Tangueando

Charlemos de tango (I)

El malevo César

Con el enorme placer de dirigirme a los numerosos lectores de la Revista “Le nouvel hedonisme” al inicio de esta serie de tres, trataré en éste primer artículo satisfacer uno de los principales interrogantes de aquellos que se acercan al tango, pensando que hay un antes y un después, que hay como un límite temporal que nos indica su nacimiento. No es así, nada nace por generación espontánea y el tango no es una excepción, representó la evolución de otros ritmos de distintas procedencias. No nació de la habanera, ni del tanguillo andaluz, ni del candombe afro-rioplatense, ni del chotís madrileño, ni de… pero reúne características de todos ellos hasta que poco a poco –entrando en el último tercio del siglo XIX- comenzó a diferenciarse en una música característica del Río de la Plata.

 

Hay varias hipótesis –y mucha imaginación- sobre los orígenes del tango, sobre la música y letras, y sobre la palabra que lo designa. En su libro “Cosas de Negros”, Vicente Rossi nos hace transitar por los orígenes y características de la cultura negra en el Río de la Plata, explicando que si la danza nativa africana tuvo un nombre en su cuna, fue olvidado con el olvido de su propio idioma, bautizándola entonces por onomatopeya sugerida, sea por sus cantos o por sus instrumentos. En el primer caso llamó a su fiesta, entre otros nombres, candombé (mencionando que a estos vocablos el africano les daba acentuación aguda). Mientras que por onomatopeya del sonido de sus instrumentos, uno de sus vocablos era “tangó”.

 

Explica que los ‘morenos criollos’ fundaron sociedades filarmónicas, la primera de ellas (aparecida en Montevideo aproximadamente en 1867) se llamó “La Raza Africana”. En sus ‘comparsas’, cada composición ejecutada era informada al público mediante hoja impresa con sus versos, en la que cada composición se encabezaba con el título de la música: paso doble, valses, polkas, mazurcas, chotís. En una ocasión figuró “un ‘tangó’,  con honores de único bailable del repertorio… [siendo] esa la primera vez que en el Río de la Plata sonó el término ‘tangó’ aplicado a un baile de criollos”.

Dice también que “Los negros africanos, en América llamaron ‘tangó’ a su tamboril… ‘Tan-gó’ es la voz del tamboril… [al ser] dados con una mano y un palo… más claro dirá tan-gó”. “El vocablo tendría procedencia africana, si bien contaminada con el ‘tangir’ castellano o el ‘tangere’ del latín”.

 

Es interesante destacar cuándo fue la primera vez que aparece escrita la palabra tango en algún documento. Vicente Rossi dice que “La noticia más remota alcanza a 1808. Los cascarudos del zoco moruno-lusitano-godo improvisado donde hoy se levanta Montevideo, le fueron con chismes a su capataz [se refiere al gobernador] para que prohibiera ‘los tangos de los negros’, por el barullo que producían…”.

Sin embargo un año antes, de acuerdo a las Actas del Cabildo de Montevideo de 1807,  Ayestarán  dice que “A principios del siglo XIX el Cabildo de Montevideo certifica la presencia de los Candombes, a los que llama indistintamente ‘tambos’ o ‘tangos’, prohibiéndolos en provecho de la moralidad pública”.

Continúa Rossi: “Al decir tangos engloban local, instrumentos y baile, y esta manera de interpretar fue sugerida por los mismos negros, que titulaban a sus reuniones por el acto principal de ellas: ‘tocá tangó’ (tocar tambor); por eso cuando pedían permiso para reunirse a candombear, decían ‘a tocar tangó’.”

Candombe. Pedro Fígari

No elude mencionar el tango uno de los autores clásicos de la literatura argentina. Juan Mª Gutiérrez rechazó el nombramiento de Académico correspondiente extranjero de la Real Academia Española otorgado el 11 de diciembre de 1872. Ese rechazo originó una polémica con “Antón Perulero” (seudónimo del escritor español Juan Martinez Villergas) y en una de las réplicas escribe Gutiérrez:

 

“… esa misma lengua, su literatura y las musas, haciéndolas descender al bajo nivel del romance liviano, … de las seguidillas y tangos africanos de la familia de las zarabandas y chaconas de la época desgraciada del poeta-rey D. Felipe el 4º”. (La Libertad, 6 de febrero de 1876). Es de suponer que la referencia a la época del rey (que vivió entre 1605 y 1665) solo se trata de una figura literaria; caso contrario le estaría otorgando al tango una antigüedad inimaginable.

Ricardo Rodríguez Molas, argentino estudioso del tema, menciona la existencia de una “casa y sitio del tango” en 1802.

 

Asevera Vicente Rossi que el canto criollo montevideano se reducía a la milonga y el estilo, mientras que en Buenos Aires predominaban los tristes y cielitos; y las relaciones en los bailes que los exigían, como el gato. Se refiere, naturalmente, al siglo XIX. Menciona que la payada es la poesía espontánea de los rioplatenses “es la rumbosa inspiración de los anónimos vates del pueblo… Y el payador se fue esfumando en el milonguero; y la payada ingenua de los fogones pastoriles, único romance de los nativos sanos de cuerpo y alma, se convirtió en la Milonga de los fogones milicos y de los tugurios ciudadanos. Por eso la Milonga es la Payada pueblera. Son versos octosílabos… [que en] la de los payadores, solía ser de seis versos; la de los milongueros, de cuatro…

 

Se llamaron milongas a las reuniones de los aficionados a payar en los suburbios ciudadanos, dispensándoseles en consecuencia el título de milongueros, porque se reservaba el de payadores para los genuinos improvisadores camperos”. De ahí que, para denominar el acto de reunirse para bailar y cantar, se utilice la palabra milonguear.

 

Así como el uruguayo Pedro Fígari se caracterizó por sus pinturas «coloniales» en las que ocupan sitio preferente los negros y sus candombes, así también el médico argentino Alberto Castillo es posiblemente el cantor de tangos más comprometido en la incorporación del candombe en sus recitales. Escuchemos “Candombeando” en su magnífica interpretación:

El diccionario de vocablos brasileños dice que milonga significa ‘palabra’ y es vocablo de origen bunda.. Aclaremos que bunda es asimilable a bozal, que es el modo de hablar de los negros -de la etnia bantú, principalmente-  en el Río de la Plata. (Ver en “Martín Fierro”, el gringo centinela; en ese entonces no se había acuñado todavía el término ‘cocoliche’ y por eso Fierro llama ‘bozal’ al gringo, remarcando su extranjería). (continuará)

por  César Tamborini

 

Bibliografía:

“Cartas de un Porteño”, de Juan María Gutiérrez. Editorial Americana, Buenos Aires, 1942

“Cosas de Negros”, de Vicente Rossi. Ed. Hachette, Buenos Aires, 1958

About author
César José Tamborini Duca, pampeano-bonaerense que también firma como "Cronopio", es odontólogo de profesión y amante de la lectura y escritura. Esta última circunstancia y su emigración a España hace veinte años, le impulsaron a crear Pampeando y Tangueando y plasmar en él su cariño a la Patria lejana.
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