“Il fascino atroce di parlare lombardo”
(El atroz encanto de parlar en lunfardo)
“Sólo una cosa no hay. Es el olvido”. Borges
El tamaño de mi esperanza
En la década del veinte del siglo XX el eminente polígrafo hizo editar 3 libros, luego preteridos por él a tal punto según cuentan sus biógrafos, que iba a comprarlos de librería en librería para que no llegaran al público lector. Se titulaban “El idioma de los argentinos” (1928), “El tamaño de mi esperanza” (1926), e “Inquisiciones” (1925). Afortunadamente su viuda permitió la reedición de los mismos en el año 1998, en Madrid.
En “El Idioma de los Argentinos” Borges parte de la base que palabra es representación, y analiza gramaticalmente el significado de una oración (conocida por todos, dice): “En un lugar de la Mancha”. Y su conclusión “No de intuiciones originales -hay pocas- sino de variaciones y casualidades y travesuras, suele aclimatarse la lengua”.
Pasa luego a analizar un juego tradicional argentino, el “truco”, del que dice que “con sus cuarenta naipes quieren desplazar la vida… caballitos panzones de donde copió los suyos Velázquez”. Agregando que “su habitualidad es mentir” con tramposa y desatinada palabrería. Es potenciación del engaño con palabras y actitudes para que el contrincante crea una cosa ¡o la contraria! que sería la astucia al cuadrado. Y la sentencia suprema del juego aún sin ver sus naipes: “A ley de juego, todo está dicho: falta envido y truco, y si hay flor ¡contra flor al resto!”
De Almafuerte (Pedro Bonifacio Palacios) dice que “A diestra y siniestra, con filo, contrafilo y punta, blandió su incorruptible y dura virtud”; mencionando que “Oyuela escribe malhumoradamente que el misionero es una pésima rapsodia de Nietzsche, con superhombre y todo”; [pero] Juan Más y Pi habla de coincidencias”. Afirmando Borges que hay sobradas frases de Almafuerte que pertenecen al dialecto nietzscheano:
“Yo sé que mil carcomas roen de a poco / las más equilibradas testas geniales: / lleno está el manicomio de Nietzsches locos / y de Cristos bohemios los arrabales” escribe Almafuerte en el “Confiteor Deo” en mención traicionera o desafiadora del mismo Nietzsche”.
Concluye que Almafuerte fue un “compadrón” con “pinta orillera pero que alardea de castidad”; compadrada que “es más una agresividad de carrero, es el clavel atrás de la oreja y los ladinos entreveros del corte y la copla que manifiesta una flor”.
Finaliza el capítulo para contraponer a su figura la de Carriego, a quien “La habitualidad del suburbio le pertenece: las chicuelas con su jarana y su secreteo, las calesitas en el terreno baldío, la rayuela y el rango en el veredón, la esquina comentada de taitas”.
Metáforas
No desdeña Borges la metáfora, y dice: “La más lisonjeada equivocación de nuestra poesía es la de suponer que la invención de ocurrencias y de metáforas es tarea fundamental del poeta y que por ellas debe medirse su valimiento (…pág. 50). …Suele solicitarse de los poetas que hablen privativamente en metáforas y se afirma que la metáfora es única poetizadora, que es el hecho poético por excelencia. (…) Las cosas (pienso) no son intrínsicamente poéticas; para ascenderlas a poesía, es preciso que las vinculemos a nuestro vivir, que nos acostumbremos a pensarlas con devoción (…). Su voz es la metáfora, consorcio de palabras ilustres.
(Creo de veras que la metáfora no es poética; es más bien post poética, literaria, y requiere un estado de poesía, ya formadísimo. La poesía de los vocablos entreverados por ella la condiciona y la hace emocionar o fallar). Remy de Gourmont observa: en el estado actual de las lenguas europeas, casi todas las palabras son metáforas. (pág. 52)
(…) La metáfora es una de tantas habilidades retóricas para conseguir énfasis. (…) Generalmente se admira la invención de metáforas. Sin embargo, más importante que su invención es la oportunidad para ubicarlas en el discurso y las palabras elegidas para definirlas. Considérese una misma metáfora en dos poetas, infausta en uno y de siempre lista eficacia para maravillas, en otro. Razona Góngora (A la Armada en que los Marqueses de Ayamonte passavan a ser Virreyes de México): ‘Velero bosque de árboles poblado / que visten hojas de inquieto lino…’
El idioma de los argentinos 
Aquí la igualación del bosque y la escuadra, está justificada con desconfianza y la traducción de mástiles en árboles y de velámenes en hojas, peca de metódica y fría. Inversamente, Quevedo fija la idéntica imaginación en cuatro palabras y la muestra movediza, no estática. La anima, soltándola por el tiempo (Inscripción de la Statua Augusta del César Carlos Quinto en Aranjuez):
Las selvas hizo navegar…
(…) Me parece asimismo bien que haya metáforas, para festejar los momentos de alguna intensidad de pasión. Cuando la vida nos asombra con inmerecidas penas o con inmerecidas venturas, metaforizamos casi instintivamente. Queremos no ser menos que el mundo, queremos ser tan desmesurados como él”. (“El idioma de los argentinos”, Alianza Editorial, Madrid, 1998, pág. 50 a 57).
El Tango 
En “EL TANGO” Borges nos plantea la más bella metáfora entre el ser humano y cronos (el tiempo) con respecto a la música en los versos siguientes: “…En los acordes hay antiguas cosas / el otro patio y la entrevista parra / detrás de las paredes recelosas / el sur guarda un puñal y una guitarra / Esa ráfaga, el tango, esa diablura / mis atareados años desafía / hecho de polvo y tiempo, el hombre dura / menos que la liviana melodía / que solo es tiempo”…
Con qué habilidad poética y filosófica establece esa comparación entre el ser humano, hecho de polvo y tiempo y por lo tanto perecedero; contrastando con la música, la liviana melodía que sólo es tiempo, y por lo tanto eterna.
Ascendencias del tango
Este es otro de los capítulos que convienen al “idioma de los argentinos” o “idioma coloquial”. En él dice:
“El tango es la realización argentina más divulgada, la que con insolencia ha prodigado el nombre argentino sobre el haz de la tierra. Es evidente que debemos averiguar sus orígenes y prescribirle una genealogía donde no falten ni la endiosadora leyenda ni la verdad segura. La cuestión fue muy conversada en el año trece; el libro de don Vicente Rossi, intitulado Cosas de negros (Córdoba 1926), vuelve a estimularla (…)
Cosas de Negros 
La opinión de Rossi es circunstanciada: El tango sedicente argentino es hijo de la milonga montevideana y nieto de la habanera. Nació en la Academia San Felipe, galpón montevideano de bailes públicos, entre compadritos y negros; emigró al Bajo de Buenos Aires y guarangueó por los Cuartos de Palermo (donde lo recibieron la negrada y las cuarteleras) y metió ruido en los peringundines del Centro y en Monserrat, hasta que el Teatro Nacional lo exaltó. Es decir, el tango es afro-montevideano, el tango tiene motas en la raíz. Ser de color humilde y ser oriental son condiciones criollas, pero los morenos argentinos (y hasta los no morenos) son tan criollos como los de enfrente y no hay razón para suponer que todo lo inventaron en la otra banda.
(…) Lástima que no se hayan atrevido a ser francos y prefieran la falsificación a la mitología, el chisme conventillero a la fe. Yo seré más sincero que ellos y afirmaré con resolución: el tango es porteño. El pueblo porteño se reconoce en él, plenamente; no así el montevideano, siempre nostalgioso de gauchos. De cualquier modo estoy más convencido de la procedencia uruguaya de Rossi que de la procedencia uruguaya del tango.
Pragmatismos aparte, la argumentación de don Vicente Rossi puede reducirse honradamente a este silogismo:
La milonga es privativamente montevideana.
La milonga es el origen del tango.
El origen del tango es montevideano.
Acepto que la premisa menor es inconmovible; en cambio, descreo de la mayor y no sé de ningún argumento válido que la fortalezca. Rossi se limita a escribir ‘En la banda occidental no se usó la Milonga como canto ni la Danza como Milonga’, y nos remite al rato a una apuntación donde vemos que la palabra milonga no ocurre en un diálogo lunfardo, publicado por La Nación en 1887.
(…) También don Rodolfo Senet (Buenos Aires alrededor del año 1880. La Prensa, octubre 17 de 1926) habla de las milongas que saludaron a los primeros tranvías y a las primeras calles empedradas del arrabal. Una de estas últimas aconseja:
Cuidadito con las piedras
que te vas a refalar,
porque el golpe de las piedras
es muy malo de curar.
¡Oh compadritos de la calle Ombú y de la calle Europa, qué capitis diminutio, qué vacilación para vuestra vertiginosa dignidad de taquitos altos habrán sido las puntiagudas piedras del empedrado, tan andinas, tan inciviles, tan forasteras a la tierrita criolla del callejón! (…) “El cancionero bonaerense” de Ventura R. Lynch, ¡libro de 1883!, estudia la milonga, la declara divulgadísima en los bailecitos de medio pelo del arrabal y en los casinos de la plaza del Once y de Constitución, la juzga inventada por los compadritos para hacer burla de los candomberos y hasta informa que los organitos la tocan.
Otra genealogía tanguera es la rastreada por don Miguel A. Camino, poeta, en su hermosa composición recordativa, intitulada “El tango”. Está casi al final del libro “Chaquiras” y empieza así:
‘Nació en los Corrales viejos, / Allá por el año ochenta. / Hijo fue de una milonga / Y un ‘pesao’ del arrabal’.
Continúa: ‘Lo apadrinó la corneta / del mayoral del tranvía, / y los duelos a cuchillo / le enseñaron a bailar. / Así en el ocho, / y en la sentada, / la media luna / y el paso atrás, / puso el reflejo / de la embestida / y las cuerpeadas / del que la juega / con su puñal’.
(…) Justo sin embargo es reconocer que los literatos, al ocuparse del tango, han insistido siempre sobre su lujuria tristona, sobre su atravesada y casi enconada sensualidad. Básteme citar dos fuertes ejemplos: el de Marcelo del Mazo, en la segunda serie de “Los vencidos”, 1910 (Aura mi hija, aulló el compadre y la fosca compañera / ofreció la desvergüenza de su cálido impudor /azotando con su carne, como lengua de una hoguera, / las vibrátiles entrañas de aquel chusma del amor) y el de Ricardo Güiraldes cuyo ‘Tango’ (El Cencerro de Cristal, 1915) nos impone estos decididos renglones: ‘Mancha roja, que se coagula en negro. Tango fatal, soberbio y bruto. Notas arrastradas, perezosamente, en un teclado gangoso…’
Inversamente la única vez que se acordó Evaristo Carriego del tango, fue para verle felicidad, para mostrarlo callejero y fiestero, como era hace veinte años:
‘En la calle la buena gente derrocha / sus guarangos decires más lisonjeros, / porque al compás de un tango, que es La Morocha, / lucen ágiles cortes dos orilleros.
Misas Herejes 
Las dos versiones del tango, la solamente lujuriosa y la de travesura, podrían corresponder a dos épocas: la primera a este lamentable episodio actual de elegías amalevadas, de estudioso acento lunfardo, de bandoneones; la otra, a los buenos tiempos (malísimos) del corte, de las puñaladas electorales, de las esquinas belicosamente embanderadas de barras.
(…) Camino nos explica el tango y además, nos marca el preciso lugar en que éste nació: los Corrales viejos. La precisión es traicionera. El visteo no fue jamás privativo de los Corrales, pues el cuchillo no era sólo herramienta de matarifes: era, en cualquier barrio, el arma del compadrito. Cada barrio padecía sus cuchilleros, siempre de facción en algún comité, en alguna trastienda. Los hubo de fama duradera, aunque angosta: El Petizo Flores en la Recoleta, El Turco en la Batería, El Noy en el Mercado de Abasto.
(…) Esas milongas insolentadas en que el cantor alude a su patria chica para desafiar a los de otra: “Yo soy del barrio del Alto, / soy del barrio del Retiro, / yo soy aquél que no miro / con quien tengo que pelear / y en trance de milonguear / nadie se me puso a tiro”.
inquisiciones 
(…) El tango pudo haberse originado en cualquier lugar de la ciudad (…) menos en los Corrales. Mi argumento es fácil: el tango es manifiestamente urbano o suburbano, porteño, y los Corrales fueron siempre una intromisión de la pampa, una presencia verídica de gauchismo o una coquetería compadrona de hacer el gaucho, muy reverenciadora de lo pasado y muy ajena a toda invención. El tango no es campero: es porteño. Su patria son las esquinas rosaditas de los suburbios, no el campo; su ambiente, el Bajo; su símbolo, el sauce llorón de las orillas, nunca el ombú. (“El idioma de los argentinos”, Alianza Editorial, Madrid, 1998, pág. 99 a 108)
Termíno, como no podía ser de otra manera, con una milonga de Borges que musicalizó Ángel Cárdenas, y cantó con acompañamiento de guitarras:
https://www.youtube.com/watch?v=mlsabrCwdGg
MILONGA DEL FORASTERO
(Letra: Jorge Luis Borges – Música: Ángel Cárdenas)
Recitado:
La historia corre pareja
La historia siempre es igual,
La cuentan en Buenos Aires
Y en la campaña Oriental.
Siempre son dos los que tallan
Un propio y un forastero…
Un propio y un forastero,
Siempre es de tarde en la tarde
Está naciendo el lucero.
Nunca se han visto la cara
No se volverán a ver…
No se volverán a ver,
No se disputan haber
Ni el amor de una mujer.
Al forastero le han dicho
Que en el pago hay un valiente…
Que en el pago hay un valiente,
Para probarlo ha venido
Que lo busca entre la gente.
Lo convida de buen modo
No alza la voz ni amenaza,
Se entienden y van saliendo
Pa´ no ofender a la casa.
Recitado:
Ya se cruzan los puñales
Ya se enredó la madeja,
Ya queda tendido un hombre
Que muere y que no se queja.
Sólo esa tarde se vieron
No se volverán a ver…
No se volverán a ver,
No los movió la codicia
Ni el favor de una mujer.
No vale ser el más diestro
No vale ser el más fuerte…
No vale ser el más fuerte,
Siempre que muere es aquel
Que vino a tentar la muerte.
Pa´ esa prueba vivieron
Toda su vida esos hombres…
Toda su vida esos hombres,
Ya se han borrado sus caras
Ya se borrarán los nombres.
La historia, la historia corre pareja
La historia siempre es igual…
La historia siempre es igual,
La cuentan en Buenos Aires
Y en la campaña Oriental.
César J. Tamborini Duca
Académico Correspondiente para León
Academia Nacional del Tango
Academia Porteña del Lunfardo

Muy lindo, César!
Se agradece, amigo, con el envío de mi afectuoso saludo.
Buenas tardes, querido César, espero estés bien.
Muchas gracias por esta nueva entrega de Pampeando y tangueando. Muy interesante el artículo de Borges, me ha dado gusto leerlo.
Te envío mi abrazo y mis mejores deseos, con salud, alegrías y bendiciones. Retribuyo tu saludo para las fiestas, que sea un mejor año para todos.
Analía Pascaner