Tornó Mefistófeles a su refugio, retomó su habitual aspecto luciferino a, invocando a su enemigo díjole:
«-¡Oh, Dios, yo también soy creador! tu creaste a Eva, summum de perfecciones; yo crearé una mujer esplendente, casi divina, infundida de mi espíritu lleno de sabiduría, de fuerza y de sensibilidad, hermosa como Venus, augusta como Juno… será la DIABLESA, mi hija» y procedió a crear su obra, insuflandole vida soplando levemente sobre sus labios y pronunciando la misteriosa palabra de la creación diciéndole «te llamarás Elena», la cual murmuró un –¡Gracias, padre mío!
En una aristocrática fiesta en la que Jaime se encuentra conversando con varios amigos, se oye un rumor leve que le hace volver la cabeza y dar un vuelco a su corazón, pues presiente a su desconocida Elena en la mujer que se acerca, con la que mientras bailan un vals, se establece un diálogo insólito para los que desconocen los hechos que preceden al encuentro.
-Señora, te esperaba.
-¿He venido tarde?
-Tarde, sí; porque quince años de juventud se fueron sin verte a mi lado.
-Pero aún hay mucha vida.
-¿Eres mía?
-Tuya.
¿Me amas?
-Te adoro
Al despedirse Jaime murmura al oído de Elena «mañana serás mía» y ella responde «Mañana».
Producido el glorioso y triunfal connubio y luego de años gozosos, despierta un día Jaime con la sorpresa de no tenerla a su lado en el lecho; buscóla desesperado hasta llegar al jardín donde vió dos sombras acariciándose y, al acercarse, comprobó se trataba de un íntimo amigo y Elena.
Al despertar de su desmayo Jaime vió a su lado a Mefistófeles sonriente, al que increpa por hacerlo infeliz, a lo cual responde el diablo:
-¿Por qué? te he dado lo inmortal en lo efímero; el amor, que es infinito, en el tiempo… Te ha engañado y ya no la verás… Cumplió así Mefistófeles con su promesa de darle una mujer con todos los atributos menos la fidelidad, y prosigue: Así conservarás, junto al recuerdo de la traición, el recuerdo de un bien perdido».
Despertó Jaime de su ilusión, fruto de su imaginación al amparo de la desgana que le producía el hecho de ser un joven soltero, rico y solo, que no tiene preocupaciones vitales.