Tangueando

Los Cafés de Buenos Aires (y V)

Juan Cassoulet

Los antecesores (Bares y Cafés)

El debate futbolístico de los lunes, el palique y abrazo fraternal, la lectura del periódico, la acalorada discusión política, la cita romántica y furtiva entre amantes clandestinos, la planificación de un emprendimiento comercial o industrial, el enfrentamiento para dilucidar una porfía amorosa, la inspiración poética… todo esto y más puede estar presente alrededor de sus hospitalarias mesas cuando el aroma del café “express” llena de gozo nuestros sentidos apenas transponemos sus puertas para descansar en sus vetustas pero confortables sillas.

En la serie Los cafés de Buenos Aires (I)Los cafés de Buenos Aires (II)Los cafés de Buenos Aires (III) y https://pampeandoytangueando.com/tangueando/los-cafes-de-buenos-aires-y-iv/

vimos aquellos cafés “canyengues”, los bacanes, los culturales, los lujosos y “shushetas”. Me pareció adecuado remontarnos a “los antecesores” desde el tiempo de la colonia y sus sucesores, para finalizar con uno de los más arrabaleros, refugio del sabalaje: el Café de Cassoulet en representación de  “los pecaminosos”.

No podemos dejar de mencionar los numerosos cafés de la avenida Corrientes; desde la avenida Callao y hasta la calle San Martín abundaron los cafés con sabor a tango, y a todo tipo de movidas artísticas, ya que numerosos  artistas (músicos, pintores, escritores y actores), periodistas y políticos,  visitaron sus mesas. Eran el reducto de la bohemia, y si bien  los primeros abrieron hacia 1760, su mayor apogeo tuvo lugar durante el siglo XX.

Uno de los mitos populares dice que en la Avenida Corrientes hubo una época en que existió un discutidor profesional: discutía sobre cualquier tema; se sentaba a las mesas y por un precio fijo discutía de lo que uno quisiera.

Café los Inmortales”. Ya tuvimos ocasión de ver los asiduos del mismo: Horacio Quiroga, Alfredo Palacios, Evaristo Carriego, José Ingenieros, Enrique García Velloso, Florencio Sánchez y tantos otros intelectuales de la época; y también el motivo por el que León Desbernats, nuevo dueño del Café Brasil,  rebautizó con el mencionado nombre ese café de Corrientes y Suipacha1.

Los Catalanes y Café de la Comedia

Café Antiguo Los Catalanes

A fines del siglo XVIII comienzan a proliferar los cafés. Los más animados son el de “Los Catalanes” situado en unos locales pertenecientes a Sánchez de Velazco (padre de Mariquita Sánchez); conservó su fama durante todo el siglo XIX. El café de los Catalanes está considerado como el primer café abierto en Buenos Aires. Fundado el  2 de enero 1799, por un gringo de origen ligur: don Miguel Delfino, estaba situado en la esquina nordeste de la intersección de las calles Santísima Trinidad y Merced (actuales San Martín y Tte. Gral. Juan D. Perón).  Tras la muerte de Delfino, el comercio fue transferido a Francisco Migoni, también italiano, quien lo  refaccionó y le dio gran impulso hacia el año 1856. Al local se ingresaba directamente por la esquina, cuya puerta estaba protegida por una lona.  Las únicas aberturas hacia el exterior eran dos inmensos ventanales que daban cada uno a una calle distinta.

Hacia 1810 existió  una marcada rivalidad entre los habitués del Café de los Catalanes y los del Café de Marco. Pues, mientras los partidarios de Fernando VII se reunían en el café de Marco, los “antivirreynales” lo hacían en el de los Catalanes.  En el año 1873  cerró sus puertas definitivamente. Hoy no existe en el lugar ni siquiera una placa que conmemore este legendario café.

Y el “Café de la Comedia” cuyo propietario era Raymond Aignasse, un francés que da lecciones de gastronomía a los esclavos de las familias patricias; posee una sala de billar que se comunica con el “Teatro del Coliseo”.2

El Querandí y Confiseríe Française

A comienzos del siglo XIX frente al Colegio San Carlos hay una casa-café con mesa de billar, confitería y despacho de bebidas. También dispone de una bodega donde se conserva agua fresca, muy apreciada durante la canícula. Es el antepasado del café “El Querandí” donde acudían estudiantes de la vecina Universidad. Por la misma época en la calle Alsina (entonces San Francisco)el público elegante se encuentra en la “Confiseríe Française” para degustar su café y sus pastas. 2

Café de la Victoria

En el clima de libertad generado por el movimiento de Mayo de 1810 la ciudad había incorporado cafés, como el “Café de la Victoria”, más bello según los propios ingleses que los de Londres. Esos establecimientos tenían amplios patios con un pozo en el centro (aljibe); patios que en verano eran recubiertos con toldos. Las paredes de los salones estaban decoradas con papeles pintados pfranceses, representando escenas exóticas de la Indis o de Tahití, episodios de Don Quijote, o motivos greco romanos. 2

 “Sun Tavern”

Este era un pintoresco tugurio situado en la calle 25 de Mayo nº 5. En él se instaló (como menciona el diario “La Gaceta Mercantil”  en 1829) un aparato para hacer agua gasificada (soda) a la que somos muy aficionados los argentinos. 2

La Helvética:

Fue el café periodístico por excelencia. Antiguamente este terreno había sido un solar de la calle Corrientes y Catedral. En el año 1844 el lote fue vendido en 92.000 pesos. Aquel solar, del que solo se conservaba un horno para masas y facturas junto a otros enseres del local, pasaría con el tiempo a convertirse en uno de los cafés más famosos y viejos de Buenos Aires. Se lo denominó la “trinchera intelectual” y el “refugio hogareño de los periodistas del diario La Nación”. Fue el santuario, donde muchos reporteros, por la noche, preparaban las notas que leerían los porteños a la mañana siguiente en uno de los principales matutinos.

 

De las muchas anécdotas que se guardan de La Helvética, rescatamos la siguiente: “Otro acontecimiento vivido de los hombres de letras y de prensa es el que aconteció en una entrevista entre Bartolomé Mitre y Roberto J. Payró. Lo habían llevado a la entrevista Emilio Becher, que era el alma viva del tránsito de La Helvética a La Nación. Sentados en una de las mesas del angosto local, Mitre le preguntó al autor de “La Australia Argentina”:

– ¿Dígame, Payró, usted para qué cree que nos puede ser más útil en “La Nación”?”

-Para nada – fue la respuesta.

Entonces, para que cree que nos puede ser menos útil?

– Para todo -respondió de inmediato Payró.

(… ) Con este diálogo llegaron a conocerse íntimamente Bartolomé Mitre y Roberto J. Payró, motivo por el cual, este último ingresó inmediatamente a la redacción del diario”. (Los Cafés de Buenos Aires. Página 154 y 155. Editorial Schapire).

Concurrían a este recinto Julio Piquet, Carlos García Lauda, Enrique Loncán, Enrique Méndez Calzada, Ángel Falco, José Ingenieros, Pedro Angelici, Joaquín de Vedia, Enrique Hurtado y Arias, Enrique González Tuñon, Héctor Blomberg, Alberto Caprile, Eduardo Mallea, Álvaro Melián Lafinur, Pedro Raggio, etc.

En 1955, el local fue baleado con 24 proyectiles; eran tiempos turbulentos donde no solo temblaban los ladrillos de La Helvética, sino también los cimientos de toda la nación. Pese a que el local reabrió sus puertas años más tarde, el renacimiento fue prematuro, y no tardó en llegar el final…

El remate de sus pertenencias se realizó en julio de 1958, aunque se conservaron muy celosamente objetos cuyo valor es incalculable, tales como las antiguas cocteleras de plata o los vasos de licor, cuyo tamaño los asemejaba más al de un florero que al de un recipiente  para bebidas. Entre las tantas finísimas bebidas, se guardaron el coñac Martell, en botella de un litro, imposible de encontrar en la Argentina; el Curvoisier legítimo; el Eduardo VII; el Biscuit; el Napoleón ¡1870!; el champagne Perré Jouet y un oporto rarísimo en nuestro tiempo, el Zabaleta del año 1844. Entre los whiskies se conservó el Dry Sack; Morgan; Old Band; Grand Munich; John Heise y el Procurable3.

Café Apolo

Estuvo en Corrientes y Uruguay, contiguo del Teatro Apolo. El café data de la época en que fue inaugurado el escenario del Apolo, es decir, el 9 de julio de 1892. La gente de la farándula teatral se reunía frecuentemente en este lugar. Fue muy destacada la presencia de los hermanos Podestá -Pepe, Pablo y Antonio- acompañados también por Atilio Supparo, director teatral uruguayo. La participación de las tertulias celebradas en el Apolo eran sinónimo de consagración, fundamentalmente, para los autores y actores. El cenáculo teatral, siempre estaba presidido por Pablo Podestá3.

Pernambuco

Ubicado en Corrientes y Rodríguez Peña en la vereda de enfrente de Los Pinos, relevó a éste cuando cerró en 1987. Sus habitués solían ser, en su mayoría poetas, músicos y periodistas que además de compartir una charla y un café, también llegaron a navegar por Internet3.

La Paz

Fue netamente de los Cafés de la calle Corrientes de corte político; aunque su estilo fue denominado “psico-bolche”. Ubicado en Corrientes y Montevideo fue un lugar emblemático durante los  ́60, cuando el hipismo vistió sus mesas con flores y ondas de amor y paz. Y también fue la época en que el ahora mítico Tanguito visitó el billar del primer piso. Se reunían en este café David Viñas; Ricardo Piglia; Enrique “Mono” Villegas y Rodolfo Walsh, entre otros3.

Café Domínguez

Este popular café estaba ubicado en la avenida Corrientes nº 1537 y Paraná. Era frecuentado por Eduardo Arolas (“El Tigre del bandoneón”), Francisco Canaro (“Pirincho”) y otros grandes del tango. En su salón se estrenó el tango “Tierra Negra” de Graciano de Leone, autor que se menciona en el tango “Café Domínguez” de Enrique Cadícamo con glosas de Julián Centeya, tango que fue inmortalizado en una feliz interpretación de Angel Vargas con la orquesta de Angel D’Agostino:

“Café Domínguez de la vieja calle Corrientes que ya no queda…/ De cuando era angosta y la gente se mandaba el saludo de vereda a vereda…/ Hombres como Francisco Canaro, Noli, Roberto Firpo y Juan Maglio (Pacho) / silenciaron también las voces de los parroquianos  / que se extasiaban con la música de sus conjuntos tangueros”.

En el mostrador del Café Domínguez se instaló una de las primeras máquinas Express que importó la firma La Cosechera S.A., inaugurando con ella el sinónimo de café. Los mozos, de ahí en más no pidieron tal o cual cantidad de café, sino que sus voces entonaron el “¡marche un express!”1-3.

Café Japonés

Fue un café literario, sin embargo pasó un tanto desapercibido hasta que el gran escritor, Roberto Arlt lo extrajo del anonimato (Los siete locos, página 20, Editorial Futuro, Buenos Aires, 1950).

Se dice que este lugar era el “refugio de la mala vida”, pues se reunían en él cocheros y rufianes de la zona, esperando alguna muchacha perdida en la noche sin destino. También fue el sitio donde gran parte de la camada de taximetreros se reunían a beber café, para ahuyentar el sueño que los asaltaba a la medianoche3.

Cabildo

Estaba ubicado en Corrientes y Esmeralda. Fue un café tanguero, a tal punto que a esta esquina se la denominó “la esquina del Tango”. Paradójicamente fue el lugar que unió en la puja a dos sectores sociales: “cajetillas” y guapos. A esta esquina, el escritor Celedonio Flores le escribió una sonatina; y una de sus estrofas apunta: “Esquina porteña, tu rante canguela / se hace una “melange”  de caña, gin fitz / pase inglés y monte, “bacará” y quiniela,/ curdelas de grapé  y locas de pris”.3 Podemos escuchar el tango al que puso música Pracánico, en la voz de Ángel Vargas con Ángel D’Agostino:

Café Guaraní

Estuvo en la misma esquina y también fue netamente tanguero. Este café, todas las noches tenía reservada una mesa para Carlos Gardel y José Razzano, que actuaban en el Teatro Esmeralda –hoy conocido como el Maipo-3.

Bar de Rosendo

Estuvo en la esquina de Corrientes y Esmeralda. Reagrupó a toda una troupe de políticos, periodistas y escritores; hasta que se produjo el ensanche de la avenida y con dicho acontecimiento desapareció. Fue contemporáneo del cine Empire y del Cabaret L’Abaye, de Esmeralda al 500; y contó con la presencia de Bartolito Mitre y Vedia, Eustaquio Pellicer, José S. Álvarez (Fray Mocho), mientras meditaban la aparición de la revista de mayor trascendencia en Buenos Aires, “Caras y Caretas”. (El 8 de octubre de 1898 aparece el primer numero). En este mismo bar nacieron también las revistas “El Hogar” y “Mundo Argentino”3.

«Monologando»

 

Rafeto

Ubicado en Corrientes y Paraná, fue también un café tanguero; el último de la ronda de los años ‘40, cuando la “vieja guardia” del 2 x 4 hacía furor. Esta fue otra de las esquinas reas de Buenos Aires, la de los “cafiolos”, de los “pungas” y de las patotas policiales, donde la bohemia encumbrada departía en sus noches en el Rafeto. Pascual Contursi fue uno de sus habitués, junto a Ivo Pelay, Bayón Herrera y Alberto Novión3. En “Monologando” José S. Álvarez (“Fray Mocho”) hace decir al protagonista cuyo vocabulario indica su procedencia de los arrabales: …”¿y sabés lo que hice?… ¡Bueno!…Le pegué una patada a la suerte, pedí la baja y me juí con otra –una corista e Raffeto-, y me hice correntino e Morel…”

 

El Telégrafo

Situado en la esquina de Corrientes y Uruguay, fue junto al Apolo un verdadero “hogar alternativo”, para la farándula durante los años  ́50. La desaparición del café Apolo motivó el traslado de los artistas a las salas del Telégrafo. Angelina Pagano, Roberto Casaux, Arsenio Mary y Lola Membrives lo frecuentaron. Antes de iniciar los ensayos, o a la hora del aperitivo, pasaban por el café Joaquín de Vedia, Alberto Novión, Alejandro Berruti, Alberto Ballesteros, Carlos Osorio o Rodríguez Acasusso, prestigioso periodista del diario La Nación y hombre de teatro3.

El Estaño

Ubicado en la esquina de Corrientes y Talcahuano, aún hoy continúa siendo un café tanguero y teatral, pese a que nada queda ya de estaño y mucho sobra de fórmica y acrílico. Pocos saben que precisamente en El Estaño trabajó el conocido magnate del petróleo, Aristóteles Sócrates Onassis, cuando solo era un adolescente y residía en nuestro país como un simple refugiado.

Llegó al almacén, paradójicamente acompañado por un amigo turco que lo contactó con Juan Katapodis, un griego mayorista de quesos, quien le suministró empleo en una frutería y verdulería de Leandro N. Alem y la Avenida Córdoba. En El Estaño Onassis  no solo trabajó, sino que también tuvo la oportunidad de servirle un café a Carlos Gardel (Revista “Panorama”, febrero de 1966)3.

La Real

También estaba en Corrientes y Talcahuano, y fue el lugar predilecto, entre tantos otros de la bohemia tanguera. El estilo de la decoración era art nouveau. Su salón poseía grandes columnas marmoladas, espejos biselados y las mesas y las sillas eran de madera maciza. Por lo general, la afluencia del público se concentraba a la hora del vermouth. Por sus mesas pasaron hombres como Cátulo Castillo, Aníbal Troilo, Ernesto Ochoa, Juan Carlos Cobián, Julio De Caro, Ángel D’Agostino, José Razzano, Tito Lusiardo, Gerardo Matos Rodríguez y Carlos Raúl Muñoz y Pérez -poeta máximo del lunfardo, que fuera más conocido como el “Malevo” Muñoz-. Aunque, sin lugar a dudas, el personaje que se llevaba todos los laureles, por aquellas épocas, era Carlos de la Púa. El mismo Enrique Cadícamo lo recordó en uno de sus poemas: “Confitería de ambidiestros, / de Corrientes y Talcahuano./ Nosotros somos los maestros / y de la Púa el gran decano.”

Se dice que Carlos de la Púa era famoso por su algarabía y también por ser uno de los hombres de mayor cultura alcohólica de las barras trasnochadas de la Avenida Corrientes3.

Royal Keller

Corrientes y Esmeralda, donde “amainaron guapos”. Fue un café político y “bacán”, el lugar elegante de algunas familias distinguidas. Mientras que en él se organizaban reuniones literarias a las que concurrían, generalmente, la gente del teatro, en otras oportunidades este café funcionaba como pequeño estadio, donde se hacían las primeras exhibiciones de boxeo. Hacia la década del  ́30 solían reunirse los nacionalistas de derecha, quienes propiciaban el derrocamiento del Presidente Yrigoyen, y aprovechaban para organizar una cena a beneficio del general Uriburu, después jefe del golpe triunfante el 6 de septiembre de 19303.

Café Gerard

Estuvo en la esquina de Corrientes y Florida y fue un verdadero reducto político y musical. Durante varios años fue también el refugio de muchos periodistas, que iniciaban su recorrido noctámbulo en La Helvética. A propósito de esto recordamos que su dueño, un inglés, llamado Eugenio Gerard sentía gran aprecio por Charles de Soussens, a quien cambiaba los tickets o vales que le daban en el diario La Nación como contraprestación por sus servicios periodísticos. (“Critica”, 10 de julio de 1925). Este lugar fue el primero de la zona céntrica donde tocó una orquesta de jazz3.

La Fragata

También estuvo en la intersección de las calles Corrientes y San Martín  Fue el café de la “city”; el aroma del ambiente de la Bolsa y las cotizaciones impregnó el local y el recuerdo de quienes lo visitaron3.

  1. Lo pecaminoso no escapaba a la existencia de los cafés, de los cuales expongo dos ejemplos:

Café Parisien

Los “polacos” –como se conocía a los judíos de Europa del Este- administraban prostíbulos en la “época dorada” de 1870 y se dedicaban a la “trata de blancas” que explica muy bien y de manera concisa Carmen Bernand: “…recuérdese el artículo libertario que dos de esas desdichadas habían publicado en la Revista El puente de los suspiros denunciando sus condiciones de existencia.

La situación dramática de los ghettos judíos en Rusia y Polonia favorecía la corrupción de muchachas. Se las casaba con ‘hombres de negocio’ –de hecho se celebraba una ceremonia religiosa con un falso rabino- que las llevaban con ellos al Río de la Plata. Tras una semana de ‘luna de miel’  los ‘importadores’ despachaban su ‘mercancía’ a establecimientos de proxenetas que efectuaban subastas públicas.

Uno de ellos era el Café Parisien  en la esquina de la Avenida Alvear y Billinghurst, en la frontera de la Tierra del Fuego y Palermo. En una gran sala oculta al público se exhibía sobre un estrado a las mujeres desnudas. Se palpaba la firmeza de sus carnes, se miraba su dentadura y la calidad del pelo, y se las entregaba a los mejores oferentes, que pagaban en libras esterlinas. Las subastas se realizaban en función de las llegadas, tres o cuatro veces por mes”.2

Café de Cassoulet y Fray Mocho

José S. Álvarez, más conocido por su pseudónimo Fray Mocho, murió el 23 de agosto de 1903 con 45 años. El autor de “Un viaje al país de los matreros” era un bohemio de corazón generoso, periodista  entre otros del Diario La Razón, Fundador y Director de la Revista “Caras y Caretas”; En 1886 fundó un periódico picaresco junto a Ramón Romero, que titularon “Fray Gerundio”. En ésta publicación Romero escribió por entregas “Los amores de Giacumina”.

Martiniano Leguizamón, otro escritor de su época, afirmaba: “Esos tipos callejeros, el mayoral, el vigilante, el cuarteador, el compadrito, el habitante suburbano, el viejo gaucho que Fray Mocho dibujó con tanto amor, quedarán como un documento característico de una época, como esos grabados a que los pintores y escritores del futuro recurrirán para saturarse en esa obra de verdad, buscando el perfil de las razas que se pierden, el rasgo característico de las costumbres que se extingue o pervierten, pero que resucitarán en las páginas del escritor caído en plena juventud”.

En “Cuentos con policías” (Ed. Sur, Buenos Aires, 1962, pág. 91) nos dice Fray Mocho: “Sin embargo, un punguista podrá robar, jugar y poseer todos los vicios, pero nunca se embriagará ni llevará vida de perro. Mira el mundo a través de los placeres, que no embrutecen, y vive lo mejor que puede. Un día dije a uno de ellos que hablaba conmigo, en el Café de Cassoulet, esquina Viamonte y Suipacha, un centro de pillos:

-¿Y tú no bebes…? ¡Pide un gin!

-¿Yo…? ¡Qué esperanza…! ¡El alcohol afloja la lengua y entorpece la mano!

De modo que este café, sitio elegido por los lunfas y otros compadres de andanzas entre los que se encontraban los punguistas, hervidero de maleantes  y vagos, era la antepuerta de la última espiral de la ignominia, resultando   uno más para engrosar la larga lista de cafés de Buenos Aires publicados en https://pampeandoytangueando.com/.

Veamos lo que al respecto dice José S. Álvarez (Fray Mocho):

El café de Cassoulet.  “Éste era el paradero nocturno de todos los vagos de la ciudad y famoso entre la gente maleante, no solamente por la comodidad que, a poco costo se obtenía en él, cuanto por la relativa seguridad que se disfrutaba: en caso de producirse visita de la autoridad, los propietarios tenían dispuestas las cosas de modo tal, que la clientela tenía fácil escape.

Estaba ubicado en la esquina Viamonte, antes Temple, y Suipacha. Como dependencia del café, y formando parte de la planta baja, que daba hacia la primera, había hasta la mitad de la cuadra una veintena de cuartos a la calle, con puertas que se abrían a ésta y otra interior, que daba al gran patio del café: eran otras tantas salidas clandestinas del antro misterioso. Estos cuartos los ocupaban mujeres de vida airada, que eran como la crema de aquel mundo de vicio cuyo centro era la famosa calle del Temple, y que extendía sus brazos a las adyacentes, teniendo como encerrado entre ellos el corazón de la ciudad.

El café debía ser una mina de plata. Allí los ladrones, con todo su cortejo de corredores y auxiliares, los asesinos, los peleadores, los prófugos, toda la gente que tenía cuentas que saldar con la justicia o tenía por qué saldarlas,  buscaba un refugio para dormir o vivir con tranquilidad, para hacer con todo sigilo una operación comercial inconfesable o para ocultarse discretamente, mientras pasaban las primeras averiguaciones subsiguientes a un delito descubierto por la policía.

Allí todo  era cuestión de dinero. Teniéndolo, se hallaba desde la pieza lujosamente amueblada, hasta el tugurio infame, donde podía gozarse de las comodidades de un catre de los muchos que, en fila y pegados unos a otros, contenía un pequeño cuarto de madera, y desde el vino y los manjares exquisitos, hasta las sobras de éstos, barajadas en un champurriao indescifrable, y que podía remojarse con el agua turbia del aljibe, donde viboreaban los pequeños gusanitos rojos, descendientes quién sabe de qué putrefacción y cuyos movimientos rápidos y variados podían servir de diversión al ánimo preocupado.

Tarde de la noche, cuando el café se cerraba, decenas de desgraciados, sin hogar, tomaban posesión de las mesas del largo salón  -bajo la vigilancia de los dependientes, que tendían sus colchones sobre las de billar, cuando las otras estaban ocupadas-  y por dos pesos de los antiguos, encontraban un techo y una tabla para dormir, y por uno, lo primero y el duro suelo de los patios y pasillos.

En el Cassoulet

Aquello era un verdadero hervidero del bajo fondo social porteño: allí se barajaban todos los vicios y todas las miserias humanas, y allí encontraban albergue todos los desgraciados, que aún tenían un escalón que recorrer antes de llegar a los caños de las aguas corrientes que, apilados allá en el bajo de Catalinas, ofrecían albergue gratuito. Cassoulet era, en la noche, la providencia de los míseros desterrados de un mundo superior, era la ensenada que recogía la resaca social que en su continuo vaivén arrastraban hacia playas desconocidas el oleaje incesante.

Hoy comparten con él los beneficios de la industria protectora los pequeños cafés del Riachuelo y la ribera, que venden marineros borrachos a los buques que necesitan completar su rol clandestinamente, para borrar las huellas de un crimen o de un accidente  -a fin de evitarse las molestias que en nuestro país acarrea cualquier gestión ante la autoridad-  y los tugurios que, con el nombre de posadas o sin nombre alguno, encierran entre sus paredes y alojan, según el dinero con que cuentan, a los desgraciados que vagan sin hogar, o a aquellos que legalmente no pueden habitar en parte alguna.

En aquel tiempo compartían la clientela de Cassoulet, pero sólo durante el día, el café Chiávari, en la esquina de Cuyo y Uruguay, y el café de Italia, en la misma calle, frente al Mercado del Plata. Estas tres eran las cloacas máximas de Buenos Aires, en tiempos que ya no volverán, pero que se repetirán, transformándose. (Fray Mocho, “Obras Completas”, Ed. Schapire, Bs. As., 1954, pág. 183 a 185). 1 – 4

Fuentes:                                                                                                                                                       1pampeandoytangueando.com: Los Cafés de Buenos Aires                                                             

 2Carmen Bernand: Historia de Buenos Aires                                                                                            

3Karina Donángelo: Buenos Aires, antes y ahora (Revista Digital de Tango)

4 Fray Mocho: “Obras Completas”, Ed. Schapire, Bs. As., 1954

César José Tamborini Duca

About author
César José Tamborini Duca, pampeano-bonaerense que también firma como "Cronopio", es odontólogo de profesión y amante de la lectura y escritura. Esta última circunstancia y su emigración a España hace veinte años, le impulsaron a crear Pampeando y Tangueando y plasmar en él su cariño a la Patria lejana.
Articles

2 Comments

Responder a cesar jose tamborini duca Cancelar la respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.