Resulta sorprendente comprobar la cantidad de sinónimos que existen en la Argentina para denominar a las personas del sexo ‘débil’: mujer (es lo más natural, claro), fémina, grela, naifa, percanta, papa (cuando se trata de una mujer hermosa), papusa, papirusa, paica, milonguita… y
Tango El Motivo por Roberto Goyeneche y Aníbal Troilo …
¡Mina! “Mina que fue en otros tiempos / la más papa milonguera”… (tango “El Motivo”). Es probable –mejor aún, tengo la absoluta certeza- que cuando un reo le preguntaba a otro “de dónde sacaba la guita para los vicios”, éste le respondiera que “tenía una mina” metáfora en la que equiparaba a su compañera sentimental con una mina de metal precioso que proveía el dinero. La mina lo quiere a su hombre, pucha si lo quiere; por eso no tiene reparo en mantenerlo y aguantarle el trato que le proporciona. Y por eso hoy le dedico estos versos: more
MINA
Pobre mina rantifusa
que escolaseaba de oficio
sometida a algún cafishio
que supo orejear la fusa
con uña de guitarrero;
sin oficio de guerrero
batallaba sin reparo
pa’ ser campeón del esparo
e inquilino de cafúa;
conocedor de la rúa
donde el “jovie” fue maestro
en esas calles del centro
se tituló de canero;
y con su estampa maleva
fue madurando a la breva
pa’ que aporte la menega.
Recitado
Está el bacán entre rejas / atorrando en la catrera / lo mantienen, no labura, /
de las deudas ni se acuerda / solo sabe que es el dueño / de una inagotable mina: /
la que le aporta la guita / pa’ la ginebra y el faso, / y si se da, el escolaso.
Mina es un término tan lejano en el tiempo del habla marginal, que ya es mencionado en 1897 por Fray Mocho. Los “lunfardos” –apelativo utilizado por el escritor para referirse a la gente de mal vivir- se referían a ella (la mina) en el sentido de proveerles el metálico para su subsistencia y vicios. Veamos al respecto lo que dice en “Memorias de un vigilante”:
“He visto mujeres hambrientas, casi desnudas, vender, no ya su cuerpo si algo valiera, sino lo más indispensable para su subsistencia, a fin de llevar cigarrillos o bebida a sus maridos que, cuando están fuera de la cárcel, dilapidan con otras de mala vida el dinero que pueden atrapar, y a ellas les compensan su abnegación con caricias que dejan sobre sus cuerpos indelebles cicatrices que no se borran jamás.
¡Son las madres, son las mujeres, son esas pobres mártires que arrastran su cruz a través del mundo, -las minas, como ellos les llaman- las que les sirven de escudo contra los golpes de la suerte!
Pueden abandonarlos sus amigos, sus cómplices, los empresarios por cuenta de quienes emprendieron un trabajo, pero ellas [las minas] no les faltarán y, sacando fuerza de flaqueza, removerán con sus débiles brazos el mundo entero a fin de hacerles más llevadera su desgracia”.
Emotivas palabras de Juan S. Álvarez (Fray Mocho) que se desempeñó como cronista policial en diversas publicaciones, lo que le permitió tomar contacto con personajes y fundamentalmente con los métodos utilizados por los “lunfas” de su época, y le daría una experiencia –sumada a la que acumularía luego como funcionario de la policía- para poder escribir distintos relatos cortos con sus vivencias, en el mencionado libro.
Agregaré ahora –muy brevemente porque no es usual en Argentina- el significado de otra palabra para referirse a las mujeres, originaria del hermano pueblo uruguayo.
Quitanderas tiene el significado de prostitutas. Cuando el escritor uruguayo Enrique Amorím escribió el libro titulado “Las quitanderas” protagonizado por unas prostitutas ambulantes, inventadas por él mismo, la figura de las quitanderas se hizo popular entre los lectores, como si se tratara de personajes reales.
Posteriormente el novelista Adolfo de Falgairolle, impresionado por los cuadros presentados en París por el pintor uruguayo Pedro Fígari en una colección de quitanderas, les dedicó la novela “La quitandera”.