Éste es el nombre elegido para su libro por Julio O. Dittrich. Lo novedoso es que el mismo está editado en el año 1908 en Buenos Aires, de modo que está anticipando lo que podría sobrevenir 42 años después. Describe una “utopía” con visos de realidad, premonitorio en muchos aspectos aunque no se cumpla en lo esencial que sería la completa igualdad entre seres humanos.
El personaje sufre una lesión grave durante una manifestación conmemorativa del 1º de Mayo de 1910 que lo hace desconectar del mundo, permanentemente recluido hasta que se recupera en 1950 y asiste a los cambios producidos en esos 40 años, no solo en la República Argentina sino en el resto del mundo.
Puede decirse que, sin querer, casi anticipa el “Brexit” ya que menciona a Inglaterra como única nación que no forma parte de la “Gran Sociedad Universal” (p. 32) de la que forman parte los demás países del mundo inclusive Irlanda; y la desaparición de la Plaza Colón como tal, detrás de la Casa de Gobierno (p. 73 y 77).
Con explicaciones inocentes en sus postulados, seguramente por la falta de conocimientos literarios que él mismo menciona en su prólogo, que le impiden concebir argumentos más verosímiles en algunos casos. Sin embargo, con una gran intuición de futuro sobre lo que sobrevendría en muchos aspectos tecnológicos.
El primer día de recuperación de su conciencia, en paseo acompañado por su hijo, le sorprende el poco movimiento que percibe en la calle, a lo que su acompañante explicó que era natural porque se había logrado un orden en el que cada persona vivía cerca de su trabajo evitando desplazamientos improductivos; informa también que ya no hay caballos y el transporte se realiza con miles de automóviles eléctricos.
Se sorprende cuando llegan a la Estación Once en Balvanera (importante estación de trenes en dirección suroeste, con cabecera en Buenos Aires) al observar la ausencia de la habitual electrificación: es debido a que cada coche motor está provisto de acumuladores, y ante su incredulidad porque sería costoso, además del peso que supondrían esos artefactos fabricados con plomo y ácido, le explica que es una energía barata por el aprovechamiento de la solar, “son baterías con otra tecnología”.
Imaginación –también un poco inocente- para esquematizar la constitución de los gobiernos para dirigir la sociedad, anticipando en cierto modo unas Naciones Unidas (aunque no tan burocrática, con más poder de decisión) como gobierno mundial radicado –para su mayor acierto- en Suiza, denominado GRAN CONSEJO CENTRAL.
No deja de mostrar para esa utopía imaginada una profunda sensibilidad ética y moral, para engendrar una sociedad más justa e igualitaria en un sistema socialista en el que no tendría lugar el nacionalismo: “combatir el patriotismo local, que no es otra cosa que el egoísmo, rodeado de fronteras” (pág. 98). La jornada laboral se reduce a 4 horas (pág. 33).
Su intuición desbarrancó en la realidad que vivimos, porque al final del camino “soñado” para 40 años después, no primó lo social proyectado en su libro, sino un capitalismo salvaje en el que se acentúan aún más las desigualdades; cuya desaparición preveía este soñador al amparo de una sociedad más justa. Mencionando inclusive que “hombres y mujeres son iguales completamente” (pág. 38). Otra mención de futuro tecnológico hace referencia a unos “rayos blancos” que prefiguran lo que sería ese haz de luz coherente sobre una superficie semi espejada que es el láser actual (pág. 38 y 39).
Hay un idioma Universal, el “esperanto”, decidido por el Gran Consejo Central (pág. 43 y 44) para poder entenderse todo el mundo, con el objeto de no dar preeminencia a ninguno de los idiomas existentes evitando así resquemores innecesarios. También se tiene en cuenta, como es lógico, la educación; la mejora de la salud sobreviene por la totalidad del sistema; y el orden familiar (los matrimonios).
Colofón. Se predijo para 1950 una sociedad perfecta en la que cada persona puede elegir el oficio o profesión de su agrado, pero en la que ninguno se sentirá superior a otro en función de la misma porque se ha educado para comprender que todos los trabajos son necesarios y valiosos para el desempeño de la vida en sociedad, para la convivencia; valdría tanto un ingeniero como el obrero metalúrgico que trabaja en el colado de los hierros con el que aquél puede hacer su trabajo. Se suprimió el dinero (fuente de ambición e injusticias), todo el mundo tiene su vivienda en la cercanía de su trabajo; éste, con el horario reducido permite gozar de más tiempo libre que redunda en mayor felicidad y salud. La educación llevó a la práctica de la solidaridad, y el respeto al prójimo.
La gran pena, es que no se cumplieran las predicciones de Dittrich, que si bien no eran imposibles encararlas a principios del siglo XX, hoy día resulta casi imposible por el entramado político-burocrático que actúa como una tela de araña de la que es impensable desembarazarse.
por César J. Tamborini Duca
En Balvanera se sitúa la milonga “Jacinto Chiclana” de Jorge Luis Borges. También en Balvanera, Barrio que comprende “el Once” donde está la estación terminal ferroviaria del Oeste y a pocos pasos del Abasto símbolo para el recuerdo de Carlos Gardel, se encuentra un edificio monumental que consta de setenta balcones, y sirvió de inspiración para el poeta médico Baldomero Fernández Moreno al verlo desnudo de flores, para componer esta poesía a la que puso música Astor Piazzola, para formar parte del LP titulado “14 con el tango”: sus catorce temas fueron obra de 14 poetas prestigiosos acompañados con la música de 14 de los principales directores de orquesta de tango. Ben Molar fue el artífice que convenció a estas 28 figuras para poder realizar una magnífica obra musical. De esos temas elegí éste, por estar localizado en la Avenida Pueyredón al 500 (esq. Corrientes) de Balvanera, uno de los sitios que recorre el personaje de la obra. Podrán escucharlo haciendo click en el enlace. “Setenta balcones y ninguna flor”, de Baldomero Fernández Moreno y Astor Piazzola:
Gran ejercicio predecir el mundo del futuro, César. Por aquellos años mozos nuestros muchas industrias que se instalaban en las periferias de las grandes ciudades (lo viví en Rosario) levantaban barrios para sus obreros, como el de Acindar, del que éramos vecinos. Estaban cumpliendo este sueño socialista. El de los nacionalismos, no. Sus compañeros aquí les están dando alas siendo que ya se saben los resultados, este alemán argentino lo dejó claro.
Muy interesante ejercicio y gran nota, un abrazo
Muy interesante y ameno. Te felicito por el relato
Gracias Eduardo, gracias Andrea. Entré ahora, casi 5 años después de publicar porque hace una hora, hablando con Robert (mi hermano) me preguntó por el libro, está interesado en conseguirlo; y fue tratando de averiguar que me encuentro con mi artículo y los comentarios vuestros. Un abrazo.