Relatos y crítica literaria

COCOBACILO DE HERRLIN.

Una plaga de conejos había sentado sus reales en la llanura pampeana. A la voracidad sexual de los lepóridos que cumpliendo el divino mandato “creced y multiplicaos” había provocado una grave “policunniculus”, se agregaba su voracidad alimentaria que a su vez provocaba enormes pérdidas, por los estragos que hacían en los cultivos, perjudicando seriamente no solo la economía de los campesinos, sino la del país agro exportador.

Para solucionar este flagrante problema producido por los “lepus cunniculus vulgaris” acudió la pluma del eximio escritor humorístico don Arturo Cancela, descendiente de gallegos y nacido en Buenos Aires el 25 de febrero de 1892; futuro colaborador del diario “La Nación”.

El escritor y periodista narra, en un cuento inverosímil e hilarante, el descubrimiento por parte de un científico sueco -el profesor de la Facultad de Upsala don Augusto Herrlin- de un cocobacilo (que a partir de ese momento se llamaría “cocobacilo de Herrlin” dando título al relato) capaz de exterminar esta plaga.

Llegado este gran descubrimiento a conocimiento de las autoridades argentinas, éstas lo contrataron con el objeto de exterminar tan molestos –para la economía, se entiende- lepóridos.

Tras el transcurso de cinco años plagados de anécdotas risueñas, por fin el profesor ve cumplido sus desvelos con la inauguración de su laboratorio, acto al que acuden el Presidente de la Nación, el Ministro de Agricultura y un supuesto “Infante de Aragón”. En el turno de los discursos, cuando el profesor Herrlin hizo uso de la palabra, éstas fueron las siguientes (copio literalmente del cuento):

“Herrlin, abandonando la bacteriología, se entró en el terreno de las ciencias históricas e hizo la síntesis de la lucha constantemente renovada entre la humanidad y el conejo. Apelando al testimonio de Strabon, recordó que, en tiempos de Augusto, los habitantes de las islas Baleares y de Lípari y los de la península ibérica, impetraron el auxilio de las invictas legiones romanas para combatir la plaga leporina, y que los tenaces roedores habían derribado, socavando sus cimientos, las murallas ciclópeas de Tarragona. Además, señaló con ironía el hecho singular de que esta fecunda y extendida especie animal había conseguido dar su nombre a la nación más caballeresca de la historia.

“Los filólogos afirman, en efecto, que la palabra España significa conejo, porque este animal se llamaba ‘Saphan’ en hebreo, término que los fenicios convirtieron en Sphania y los latinos en Hispania, España.

“Tengamos presente asimismo –agregó- que Catulo llama a España ‘Cuniculosa’ (conejera), y que dos medallas acuñadas bajo el reino de Adriano representa a esta nación en figura de mujer teniendo a sus pies un conejo pequeño”.

Todo esto trajo a mi memoria el artículo publicado en mi página, fechada el 3 de octubre de 2013: https://pampeandoytangueando.com/el-origen-de-las-palabras/espana-madrid-argentina-europa/ donde mencionaba también su significado. Continuemos:

“El profesor continuó describiendo las diversas formas de persecución al conejo a través de las edades y remató encarándose con el  presidente de la república y dirigiéndole las mismas palabras que el ‘maire’ de una población rural dedicó a Napoleón III: ‘Señor: disponed la inmediata destrucción de todos los conejos y habréis realizado el acto más grande del reinado de V.M.’ (Herrlin le había dado el tratamiento de Vuestra Majestad al presidente).

En el  siguiente capítulo, “El honor de los pueblos”, en un almuerzo en homenaje al sabio bacteriólogo, dos personas reclamaron con insistencia entrevistarse sin retardo con el profesor. Pensaron que eran periodistas. Herrlin acudió y…

“Eran, efectivamente, dos periodista de la redacción del ‘León de Castilla’, que venían en nombre de su director E. Cástulo Z. Pérez de Manara, a retar a duelo al profesor doctor Augusto Herrlin, por las expresiones denigrantes con que, en su discurso de la víspera, habíase referido a la madre patria. Pérez de Manara, que continuaba con la tradición combativa del periodismo español en el Río de la Plata, creía que la sustitución del león heráldico, emblema de la nobleza y el valor castellanos, por el conejo de las medallas de la época de Adriano, y el calificativo de ‘conejera’ (cuniculosa) dado a la hidalga nación, eran afrentas que sólo podían lavarse con la sangre del profesor sueco.

-Pero señores, si no hay ofensa alguna…

-No es usted el indicado para pronunciarse a este respecto –replicó severamente uno de los padrinos.

-Si no he hecho más que recoger todos esos datos en las fuentes históricas…

-Aunque los hubiese bebido usted en la Cibeles –repuso airadamente el otro padrino- ¿Cree usted que cuadra a los héroes de Somorrostro el pedir socorro a las legiones garibaldinas para defenderse de una plaga de gazapos? Paparruchas, hombre, paparruchas. Ni aunque lo dijesen Ramón y Cajal y Menéndes y Pelayo…

-No conozco a esos cuatro señores –contestó pacíficamente el sabio- pero puedo mostrarles ahora mismo el pasaje del libro III de la Geografía de Strabon en que se refiere al hecho. Tengo la edición de Kramer, Berlín, 1844-47, ejecutada sobre el códice de París, 1393, que si ustedes quieren pueden confrontar con la traducción francesa de M. Amédés Tardieu, París, 1867-94. Pongo esos libros a la disposición del señor Pérez de Manara.

-Nosotros, señor profesor, hemos venido a desafiar a un hombre, no a una biblioteca… (…) ambos padrino dábanse sendos golpes en el pecho y exclamaba a coro: “Somos castellanos…”

-Y yo soy sueco –dijo al final ya amoscado el profesor de Upsala.

-No sólo lo es usted, sino que se lo hace –enunció el primer padrino.

Por el tono, Herrlin advirtió que esa frase tenía un sentido injurioso. Cortó resueltamente la conferencia y…”

(Llamó a dos amigos para que lo representaran)

“Encerrado, mientras tanto, en su habitación, Herrlin se entregó a un desordenado paseo y terminó arrugando de un puñetazo el primer volumen de la “Geografía” de Strabon, en la correcta edición de Kramer, Berlín, 1844. (…)

(Cuando todo se hubo solucionado…)

“Uno de los redactores del “León de Castilla”, indignado por los arteros recursos del profesor sueco para vencer a los conejos, le dijo, a modo de despedida:

-¡Nosotros, los castellanos, señor profesor, matamos los conejos frente a frente”          

  (“El cocobacilo de Herrlin”, Arturo Cancela, Ediciones Culturales Argentinas, Ministerio de Educación y Justicia, 1962, pág.  48 a 53).

por César J. Tamborini Duca

About author
César José Tamborini Duca, pampeano-bonaerense que también firma como "Cronopio", es odontólogo de profesión y amante de la lectura y escritura. Esta última circunstancia y su emigración a España hace veinte años, le impulsaron a crear Pampeando y Tangueando y plasmar en él su cariño a la Patria lejana.
Articles

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.