Poesía

De Cádiz a Buenos Aires (Cantes de ida y vuelta)

 

De Cádiz y sus cantes

De Cádiz y sus cantes

Hay quienes avizoran en el paisaje musical del flamenco un puerto de salida y de entrada de “frutos” que maduraron en el intercambio producido entre los emblemáticos puertos del Guadalquivir, y allende los mares en las antiguas colonias hispanas de las Antillas, hasta llegar al anchuroso “Mar Dulce” –como bautizara Solís al Río de la Plata- Y a ese intercambio generoso –puesto que no tenía finalidad mercantilista sino artística- algunos lo denominaron “cantes hispanoamericanos”, “cantes indianos” otros, y finalmente “estilos andaluz americanos” como los denominaba el argentino Ordoñez Sierra en su libro “De Cádiz y sus cantes”. Sin embargo fue el escritor y flamencólogo gaditano Fernando Quiñones quien alumbró la feliz expresión “Cantes de ida y vuelta”.

Fueron los puertos de Sevilla y Cádiz los que recibieron “de vuelta” los sones y ritmos de tangos, habaneras, guajiras, milongas, rumbas, cielitos y vidalitas, candombes… Fernando Quiñones, que conoció a Borges al descubrir un ejemplar usado de su libro “Ficciones” en un baratillo de Cádiz, previo a su futura y sólida amistad de cuya guía conoció el tango, nos dice: “Rumba o milonga, guajira o vidalita, son los que eran pero ya son otros; ya han entrado también,  insospechadamente, a formar parte del acervo folklórico gitano-andaluz. Se ha producido, pues, un singular trasiego musical, una ida y vuelta sobre el Atlántico, con un rector del fenómeno, Cádiz, tocado a su vez todo él y para siempre por la inconfundible garra vital de lo sudamericano, de su variado sello”.

De todos ellos la “vidalita”, canción triste de los gauchos argentinos, fue la menos conocida y valorada, pese a lo cual Rafael Duyos (poeta valenciano) la nombra en su “Nocturno de Buenos Aires”: “La vidalita del viento, / viene en hombros de la pampa, / temblando por un cariño, / de esos cariños que matan, / de esos cariños que lloran / en el bordón las guitarras, / ¡las guitarras argentinas, / como guitarras de España!”  De mayor popularidad fue la “milonga” argentina, que tuvo a bien traer a España y popularizar la cantaora Josefa Díaz conocida como “Pepa de Oro” y que llevó a Manuel Escacena a crear una letra tan triste como ésta de “Juan Simón, el enterrador”: “La enterraron por la tarde / a la hija de Juan Simón, / y era Simón en el pueblo / el único enterrador”.

El flamenco, vida y muerte

El flamenco, vida y muerte

Punto de partida de la mayor parte de la Edición Príncipe del Quijote rumbo a América, a las antiguas pulperías pampeanas llegaron ejemplares del mismo para solaz de los gauchos, que hicieron camino acompañados por la guitarra española que les permitía ejercitarse en las payadas. Y ahí tenemos también a los payadores como remedo de trovadores y juglares.

Juan D’Arienzo – Jorge Valdez – VIEJO MADRID – 1962 – YouTube

Pero es en el tango donde Fernando Quiñones alcanza a plasmar con más acierto esos “cantes de ida y vuelta”, brindándonos un ejemplo con sus “Crónicas Americanas”, libro que consta de dos partes la primera de las cuales tituló “Crónica del Tango y la Finadita”, donde relata el ocaso y muerte de la “Milonguita”, la supuesta o posible María Esther Dalto que diera nombre al tango “Esthercita”  y Quiñones relata así: “En la calle Chiclana 3148 / donde vivía con papá y mamá / a las seis menos cuarto de la tarde / y a trece días de la Nochebuena del 20 / se le agotó este universo mundo / se le volaron / sus permanentes horror y dones / el miedo a envejecer que aún no tenía / las pesadillas y la luz”…

Quiñones y Borges. Madrid, 1973

Quiñones y Borges. Madrid, 1973

Pero se hace más fecundo en su ida y vuelta al mencionar el tango “Grisel”:  …”¡No te olvides de tu Grisel! / Como aquí, en trance de seguiriya de Paco La luz, / de soleá de Enrique”.  Pero no puedo dejar de mencionar ese otro tango de Mariano Mores y Rodolfo Taboada, “Viejo Madrid”, que más que tango parece un chotís al decir:  …”Por las calles de Alcalá la vi una tarde /y fue un milagro de amor con la alborada / la luz ardiente, de aquella mirada / y ese milagro de amor, Madrid querido, / llora escondido, en mi corazón”…

 

Para finalizar, y rubricando esa feliz expresión acuñada por Fernando Quiñones, mencionaré los versos de Enrique Amado Melo que tituló “De la ida y la vuelta de los cantes”  como glorificación del payador y su guitarra criolla:

 

 

DE LA IDA Y LA VUELTA DE LOS CANTES (Enrique Amado Melo)

Al principio fue el canto de los pájaros,

el silbido del viento en el alero,

el murmurio del agua y el follaje,

el grito del chajá y el terutero…

 Después fue la guitarra, la extranjera,

(su llegada se pierde en el ayer);

por su boca cantó y lloró mi tierra

cuando el paisano la aprendió a tañer.

Guitarra: gitana que se hizo criolla,

novia del payador en su ambular…

compañera de “tristes” y “cielitos”,

que al hombre nuestro enseñó a cantar.

 

Excepto los del tango Viejo Madrid, los restantes versos fueron obtenidos del libro “Palabras Mayores” (Borges-Quiñones, 25 años de amistad) de Alejandro Luque de Diego; y del artículo de Emilio Jiménez en la Revista Cultural “El Monte” nº 10, de febrero de 1990.

About author
César José Tamborini Duca, pampeano-bonaerense que también firma como "Cronopio", es odontólogo de profesión y amante de la lectura y escritura. Esta última circunstancia y su emigración a España hace veinte años, le impulsaron a crear Pampeando y Tangueando y plasmar en él su cariño a la Patria lejana.
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