De regreso de La Pampa a Buenos Aires le conté a mi hermano que había estado con Pedrito (“Yeti”) Gette. –No me digas ¿el loco Yeti?- Me respondió Robert.
-¿Por qué el loco? le pregunté- Como ambos son dos años mayores habían sido compañeros en la Escuela y Robert conocía a Pedrito mejor que yo en esa época.
-Le decíamos así porque no paraba de hacer bromas y locuras ¿y cómo te encontraste con él?
Entonces le comenté que estando en Lonquimay en la casa de Jorge Gutiérrez (cuyos ancestros eran de Casares de Arbas, León) fuimos a saludar a Amílcar Fiorucci, Director de la Radio del pueblo. Aprovechó Amílcar para un breve reportaje en el que entre otras cosas recordamos cuando su papá manejaba su torno en el taller de nuestro viejo; pero Pedrito nos estaba escuchando desde su casa en Santa Rosa. Ignorantes de esta circunstancia, cuando estábamos almorzando con Jorge y Tani (su mujer) sonó el teléfono. Llamaba el amigo que quería comunicarse conmigo.
Fue entonces tan grande su insistencia para que lo visitara, que fuera a comer a su casa –“saco el cordero que tengo en el congelador” me dijo- que acepté su invitación con el agrado de quien se siente recordado con afecto por todo un personaje del que posteriormente comprobé su generosidad; al estilo de Painé, el gran cacique ranküllche del que se decía que practicaba la hospitalidad como los beduinos del desierto. Rasgo tal vez genético en Pedrito pues luego me comentaría su origen vasco-francés por línea materna, y de origen pampa por parte de su papá, el conocido gaucho (resero y gran domador de potros) don Pedro Gette (“Yeti”).
Pude apreciar su histrionismo en el buen sentido de la palabra; no podía prescindir de intercalar alguna broma en la conversación; y de vez en cuando salían de su boca frases comunes en el habla campesina que mi memoria había archivado en el rincón de los recuerdos para reavivarse cuando salían espontáneamente de su boca: “más filoso que facón sin vaina”.
Durante el palique surgió el tema de mi búsqueda de la Laguna de Lonquimay. “Está en tal sitio” me dijo Pedrito. Ello sirvió para reavivar mi búsqueda y, aunque el dato finalmente era inexacto, mi insistencia dio sus frutos luego de reiteradas consultas y pude completar mi Ensayo “Toponimia Histórica de Lonquimay”.
Su generosidad, implícita en la insistencia para el convite, se extendió en el obsequio de un libro (magnífico regalo de su autoría, “Por huellas y empedrados”, bajo el seudónimo “Carlos Rosendo”). Y lo que considero una joyita, la foto original de su abuela paterna que me obsequió con la siguiente dedicatoria:
“Dedico a mi amigo Chiquito historiador de la Nación Mapuche, una foto de mi querida abuela Anselma; hija de Andrea Lucero Aimú cautiva en Luan Toro por un malón de las Tolderías de Tres Arroyos donde nace mi abuela Anselma, rescatada luego por una partida del ejército y Salesianos que se encontraban evangelizando. Con el mayor afecto de tu amigo de la infancia. Pedrito Gette. Santa Rosa, 02/06/2015”.
Nació Pedrito Gette en Lonquimay (La Pampa) el 18 de septiembre de 1940, hijo de Riquelma Arangoa y Pedro Gette, de quienes hablaré al final de este artículo. Se desempeñó en las tareas campestres junto al mejor maestro que podía tener, su padre; y al llamado de su vena poética se volcó en los versos gauchescos, publicando en 1995 su “Son cosas de éste paisano”, pero en la búsqueda de nuevos horizontes y viviendo luego en la ciudad de Buenos aires, se hizo bailarín profesional de tango sin abandonar su faceta poética que lo llevaron a escribir “Por huellas y empedrados. Versos de Carlos Rosendo”, no por la vanagloria de la fama sino para destilar sus sentimientos desde su alambique versificador. Como él mismo expresa al inicio de su obra “Para algunos poetas, ganar un premio literario es un aliciente de continuar escribiendo; el mío es el del corazón de sureros y buenos cantores que desde sus labios y la guitarra, hacen conocer mis humildes versos a lo largo y ancho de este bendito país”.
Son los mismos que permitieron a Alfredo Salas obtener el Tercer Premio en la “Fiesta del Ternero de Ayacucho” y, tiempo después, a René García lograr el Primer Premio en la misma Fiesta Tradicional. Publicaciones de sus poemas en el “Diario La Opinión” de Baradero (Pcia. de Buenos Aires), en “Revista pa’l gauchaje” de la ciudad de La Plata, así como Antologías y otras publicaciones, nos hablan del reconocimiento a su calidad poética.
Para señalar alguno de los poemas contenidos en “Por huellas y empedrados” mencionaré “Domador y Resero” dedicado a su progenitor (del género “Huella”, musicalizado por René García); “Embarcadero”; “Pueblo mío” dedicado a Lonquimay en su Centenario (2005); “Viejo Almacén” (dedicado a una “Pulpería” en la localidad de Carro Quemado, transformado en Museo Tradicional); “Floreos”, dedicado a la cantora surera Lucía Ceresani.
En Buenos Aires se inicia en el aprendizaje del tango en la “Academia Gaeta” y con el seudónimo de Carlos (por Gardel) Rosendo (por el famoso autor Rosendo Mendizábal), conforma la pareja de baile “Carlos Rosendo y Elsa” actuando en la obra “Buenos Aires me copás” en el Teatro “Manzana de las Luces” y en el interior de la provincia de Buenos Aires.
Posteriormente su amigo “Pepe Avellaneda” (José Monteleone) le ofrece ir al “Taller de Tango Homero Manzi” en Lomas de Zamora, donde estuvo a cargo del alumnado. Mas tarde se desempeña en el “Teatro del Sur” donde prepara la coreografía de baile para “Tango Varsoviano” de Félix Alberto, quien obtiene el “Premio Moliére al mejor Director” del año 1987. En esa obra Pedrito tuvo de alumnas a las actrices Adriana Díaz, Ester Goris, a Nilda Raggi (madre de la modelo Florencia Raggi) y al actor y bailarín Luis Solanas. Entre otras actividades relacionadas con el tango (cuya enumeración sería extensa) finalizo este tema mencionando su Contrato en 1990, por dos años de duración, con la Secretaría de la Embajada de Suecia, y la Dirección de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires.
AQUÉL GAUCHO, PEDRO GETTE
Transcribo del libro de mi amigo parte de la nota que Leonardo Castagnino hiciera para la “Gazeta Federal” a Don Pedro Gette (“Yeti”), papá de Pedrito, que figura en el libro “Por Huellas y Empedrados” en la página 113:
La hija del patrón . También de joven trabajó de mensual en la “estancia de los Arangoa”, y allí conoció a “la hija del patrón”, y Pedro, que era bien parecido, al tiempo comenzó a arrastrarle el ala, y se vio correspondido, pero el patrón, como no podía ser menos, lo llamó al escritorio y “le arreglo las cuentas”.
Pedro, callado, alzó las pilchas, ensilló y se fue “pal pueblo” silbando bajito, como si nada, pero esa misma noche volvió a la estancia, de a caballo, y se llevó la china “enancao”, y como para que todos lo supieran, al retirarse les dejó la firma: el sombrero en el poste de la tranquera.
Al cabo de unos días la policía lo ubicó por los pagos de General Acha, pero don Pedro, con su prenda, ya se habían “legalizao” en el registro civil.
Fue mujer propia toda la vida
De gauchos y reseros: Para concluir voy a transcribir lo que a propósito del “gaucho” y el “resero” (que es una de sus especialidades) escribió el inmigrante inglés Hugo Backhouse en un libro sobre sus vivencias en las pampas argentinas: …”a este rudo hombre de la naturaleza se encomienda su cuidado (se refiere al ganado) no solo en el campo, sino en el transporte de un sitio a otro, el cual puede durar semanas enteras y pasar por muchas pruebas a lo largo del viaje. De esta manera, el buen criollo o gaucho tiene por norma que perder una sola res, aun por fuerza mayor, es una deshonra.
El auténtico criollo se siente orgulloso de la confianza de su patrón, y también de su propia habilidad en todos los asuntos del campo. No tolera insultos a este amor propio, y defenderá su honra con el facón. La misma palabra gaucho, aplicada hoy a un hombre, es un cumplido; significa que es no sólo un campero cabal en el trabajo, sino también un hombre de honor. “Hacer una gauchada”, frase que se aplica refiriéndose a alguna acción generosa, o “el hombre es muy gaucho”, quiere decir, en este sentido, que se trata de una persona recta, que procede lealmente en todos los terrenos, aunque nada sepa de las faenas del campo. Esta frecuente aplicación del nombre que llevaban los antiguos camperos a personas de buen crédito en la actualidad demuestra simplemente el firme espíritu de cuerpo y el indomable orgullo de aquella gente, que ha dejado a la Argentina como herencia la palabra gaucho, para que sirva de emblema a sus hijos, como la imagen de San Jorge a la raza inglesa.
Yo, que me hice hombre entre esos hijos de las pampas, y después he convivido con hombres de otros países, aseguro que no existe mejor amigo o compañero que el gaucho genuino, ni hay quien le supere en cuestiones de honor. Desde luego, está sujeto a las flaquezas de la carne, igual que cualquier otro ser humano, pero no es traidor ni mezquino, ni siquiera en la adversidad; peleador, tal vez, pero honrado, y un hombre por encima de todo.” (“Entre los gauchos”, Hugo Backhouse Editorial Labor S.A., Barcelona, 1962, pág. 218. Título original de la obra “Among the gauchos”)
César José Tamborini Duca (Pichi Kultrun-ini)