La autora tuvo la amabilidad de facilitarme la breve biografía que figura a continuación, con un estilo admirable que preferí transcribir tal cual:
“Nazco en este planeta el 21 de octubre de 1.955. Cuando aprendí a leer, supe que tenía amor por esos signos que dibujaban palabras.
Luego, jovencita, comencé a anotar sentimientos, sufrimientos, dudas, expectativas… que iban conformando textos. Más tarde comprendí que para mí ante todo escribir era una extraordinaria terapia y una forma de enfrentarme a mis propios miedos, y…, hasta hoy.
Gracias por todo. Un abrazo. Manuela.
Matecito temblón (autora: Manuela Bodas Puente)
Primer Premio del 2º Concurso Literario de la
Revista “Argentinos de León” – Septiembre 2009
Lentamente la pampa sucumbe al hilo brillante del último rayo de sol, se cierra el día y buscan las manos el calor de un mate caliente que aminore el cansancio del día. Los caballos ya descansan en la paja de las cuadras y el gaucho escucha el crepitar de las llamas El mate tiembla en las manos del hombre por la despedida de la criatura más querida. Su nietecita se va para las Españas. Su hijo va destinado al instituto de estudios argentinos de Europa con sede en España.
– Quedá con Dios abuelo, quedá sin pena. Pronto volverá la golondrina al nido. Tú me lo dijiste viejo. – Despidió a su abuelo tragándose un retorcido nudo que le cosía las palabras-. El viejo sabía que tardaría en volver a ver a su pequeña. Se iba precisamente ahora que ya sabía montar en el potranco bayo que le había regalado el año anterior.
Unos días más tarde cuando se acercó a las cuadras, se encontró a Joselito, el hijo del vecino del rancho cercano, acariciando al potranco con entrega y cariño, le hablaba:
– Mi buen amigo Truco, te noto triste y creo que conozco la razón. Te pasa como a mí, echas de menos a Manuelilla. Se nos fue la campanilla trotona. Ella también se acordará mucho de vos, solo había que ver las lágrimas que derramó cuando vino a despediros. Mas yo te cuidaré y te daré cariño también, no vas a encontrarte solo mi potranco brincador.
El muchacho se asustó al sentir un ruido. Al abuelo no le quedó más remedio que salir de detrás de un montón de paja, donde se había acomodado para ver y escuchar aquella escena tan tierna. Se le había ido volando el corazón hasta la madre patria, su niñita estaba tan lejos. Le alegró el corazón saber que Manuelilla era amiga de aquel chico que trataba con tanto respeto y cariño al animal. Tenía que ser un muchacho noble.
– Me alegro mucho de que vengas a ver a Truco, es cierto que desde que se fue nuestra niña le he notado apagado, pero he podido comprobar mientras estabas hablándole que se sentía cómodo y satisfecho, se ve que te conoce bien.
– Bueno, tiene que perdonar que me haya introducido así en sus estancias, pero yo también necesito venir a consolarme con él. Manuelilla y yo jugábamos mucho con Truco. Formábamos un trío estupendo. Pero los mayores, siempre estropean las cosas más bonitas y sencillas. Han tenido que llevársela, y lo que es peor, ella no quería. La nieta de usted era muy feliz en esta casa, con su potro. Montábamos los dos sobre Truco y nos íbamos hasta Fuente Amarga, allí tomábamos un buen trago y luego volvíamos corriendo, mientras este buen potranco se rezagaba comiendo hierba en alguna pradera. Nos nominábamos el trío Tru-ma-jo. – El muchacho cerró el pico entristecido, acercó su cabeza hasta el equino, hasta apoyarla entre el pecho y el cuello de éste mirándolo con la sal amenazando en sus lagrimales -.
– Así que el trío Tru-ma-jo, la primera sílaba de Truco, la segunda de Manuelilla y la tercera de Joselito, me lo contó mi nieta una tarde que la reprendí por haberse acercado a Fuente Amarga, pero no creí que estabais tan unidos, y eso me alegra mucho porque le será mucho más difícil olvidarse de nosotros, ¿no crees?
– ¿Le parece a usted que ella nos echará tanto de menos, como nosotros a ella? Manuelilla tiene mucho desparpajo, seguro que hace amigos rápido allende los mares y se olvidará de estas tierras y de los que aquí suspiramos por ella.
– Si que estás nostálgico amigo, creo que tu andas con mal de amores, por eso tienes tanta morriña. Pero no pases miedo, nuestra muchacha no nos olvidará jamás, nos lleva en su corazón y aunque como bien dices es muy pizpireta, es una muchacha buena y llena del sol y de la tierra de esta parte del mundo. Ni mil Españas le harán olvidarse de lo que aquí tiene.
Los días volvieron a una normalidad forzada sin la presencia de Manuelilla. Pasaron meses, años. Ella mandaba cartas, postales, incluso algún paquete con regalos para sus dos hombres. Ellos se habían acostumbrado el uno al otro y se había creado entre ellos un nudo más fuerte que si fuera de sangre. El muchacho pasaba días enteros en casa del abuelo de Manuelilla, la artrosis le tenía doblado muchas épocas y el chico había hablado con sus padres para ayudarle en las tareas del rancho cuando saliera de clase, al fin y al cabo, él tenía otros dos hermanos mayores que ya se ocupaban del rancho de sus padres.
El abuelo generoso y agradecido, sin decirle nada, abrió una cuenta en el banco donde apartaba cantidades importantes para cuando el chaval fuera a la universidad. Cada vez que se acercaba a ingresar dinero, el hombre sentía una espina clavada en su médula, pronto se quedaría sin Joselito, era ya un mozo guapo y fornido, que pronto volaría solo.
– Tendrás que ir pensando qué carrera quieres hacer, estás terminando el último curso y siempre que te saco el tema, te me escabulles como una anguila.
– Pues es que me da miedo irme de aquí, no conozco otra cosa y creo que con lo que he aprendido ya me puedo defender sin problemas.
– ¿Y no será que tienes amores con alguna guayaba?
– ¡Abuelo, me ofende que me diga eso, ya sabe que mi corazón está entregado de por vida!
– No es bueno, nada bueno, te lo he dicho una y mil veces que sigas teniendo esa querencia por Manuelilla. En sus cartas ella emplea un tono muy cariñoso contigo, pero la distancia es la mayor enemiga del amor. Además has visto que en algunas fotografías de las que nos ha enviado, está acompañada de algún que otro machucambo que a buen seguro la corteja, está muy hermosa.
– No me importa, estoy dispuesto a presentarme en aquel lado del mundo a preguntarle mirándome a los ojos si se ha olvidado de nuestra promesa.
– Por lo mucho que te quiero, te lo repito, prueba a salir con alguna muchacha de aquí, te has convertido en un galán, eso sí lo veo. Nada me haría más feliz que veros unidos a ti y a Manuelilla, pero la vida es terca y retorcida como el sarmiento centenario de la vid.
– Bueno abuelo dejemos esta triste conversación, andá y prepará un mate de esos tan ricos que solo vos sabéis poner.
En la callada tarde pampeña, se respiraba un agridulce sabor de tierra mojada, la lluvia dejó limpio el cielo, los dos hombres sentados se aplicaban en tomarse el líquido elemento, pero Joselito se dio cuenta de que el abuelo estaba enfermo por aquella forma de temblar en sus manos, además algunos movimientos habían ido perdiendo paulatinamente la sincronización, le costaba mucho caminar erguido, él que siempre había sido como el tronco perfecto del árbol sagrado. En la próxima carta se lo debo comunicar a Manuelilla – Pensó-. El abuelo se nos hace mayor, enferma y es justo que su familia lo sepa.
El frío arreció aquel año, Joselito decidió no ir a la universidad. Tendría tiempo más adelante, ese invierno supo que se tenía que quedar al lado del hombre que le había enseñado todos los secretos de la vida en la pampa. Para él era como su propio abuelo y ahora que le necesitaba, no iba a dejarle solo. El viejo estaba cada vez peor, aunque el doctor le había recetado medicamentos para su dolencia, al comenzar el invierno tuvo una fuerte recaída.
– Abuelo tengo que ir a la ciudad a por provisiones y a por tus medicinas, estaré de regreso en cuatro o cinco horas, te dejo la radio encendida para que escuches ese programa que tanto te gusta, si tienes sed, bebe en el vaso con pajita que te he puesto en la mesa. Joselito arrancó el todo terreno y salió camino de la ciudad. En la casa se estaba muy bien porque habían instalado calefacción y no se notaba el frío. El abuelo sonrió al tocar el radiador que tenía al lado de su butaca. Habló para sí
– Si me dicen a mí que voy a tener en casa estos artefactos, nunca recuerdo su nombre, rozador, no rozador no es, radior; no tampoco, bueno cuando venga Joselito me lo repetirá por enésima vez. Eso no es lo peor, lo peor es este maldito temblor y estos espasmos que no me dejan hacer las cosas como quiero. Demonios qué sería de mí sin este chico. Se adormiló en la butaca hasta que escuchó fuera el sonido del coche. Sonrió al ver entrar al muchacho. Venía cargado y dejó la puerta entreabierta, seguramente traía más cajas y tenía que volver a salir, pero mientras Joselito posaba la caja encima de la mesa y sonreía al viejo, por la puerta apareció una hermosa joven que le recordaba mucho a su nieta.
¡Cómo que le recordaba, era ella! Se levantó como un relámpago y arrastró su pierna izquierda, el Parkinson le había marcado ya varias zonas del cuerpo, pero ante la presencia de su pequeña, la enfermedad dejó de doblegarle, le dio un respiro para que pudiera estrechar a su nieta con tanta fuerza que ésta sintió el corazón de su abuelo traspasando sus costillas. La emoción le dejó tan exhausto que tuvieron que ayudarle a tumbarse en el sofá de la estancia.
– Que demonio de chico, de modo y manera que tu… ¿desde cuándo sabes que vendría la princesa?
Joselito abrazó al viejo y le secó las lágrimas con su pañuelo – ¡Ea mi viejo!, no hace mucho que lo sé, y mi buen trabajo me ha costado tenerlo callado, pero nuestra Manuelilla bien me lo encargó. Si le dices algo al abuelo, perderemos los quereres.
Manuelilla tomó las manos temblorosas de su abuelo entre las de ella y las besó con ternura y avidez, como queriendo resarcirse así de toda la ausencia pasada. Los tres amamantaron de aquel silencio todos los días que la vida les había robado.
En la intimidad de la cuadra Manuelilla, besó a Truco en el cuello, que se dejó alegre. – Tú también estás distinto, ha pasado mucho tiempo, pero te prometo que te resarciré. He vuelto para quedarme, tengo trabajo en la sucursal de la embajada española aquí en la ciudad. Quiero que sepas que me he acordado mucho de ti, de tu cómodo lomo cuando Joselito y yo éramos unos críos y te montábamos juntitos los dos hasta Fuente Amarga.
Supongo que no habrás dejado que ninguna otra moza te monte, bueno ni tú ni Joselito, ese era el trato. Pero la distancia es la mayor enemiga del amor y puede que en mi ausencia, hayáis roto el trato que hicimos los tres antes de mi partida – El potro relinchó, estaba muy contento, había reconocido a la joven. Detrás Joselito escuchaba escondido entre la paja. Salió despacio:
– Jamás ha usurpado nadie tu recuerdo. Los dos, mejor dicho los tres, el abuelo, Truco y yo te hemos sido fieles, totalmente fieles, como suponemos que tú nos has sido a nosotros. – Se oyó decir el muchacho mientras ella fundía sus labios en los de él en un apasionado beso que sólo pueden darse los enamorados.
A veces la vida se pone del lado bueno y se agarra a la fe de las personas.
Tomaron los tres el mate. El abuelo ya no podía sostenerlo entre sus manos.
– ¿Sabes cómo le llamaba hasta hace poco el abuelo al mate? El matecito temblón, porque no podía sujetarlo firme en sus manos.
Los tres rieron con ganas. Fuera el frío se había convertido en luz y vida para los páramos que la pampa cobijaba, como si el calor del cariño, tiñera de energía la vida.
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Parte del discurso con que el Director de la Revista acompañó la entrega de premios: …Y es en ese contexto que quiero expresar una singularidad del trabajo que mereció el Primer Premio, porque los argentinos aquí presentes recordarán un término que explicaré brevemente para los asistentes que lo desconocen, el “COCOLICHE”. Aplicábamos ese término a nuestro idioma chapurreado por los italianos, y viene a mi memoria y pongo como ejemplo una frase en un tango: “me soy dado cuenta” en lugar de “me dí cuenta”.
Pero fíjense que ahora se da el camino inverso y nosotros regresamos a la tierra de nuestros ancestros con la idiosincracia de nuestro lenguaje que en ocasiones nos traiciona para chapurrear nuestro propio “cocoliche”, cuando por ejemplo, al habitual voceo criollo lo mezclamos con la más estricta dicción castiza, y entonces aparecen frases como las que encontramos en el relato:
“…andá y prepará un mate de esos tan ricos que sólo vos sabéis poner”. Además que en el diminutivo los españoles utilizan el sufijo “illa”, “illo” mientras los pámpidos utilizamos “ito”, “ita”: “chiquillo” = “chiquito” / “Manuelilla” = “Manuelita”; además de pequeñas variaciones sin demasiada importancia, como “potranco” por “potranca”. Mientras “pampeña” sería en realidad “pampeana”,“pampera” e inclusive “pámpida”
Agradezco a la autora por el hermoso relato en el que, además de pormenorizar nuestras costumbres, pone en evidencia nuestro particular ‘cocoliche’ Y gracias a todos Uds. por la paciencia en escucharme.
César Tamborini
Muy lindo el relato. Felicitaciones!
Gracias José María; le comentaré a Manuela de quién viene el elogio. Abrazo