Un fenómeno de transmigración se confabuló –desde adentro- para dar al caos humano de nuestras ciudades su definitivo aspecto: en tanto el campo adquirió con el clavaje de alambradas su gran tono feudal, su habitante trashumante y rebelde o lo que de él quedaba –si no se reclutó en el régimen degradatorio del peonaje- se vio forzado a bajar a la ciudad.
El gaucho, estropeado por una circunstancia que no entendía y despojado de su libertad, de sus bienes, de sus amores y su pasado, se atrincheró en el irremediable presente, y toda la violencia de su desarraigo vino a gotear, desde su soledad y su introspección, sobre los bordes de la ciudad, el suburbio.
Decía Martínez Estrada que “Hacia el oeste y el sur, quedaba la Pampa sin vencer; no se la desalojó al edificar, quedó agazapada. Quedó allí el compadre de pañuelo y cuchillo que un buen día se juzgó ciudadano de la urbe, quiso entrar en derecho de esa ciudadanía y se afirmó como ente de la frontera. La Pampa era irremediablemente invadida, pero el hombre de la Pampa quedó irremediablemente apresado entre la expansión de la ciudad y la resistencia del campo.” (El Tango. Su historia y evolución. Horacio A. Ferrer)
Tango y payada. Luis A. Sierra daba esta semblanza: “Cuando Pascual Contursi aparece en el escenario del tango, su estructura cambia fundamentalmente. Da el paso trascendental, rectificando su línea primitiva de danza canallesca. ¿Y cuál es la influencia que decide esa transformación? La payada. Sin duda alguna, hay en Contursi raigambre de payador. Ya Villoldo, guitarrero y cantor, quiso darle versos al tango, pero le puso letra de cuplé a “La Morocha” de Saborido. Y el mismo Contursi fue payador. La payada y el tango están hermanados en su auténtica expresión de pueblo”.
Tango. Es indudable que “La Morocha” es lo más parecido a un cuplé que a un tango, pero los versos que le puso Villoldo acompañaron la música de Saborido; más bien creo que es la música y no los versos los que representan aquél género musical. De todos modos debemos admitir que el tango tiene el mérito de reunir en su genealogía más de un ancestro. La evolución se va produciendo de a poco (como todo fenómeno evolutivo) y por esa razón es casi imposible dar una fecha exacta para su nacimiento.
Payada. ¿es muy antigua la “payada”? Como antecedentes, solemos mencionar a los trovadores. Sin embargo un tema que solicitó mi atención “pampeana” ocurre en la página 35 del verso CXLV, en “La Eneida”, de Publio Virgilio Marón (Editorial Alba, Madrid, 2001) cuando relata sobre el ‘crinado’ Yópas (supuse que se refería a lo que en tierra de gauchos se denomina ‘crinudo’).
Dice de él: El cual describe con laúd divino / lo que Atlas le enseñó por gran fortuna: / Cómo el sol desfallece en su camino; / porqué altera su faz la móvil luna; / dónde la bestia de los campos vino; / cuál fue del hombre la primera cuna; / qué fuente al mundo suministra el agua; / dó está de los relámpagos la fragua”…
Se me ocurre pensar en el Martín Fierro, en Santos Vega, pues con esta descripción Yópas parece ser el ancestro de nuestros PAYADORES que describían el mundo y los fenómenos de la naturaleza. Estamos hablando del siglo I a.C. dos mil cien años atrás.
César J. Tamborini Duca
Académico Correspondiente para León
Academia Porteña del Lunfardo
SANTOS VEGA LA PRENDA DEL PAYADOR
(Rafael Obligado)
El sol se oculta: inflamado
el horizonte fulgura,
y se extiende en la llanura
ligero estambre dorado.
Sopla el viento sosegado,
y del inmenso circuito
no llega al alma otro grito
ni al corazón otro arrullo
que un monótono murmullo,
que es la voz del infinito.
Santos Vega cruza el llano,
alta el ala del sombrero
levantada del pampero
al impulso soberano.
Viste poncho americano,
suelto en ondas de su cuello
y chispeando en su cabello
y en el bronce de su frente
lo cincela el poniente
con el último destello.
¿Dónde va? Vese distante
de un ombú la copa erguida,
como espiando la partida
de la luz agonizante.
Bajo la sombra gigante
de aquel árbol bienhechor,
su techo, que es un primor
de reluciente totora,
alza el rancho donde mora
la prenda del payador.
Ella, en el tronco sentada,
meditabunda le espera,
y en su negra cabellera
hunde la mano rosada.
Le ve venir: su mirada,
más que la tarde serena,
se cierra entonces sin pena,
porque es todo su embeleso
que él la despierte de un beso
dado en su frente morena.
No bien llega, el labio amado
toca la frente querida,
y vuela un soplo de vida
por el ramaje callado…
Un ¡ay! apenas lanzado,
como susurro de palma
gira en la atmósfera en calma;
y ella fingiéndose enojo
alza a su dueño unos ojos
que son dos besos del alma.
Cerró la noche. Un momento
quedó la Pampa en reposo,
cuando un rasgueo armonioso
pobló de notas el viento.
Luego, en el dulce instrumento
vibró una endecha de amor,
y, en el hombro del cantor,
llena de amante tristeza,
ella dobló la cabeza
para escucharlo mejor.
«Yo soy la nube lejana
(Vega en su canto decía)
que con la noche sombría
huye al venir la mañana;
soy la luz que en tu ventana
filtra en manojos la luna;
la que de niña, en la cuna,
abrió tus ojos risueños;
la que dibuja tus sueños
en la desierta laguna.’
«Yo soy la música vaga
que en los confines se escucha,
esa armonía que lucha
con el silencio, y se apaga;
el aire tibio que halaga
con su incesante volar,
que del ombú vacilar
hace la copa bizarra,
¡Y la doliente guitarra
que suele hacerte llorar!’
Leve rumor de un gemido,
de una caricia llorosa,
hendió la sombra medrosa,
crujió en el árbol dormido.
Después, el ronco estallido
de rotas cuerdas se oyó;
un remolino pasó
batiendo el rancho cercano;
y en el circuito del llano
todo en silencio quedó.
Luego, inflamando el vacío,
se levantó la alborada,
con esa blanca mirada
que hace chispear el rocío.
Y cuando el sol en el río
vertió su lumbre primera,
se vio una sombra ligera
en occidente ocultarse,
y el alto ombú balancearse
sobre una antigua tapera.
Verso segundo del “Santos Vega” de Rafael Obligado; por Chacho Santa Cruz:
Artículo dedicado a mi hijo César Juan Manuel Tamborini, Administrador del Blog, que mañana día 10 de enero de 2024 cumple 38 años