Relatos y crítica literaria

Leopoldo Lugones y la selva misionera

La prosa florida de Leopoldo Lugones aparece en todo su esplendor en la descripción que hace de la selva misionera del NE Argentino, Paraguay y Brasil. Dice en uno de sus párrafos:

“Los escasos claros, redondeados por la expansión helicoidal de los ciclones, o las sendas que cruzan el bosque, permiten distinguir sus detalles. Admirables parásitas, exhiben en la bifurcación de los troncos, cual si buscaran el contraste con su rugosa leña, elegancias de jardín y frescuras de legumbre. Las orquídeas sorprenden aquí y allá, con el capricho enteramente artificial de sus colores; la preciosa ‘aljaba’ es  abundantísima, por ejemplo. Líquenes profusos envuelven los troncos en su lana verdácea. Las enredaderas cuelgan en desorden como los cables de un navío desarbolado, formando hamacas y trapecios a la azogada versatilidad de los monos; pues todo es entrar libremente el sol en la maraña, y poblarse ésta de salvajes habitantes.

Abundan entonces los frutos, y en su busca vienen a rondar al pie de los árboles el pecarí porcino, la avizora paca, el agutí, de carne negra y sabrosa, el tatú bajo su coraza invulnerable; y como ellos son cebo a su vez, acuden sobre su rastro el puma, el gato montés elegante y pintoresco, el aguará en piel de lobo, cuando no el jaguar, que a todos ahuyenta con su sanguinaria tiranía.

Bandadas de loros policromos y estridentes se abaten sobre algún naranjo extraviado entre la inculta arboleda; soberbios colibríes zumban sobre los azahares, que a porfía compiten con los frutos maduros; jilgueros y cardenales cantan por allá cerca; algún tucán precipita su oblicuo vuelo, alto el pico enorme en que resplandece el anaranjado más bello; el negro yacutoro muge inflando su garganta que adorna roja guirindola, y en la espesura amada de las tórtolas, lanza el pájaro campana su sonoro tañido.

Haya en las cercanías un arroyo, y no faltarán los capibaras, las nutrias, el tapir que al menor amago se dispara como una bala de cañón por entre los matorrales, hasta azotarse en la onda salvadora; el venado, nadador esbelto. Cloqueará con carcajada metálica la chuña anunciadora de tormentas; silbarán en los descampados las perdices, y más de un yacaré soñoliento y glotón sentará sus reales en el próximo estero.

En el suelo fangoso brotarán los helechos, cuyas elegantes palmas alcanzan metro y medio de desarrollo, ora alzándose de la tierra, ora encorvándose al extremo de su tronco arborescente, con una simetría de quitasol. Tréboles enormes multiplicarán sus florecillas de lila delicado; y la ortiga gigante, cuyas fibras dan seda, alzará hasta cinco metros su espinoso tallo, que arroja a la punción un chorro de agua fresca.

Por los faldeos y cimas, la vegetación arbórea alcanza su plenitud en los cedros, urundayes y timbós gigantescos. El follaje es de una frescura deliciosa, sobre todo en las riberas, donde forma un verdadero muro de altura uniforme y verdor sombrío, que acentúa su aspecto de seto hortense, sobre el cual destacan las tacuaras su panoja, en penachos de felpa amarillenta que alcanzan ocho metros de elevación; descollando por su elegancia, entre todos esos árboles ya tan bellos, el más [peculiar] de la región –la planta de la yerba-, semejante a un altivo jazminero.

Reina un verdor eterno en esas arboledas y sólo se conoce en ellas el cambio de estación, cuando, al entrar la primavera, se ve surgir sobre sus copas la más eminente de algún lapacho, rugoso gigante que no desdeña florecer en rosa, como un duraznero, arrojando aquella nota tierna sobre la tenebrosa esmeralda de la fronda ……………………………………………………………………………………………………………..

Serrezuelas entre las cuales corren ahocinados arroyos clarísimos, que acaudalan con violencia a cada paso las lluvias, figuran en el paisaje como un verdadero adorno formado por enormes ramilletes. Los pantanos nada tienen de inmundo, antes parecen floreros en su excesivo verdor palustre. Los naranjos, que se han ensilvecido en las ruinas, prodigan su balsámico tributo de frutas y flores, todo en uno. El más insignificante manantial posee su marco de bambúes; y la fauna, aun con sus fieras, verdaderas miniaturas de las temibles bestias del viejo mundo, contribuye a la impresión de inocencia paradisíaca que inspira ese privilegiado país.                  ………………………………………………………………………………………………………………………………………

A la tarde, el espectáculo solar es magnífico, sobre los grandes ríos especialmente, pues dentro del bosque la noche sobreviene brusca, apenas disminuye la luz. En las aguas, cuyo cauce despeja el horizonte, el crepúsculo subtropical despliega toda su maravilla. Primero es una faja amarillo de hiel al Oeste, correspondiendo con ella por la parte opuesta una zona baja de intenso azul eléctrico, que se degrada hacia el cenit en lila viejo y sucesivamente en rosa, amoratándose por último sobre una vasta extensión, donde boga la luna.

Luego ese viso va borrándose, mientras surge en el ocaso una horizontal claridad de naranjado ardiente, que asciende al oro claro y al verde luz, neutralizado en una tenuidad de blancura deslumbradora. Como un vaho sutilísimo embebe a aquel matiz un rubor de cutis, enfriado pronto en lila donde nace tal cual estrella; pero todo tan claro, que su reflexión adquiere el brillo de un colosal arco iris sobre la lejanía inmensa del río. …………………………………………………………………………………………………………………..

Sobre la línea del horizonte, el lucero, tamaño como una toronja, ha aparecido, palpitando entre reflejos azules y rojos, a modo de una linterna bicolor que el viento agita. Su irradiación proyecta verdaderas llamas, que describen sobre el agua una clara estela, a pesar de la luna, y la primera impresión es casi de miedo en presencia de tan enorme diamante”.

(“El Imperio Jesuítico”, Leopoldo Lugones, Hyspamérica, Barcelona, 1987, pág. 89 a 93)

Más adelante leemos: “Sea como quiera, el bosque y los hombres consumarán pronto la destrucción. Las piedras indígenas abrigan ya moradores extranjeros, que son emigrantes rusos y polacos; oyen resonar en su eco ásperos lenguajes , cuya barbarie es más ruda por contraste con la vocalización guaraní, que en sus onomatopeyas hace murmurar aguas y frondas; repercuten con extrañeza salmodias de ritos ortodoxos y rutenos; van reemplazando el tipoy de la extinguida aborigen, por la saya roja y el corpiño verde de la campesina eslava, que viene a parir sus parvulitos de oro allá mismo donde gatearon los cachorrillos de cobre; pasan de eminentes frontaleras, a acordonar veredas o canteros; de fustes a poyos, de estatuas a mojones. Mucho si quedan en sus antiguos sitios, sombreados por el naranjal contemporáneo, en la paz del bosque a cuyo vigor son abono los detritus de la población ausente. Pocos años más, y para recordar la frase antigua, las ruinas habrán también perecido. Reimperará bajo aquellas frondas el inculto desgaire, y el zorzal misionero evocará la última memoria del Imperio Jesuítico en la divagación de su trova silvestre.” (Ibidem pág. 227)

César J. Tamborini Duca

About author
César José Tamborini Duca, pampeano-bonaerense que también firma como "Cronopio", es odontólogo de profesión y amante de la lectura y escritura. Esta última circunstancia y su emigración a España hace veinte años, le impulsaron a crear Pampeando y Tangueando y plasmar en él su cariño a la Patria lejana.
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