PAMPEANDO Y TANGUEANDO – Director-editor: César J. Tamborini
Lisandro y los relojes blandos de Dalí. (Relatos, Nº 29)
A Lisandro estuvieron a punto de llevarlo al manicomio de la calle Vieytes; si no fuera por su padre que se opuso tenazmente lo hubieran hecho. Unas horas antes de la boda con su novia de toda la vida, vecina y compañera de sus juegos infantiles, armándose de coraje afrontó la situación y le dijo muy claramente: “no me caso, yo te adoro y sabes que no quiero lastimarte, pero no puedo seguir adelante con esto, tú sabes mi manera de pensar y si nos casamos lo más probable es que tengamos hijos, y yo quiero acabar con ésta génesis absurda”.
El alboroto fue grande –no era para menos-; ahí estaban su madre, los padres de la novia, su hermana mayor y el cuñado empresario (siempre con la cadena de oro del reloj cruzando su prominente abdomen); y la tía, la tía solterona que siempre tiene el diagnóstico preciso para cada situación, y la que más se empecinaba en llamar a la ambulancia. Afortunadamente se impuso la voluntad del padre.
Pero antes de seguir adelante debo trazar un perfil psicológico de Lisandro y algo de su trayectoria, para entender un poco su decisión, la cual por otra parte era irrevocable y no influiría en los sucesos posteriores.
En su disyuntiva existencial, en su ipseidad, el ser o no-ser era una constante en su pensamiento: él, que no encontraba satisfacción viviendo, que en su alteridad hubiera preferido no vivir, se sentía impotente para conseguir la no-existencia. Decía que el tiempo es UN INSTANTE infinitamente prolongado, es siempre presente, un presente que dura desde el comienzo hasta el final de la vida, y siendo así sólo valía la pena vivir un instante, el resto sobraba. Decía que la PERMANENCIA sería como el puro deslizamiento de instantes en-sí, pequeñas nadas separadas unas de otras y reunidas en la trayectoria vital del ser.
Desde niño tenía arrebatos incongruentes, como pasar horas y horas retrocediendo las manecillas del reloj para retornar al pasado, al momento de su nacimiento y antes aún, para no existir.
Adolescente, perdía muchas horas en la contemplación del cuadro de Dalí “La Persistencia de la Memoria”, en cuyos relojes blandos creía descubrir distintos mundos imbricados en otras dimensiones espacio-temporales. Contemplando las estrellas, se decía que aún viviendo en el presente estaba observando el pasado, pues al estar a miles de años luz, lo que estaba observando eran sucesos del pasado, de miles o de millones de años antes, dependiendo de la distancia a la que se encontraran los distintos cuerpos celestes. (Eso lo afirmaba más en la convicción que el tiempo es un instante perpetuo).
También en la memoria el pasado coexiste con el presente, al recordar sucesos ocurridos. –“¿Se dan cuenta? decía; ya estamos hablando de dos dimensiones distintas del tiempo; ¡y las que habrá!”.
Nunca dejó constancia testimonial por qué no optaba por el suicidio, de modo que ésta es una alternativa que nunca supimos si fue contemplada alguna vez por él. Sí hay constancia que en diversas oportunidades participó en reuniones de espiritismo, en la creencia que en alguna de éstas doctrinas encontraría solución a su aflicción existencial; yo mismo lo vi entrar en una ocasión en la “Escuela Científica Basilio” ubicada en la calle Casullo, entre las de San Martín y Colón, de la ciudad de Morón.
Sus amigos (escasos por cierto pues la gente de su edad lo encontraban muy raro) y sus condiscípulos en las distintas etapas estudiantiles afirman que su inteligencia era excepcional, y efectuaba los cálculos matemáticos con una rapidez y exactitud prodigiosos: operaciones algebraicas, fórmulas químicas, ecuaciones y teoremas no tenían secretos para él, de tal modo que no podía sorprendernos leer un día en el suplemento científico de “La Nación” que Lisandro había ganado un importante premio en EE.UU. por sus investigaciones; y su artículo científico titulado “Las matemáticas y las partículas sub atómicas: bosones, fermiones y agujeros negros” publicado en las más prestigiosas revistas científicas del mundo, resultó el empujoncito que faltaba para que lo contrataran en un importante Instituto de California.
En realidad lo que él buscaba, su obsesión y la razón por que su privilegiada inteligencia se orientara en esa dirección, era siempre la misma: la posibilidad de retroceder en el tiempo, volver al pasado para desconectar el hilo de su existencia.
Como no teníamos la capacidad intelectual ni los estudios de la Física de las Partículas y los fenómenos espacio-temporales del Universo, aunque escuchábamos embelesados sus disertaciones sobre las singularidades, no entendíamos casi nada de sus explicaciones y sus recurrentes afirmaciones que se podía volver al pasado a través de un “agujero de gusano”. Durante mucho tiempo no supimos más de él, excepto por la carta que envió a su padre y que éste nos mostraba compungido y lloroso, y en cuyo texto se expresaba más o menos así:
“Querido papá: sabes muy bien cuánto te quiero y muy lejos de mi razón y sentimiento está el causarte dolor alguno; tú no eres culpable de lo que me pasa pues siempre me has tratado con comprensión y cariño, pero en este momento estoy a punto de emprender un viaje al pasado, si es que la nave funciona y consigue entrar en un “agujero de gusano”. Mi intención es llegar a la época en que vivía el abuelo con la intención de matarlo antes que conociera a la abuela y te engendraran a ti, lo cual haría imposible mi nacimiento. Te quiero mucho”. Lisandro.
Pasaron los años y el recuerdo de Lisandro, aún sin conocer su destino, era a veces motivo de elucubraciones en las tertulias de café a las que concurríamos habitualmente –en la Confitería “La Ideal” de la calle Suipacha- los sábados por la tarde.
Permítaseme aclarar que aunque en el mundo transcurrieron años, un viaje a través de un “agujero de gusano” representa sólo minutos para quien lo efectúa –si fuera factible hacerlo-, aclaración ésta que no es fruto de mis conocimientos, sino de la opinión de uno de los contertulios, el profesor Mestorino, físico de la C.N.E.A. (Comisión Nacional de Energía Atómica).
Tiempo después llegó otro mensaje a su padre en los siguientes términos:
“Viejo querido, te sorprenderá este nuevo mensaje y no comprenderás cómo llega a ti, pues te lo envío desde otra dimensión a la cual accedí en el viaje que te comentaba en la anterior. Es muy difícil de explicar para que tú lo entiendas, por eso trataré de resumirlo de la manera más comprensible: logré mi objetivo de matar al abuelo y entonces ni tú ni yo deberíamos existir, pero si yo no existo tampoco puedo regresar al pasado para matar al abuelo, razón por la cual él pudo casarse con la abuela y engendrarte, y tú a mí que sigo estando en California, porque aunque se puede volver al pasado no se pueden cambiar los sucesos, es decir la historia.
Lo que pude descubrir en mi viaje es algo con lo que especulábamos teóricamente los científicos, que el tiempo y el espacio conforman más de cuatro dimensiones, una de las dimensiones del tiempo –ya lo sabíamos- es lineal, y no es más que la interminable sucesión de instantes que constituyen la historia humana tal como la conocemos; pero hay otras dimensiones y en una de ellas el tiempo es circular, y si uno por desgracia acierta a entrar en esa dimensión vive y revive la misma historia, en una palingénesis interminable, como la pescadilla que se muerde la cola.
Al matar al abuelo –porque ése es un suceso que ocurrió- estaba matando al abuelo de otra dimensión, una dimensión en la que tú ya no puedes existir y en la que yo, en el instante del suceso, me desintegré –por así decir-, desaparecí de esa dimensión para reaparecer en el Instituto, justo en el momento de intentar emprender un viaje al pasado, si es que la nave funciona y consigue entrar en un “agujero de gusano”. Mi intención es llegar a la época en que vivía el abuelo con la intención de matarlo antes que conociera a la abuela y … Te quiero mucho”.
Lisandro
Salvador Dalí
por César J. Tamborini Duca
1 Comment