Relatos y crítica literaria

LIROPEYA Y YANDUBALLO

PAMPEANDO Y   TANGUEANDO. Director-editor: César J. Tamborini

…»Garay trazó con su espada / la forma de un pueblo nuevo / ¿sin un mazo de baraja, / sin el grito de un resero, / sin un fogón y una casa, / sin un mate y sin un cuento?…» (de «Buenos Aires, colina chata», Homero Manzi)

PRESENTACION DE LA OBRA

La obra relata una historia verídica  -basada en el Libro “La Argentina” de Martín del Barco Centenera-  de una pareja de indios que habitaban lo que actualmente es la Republica Argentina, acaecida en el siglo XVI en el contexto de los descubrimientos y conquistas llevados a cabo por esforzados españoles (acompañados en algunos casos por aventureros) que en su afán de conquista y evan gelización unas veces eran víctimas y otras se convertían en ver dugos, con un triste final en este caso para los dos protagonis tas de una historia de amor. Es una adaptación literaria de “Cronopio”, seudónimo del autor del relato.

Simultáneamente se relatan algunos de los hechos históricos sucedidos en esa época, dando especial relevancia a la desesperante situación por la que atravesó la ciudad de Buenos Aires en  su primera fundación. En este caso, utilicé artículos editados en mi libro “Pasión y Muerte de Nuestro Señor de las Pampas”.

1 . LIROPEYA Y YANDUBALLO

Yanduballo estaba en cuclillas a orillas del Paraná, la vista fija en el río. Su cuerpo, que estaba totalmente desnudo, era atlético y en la tensión del momento sus músculos semarcaban, exuberantes en su juventud. Tenía el cabello negro y lacio que sobrepasaba sus hombros cayendo en una cascada pulcra desde la vincha que ceñía su frente; visto así de espaldas, ésta era un trapecio de superficie irregular por la protuberancia de los músculos. Su nariz era recta, boca mediana, frente amplia y, lo que resultaba paradójico eran sus ojos azules (aunque no tan extraño desde que las grandes naves con hombres desconocidos en sus hábitos y vestimentas visitaran cada vez con más frecuencia la región, río Paraná arriba).

De pronto, como impulsado por un resorte, su brazo hizo un movimiento tan rápido que cuando su mano salió del agua ya estaba Liropeya, que se mantenía uno paso más atrás y arriba, batiendo palmas y gritándole que ya había pescado 15, que era suviciente para ese día. Yanduballo era uno de los jóvenes del poblado encargado de la caza y la pesca para la alimentación de todos; como no hiciera caso a las exclamaciones de Liropeya, ésta corrió los pocos metros que los separaban y, abrazándolo, hizo que ambos cayeran al río; eximios nadadores como casi todos los habitantes ribereños, estaban habituados desde pequeños a esos juegos en el agua.

Habían crecido juntos y todos en el poblado creían que terminarían conviviendo, y ellos también, sólo que Liropeya le había dicho –como en un juego- que sería su mujer si vencía a 5 loncos (caciques).

Liropeya, 2 años menor que Yanduballo, iba cubierta sólo por un taparrabos que cubría su sexo. Su cuerpo desnudo dejaba ver su piel suave y tersa, bronceada por el sol y el color propio de su raza. A sus 18 años (que parecían tal vez 15 o 16) su estatura apenas sobrepasaba los hombros de su amado; su cara era un óvalo levemente afilado en la zona del mentón, los huesos de la mandíbula y pómulos marcados por su delgadez; de frente noble, encima de la cual una vincha con una pluma de colores (gustaba cambiarla cada día) sujetaba su lacio y renegrido cabello que caía, abriéndose en dos cascadas, sobre sus marcadas y hermosas clavículas, hasta antes del nacimiento de sus pequeños senos, firmes y turgentes que proporcionaban una exuberante belleza a su delgado cuerpo, de caderas estrechas y cintura mínima.

Debajo de la frente, dos ojos negros acompañados por cortas pestañas y enmarcados en dos arcos con cejas perfectas, daban brillantez a una mirada llena de vida y alegría; la nariz era recta con una leve prominencia que daba más encanto a su rostro, que adornaba siempre con una flor en una de sus pequeñas orejas; sus labios carnosos y de mediano tamaño, dejaban al descubierto dos hileras de dientes blancos y perfectos, que acentuaban su sensualidad con sus dos incisivos centrales más grandes, lo cual era una invitación para el beso.

Debajo de un cuello fino, delicado, su límpida espalda sólo denotaba la prominencia de los omóplatos, y en su parte inferior el taparrabos dibujaba sus redondeces y dejaba al descubierto hacia un lado, discretamente, una mancha de nacimiento. Piernas finas y bien contorneadas, parecían más largas que en la realidad en la perfecta proporción de su cuerpo.

Estuvieron largo rato jugando en el agua y cuando salieron Yanduballo preparó un lecho con hierbas finas y suaves donde se recostaron aún mojados; él le daba mordiscos en sus orejas, en el cuello, en la nariz, en la clavícula, abarcaba con su boca  los pequeños senos y, de vez en cuando, el dedo gordo del pie; ella devolvía las caricias, besaba sus hombros, su cuello, le mordisqueaba el labio, le hacía reír basándole la cintura, le apretaba con sus manos el sexo erecto. Luego se daba vuelta para que él la penetrara por detrás como acostumbran los indios pues el encuentro de los sexos es más fácil en esa posición.

(En realidad todos nuestros antepasados copulaban por detrás por la sencilla razón de que la vulva, en los mamíferos cuadrúpedos, se encontraba en la parte posterior. Con la postura bípeda, cambió la orientación de la pelvis y la vulva se orientó ventral-frontalmente. No totalmente dorsal ni totalmente ventral, pero se desplazó y el sexo se hizo cara a cara, pasamos a la cópula frontal)

Estaban tan compenetrados y se sentían tan felices que para prolongar esa felicidad tenían una táctica para retardar el orgasmo: cuandoéste se aproximaba, un leve toque con los dedos en el cuerpo del otro hacía que cesara el movimiento durante un par de minutos, para continuar luego hasta que nuevamente uno u otro avisaba la necesidad de interrumpir los vaivenes, con lo cual podían permanecer en ese éxtasis una hora y media o dos hasta que, en el último aviso de ella, él no le hacía caso y continuaba hasta escucharla gemir de satisfacción, mientras en su mano que cubríe el pecho izquierdo de Liropeya sentía el galopar enloquecido del corazón y veía cómo sus mejillas se arrebolaban: esa era para él la mayor felicidad, sentír el gozo de su amada y, recién después, se permitía llegar al orgasmo.

Pero ese día fue interrumpido porque de pronto se escucharon voces lejanas, cada vez más cercanas aproximándose por el río, al mismo tiempo que el chapoteo en el agua anunciaba la proximidad de embarcaciones. Rápidamente se escondieron en el follaj, y observaron 2 navíos grandes y 3 más pequeños desplazándose río arriba.

Estas travesías se fueron haciendo habitual, cada vez más, desde hacía 66 años, cuando Juan Díaz de Solís descubriera el Río de la Plata en 1516. Liropeya y Yanduballo conocían todo lo ocurrido desde entonces a través de la tradición oral que transmitía los sucesos de generación en generación. Así, sabían que Solís encontró la muerte un poco más al sur, en la isla de Martín García a manos de los indios Charrúas, que se comieron a él y algunos de sus acompañantes, a poco de descubrir ese río al que denominó “Mar Dulce” pues por su amplitud creyó que era un mar, y al probar el agua notó que era dulce.

¡Qué gente tan extraña estos españoles! Pensaban los enamorados mientras las naves se alejaban Paraná arriba, rumbo a Asunción; van completamente vestidos a pesar del calor, poseen unos bastones que arrojan trueno y fuego y puede matar a la distancia a las personas y los animales. Suelen ir encima de unos grandes animales de 4 patas, a veces en una simbiosis tan íntima que parece que fueran un solo animal. Los llama “caballos” y dicen que los trajo Don Pedro de Mendoza cuando fundó Buenos Aires, y luego se transformaron en tropillas salvajes que poblaron el sur y el oeste de Buenos Aires. También los utilizan los indios de esas comarcas, los pampas, los querandíes, los ranküllches y hasta los pehuenches, que llegan desde la “Pire Mahuida” (Cordillera Nevada, los Andes). Pero entre los guaraníes para qué sirven, si a cada paso hay un árbol: acacias, eucaliptus, virapitá, lapachos, sauces, jacarandaes, ñandubay, algarrobo, quebracho, guayabos, que proveen maderas para distintos usos, inclusive para fabricar embarcaciones.

2 . PRIMERA FUNDACIÓN DE BUENOS AIRES: PEDRO DE MENDOZA

No fue muy afortunado el granadino Don Pedro de Mendoza. Con el dinero que obtuvo en el saqueo de Roma, pidió y obtuvo del Emperador Carlos V el título de Adelantado para, con dos mil quinientos soldados, dirigirse al Río de la Plata.

Lo acompañaban Comendadores de las Órdenes de Santiago y de San Juan, entre otros Juan Osorio, Salazar, Juan de Ayolas; también iba en la expedición UlricoSchmidl, soldado alemán que gracias a su obra “Derrotero y Viaje al Plata” dio a conocer las desventuras de esa expedición.

En febrero de 1536 fundó Buenos Aires (en el sitio que actualmente ocupa el Parque Lezama y muy cerca de la boca del Riachuelo) poniendo al poblado el nombre de “Puerto de Nuestra Señora de Santa María del Buen Ayre”. A oídos de nuestros dos indios amantes llegaron las noticias de lo ocurrido cuando ellos aún no habían nacido, desde la época de la fundación de este puerto.

.          .          .

En las cálidas y húmedas noches subtropicales, cuando la palabra adornada con la magia del narrador que evocaba la epopeya de sus antepasados precolombinos y la posterior lucha con los conquistadores que se mantenía todavía en todo se apogeo, mencionando a éstos como seres casi mitológicos provenientes de otro mundo donde fueron engendrados por endriagos, era palabra y era hechizo que convocaba a los oídos y a la atención de la tribu, sentados alrededor del fogón cuyas llamas, ora acrecentadas ora disminuídas, formaban fantasmagóricas figuras que propiciaban una aureola mágica al relato; Yanduballo se sonrió y susurró al oído de Liropeya: “recuerda que nosotros somos descendientes de esas amazonas que según dicen habitan más al norte, en la selva del Mato Grosso, y que ellas a su vez fueron engendradas por driads, a quienes al comienzo de los tiempos crearon los uros, que habitaban en el lago Titicaca, el ombligo del mundo”.

.          .          .

Los españoles trajeron vacas y setenta y dos caballos y yeguas. Al llegar los recibieron unos 300 Querandíes, con sus mujeres y niños, y les llevaron pescados y carne diariamente a pesar de la escasez, pero cuando dejaron de ir a aprovisionarlos un solo día, Mendoza envió para averiguar qué ocurría a un alcalde llamado Pavón; pero el comportamiento de éste hizo que los indios lo molieran a palos junto a 2 soldados que lo acompañaban.

Éste fue el motivo del comienzo de la guerra, en la cual los indios atacaban y herían y mataban con sus lanzas, y al mismo tiempo incendiaban el caserío con manojos de paja seca, encendida, que arrojaban con sus boleadoras. La población acosada padecía una terrible hambruna, a tal extremo que se comían ratas, víboras, cualquier alimaña, ¡y hasta roían el cuero de las botas hervidas! Tres españoles robaron un caballo y lo comieron a escondidas, pues estaba prohibido; pero cuando se supo fueron juzgados y castigados muriendo en la horca; por la noche otros pobladores cortaron trozos del cuerpo de los ahorcados para comerlos.

Baitos y su hermano Francisco, sosteniéndose el uno al otro, registraron el campamento en busca de comida; hubieran entregado ese anillo de plata que llevaba Francisco y le dio su madre antes de partir de Sanlúcar, por un bocado: pero no lo hay, no lo hay, sólo el hedor de los ahorcados que disemina el viento.

Sin decir nada, Baitos decide que esa noche se acercará a los muertos para comer su carne. Cuando llega y ve lo que aún queda de los ahorcados balanceándose se acrecienta su hambre, su ansia de clavar los eientes en algo para comer; pero ve una figura que se interpone, creyendo reconocer al genovés Bernando Centurión por el manto de nutrias que siempre llevaba puesto. Luego de esperar un rato que se fuera Centurión y como éste no abandonara la guardia piensa –en la desesperación del hambre que lo enloquecía- por qué no hundir su cuchillo de caza, con el que tan hábil era en Morón de la Frontera, en el cuerpo del genovés.

Se abalanzó y con sus escasas fuerzas tuvo que levantar el puñal con sus dos manos para poder clavar la hoja. El hombre cae y él encima, clavando el cuchillo repetidas veces. Busca bajo el manto de nutrias y le cercena un brazo hincando los dientes ya flojos por el escorbuto, para paliar el hambre; sólo piensa en comer, en calmar su hambre atroz.

En ese momento las llamas de un fogón le permiten ver más allá, con una lanza clavada entre los ojos, el cuerpo del genovés Bernardo Centurión. Fue entonces que los dientes de Baitos tropiezan con alguna dureza: era el anillo de plata de su madre y ve el rostro de su hermano Francisco entre las pieles que, para abrigarse, éste había quitado al cuerpo muerto del genovés. Enloquecido de dolor y espanto hecha a correr  hacia la hoguera del campamento de los indios, con aullidos de desesperación, buscando esa muerte que él había ocasionado a su hermano.

Una mujer llamada Ana ofrecía su cuerpo por un bocado de comida; era joven y bella pero nadie le hacía caso. Finalmente un marinero le ofreció una cabeza de pescado, pero una vez obtenido el premio no quiso cumplir su promesa. Viendose burlado, el marinero acude al capitán Juan Ruiz, el cual la juzga y obliga a cumplir lo que había prometido.

Y la gente gemía,  todo Buenos Aires era un lamento, gemían los heridos por las lanzas de los indios, gemían por el hambre atroz, gemía el Adelantado por su enfermedad que lo mantenía postrado y lo obligó a ceder el mando a Ayolas, que remontó el Paraná en busca de comida y fundó Corpus Christi adonde luego se dirigió Don Pedro de Mendoza, pero la “malatía francesa” (sífilis) que lo aquejaba le hizo regresar para emprender el viaje de vuelta a España. El Primer Adelantado en el Río de la Plata agonizaba en alta mar. Soñaba y deliraba. Soñaba que por un día, había sido Rey de Roma; soñaba con las numerosas indias que se habían amancebado con él y le habían transmitido la terrible enfermedad (¿Cuál de ellas?, ¿cuántas de ellas?); deliraba y soñaba con haber dundado lo que creía sería la mayor y más importante ciudad de América del Sur, sin saber que esa ciudad fundada por él estaba condenada a desaparecer por el hambre y el hostigamiento de los indios.

Los oficiales y soldados que lo acompañaban en su viaje de regreso a España trataban de consolarlo y animarlo ¿cuánto más podría vivir, olvidado ya de la mano de Dios, el aventurero afortunado-desafortunado? ¿Cuántas piedras-imanes harían falta para terminar de enloquecer la brújula de sus sentidos? Finalmente tuvo un momento de lucidez, el suficiente para dictar en su testamento su voluntad de enviar de su peculio, pertrechos y hombres a esa ciudad que tanto amaba y tan cruel resultó con él. Fue su último deseo antes de morir a mitad de camino de regreso a su tierra; deseo que posteriormente sería cumplido por Don Alonso Cabrera.

A partir de entonces se produjeron cada vez con más asiduidad el contacto entre españoles y guaraníes, mas aún cuando el 15 de agosto de 1537 –día de la Asunción de la Virgen- Juan de Salazar y Espinosa fundó Asunción, en el Paraguay, por mandato de Ayolas; a veces los encuentros se producían en forma pacífica y otras veces se traducían en terribles y cruentas luchas.

Liropeya y Yanduballo no entendían el por qué de ese empecinamiento de los que a sí mismo se llamaban “cristianos” en seguir enviando naves y hombres que muchas veces se mataban entre ellos, padecían hambrunas que los llevaban a cometer actos de antropofagia, que mataban indios o eran muertos por ellos. Se juramentaron que nunca  serían esclavos de los españoles y que los dos seguirían el mismo destino, sea cual fuere lo afrontarían juntos.

Asunción era un punto clave, estratégico; desde allí se podía llegar hasta el Perú remontando el río Bermejo en dirección al oeste; y hacia el este se podía llegar hasta la costa atlántica de Brasil. Pero el camino de entrada más lógico era el Río de la Plata, remontando luego el Paraná. Por eso se sucedían las distintas fundaciones a orillas de este río, de ahí el empeño de los españoles en dominar su curso. Aunque los conquistadores que acompañaban a Don Pedro de Mendoza morían diezmados por el hambre y se entregaban al canibalismo, y casi todos los fuertes que fundara eran destruídos por repentinos incendios.

Eso ocurrió también con Corpus Christi, que había quedado al mando del capitán Antonio Mendoza mientras Irala bajaba a Buenos Aires. Sucedió que un cacique de la tribu de los Timbú y gran amigo de los cristianos llamado Zaique Limy vino a rogar a Domingo Martínez de Irala, antes que emprendiera ese viaje, que permitiera llevar con él a toda su gente pues se sentían amenazados por otras tribuas que estaban alzadas contra los cristianos.

Irala le dijo que él pronto estaría de regreso, y que el cacique podía irse a vivir con los españoles, junto con su familia y amigos. Fingiendo que haría eso engañó al capitán Antonio Mendoza y, provocano una emboscada, mataron al capitán y a mucha gente e incendiaron el fuerte. Así quedó destruido Corpus Christi.

Y en Buenos Aires continúa la desesperación por la terrible hambruna y la muerte se presenta con el rostro y los ojos consumidos, y a los niños que mujeren sollozando las madres sólo pueden responderles con gemidos de dolor y hambre. De los 2.500 habitantes contabilizados al fundar el puerto sólo quedaban doscientos, lo que obligó a Juan de Ayolas luego de celebrar consejo con Domingo Martínez de Irala, y con Alonso Cabrera –que había llegado de España con víveres y doscientos hombre más- a ordenar la despoblación de Buenos Aires a fines de 1541, remontando río arriba con ocho bergantines y cuatrocientos hombres rumbo a Asunción.

Remontar el Paraná significaba también provisión de alimentos. Los Carios (o Guaraníes) tienen abundante pesca en sus numerosos ríos y arroyos, caza de animales salvajes (puercos, venados, ñandúes, vizcachas), también gallinas y gansos; y vegetales de distinta naturaleza según la región y las tribus de la nación guaraní que la habitaban: podía conseguirse mandioca, tomates, papa, pimientos, batata, trigo turco (como llamaron los conquistadores al principio al maíz), zapallo.

.          .          .

3. JUAN DE GARAY: LA SEGUNDA FUNDACIÓN

Pero para remontar el Paraná y llegar a Asunción, se hacía necesaria la existencia de poblaciones intermedias (el vizcaíno Juan de Garay fundó Santa Fe de la Vera Cruz a orillas del Paraná el 15 de noviembre de 1573); y más necesaria una población de entrada en el Río de la Plata, esa era una cuestión clave. Y por eso Garay desciende de Asunción para fundar y poblar Buenos Aires, realizando la segunda Fundación el 11 de junio de 1580, junto a 66 personas (10 españoles y el resto nativos). En el sitio que hoy ocupa la Plaza de Mayo plantó un árbol de justicia, desbrozando el campo con su espada, pues al limpiarlo de pastizales estaba significando que tomaba posesión del lugar en nombre de su rey. Los indios querandíes al mando de Tabobá quisieron destruirla, pero fueron rechazados y huyeron cuando un bravo soldado decapitó al cacique.

En 1581 Garay partió rumbo al sur al frente de unos 30 españoles, descendió unas 100 leguas por las costas bonaerenses buscando la “Ciudad de los Césares”, esa ciudad cuyas paredes resplandecían de oro y quitaban el sueño de los conquistadores, y llegó a las proximidades de la actual Mar del Plata sin encontrar rastros de la mítica ciudad, regresando a Buenos Aires en febrero de 1582.

Garay aparentemente había quedado un poco trastornado con el misterio de la Ciudad de los Césares y su infructuosa búsqueda, y ahora suponía que la encontraría hacia el norte; de ahí sus sucesivos viajes remontando el Paraná y tratando de acopiar información. Por otra parte, era un ser valiente y temerario, poco cuidadoso de su seguridad persona.

En marzo de 1583, mientras viajaba en un bergantín en las proximidades donde el Carcarañá desemboca en el Paraná, el vizcaíno hace caso omiso de las recomendaciones de sus oficiales, que le decían que el país de los indios estaba alzado contra los cristianos y que era mejor permanecer en el bergantín; él insistió en acampar para pasar la noche en tierra, prefirió acampar en una isla con su tripulación de 52 españoles en espera de esa madrugada que le sería negada por el destino; le dio la oportunidad a los indios y éstos la aprovecharon. Antes que el sol hiciera clarear el horizonte los indios, que habían rodeado el campamento sigilosamente, atropellaron dando grandes alaridos, y con sus lanzas atravesaron tolo lo que se movía, provocando el pánico en los españoles que buscaban alcanzar sus lanzas y arcabuces, y tratando de huir hacia el bergantín lo que muy pocos consiguieron.

Mataron a Garay y a 12 de sus hombres e hicieron prisioneros a 10, mientras otros 30 consiguieron escapar, algunos heridos. Garay fue el primero en caer,  atravesado por una lanza (dos indios tenían la orden de buscar y matar al capitán en primer término), y mientras los cristianos huyen despavoridos, los “Mañuaes” –tribu de la nación querandí- los van hiriendo a diestro y siniestro.

No se salvó y fuemuy llorada la bella Ana Valverde, nieta de esa Ana que en la hambruna de la primera fundación vendió su cuerpo por una cabeza de pescado. De los que se salvaron, Alonso de Cuevas fue uno de los que lucharon con más ardor; ya en el bergantín y tratando de ayudar a subir a su mujer, ésta cayó al agua y fue atrapada por 3 indios que tenían intención de llevársela. Se arrojó Cuevas al agua con una lanza en una mano y un puñal en la otra, atravesando el cuerpo de un indio con la lanza; atropelló ciego de ira a los otros dos, clavando su puñal en uno mientras que el otro, que en el apuro había erra el lanzazo, dejó a la mujer y huyó despavorido.

4. EPÍLOGO

Pero unos meses antes, en 1582, Garay remontaba el Paraná con 2 bergantines y 3 goletas. Cuando las embarcaciones se dirigían hacia el norte, Yanduballo pensó en su gente del poblado que estaba a una legua, pero no había tiempo para darles aviso y, de todos modos, con la algazara y las voces quedaban en los barcos ya los escucharían y se esconderían. Decidieron recostarse en la hierba y dormír un poco. Cuando Yanduballo despertó alertado por el ruido de ramas quebradas, las sombras alargadas de los árboles le indicaban que muy pronto oscurecería.

Los españoles que iban bajo el mando de Garay, bajaron a tierra firme con sus caballos y persiguieron a los indios, pero para éstos resultaba muy fácil huir entre la espesura de tantos árboles donde es imposible encontrarlos; añádase a ello la dificultad de desplazamiento de la caballería en una vegetación tan frondos y exuberante, y el resultado fue que no pudieron capturar un solo indio.

En tanto Caraballo, que se había alejado un poco más al sur con su caballo, al ver a Yanduballo trata de atravesarlo con su lanza, mas éste esquiva el golpe con un ágil salto y aferra la lanza, con la cual trata de atravesar al español y estaba a punto de hacerlo, pero con el ruido y las voces Liropeya despierta y le pide a Yanduballo deja al soldado, pues para cumplir la promesa le quedaba sólo un “vencimiento” pero debía ser un indio.

Al oír este ruego Yanduballo suelta la lanza e invita a Caraballo a bajar del caballo y sentarse a su lado, y le cuenta que estando tan enamorado de Liropeya ésta le prometió ser su mujer si vencía a 5  caciques; y no quería, por quedarse con su amada, matar a un español.

Éste, al quedar muy impresionado por el amor que se profesaba la pareja de indios, se despidió para regresar a los barcos; pero luego, lleno de ambición y deseo, y enceguecido e impresionado por la belleza de Liropeya, con su cuerpo desnudo en todo su esplendor juvenil, vuelve sobre sus pasos y traicioneramente clava la lanza en el indio dándole muerte, pretendiendo en su desvarío que Liropeya lo acompañe.

Liropeya, que siente derrumbarse el mundo sin su amado y ciega de dolor, simula que lo acompañará luego que la ayude a cavar un hoyo donde sepultar a Yanduballo, a lo cual se presta solícito y entusiasmado el español. Y cuando el hoyo estuvo terminado, en un descuido del soldado la india se clava la espada en el pecho al mismo tiempo que le pide la sepulte con su amado.

Caraballo llegó al bergantín –que como consecuencia de su demora estaba a punto de partir sin él pues ya las otras naves se habían alejado- gritando cosas incoherentes; estaba lleno de rabia y de dolor, acongojado, con la razón extraviada y atacando, de hecho y de palabra, a quien osaba acercarse a preguntarle por su conducta, por lo que en previsión de males mayores lo encerraron unos días, pasados los cuales y viendo que se había calmado lo dejaron libre.

Al amanecer del día siguiente lo encontraron ahorcado del palo mayor, y en su bolsillo unas notas permitieron conocer el final de esta historia llena de viscicitudes, tristeza y amor, no pudiendo superar Caraballo el dolor que sentía por ser el culpable de la muerte de esa hermosa pareja de indios sin haber obtenido ningún provecho; el tormento lo aturdía a tal extremo que le impedía razonar otra cosa que su desgarrador e inútil grito final: perdón Liropeya, perdón Yanduballo.

César José Tamborini Duca

con «Pichi Malén» en el Café Tortoni

Mi amiga Beatriz “Pichi Malén” (“pequeña muchacha”) es tataranieta del que fuera uno de los grandes caciques de la pampa, Coliqueo. Es autora e intérprete de canciones que aluden a la tierra, la naturaleza y la gente originaria de una extensa región de los actuales Argentina y Chile; por eso su canto habla con el idioma de la tierra. Podemos escucharla en “Soñé mi padre” perteneciente a su CD “AÑIL”:

About author
César José Tamborini Duca, pampeano-bonaerense que también firma como "Cronopio", es odontólogo de profesión y amante de la lectura y escritura. Esta última circunstancia y su emigración a España hace veinte años, le impulsaron a crear Pampeando y Tangueando y plasmar en él su cariño a la Patria lejana.
Articles

1 Comment

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.