Lo que diferencia a esta Aguafuerte es su verosimilitud, un hecho real ocurrido en mi pueblo pampeano (Lonquimay), allá por los años del primer lustro de la década del ’50. Obviamente del siglo pasado. Personajes reales, sin que signifique que todos ellos estuvieran en el lugar cuando ocurrió lo que pasaré a relatar.
Acompañaba a mi tío César, como solía ocurrir los sábados después del almuerzo, al bar de los hermanos Alonso, Oscar y Arturo (de origen Leonés). Cruzamos la ancha calle de arena, firme y con algunos charcos de agua pues había llovido la noche anterior, y alcancé a escuchar cuando Arturo decía «ahí viene Sextón con el sobrino», fórmula que utilizaba con frecuencia para aludirnos.
Me detuve en la puerta mientras esperaba a Jorge Gutiérrez, con quien había quedado en encontrarme para jugar al metegol (futbolin), contemplando el entorno: 2 caballos redomones atados al palenque, la coupé Mércury ’47 de Eduardo Sassone, de cuyo motor 8 cilindros me parece escuchar aún hoy su poderoso sonido, en la alternancia de sus pistones; la «catramina» Chevrolet ’28 del gringo Carnicelli, que era un lujo en aquella época para los menesteres de alambrador a que se dedicaba; el camión Ford ’46 de la Cabaña 12 de Abril, de Néstor y Luis Arangoa (Marta, hija de Ernesto, era compañera de estudios); el Chevrolet ’38 del Dr. Silva al que tantas veces saqué brillo y con el que aprendí a conducir cuando apenas llegaba a los pedales; un sulky cuyo caballo estaba atado a un árbol en la vereda de enfrente y 2 o 3 coches más completaban la escenografía sabatina.
Cuando llegó Jorge acompañando a su hermano mayor Carlos entramos y nos quedamos contemplando un momento la mesa de mi tío, en la que jugaba al Mus con el «Bocha» Tapia, y los mencionados Dr. Silva y Carnicelli; aunque a decir verdad no entendía el juego, pese a que con mis 11 años había aprendido el Truco, juego de naipes con algunas cosas en común.Todas las mesas estaban ocupadas y alternaban las conversaciones con el sonido de las cartas al entremezclarlas, las risas, el sonido de algún licor al ser escanciado en el vaso, la frase altisonante al arrojar sobre el tapete una carta ganador. Una densa humareda provocada por los cigarrillos flotaba suspendida poco más arriba de nuestras cabezas.
Poco duró la contemplación porque de pronto gritos que provenían desde la calle hizo que todos los parroquianos salieran precipitadamente. El «gallego» y yo los acompañamos primero con curiosidad… luego con un poco de temor. ¿Qué ocurría? Nada menos que los hermanos Luciano y «Gordo» Menéndez, hijos de un domador de larga fama y domadores ellos mismos, se increpaban mutuamente por quién sabe qué causa baladí y ahí nomás habían hechado mano del facón que, como todo gaucho que se precie, llevaban envainado en la cintura.
La gente se había arremolinado en apretado círculo, razón por la cual mi amigo y yo mirábamos por entre los resquicios que se producían entre los espectadores, con nuestros ojos llenos de asombro y asustados, los malabares que hacían; y escuchábamos el entrechocar de los cuchillos, el poncho envuelto en el brazo izquierdo, mientras sus alpargatas evolucionaban en la arena de la calle en una danza macabra que parecía interminable, mientras la gente los incitaba a deponer su actitud sin atreverse acercarse para separarlos.
Vano intento hasta que finalmente, cuando alguien mencionó gritando la llegada de un milico, el sargento Amaranto «Tito» Stemphelet, subieron a sus caballos y marcharon tranquilamente cada uno por su lado, seguramente orgullosos del espectáculo protagonizado. ¿Se habrían puesto de acuerdo para divertirse un poco? Queda la duda, y el recuerdo de esa imágenes martinfierreras.
Lindos recuerdos y bien pintados.
Me hiciste recordar, gratamenete, mi primer viaje al campo de mi tio abuelo, en La Manuela (Daireaux – Pcia. de Buenos Aires), y mi primer visita a un Almacen de Ramos Generales, a la que llegamos en la Pick Up Studebaker, donde ademas, compre mi primer par de alpargatas de suela de yute y color rojas y una cinta de tafetina del mismo color para ponerle a un gatito de la casa.
Ese ambiente de tragos, naipes y cigarros, a un costado, constrastaban con los prolijos armarios de madera de roble lustada, hasta lo alto de los techos de cinco y pico de metros, llenos de anaqueles, de donde una sra. de delantal blanco almidonado sacaba desde un hilo de bordar, hasta unos tornillos. Su marido despachaba en otra punta de gran salon el kerosene, llenando damajuanas cubiertas de mimbre tejido, desde un tanque de lata como de 100 litros, y se ocupaba tambien de servir a los parroquianos.
Que hermosos recuerdos!!! Gracias Cesar!!
Se que siempre encontraré algo interesante en este sitio.. Querido Cesar, ¡Que bueno que queden documentadas todas estas estampas del modo de vida y sentido del orgullo y valor criollo… Tambien la inserción del inmigrante que a traves de los años, fue enriqueciendo mutuamente la forma de vida de todos.
El gallego, el gringo y el nativo de esas tierras casi vírgenes, fueron la mejor alianza, para formar el país inmenso, granero del mundo, que alguna vez, conocimos…
Yolanda Solis Molina
Mirá vos, los dos aprendimos con Chevrolet pero me ganaste por uno. Yo lo hice con un 39 negro dos puertas, con su correspondiente volante a la derecha y si bien siempre fuí de patas largas me lo tenían que poner en marcha porque no llegaba al «botón» de arranque que estaba en el piso y por allá lejos.
La verdad es que a esta altura del campeonato no creía que hubiese ningún viejo que pudiese haber aprendido con un coche tan antiguo. Gracias Cesar porque esto me da moral.
Poco tiempo después mi padre se compró el Cevrolet 51 0km. gris metalizado. «Se paraban pa´ mirarnos.»..
Con ese hice locuras de las que hoy pienso cuánta suerte tuve para lo inconciente que fuí.
Pero… el otro recuerdo que me dejaste flotando fué el ruidito de la cupé 8V.
Nuestro vecino tenía una Ford 47 verde botella y yo me volvía loco cada vez que la aceleraba al salir de su casa. Mis amigos me decían: «pero con el coche que tiene tu viejo y a vos te gusta ese».
Y sí, siempre me gustó y quise tener uno.
Muchos an-os después, a raíz de la construcción de la autopista que va a Ezeiza, en el bajo San Telmo aledan-o al puerto, había unos almacenes del instituto nacional de reaseguros o algo así que debían demoler para la construcción de la autopista.
Producto de la burrocracia, había almacenados desde tiempos inmemoriales una serie de coches y un camioncito Ford del anho 28 con una caja que era una obra de artesanía. Todo salió a subasta en el banco Municipal y allí estaba yo. Recuerdo que había un Fíat Topolino, un Chrysler 47 (otro coche que siempre me encantó) y entre varios más una cupé Ford 47 y una cupé Chevrolet del 58, las primeras de 4 faros.
Como viejo conocedor de subastas, y para espantar a los «buscas» que te corrían los lotes para que «arreglaras», empecé a ofertar por todos los lotes para que no supiesen a qué iba(y contento porque las cupés iban al final). Cuando llegábamos a un precio caliente se los hacía «tragar».
Después de digeridos 5 o 6 lotes entendieron que estaban haciendo mal negocio y dejaron de molestarme.
Ya estaba todo a huevo para la Ford 47, o al menos eso creía yo, porque cuando llegó el turno a la Ford empezaron a levantarse manos y gritos de todas partes y en la calentura de la subasta la llevaron a un precio que hasta en el Borda se hubiesen espantado.
Tampoco vino tan mal, porque después de la tormenta vino la calma y en medio de las discusiones, las risas y los comentarios sobre lo que se acababa de vivir en la sala, salió la Chevrolet con toda la audiencia distraída y me la adjudiqué por la base. (U$S 100 al cambio de ese momento).
Días después, inflamos las gomas que eran las originales con banda blanca empujamos el coche hasta el montacargas y de ahí a la caja de un camión.
La verdad es que si bien siempre me había gustado ese modelo no le había prestado demasiada atención al revisarlo y al llevarmelo a mi galpón en Quilmes empezaron las sorpresas.
Escoba, plumero, trapos y aspiradora, empecé a sacar de dentro los kilos de polvo que tenía acumulados hasta que pude sentarme en el sitio del conductor. Qué sensación !!!
Yo tenía por ese entonces un Ford Fairlane y una cupé Torino Comahue (trompa y cola) recién estrenados pero esto era otra cosa, no lo puedo describir pese a que lo estoy recordando como si fuese hoy.
Recuerdo que al mirar el tablero comprobé que estaba todo, no faltaba nada, hasta el encendedor. De golpe la primera sorpresa.
A la derecha un aplique rezaba Impala con las banderas cruzadas.
Para mí los Impala habían venido en el 59 – con aquél estrambótico modelo que parecía el coche de Batman – y los 58 eran los Bel Air. Pero nó, en el 58 habían entrado 7 coches como este en el país y se diferenciaban exteriormente -entre otras cosas- porque el Impala llevaba 3 luces de cada lado en cola en lugar de las 2 del Bel Air.
Viendo el buen estado del interior me llama la atención el tapizado que estaba recubierto por una funda de plástico transparente en perfectas condiciones. También me llamó la atención el kilometraje, 11.000 kmts., pero no le dí importancia por lo inverosimil en un coche de esa edad.
Ahí recordé que por aquellos tiempos se pedían los coches con fundas sintéticas y así venían de USA. Así había pedido mi padre el 51. (Luego cuando en el verano te sentabas en el coche al sol te freías el dorso en el asiento y cuando hacías un viraje brusco – de los que yo era especialista en el asiento para tres corrido – terminabas sentado en el sitio del acompan-ante y volvías a tirar del volante para regresar al puesto).
Era la época en que muchos daban la vida por tener una camisa de nylon importada de USA y poner en el bolsillito el atado de cigarrillos Chesterfield para que viesen que fumaban importados. La época en que la estupidez de turno hacía que pagasen por una camisa de nylon el doble que por una de seda natural.
En el momento que voy a levantar el capot reparo por primera vez en la patente del coche y su extran-o color. Inmediatamente recordé que por aquellos tiempos – al menos en la PBA – cambiaban todos los an-os la patente e incluso el color de las mismas. Concretamente esta pertenecía al an-o 58 y esto significaba nada menos que: el coche había sido robado dentro del mismo an-o de su estreno y vaya a saber por qué motivos al recuperarlo ya habrían indemnizado a su propietario y se quedó durmiendo el suen-o de los justos en una de las plantas de ese edificio de reaseguros. El kilometraje era real, una cupé 58 Impala casi 25 an-os después con solo 11.000 kmts.
Cosas de la vida, tanta ilusión me hizo, tanta alegría y nunca la pude reestrenar. Había que hacerle una serie de arreglos de carrocería exterior porque había estado 20 an-os bajo la acción de una gotera que pudrió parte del guardabarro trasero derecho y hacer un repaso completo antes de poner en marcha su motor de 8 cilindros. Por esos tiempos, algunos contratiempos de índole familiar me tuvieron ocupado hasta que salió mi marcha a Espan-a y allí quedó el enorme galpón de Quilmes repleto de caprichos y recuerdos.
An-os después, allá por el 90 y cuando no se vendía nada, un amigo me llamó diciendo que tenía un comprador para el galpón y que me convenía venderlo antes de que un día se metieran unos okupas y me quedase sin nada.
Se malvendió el galpón y hubo que liquidar todos los caprichos, berretines, recuerdos e ilusiones que había amontonado allí dentro. Entre ellos el casco de un motovelero de 10,80mts que estaba haciendo y sus matrices para la fabricación además de la cupé Chevrolet Impala del 58.
Se la vendí por 300 dólares a un médico de Quilmes que como hobby restauraba coches y an-os después supe por su hermana que la habían dejado nueva y la habían publicado en una revista americana especializada. Nunca más la ví pero un día en Alemania encontré de casualidad el museo más completo que haya visto jamás de material de transportes. Desde aviones hasta trenes pasando por coches, motos y bicicletas donde no alcanzan tres días para ver todo con el detenimiento que merece.
Allí tenían mas de 30 Ferraris, una quincena de Bugattis, imposible calcular la cantidad de Mercedes y entre ellos uno de los Mercedes blindados de Hitler que creo pesaba varias toneladas. Hasta un caza japonés sacado del fondo del mar con restos de formaciones marinas icrustadas en el fuselaje.
Lo que no había era coches americanos hasta que de golpe, ZAS, apareció uno y cuál era ? Una cupé Chevrolet Impala 58 del mismo color e idéntico tapizado.
La única diferencia es que esta era convertible porque si no me hubiese jugado que tenía que ser aquella. Radka cuando la vió no podía entender como siendo como soy me había podido desprender de esa joya.
Pedazos de uno que vamos dejando a lo largo del camino.
Un abrazo.
Queridos amigos, verdaderamente les estoy muy agradecido por los comentarios a este relato, en el cual Nalo (Yolanda) aprecia el recuerdo de tantos inmigrantes que ayudaron a forjar nuestro país, cosmopolita como pocos; Alicia como no podía ser de otra manera, rememora esos ambientes tangueros, de caña y tabaco, que tan bien plasmó su abuelo (A. Marino) en los tangos que escribió. Y Alberto despertó su recuerdo, pero también reavivó el mío porque me había dejado algunas cosas en el tintero, y como se aprecia su inclinación al automovilismo le devolveré la pelota haciendo mención de algunos más.
Porque los hechos se remontan a los años comprendidos entre el ’49 y ’53 o ’54 del siglo pasado, cuando aparte de los mencionados en mi artículo otros vehículos ocupan la atención en mi memoria. Como la coupé Chevrolet 46 de la fábrica de jabones Montero con la que recorrían los caminos de La Pampa y alrededores para ofrecer sus productos, o sus dos camiones Chevrolet 46 y 47 para repartir la mercadería.
El Ford 39 del vecino (leonés, el) del Almacén de Ramos Generales; el Chevrolet 49 o 50 de un estanciero vecino al taller, el más moderno del pueblo (con bandas blancas en los neumáticos, tal como rememora Alberto) hasta la llegada del Chevrolet 51 de otro estanciero, don José Souto.
Recuerdo cuando éste apareció la primera vez en el taller de mi viejo, a un montón de sus amigos rodeando el coche, observando todos sus detalles, el capó levantado para ver el motor (antes «veías» todos los periféricos y sus conexiones al motor).
Sin olvidar el Plymouth ’28 del taller de mi viejo y mi tío cuyo diferencial acoplaban a la ‘catanga’ Chevrolet 28 «campeón» conducida por mi tío para las carreras de monopostos. Coche que cumplía múltiples funciones como que le permitía al Dr. Silva, cuando llegó al pueblo estrenando su flamante título de médico, realizar las visitas a los pacientes en el campo, hasta que adquirió su Chevrolet ’38 al que lavé muchas veces y con el que aprendí a manejar.
Por supuesto que recuerdo otros coches y camionetas y a sus dueños, pero me veo impelido a descartar su mención porque me estoy extendiendo en demasía.
Reiterándoles mi agradecimiento les envío un fraternal abrazo.
Creo que en alguna oportunidad ya te lo mencione. Nos pone muy felices!!! todos estos hermosos recuerdos de aquellos tiempos vividos.
Tus anecdotas hacen que vuele mi imaginacion porque yo no estaba aun en este mundo, pero veo la felicidad, el brillo en los ojos y las sonrisas que les provoca a mis padres estas emocionantes historias reales. De esa forma yo tambien voy construyendo parte de mi vida, porque tengo la oportunidad de conocer mas cosas de mis abuelos, de los amigos de mi padre y de el mismo. Quien mejor que un verdadero amigo para hacer que esto llegue a nuestros corazones.
Una vez mas, gracias por escribirnos. Te mandamos un abrazo enorme. Oscar, Mary, y Lorena. Saludos a tu flia.
¡Que hermoso! Como te dije, papá nos traía chocolatines Milkibar desde el Tango Bar cuando volvía de jugar al truco o al mus. Iba en la Chevrolet 47.
En el almacén de Ramos Generales trabajaba tu amigo Oscar y mi tia Leonor, decía de él, que se parecía a Alaín (así, con acento en la í lo pronunciaba). Se refería a Alain Delon y a lo «churro» de Oscar.
Va este comentario intencional porque veo un comentario desde Argentina.
Confirmaste una suposición mía: en un primer momento iba a mencionar las dos ‘coupé’ Chevrolet, una ’46 (que solía conducir Alfredo Montero) y la otra ’47 me creaba dudas si eran fruto de mi imaginación, pero ahora vos corroborás mi dubitativa memoria: la ‘coupé’ Chevrolet ’47 que manejaba Osvaldo, tu papá. Gracias por el dato.