El cuerpo de Quiroga -del que se desconocía su ubicación pues fue escondido para que no lo profanaran- fue inhumado en la Catedral de Córdoba. Se lo trasladó en 1946 a la bóveda de los Quiroga en Recoleta. En 2007 un grupo multidisciplinario que ingresó al subsuelo halló el cajón de bronce que guarda su esqueleto de pie dentro de una pared lateral. Los familiares no permitieron abrir el ataúd, para poder así comprobar si a sus pies, como se sabe de tradición oral, reposan los huesos de su esposa.
LA MUERTE DE QUIROGA
Facundo Quiroga fue asesinado en una emboscada en Barranca Yaco, al regresar de una misión encomendada por el entonces gobernador de Buenos Aires, Vicente Maza; y a instancias de Juan Manuel de Rosas para realizar una misión diplomática: su objetivo era establecer la paz entre los gobiernos de Tucumán y Salta.
En la emboscada participaron Santos Pérez y una partida de sus hombres, al alborear el día del 16 de febrero de 1835. A Santos Pérez le fue encomendado el asesinato por los hermanos Reinafé, uno de ellos, José Vicente, era Gobernador de Córdoba. La instrucción dada al jefe de los emboscados, era que nadie debía quedar con vida. Y mataron hasta el postillón, de 12 años de edad; tampoco se salvó el secretario de Quiroga, José Santos Ortiz.
Después del asesinato y con el paso de los meses, el ánimo de los Reinafé muy preocupados en un primer momento, se fue normalizando. Pero en agosto les explotó una circunstancia no prevista: la súbita entrada en escena de José Santos Fuertes* y Agustín Marín. Eran correos de Quiroga que cabalgaban retrasados y no fueron advertidos por los emboscados; los dos hombres los estaban observando.
“Santos Fuertes, el asistente de Facundo, marchaba a bastante distancia detrás de la comitiva en el momento del asalto. Oculto en el monte presenció de lejos la masacre y consiguió huir, el único a salvo de los acompañantes de Facundo, y pudo dar aviso al Juez de paz de Sinsacate” (UNA SOMBRE DONDE SUEÑA CAMILA O’GORMAN, de Enrique Molina, Ed. Seix Barral, Buenos Aires, 1994, pág. 119).
Esa circunstancia permitió conocer de primera mano cómo ocurrieron los hechos, que José Santos Fuertes pudo relatar en estos términos: Llegamos a Santiago del Estero luego de un viaje agotador… tierra y calor eran las constantes en aquellos primeros días del caluroso diciembre de 1834… La cuestión fue que, al llegar a Santiago del Estero, Facundo se enteró de la muerte de Latorre, el gobernador de Salta, y dio por concluido su viaje (…)
El 16 de febrero de aquel 1835, con la pequeña comitiva de Facundo, entramos a la provincia de Córdoba en viaje de regreso a Buenos Aires. Hacia el mediodía llegamos a una zona conocida como Barranca Yaco y al tomar una curva, una partida de casi treinta paisanos detiene la galera…
Facundo abre la puerta y con el presentimiento hecho realidad escucho el grito de Quiroga que dice ¡quién manda esta partida! Y antes que pueda mirarlo, el ruido del pistoletazo…
Lo que recuerdo desde allí, es como una escena en cámara lenta… giro la cabeza y veo la cara de Facundo estallar en una masa sanguinolenta… el grito del mayoral y el de Santos Pérez (que después supe, fue el que disparó), se mezclaron… luego llevó el polvo que seguía a la galera y nos cubrió…
*Algunos autores lo mencionan como Santos Funes.
César Tamborini
EL GENERAL QUIROGA VA EN COCHE AL MUERE.
Jorge Luis Borges
El madrejón desnudo ya sin una sed de agua
y la luna torrando por el frío del alba
y el campo muerto de hambre, pobre como una araña.
El coche se hamacaba rezongando la altura;
un galerón enfático, enorme, funerario.
Cuatro tapaos con pinta de muerte en la negrura
arrastraban seis miedos y un valor desvelado.
Junto a los postillones jineteaba un moreno.
Ir en coche a la muerte ¡qué cosa más oronda!
El General Quiroga quiso entrar en la sombra
llevando seis o siete degollados de escolta.
Esa cordobesada bochinchera y ladina
(meditaba Quiroga) ¿qué ha de poder con mi alma?
Aquí estoy afianzado y metido en la vida
como la estaca pampa bien clavada en la pampa.
Yo, que he sobrevivido a millares de tardes
y cuyo nombre pone retemblor en las lanzas,
no he de soltar la vida por estos pedregales.
¿Muere acaso el pampero, se mueren las espadas?
Pero al brillar el día sobre Barranca Yaco
sables a filo y punta menudearon sobre él;
muerte, de mala muerte se lo llevó al riojano
y una de puñaladas lo mentó a Juan Manuel.
Ya muerto, ya de pie, ya inmortal, ya fantasma,
se presentó al infierno que Dios le había marcado,
y a sus órdenes iban, rotas y desangradas,
las ánimas en pena de hombres y de caballos.