Si bien los ciudadanos del mundo actual no habíamos conocido ninguna (aunque sí “epidemias”) excepto ‘de oídas’, por referencias, sin embargo hubo grandes epidemias a lo largo de la historia. Sin ir muy lejos la epidemia de Polimielitis en los años ’50 del siglo pasado, o la mal llamada “gripe española” de hace 100 años aunque no tan grave como la actual que abarca todo el mundo (de ahí que sea “pandemia”) por la facilidad en las comunicaciones entre diversos países.
Tal vez la más grave –en cuanto al porcentaje de vidas cobradas sobre la población- haya sido la “Peste Negra”, desatada en el viejo continente en la Edad Media. Teniendo en cuenta, como dijimos, los grandes y veloces desplazamientos humanos actuales, probablemente la pandemia actual –en lo que hace a porcentaje de vidas perdidas- hubiera sido la más catastrófica, si no fuera por los conocimientos de la ciencia que, hasta cierto punto, lograron frenarla.
La literatura no podía estar ajena a estos avatares, y precisamente el Nobel de literatura Albert Camus tituló su obra “LA PESTE”, muy demandada en estos tiempos de confinamiento.
Pero quiero señalar otro libro que, aunque circunstancialmente, lo menciona en sus páginas. Comienza hacerlo en el capítulo XIII cuando el protagonista y su acompañante se aproximan a una aldea y eran alejados por un grupo de campesinos “armados de garrotes, varas y mayales” que temían fueran portadores de la peste (p. 180).
Pero la descripción tal vez más vívida se encuentra en el Capítulo XIV. En él leemos:
“Decíase que había ciertos hombres diabólicos que, recreándose en el mal ajeno, procuraban la difusión de la mortandad recogiendo en los cadáveres el morbo de la epidemia y untando luego con él paredes y picaportes y emponzoñando los aljibes y el ganado. Aquel sobre quien recayera la sospecha de tal atrocidad estaba perdido si no era advertido a tiempo y podía darse a la fuga; la justicia o el populacho lo liquidaban. Además, los ricos culpaban a los pobres y viceversa, o bien los acusados eran los judíos o los extranjeros o los médicos. En una ciudad, Goldmundo vio arder, reventando de indignación, todo el barrio judío, casa por casa; el pueblo contemplaba el espectáculo con gran algazara, y a los que huían dando gritos se les obligaba a retornar al fuego.
En el desvarío del miedo y de la exasperación, fueron muertos, quemados y atormentados muchos inocentes, en todas partes. Con ira y asco observaba Goldmundo aquel panorama, el mundo parecía desquiciado y emponzoñado, parecía que no hubiese ya alegría, inocencia, amor alguno sobre la tierra […]
Pues naturalmente, en su peregrinar por el país de la muerte, Goldmundo se había vuelto un poco loco; todos los que se encontraban en la zona de la peste estaban un poco locos y muchos de remate. Quizá también lo estaba la judía Rebeca, una bella muchacha morena de ojos ardientes con la que se entretuvo dos días.
La topó en el campo, cerca de una pequeña ciudad, acurrucada junto a un montón de escombros carbonizados, llorando a gritos, dándose puñadas en el rostro y tirándose de los negros cabellos. Goldmundo sintió piedad de sus cabellos, pues eran muy hermosos, y le sujetó las manos furiosas y le dirigió palabras de consuelo; y advirtió entonces que su cara y su figura eran también de gran belleza. Lloraba por su padre, a quien las autoridades habían ordenado quemar con otros catorce judíos, pero ella había podido escapar, y luego había retornado desesperada y ahora deploraba el no haberse dejado quemar con los demás”.
(“Narciso y Goldmundo”, de Hermann Hesse, Seix Barral, Barcelona, 1983, pág. 201 y 204)
Si bien la narración abarca muchas más páginas, creo que esto es suficiente para comprender la época.
Con respecto a la pandemia última, parecería que mi relato “El Ordenador Central” fue premonitorio de lo que ocurriría unos 8 años después. Si bien ya lo había publicado en mi BLOG (creo que en marzo de este año), incluyo el enlace de esa publicación por si alguno de los lectores no tuvo ocasión de leer el mismo:
https://pampeandoytangueando.com/relatos-y-critica-literaria/el-ordenador-central/
Este relato recibió el Primer Premio en el “Primer Concurso de Relatos Cortos Río Órbigo” y “Mejor Relato Local” (Veguellina de Órbigo, León, abril de 2011)
Fue publicado en el Diario de León el día 29 de abril de 2011
por César J. Tamborini Duca
Foto ordenador central