la novela romántica “Mimí Pinson”, otra ‘grisette’ en cuyo espejo se recrea el tango homónimo.
Lamentablemente la inesperada muerte de Lugones (se suicidó el 18 de febrero de 1938 en un hotel de El Tigre a sus 64 años) le impidió dejar para la posteridad una frase brillante de su fértil inteligencia que evocara los nuevos tiempos tangueros, que ya eran brillantes y se percibían extraordinarios para la gloriosa década de 1940.
El mencionar tangos camperos como “El Aguacero” revivió en mi memoria imágenes de la infancia pampeana que trataré de describir en prosa para que posteriormente escuchen ese tema musical interpretado por la guitarra de Adolfo Berón y las voces en dueto de Alberto Gómez y Tito Vila.
“Y la pampa es un verde pañuelo”… presagiando la llegada del “Pampero” rugiendo con su indomable energía, haciendo hincar de rodillas el pastizal, levantando polvaredas a su paso y arrastrando plumas, paja del rastrojo, insectos y hasta algún pollo elevándolos a varios metros en el aire al formarse remolinos que se desplazaban en la llanura; hacia un lado y otro pasaban los cardos rusos (cardos-corredores) correteando en círculos sobre su eje. La tía Pocha apoyando su menudo cuerpo hacía de “tranca”, no fuera abrirse la tioca puerta de madera –hoja doble, superior e inferior- bajo el tempestuoso embate del ventarrón. El abuelo rezongaba, receloso de las pérdidas no ganadas, por el temporal que embrutece las espigas de las mieses. Mis infantiles ojos miraban con asombro esos temores capaces de infamar a la tenaz natura.
Se percibía el olor a lluvia y a tierra mojada. Aparecieron los relámpagos, retumbó el trueno y se desató el aguacero. Luego la calma interrumpida por el ladrido de algún perro, el mugido de las vacas y el cacareo de las gallinas. Mas tarde el silencio era total e invitaba a la contemplación de un plácido y luminoso cielo, tachonado de estrellas titilantes la mayor parte, sin parpadear unas pocas, que nos observan desde millones de años.
por César José Tamborini Duca