Anécdotas de tiempos viejos

Poema al padre (…y a mi papá)

Papi y Mami, 1940

In memoriam de mis

queridos padres, Luisa Duca y

Antonio T. Tamborini

“POEMA AL PADRE”

(Hector Francisco Gagliardi)

Oye negra, ¿te puedo hablar?
ya los chicos se han dormido
así que, así que deja el tejido,
que después te equivocas.

Hoy te quiero preguntar,
por qué motivo las madres amenazan a sus hijos
con ese estribillo fijo de “¡ah cuando venga tu padre!”
y con tu padre de aquí, y con tu padre de allá,
resulta que al final, al verme llegar a mí,
lo ven entrar a Caín y escapan por todos lados.

Y yo que vengo cansado de trabajar todo el día,
recibo de bienvenida una lista de acusados,
tú empiezas con tus quejas y yo tengo que enojarme,
igual que hacía mi padre al escuchar a mi vieja

Entraba a fruncir la ceja apoyando a ese fiscal
que en medio del temporal se erigía en defensora,
lo mismo que tú ahora que siempre me dejas mal,
si los perdono, “que ejemplo ¿es así como los educas?”
si los castigo “eres bruto, no tienes sentimientos”.

A mí, a mí que llegué contento y no tuve más remedio
que poner cara de serio y escuchar tu letanía,
a mí, a mí que me paso el día pensando en jugar con ellos
yo sueño en llegar a casa y olvidarme felizmente del trabajo,
de la gente y de todo lo que pasa.

Los hijos son la esperanza y el porqué de nuestras vidas,
por eso nunca les digas “¡ah! cuando venga tu padre”,
no quiero encontrar culpables, quiero encontrar alegría,
que no me pongas de escudo como lo hacía mi madre,
que consiguió que a mi padre lo imaginara un verdugo,
él llegaba y te aseguro que se acababan las risas.

Y en lugar de una caricia o hablarle como a un amigo,
lo miraba compungido, presintiendo una paliza,
y el pobre, que me entendía, sacudiendo la cabeza
escuchaba con tristeza lo que mi madre decía.

Y que él, y que él de sobra sabía “¡que con este no se puede,
que me pinta las paredes, que trajo las suelas rotas,
que la calle, la pelota, que me saca canas verdes!”.

A la cama sin cenar, aburrido me ordenaba,
mi madre me consolaba y yo, y yo lo culpaba a él,
a él que había llegado recién de trabajar cansado
y ya lo había yo amargado con todas mis travesuras.

Los hijos nunca analizan el sentimiento del padre,
porque el brillo de la madre es tan fuerte, que lo eclipsa
solo le hacemos justicia cuando nos toca vivir a nosotros su problema,
¡ay…  si mi padre viviera! que recién lo comprendí
y por qué nunca me dijo lo mucho que me quería.

Si hoy yo sé cuánto sufría al ver enfermo a su hijo,
porque me miraba fijo el primer pantalón largo
y se, y sé que hasta me habrá besado cuando yo estaba dormido
hoy que todo lo comprendo, ¿por qué no estás a mi lado?
¿por qué no estás ahora para besarte bien fuerte viejo lindo?
y ofrecerte mi cariño a todas horas.

Ves a tu hijo que llora, pero llora con razón,
porque te pide perdón pensando en aquellos días
en que ciego no veía que eras puro corazón,
déjame negra que llore, es tan lindo desahogarse.

En fin, veamos que hacen nuestros futuros señores
mira esos pantalones, tápale un poco a la nena
si, si, ya sé, no me lo digas, hoy se fue a la calle sola,
acuéstate rezongona, mañana, mañana será otro día.

Para escuchar el recitado:

Magnífico poema de Héctor Gagliardi, pero no estoy de acuerdo con el sentido que le imprime. Debo pensar que la mayoría opinará que este poema roza la excelencia; yo también estoy de acuerdo por el sentido literario del sentimiento que quiere transmitir, pero no puedo manifestar agrado con su contenido afectivo.

No puedo negar que así como lo expresa es muy probable que ocurra en algunos casos, pero no siempre es así, porque se presentan distintas circunstancias. Y precisamente hay tangos en los que encontramos esa diversidad; me referiré solamente a dos de ellos.

En POR QUE CANTO EL TANGO el poeta -Antonio Cantó- dice: Porque se lo que es la ausencia del cariño de la madre (…) y más adelante Porque supe que la vida me negó desde la cuna / el cantar de la esperanza y el cariño maternal; por eso añora su viejo barrio, sus amigos, y la novia ausente, reemplazando así la ausencia del otro cariño.

En PUENTE ALSINA, Benjamín Tagle Lara menciona La noche de un triste drama pasional / y, huérfano entonces, yo, el hijo de todos [implícitamente, el autor, sin mencionarlo, nos dice que quedó huérfano a causa de ese drama] …yo no he conocido caricias de madre / tuve un solo padre que fuera el rigor; en este caso también se habla de la ausencia de la madre, pero la orfandad es total: tampoco tuvo padre, solo el rigor de la vida. Situación que en el tango anterior, está implícita.

Claro, ustedes me dirán pero aquí de lo que se habla es de casos de huérfanos y el poema habla de los hijos y sus padres, lo que me obliga a plantear el tema desde el aspecto personal, describiendo esas circunstancias que viví de niño. De paso, hacer una breve reivindicación de la madre, un poco castigada en el poema; además de señalar las virtudes del padre.

papá y mamá

No pretenderé hacer una apología total de mis padres ni considerarme un angelito que nunca mereció castigo, ya que Robert (mi hermano mayor) y yo, solíamos hacer travesuras como prácticamente todos los niños de nuestra edad y época que nos tocó vivir; cada uno tiene sus circunstancias. Pero esas travesuras no eran de todos los días, y si había resultado perjudicado algún vecino [pelotazo, rompe vidrio] lo habitual era que se lo dijeran a mi padre y no a mi madre.

Mi madre, Luisa Duca (“Muñeca” era su apodo) era ama de casa al completo: a su cargo el orden de la casa en todos sus aspectos, con los elementos de la época (quiero decir, en ese entonces, recién aparecían los primeros lavarropas, de modo que en la batea con la tabla de lavar… hasta que en el taller de mi viejo le fabricaron una lavadora); limpieza de la casa, la lista de la compra, encomendando la misma a mi hermano o a mí, tejer pullover, remendar la ropa, hacer la comida y…la repostería, pues en la cocina muy pocas podían igualarla y siempre nos sorprendía con sus masas y con magníficos postres, alguno de su invención que en otra ocasión publiqué.

Y Pablo Neruda con una fracción de su poema LA MADRE me presta sus versos para ella:


…Ay mamá, ¿cómo pude
vivir sin recordarte
cada minuto mío?
No es posible. Yo llevo
tu Marverde en mi sangre,
el apellido
del pan que se reparte,
de aquellas
dulces manos
que cortaron del saco de la harina
los calzoncillos de mi infancia,
de la que cocinó, planchó, lavó,
sembró, calmó la fiebre,…

Algunas veces hacían cosas en conjunto con mi padre, como la torta de 2 o 3 pisos que elaboraron para el festejo del 25º Aniversario de la Sociedad Italiana de Socorros Mutuos, en la que mi padre fue presidente ¿Nos pegaba? Si no lo recuerdo será porque, si lo hacía, no sería una paliza en regla pues más bien apelaba a retarnos, y eso a veces duele más que unos “chirlos” en las nalgas.

Por ese motivo y porque en nuestro hogar eso no ocurría, encuentro fuera de lugar ese estribillo fijo de ¡ah cuando venga tu padre!… y el ver entrar a Caín y escapar por todos lados. Además de recordar la realidad que significó, en nuestro caso, a mí que me paso el día pensando en jugar con ellos; aunque no era solo jugar (a veces lo hacíamos, a la pelota, en el terreno de casa) sino compartir otras cosas, que trataré de describir desde mi recuerdo de Antonio Toribio Tamborini (“Pichina”, apodo del lenguaje pampa que significa “Chiquito”, de modo que a mí me impusieron el mismo apodo, castellanizado).

Su taller (en sociedad con su hermano, mi tío César) se encontraba a unos 120 metros de casa, en la zona céntrica de Lonquimay. En épocas extra escolares a Robert y a mí nos apetecía pasar algunas horas, hurgando herramientas y repuestos pero también ayudando, por ejemplo esmerilando válvulas; o fabricábamos algún cochecito o camión de juguete sin reprendernos nunca por utilizar las herramientas.

Recuerdo también cuando mi viejo reparaba los frenos, me pedía apretar y soltar el pedal de los mismos mientras hacía el expurgue de las tuberías. Creo que me estoy yendo un poco por las ramas, debo retomar el tema de cuando mi papá llegaba a casa.

 Robert, César (Chiquito) y Antonio “Pichina” Tamborini

Pese a que trabajaba muchísimo (apelo en esto a lo que me dijo hace pocos años un amigo de la infancia: “nunca vi a nadie trabajar tanto como tu papá” -gracias, Tomasito Pensotti-), nunca demostraba cansancio. En épocas estivales cultivaba un huerto grande que cuidaba y regaba al llegar del taller; yo lo acompañaba y con una asada cerraba el surco ya inundado y abría otro, así sucesivamente mientras él realizaba otras tareas inherentes a la horticultura.

Después de cenar lo habitual era que saliéramos todos a la vereda, donde nuestros padres, sentados, observaban nuestros juegos en la calle (en ese entonces de arena -años ’50- y sin tráfico a esa hora) Robert y yo con los chicos y Norma (nuestra hermana) con las chicas de la vecindad; en ocasiones, según los juegos, varones y mujeres participábamos en conjunto.

Pero mi memoria me trae el recuerdo cuando era aún más chico, estar el viejo sentado con las piernas cruzadas, agarrarme de las dos manos mientras me sentaba en el dorso de su pie, que subía y bajaba hamacándome mientras me cantaba: Pimpiringayo / montó a caballo / fue al monte / encontró a los ladrones / comiendo pichones, / les pidió un poquito / no le quisieron dar /agarró una varita y se puso a llorar / vino Justina y lo hizo callar.

Ignoro si se trata de alguna vieja canción popular española y como el recuerdo es memoria, no sé si fallará en algo, pero la certeza de la memoria es que, mientras, yo reía muchísimo.

Como a Robert le gustaba estudiar de madrugada y en ese entonces el horario de luz era limitado de aproximadamente las 19 hasta las 24 horas, el viejo fabricó un farol que instalaba de manera fácil y rápida quitando un quemador de la cocina de kerosene. Por supuesto se levantaba temprano para dar luz y acompañar a mi hermano mientras estudiaba la lección.

El viejo era instruido, tenía su biblioteca y le gustaba mucho leer; era violinista y tuvieron su orquesta en el pueblo; a veces iban a tocar a pueblos vecinos. Para las tareas de la escuela era nuestra ayuda, pero en una ocasión en que tuvo dudas me dijo: “andá a lo de la señorita Inés a preguntarle”.

Inés González era una de las maestras del pueblo, vivía a unos 80 metros de casa; recuerdo que al llegar, en la vereda de su casa se encontraba su esposo, Atilio González, conversando con cuatro o cinco de sus amigos a los que dijo en mi presencia “Hay que sacarse el sombrero como Pichina educa a sus hijos”. Palabras, para mí, imborrables.

Solía acompañarlo cuando iba al frontón a jugar pelota a paleta en sus ratos libres, lo hizo hasta unos 4 o 5 meses antes de su grave enfermedad pulmonar.

Otra cosa acude en este momento a mi memoria, por su relación con “llegar cansado” del poema de Gagliardi. Ya mencioné que cultivaba su huerto: cebollas, tomates, lechuga, acelga, zanahoria, espárragos y alguna cosa más. En los últimos 5 años de su vida también se dedicó a la cría de gallinas de raza, Rhode Island Red, cuyo criadero denominó EL CHIQUITO en indudable alusión a mi nombre.

Participaba con sus gallos y gallinas en la exposición anual que la Sociedad Rural realizaba en Santa Rosa (La Pampa) donde obtuvo premios de CAMPEÓN y GRAN CAMPEÓN además de otras menciones. Ocasión que disfrutaba acompañado por mi gran amigo y compadre,  Roberto Luis Faga, pasando gratos momentos con mis padres mientras saboreábamos el asado que preparaba mi papá en ese predio.

Lamentablemente un cáncer de pulmón se lo llevó con solo 47 años, cuatro meses antes que yo terminara el bachillerato, sumando la injusticia de no poder ver esa conclusión de mis estudios, en los que él tanto insistía.

Por todo lo que antecede, puedo suscribir como si fuesen míos esos versos de Gagliardi, casi al final, que dicen:

(…)

Si hoy yo sé cuánto sufría al ver enfermo a su hijo,
porque me miraba fijo el primer pantalón largo
y se, y sé que hasta me habrá besado cuando yo estaba dormido
hoy que todo lo comprendo, ¿por qué no estás a mi lado?
¿por qué no estás ahora para besarte bien fuerte viejo lindo?
y ofrecerte mi cariño a todas horas.

Ves a tu hijo que llora, pero llora con razón,
porque te pide perdón pensando en aquellos días
en que ciego no veía que eras puro corazón,

(…) Decía un gran filósofo argentino: “El hombre justo es capaz de rehusar un favor a su familia y a sus amigos, sabiendo que la debilidad de su corazón encubriría una injusticia. El hombre justo es, por fuera, estoico; debe serlo siempre y con todos, sabe decir ¡no! a sus allegados y a sí mismo, cuando le asalta una tentación injusta. La madre de Pausanias llevó la primera piedra para que lapidaran a su hijo indigno…”

Así era mi papá, persona que sabía decir NO cuando sus hijos queríamos pedir una bicicleta o un balón de futbol, de los que regalaba la FUNDACIÓN EVA PERÓN. –Es para los niños pobres- nos decía con toda razón y justicia.

El tango PAPÁ por la orquesta de Juan D’Arienzo cantando Mario Bustos. Grabado en 1958:

César J. Tamborini Duca

Académico Correspondiente para León

Academia Porteña del Lunfardo

Academia Nacional del Tango

Del historiador de Lonquimay, don Osvaldo Montero, esta breve semblanza:

1930. Se forma una orquesta típica en la localidad, conjunto integrado por los Hermanos Emilio, César, Antonio y Ruby Tamborini, siendo acompañados en el violín por el Señor José Manfredi y en la batería por Benito Acosta.

1932. Se funda el Club Ferrocarril Oeste, estando el frente del mismo, Emilio, César y Antonio Tamborini –separados del Club Atlético-, con el fin de practicar fútbol. Fue de corta duración y se disolvió antes de los tres años de existencia, pasando todos sus bienes a poder del Lonquimay Club, poniendo como condición que este último inicie la práctica de fútbol.

About author
César José Tamborini Duca, pampeano-bonaerense que también firma como "Cronopio", es odontólogo de profesión y amante de la lectura y escritura. Esta última circunstancia y su emigración a España hace veinte años, le impulsaron a crear Pampeando y Tangueando y plasmar en él su cariño a la Patria lejana.
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