Aunque parezca paradójico comenzaremos esta serie con la crónica de amor de una mujer que posiblemente no fuera argentina (hay dudas sobre su nacionalidad) pero por ser la protagonista de una historia con todos los ingredientes para considerarla una tragedia: el héroe, su valerosa amante, la mujer despechada, los celos instigadores de traición, merece sin duda incluirse en lugar preferente. Máxime si tenemos en cuenta que el héroe fue una de las más conspicuas personalidades en el comienzo de nuestra vida independiente, luchador infatigable de la causa Federal y de la reincorporación del Paraguay y la Banda Oriental al territorio nacional. Y para cuadrar el círculo trágico, su inseparable y amada compañera fue la causante involuntaria de su muerte.
Para comprender mejor a nuestro personaje es conveniente ubicarla –aunque sea muy brevemente- en el contexto histórico que le tocó vivir.
La Asamblea General Constituyente del año 1813 más conocida como “Asamblea del año XIII” había rechazado los Diputados orientales, lo que posteriormente, en 1814, originó la ruptura entre Artigas y el Director Supremo de las Provincias Unidas, Don Gervasio Posadas. Y la posterior alianza con las provincias de Entre Ríos, Santa Fe y Corrientes.
Artigas convocó un Congreso en Paysandú apoyado por estas provincias originando un conflicto con el poder porteño que tuvo su culminación el 1º de febrero de 1820 en la Batalla de Cepeda, cerca de Arroyo del Medio, donde las tropas montoneras al mando de Francisco “Pancho” Ramírez, el Supremo Entrerriano, con la colaboración de Estanislao López, de Santa Fe, derrotaron al ejército de Buenos Aires, resultado que se repetiría en Puente de Márquez.
Posteriormente Ramírez por divergencias con Artigas derrotó a éste en tres combates, distanciándose también de López y creando la República de Entre Ríos, integrada también por Corrientes y Misiones.
¿Quién era y cuándo aparece la Delfina en la vida del caudillo? Los orígenes de ella eran tan inciertos, como seguras su belleza, audacia y valentía. Hay distintas versiones como ocurre casi siempre que una historia se transforma en mito o leyenda. Se dice que Ramírez la capturó en los enfrentamientos de Artigas (entonces su aliado) contra los portugueses. Hay quienes afirman que esta “mujer rubia” era hija bastarda de un virrey portugués en Brasil, afincado en San Pedro de Río Grande; quienes esto afirman dicen que por ese motivo la llamaban la Delfina.
Otros dicen que era morena y arrogante, y que a pesar de su apodo “La Portuguesa”, se trataba de la porteña Delfina Menchaca. Fue capturada por Ramírez en harapos de soldado, harapos que no obstante permitían traslucir su extrema belleza y que incitaron al caudillo a invitarla a cenar en su tienda. Algunos afirman que era cuartelera, condición atribuida a las mujeres que seguían a los soldados y alternaban con ellos manteniendo relaciones sexuales a cambio de manutención.
Lo cierto es que desde ese día, unidos en el amor y en la lucha por los ideales del caudillo, no se separaron un instante, vestida ella con el uniforme de coronela galopando a su lado y luchando en las batallas como un soldado más. Porque además de apasionada era intrépida y valiente.
El mutuo amor que surgió entre ellos fue tan intenso que Ramírez rompió su compromiso matrimonial con Norberta Calvento, hermana de uno de sus más íntimos amigos. Amor intenso que transcurre durante y entre los combates victoriosos del Jefe; el reposo del guerrero es generosamente gratificado en los brazos de su amada.
Vivieron un romance apasionado que concluyó como si de una tragedia griega se tratase y que lleva a la heroína a desempeñar el papel fatal que lleva involuntariamente al héroe hacia su muerte. Porque ese ya legendario amor entre el caudillo y su cautiva portuguesa cumple todos los requisitos para encuadrarlo en una tragedia en la que no faltan actores secundarios: la novia despechada, la traición de un subordinado que completaría el elenco del drama. ¿Sería verdad que Ramírez fue traicionado por celos, por el entonces coronel Lucio Norberto Mansilla? Correspondencia posterior de éste parecería atestiguarlo. Mansilla tenía conocimientos técnicos que puso al servicio de Ramírez, colaborando en la victoria sobre Artigas en la batalla de Las Tunas donde al hacer uso de la artillería demostró sus conocimientos de ésta arma.
Proclamada la República de Entre Ríos, entran en Corrientes con todo esplendor él, los suyos y la Delfina, que utiliza traje de oficial y sombrero con la misma pluma de ñandú que rubrica el Escudo de la nueva República. Porque en las galas sociales vestía con elegancia haciendo uso de peineta y abanico, pero en el Campamento de La Bajada prescindiría del abanico y en su lugar, para sorpresa de su amado, templará la guitarra.
La vuelta del montonero
Letra: Claudio Martínez Payva
Música: Antonio J. Benítez
Lucilo Ramón Argüello,
prisionero echao de lomo,
a juerza de ni sé como,
no me pasan a degüello.
Di un galope, y sin resuello,
me trujo mi doradillo,
soy soldao de mi caudillo,
y como buen entrerriano,
pa’ los amigos la mano,
pa’ los otros, el cuchillo.
Estando entre hombres, cavilo:
no ha de ser pa’ que se asusten,
he traido, pa’ lo que gusten,
recién asentao el filo,
en sangres de rejusilo,
tengo el pecho envenenao,
y aunque ando solo,
cortao, y desconozco la cancha,
el que quiera hacer pata ancha,
que se vaya haciendo a un lao.
No crean que los provoca
un zafao de nacimiento,
es que amor y sufrimiento,
me han puesto hiel en la boca.
Al que le toca, le toca,
si hay quintadas en el quinto,
soy pintor, y cuando pinto,
pinto flor en pinta brava,
y el que me pise la taba,
tendrá que tantearse el cinto.
De juro, no es de Entre Ríos
quién considere que abuso.
Dios o Mandinga me puso
como un tapial pa’ los míos.
Ranchos y campos vacidos,
va dejando el invasor.
Y envenenao de dolor,
sangre pido pa’ mi lanza:
con uno que haiga, me alcanza,
pero si son más, mejor.
Se ha de quebrar mi tacuara,
antes que mi empeño ceje,
Pancho Ramírez, el jefe,
mi palabra lo declara.
Quién tenga sangre en la cara,
sabrán que cosas le obligan.
Aquí estoy pa’ que me digan,
cuántos son, y los que jueren,
los asustaos, que se queden,
y los otros, que me sigan.
No es pa’ cantar la milonga,
que los convido a la fiesta.
En las patriadas como estas,
el baile es de meta y ponga.
Si la bala nos rezonga,
duebla el valiente sus bríos,
naides sienta escalofríos,
cuando chifle La Coruja,
frente al clarín, que rempuja,
gritemos: ¡Viva Entre Ríos!
Porque si algo no podía desconocerse era su valentía; como tampoco su amor por los uniformes que lucía en cuanta ocasión se presentara. Y su amor por el Jefe. ¿Por qué siendo su cautiva se enamoró de Ramírez? ¿y éste de ella, enamorarse de una cuartelera, teniendo a su disposición muchas mujeres, hasta hacerlo olvidar su compromiso matrimonial? Lo que sí puede afirmarse es que ella lo acompañaba en todas las batallas como coronela del Ejército Federal, hasta esa última escaramuza en que el guerrero encontró la muerte.
La historia nos va guiando con fechas precisas y nos ayuda a desentrañar el drama. Lucio Mansilla se había comprometido a llevar la infantería de Ramírez en barco por el río Paraná hasta Santa Fe; no lo hizo y Ramírez quedó en situación comprometida por falta de apoyo pues contaba solamente con 700 hombres. No obstante y pese a ser atacado en Coronda por el general Lamadrid con 1500 hombres, lo vence el 24 de mayo de 1821. Pero el 26 de mayo es vencido en el mismo sitio por Estanislao López. Pocos días más tarde, desarticulado su ejército y en su huída, Bustos lo vence el 16 de junio en Cruz Alta (Córdoba).
El 10 de julio lo alcanza una partida al mando del gobernador interino de Córdoba, Francisco Bedoya, en San Francisco del Chañar (cerca de Villa María del Río Seco). La Delfina, rezagada en esta última huída grita ¡Pancho! ¡Pancho! El caudillo hace rayar su caballo y da media vuelta seguido por 2 de sus bravos. Luchó heroicamente hasta lograr que la Delfina pudiera escapar subiéndola en las ancas del caballo de un compañero pidiéndole que la escoltara, mientras él se enfrenta solo a la partida enemiga para darles tiempo a huir. Lucha bravamente hasta que un pistoletazo del capitán Maldonado puso fin a su azarosa vida puesta al servicio de la causa Federal, luchador temerario que intentaba dar a los pueblos una Constitución justa.
Ahí mismo le cortaron la cabeza, la salaron y le hicieron un retobo con cuero de oveja para enviársela a Estanislao López, que ordenó fuera embalsamada y expuesta en el Cabildo. Hay quienes afirman que posteriormente la tenía expuesta sobre su escritorio. Tampoco faltan los que dicen erróneamente que la Delfina murió en ese último combate.
Lo cierto es que huyó en ancas del caballo de un guaraní, el coronel de Dragones Anacleto Medina, y al llegar con sus montoneros al Arroyo Ancasmayo en Santiago del Estero, se enteraron del triste fin de “El Supremo”. El gobernador santiaguino Ibarra les prestó socorro y continuaron su huída atravesando arenales, ríos y arroyos, zonas desiertas de las provincias de Santiago del Estero, Chaco y Corrientes. Pasaron hambre y sed y se extraviaron en los montes de quebracho, pero el fiel Medina cumplió su cometido y después de 6 meses de viscicitudes pudo llevarla hasta el Arroyo de la China, de donde era nativo Ramírez.
La Delfina murió el 28 de junio de 1839 en Arroyo de la China (actual Concepción del Uruguay) olvidada en su soledad, excepto por Norberta Calvento, ahora cuarentona, que pudo observar el paso del féretro de su rival.
Hermosas historia de amor e intriga que se repiten en análogas circunstancias, entre otros, con Simón Bolívar y con algunos personajes de la revolución mexicana.
Rodrigo del Castillo
Una maravillosa forma de relatar historia, amena, puntual y precisa, pero con la aureola de una romántica novela de amor. Esa dualidad, estimula la lectura que, en textos de historia, se torna pesada y aburrida… BRAVO, LONQUIMAY,,,,,YOLANDA SOLIS.