Tangueando

A la luz del candil

Pareja bailando tango 1“Con permiso, soy el tango

que con mis sones doy brillo

al pretencioso cuchillo

que encontró vaina, hasta el mango.”

 

A mi admirado Jorge Luis Borges no le gustaban los tangos  de fondo sentimental y melosos que más se parecen a un bolero que al auténtico tango; él pretería por ejemplo los escritos por Juan de Dios Filiberto (me descubro ante sus “Quejas de bandoneón” y “Malevaje”) como “Caminito” y  “El pañuelito”; o “Adiós pampa mía”, de Mores y Canaro. El actual habitante perpetuo de “la quinta del ñato”  prefería los primitivos tangos de un ritmo más ligero, admirando los de la guardia vieja como “Viento norte”, “El cuzquito”, “El apache argentino”, “El flete”, “El torito”  y hasta alguna milonga pampeana como “El aguacero”; o esos otros en que un malevo daba muestras de su valor, cuyas letras pintaban un taita de arrabal demostrando su coraje al desenvainar el cuchillo para jugarse la vida en cualquiera contingencia y –si era posible- ante adversarios de merecida fama por su valentía. Influencia indudable de un oidor atento de las anécdotas de Evaristo Carriego.

 

Es en el contexto de la vaina animada que puede encontrar un puñal, como en los versos de mi cuarteto inicial, que me decidí a relatar desde mi punto de vista, lo que expresa Navarrine en su tango “A la luz del candil”.  Tango que seguramente fue escrito en 1922, siendo éste el año de su primera grabación por Ignacio Corsini.

 

Podemos afirmar que en este tango –como en muchos otros- su letra describe una situación como si de una representación teatral se tratara, independientemente que la escena fuera cómica, dramática, satírica, sentimental, trágica, deportiva, histórica… pues todos los aspectos vivenciales cubren sus populares versos. En el caso que nos ocupa podemos tipificarlo como de género grotesco. El gran Discepolín diferencia lo dramático (que en el fondo y en su forma son serios como expresión teatral) de lo grotesco, que si bien tiene un fondo serio resulta cómico en la forma.

Tenemos entonces una “representación” en la que los personajes están presentes, interactúan el protagonista y la autoridad, representada por un Comisario y un Sargento de la policía; otros dos protagonistas no aparecen en escena –no pueden hacerlo- sino de manera simbólica a través del relato. Como comenté en alguna charla sobre lunfardo (a propósito del tango “Pa’ que sepan cómo soy”), no en la mayoría pero al menos en muchos tangos el relato es en primera persona y el protagonista nos informa lo ocurrido al contarlo a sus interlocutores, introduciéndonos en la historia relatada como si la estuviéramos contemplando. Esto es lo que singulariza el tango respecto a otras músicas, si exceptuamos la ópera.

En el que nos ocupa, en los primeros versos el sujeto –aparentando mucha educación, por cierto- pide permiso a uno de los interlocutores que representan la ley, el Comisario. Le advierte que viene de otro sitio y se disculpa por su aspecto: se sobreentiende, como consecuencia de un largo viaje y/o a causa de las peripecias pasadas en su trágico encuentro. En esa primera estrofa de presentación alega también ser un gaucho honrado sin ningún atisbo de duda: no es matrero, ni borracho, ni pendenciero, confesando a continuación y como si fuese delito menor, que solo es un criminal. El contrasentido implícito en estas manifestaciones es lo que me inclina a encuadrarlo en lo grotesco al adquirir así un formato que roza lo cómico; si no fuera por ésta circunstancia, formaría parte sin ninguna duda de lo dramático (o de lo trágico).

gaucho esposado

Pide al Sargento que lo arreste, que lo encadene si es preciso aunque, contradictoriamente, apela al perdón de Dios “si es un delincuente”; se aprecia que el pobre gaucho todavía duda si su acción constituía un delito. En la siguiente estrofa continúa con su presentación dando su nombre completo: Alberto Arenas (¿será por el cantor?) pero sigue manifestando su condición de persona buena y justifica que matara a los otros dos personajes simbólicos porque lo traicionaron, porque al irse a otro pago –situación habitual en los gauchos por cuestiones de trabajo- su china no tuvo reparo en traicionarlo con una persona taimada: le fue infiel con un amigo deshonesto.

El hombre no rehúye la justicia, es más, trae consigo las pruebas de su acción criminal para ponerlos a disposición de la autoridad: las trenzas de la china y el corazón del sotreta; aunque se sobreentiende que la infamia que menciona no es su doble crimen, sino el adulterio del que fue víctima ¡Hasta qué extremo llega su inocencia! Al aprestarse el Sargento a detenerlo, seguramente con las precauciones del caso, le pide calma pues no opondrá resistencia. Pero quiere atestiguar cómo sucedió todo al llegar de improviso al rancho pudiendo observar –pese a la oscuridad de la noche cuya negrura atenuaba la sola luz de un candil- el beso que delataba la traición. En ese momento su facón encontró dos vainas, en los dos cuerpos que cayeron profiriendo una maldición. Invita al Comisario “si no se asombra”, a comprobar la veracidad de lo sucedido.

 

Así, en esta representación del grotesco en versos, el autor trató de plasmar la psicología primitiva del gaucho.

por César J. Tamborini Duca

 

A LA LUZ DEL CANDIL

Letra : Julio Plácido Navarrine – Música : Carlos  G. Flores

 

Me da su permiso, señor comisario

Disculpe si vengo tan mal entrazao,

Yo soy forastero y he cáido al Rosario

Trayendo a los tientos un güen entripao.

Quizá usté piense que soy un matrero

Yo soy gaucho honrado a carta cabal,

No soy un borracho ni soy un cuatrero

Señor comisario, yo soy criminal.

 

Arrésteme, sargento, y póngame cadenas

Si soy un delincuente, que me perdone Dios.

 

Yo he sido un criollo bueno, me llamo Alberto Arenas

Señor, me traicionaban y los maté a los dos,

Mi china fue malvada, mi amigo era un sotreta

Mientras me fui a otro pago me basureó la infiel.

Las pruebas de la infamia las traigo en la maleta

Las trenzas de mi china y el corazón de él.

 

No apriete sargento, que no me retobo

Yo quiero que sepan la verdá de a mil,

La noche era oscura como boca ´e lobo

Testigo solito, la luz del candil.

Total cuasi nada, un beso en las sombras

Dos cuerpos cayeron y una maldición,

Y allí comisario, si usté no se asombra

Yo encontré dos vainas para mi facón.

 

Arrésteme, sargento, y póngame cadenas

Si soy un delincuente, que me perdone Dios.

 

About author
César José Tamborini Duca, pampeano-bonaerense que también firma como "Cronopio", es odontólogo de profesión y amante de la lectura y escritura. Esta última circunstancia y su emigración a España hace veinte años, le impulsaron a crear Pampeando y Tangueando y plasmar en él su cariño a la Patria lejana.
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