Relatos y crítica literaria

Fausto III – «Mefistófeles: de nigromante a internáutico»

1. El nigromante de Salamanca

Después de realizar un análisis o muy breve crítica literaria en «FAUSTO» (Goethe, Marlowe y Del Campo) y «FAUSTO II – La Diablesa» (Amado Nervo) creía estar curado de espanto con las diabluras a que nos tiene acostumbrado Mefistófeles. Sin embargo, cuál no sería mi sorpresa -inesperada por mi parte- cuando ocurrió lo que detallaré a continuación y que me hizo exclamar: ¡anoche soñé un sueño!Me encontraba leyendo en mi PC «LAS VÍSPERAS DE FAUSTO» de Adolfo Bioy Casares, concretamente la frase que dice «Esa noche de 1540, en la cámara de la torre, el doctor Fausto recorría los anaqueles de su numerosa biblioteca» y en un momento en que el girar de la rueda del ratón hizo enfocar en la pantalla la imagen del demonio, ésta se apagó momentáneamente para hacer reaparecer a continuación esa misma imagen pero con un brillo tan intenso que lastimaba mis ojos, haciéndolos cerrar enceguecido. Cuando los abrí vi que Mefistófeles permanecía impasible en la pantalla, ésta sin signos de anormalidad excepto que el ratón no respondía a mi intento de subir o bajar página, pese a intentarlo durante más de 30 segundos.

«¿Tendré que invocarlo?» pensé. «¿Y por qué no?» me contestó una voz interior. Decidí escribir sobre la imagen puesto que no podía quitarla, y al teclear «Mefisto» apareció inmediatamente su respuesta «¿qué quieres?». Con un poco de asombro, de miedo e incredulidad, creyendo inclusive en un primer momento que se trataba de una manifestación onírica, o de una broma que me gastaban mis hijos Juan Manuel y Facundo, sin embargo quedé pensando largo rato qué le respondería a Lucifer. Sin presentir todavía las consecuencias que podían acarrearme estas relaciones diabólicas y descreyendo en mi fuero íntimo de comunicaciones paranormales, escribí no obstante la siguiente respuesta:

-«Saludarte, Mefistófeles, y como entiendo que tienes poderes sobrenaturales, pedirte que me relaciones con una  joven, inteligente y bella mujer por medio de esta sofisticada tecnología».

[audio:La Salamanca.mp3]

-«¿Sabes a lo que te expones?»

-«No, y no me interesa saberlo» respondí con cierto grado de arrogancia, creyendo aún estar entrampado en una broma.

-«Pues debes saber que en un tiempo fuí Sacristán de la vieja Iglesia de San Cebrián, en cuya cripta conocida como la ‘cueva de Salamanca’ dicté cursos de nigromancia de siete años de duración, para 7 alumnos que al término del curso se convertían en mis súbditos, debiendo habitar la cueva ‘in aeternum’. Sea, te daré lo que pides, pero a cambio deberás entregarme algo».

«¿Mi alma, como otros Faustos?»

«No, Fausto, solamente tu sombra, como el Marqués de Villena» dicho lo cual y antes que pudiera responder el PC se apagó por completo.

Debo aclarar en este punto que, magüer nunca quise se supiera, la admiración de mi padre por las obras de Marlowe y de Bioy Casares de quienes era asiduo lector, le hizo concebir la idea de inscribirme con el «Fausto» como tercer nombre de pila, y eso me hizo suponer que existe una fijación diabólica de Mefistófeles por quienes llevamos tal nombre. -«¿Por qué lo hiciste?» le pregunté un día. –«Porque suena bien al anteponer Dr.» me respondió. Mi padre se empeñaba en que tuviera una titulación que su temprana muerte le impidió contemplar.

Pasó un tiempo prolongado y había olvidado totalmente el incidente, bien que recordaba vagamente la transmigración de Mefistófeles desde la cueva de Salamanca, hacia vaya a saber uno qué Centro de Computación para aparecer en mi computadora. Pero dejando de lado estas especulaciones deben saber que aquí comienza otra historia, o la segunda parte de la misma.

2. Una diablesa informática

Fausto nunca supo en realidad cómo comenzó todo; o por lo menos no lo recordaba. Él más bien era un adicto al uso correcto e interpretación de las palabras, y el uso precario que hacía del ordenador, más bien elemental, le facilitaba un poco la tarea de escribir. Para poco más lo utilizaba.

Como decíamos, no sabía cuándo ni cómo comenzó a recibir mensajes de P.D. (Personaje Desconocido), a los que no hizo caso en un primer momento pero, ante la reiteración de los mismos, un día decidió contestar y, a partir de ese momento, los mensajes dejaron de ser unidireccionales.

Cuando los mismos comenzaron a ser más explícitos, con frases de P.D. como «la verdad, sos divino» y otros piropos del mismo tono, Fausto pensó que algo no funcionaba bien y decidió cortar por lo sano. Su último mensaje exponía a P.D. que ‘por un tiempo’ no podía escribirle. Total, pensaba, un tiempo puede ser un mes, o dos años, o 20 años; quedaba así con su conciencia tranquila. Sin embargo al segundo día comenzó a experimentar como un «síndrome de abstinencia» de los mensajes y se vió compelido a escribir «me desdigo de lo dicho» y envió un mensaje lleno de fruslerías como para justificar su cambio de actitud.

La respuesta fué inmediata: «me encantó que te desdijeras. Además me gustó mucho que dijeras tal cosa…» y otras lindezas por el estilo. Es a partir de éste punto que se afianza la relación epistolar de Fausto con el P.D., escribiéndole sutilezas como éstas:

«¿sabés una cosa? te quiero…
decir que cada vez estoy más loco por…
Vos ¿sabés lo que me diagnosticaron?, el síndrome de Estocolmo».

Y era verdad; su personalidad se vió afectada, el P.D. había secuestrado su pensamiento y se había enamorado de la secuestradora del mismo. Un amor platónico-informático, claro.

A partir de ese momento comienza su intento de localización, de lograr el  conocimiento real de ese P.D. Lo primero que hace, en tren de averiguación sobre el camino a seguir para ese intento, es acudir a la Policía Local, donde le sugieren la posibilidad de buscar los servicios de su proveedor de internet. Son éstos quienes lo ponen en contacto con el ingeniero en informática, experto en hardware y software, al que le entrega los mensajes almacenados en su ordenador, y finalmente accede -bien que a regañadientes- a proporcionale la clave para el acceso a todos sus datos.

La búsqueda, o pesquiza, como quieran llamarla, duró unos 20 días de intenso trabajo del ingeniero, pero finalmente dió sus frutos, bien que el chasco que recibió Fausto le hizo jurar que jamás en adelante volvería a ocupar la silla frente a su ordenador: su anónimo P.D. era un programa informático de última generación, autoalimentado y con capacidad de respuestas y pensamiento propio, que un pirata informático había logrado colar en su disco duro.

Tal fue la explicación que le dieron los expertos y a partir de ese momento se recluyó en la Biblioteca aislado del mundo, sin recibir ni efectuar visitas. Creo necesario aclararles que en la última ocasión que estuve cerca de él observé algo que me sorprendió, aunque me guardé muy bien de comentarlo: su cuerpo no proyectaba sombra, y mi conclusión –acertada o no- es que para evitar observen ese prodigio y lo consideren un brujo, como si se tratase de una palingenesia de cierto marqués, lleva esa vida de misógino.

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César José Tamborini Duca, pampeano-bonaerense que también firma como "Cronopio", es odontólogo de profesión y amante de la lectura y escritura. Esta última circunstancia y su emigración a España hace veinte años, le impulsaron a crear Pampeando y Tangueando y plasmar en él su cariño a la Patria lejana.
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