Relatos y crítica literaria

Fausto II: La Diablesa

Como consecuencia del comentario efectuado por mi buen amigo -el periodista Eduardo Aldiser- al artículo «FAUSTO» y mi réplica al mismo, siento la necesidad de realizar esta segunda parte en la que, si bien no se lo menciona, es LA DIABLESA la que asume el título de uno de los relatos de Amado Nervo, siendo los protagonistas de esta obra que reseñaré resumida el mismo Mefistófeles, Elena y don Jaime Álvarez de la Rosa quien, como en los relatos precedentes del Fausto, invoca a Satanás y da rienda libre a su pensamiento en voz alta expresando que, si el diablo existiera, uno podría cultivar relaciones con EL, y le pediría algo bueno: a ELENA. Dicho lo cual aparece un criado que le entrega una tarjeta de visita: Mefistófeles.Jaime hace pasar al visitante, de exquisita presencia según la narración, y le estrecha la mano, incrédulo en un primer momento ante la presencia de tan aristocrática figura hasta que Mefistófeles le demuestra sus poderes y para tranquilizarle le dice que no viene por su alma (que no necesita) sino porque le agrada hacer favores. Y antes de despedirse le asegura que lo reunirá con su soñada Elena, la cual poseerá todos los atributos imaginados por Jaime, menos la fidelidad porque eso no entra dentro de las características de una mujer, diciendole que «el amor no es más que un engaño de la naturaleza para la propagación de la especie». El corazón de Jaime es el que descubrirá a Elena en algún sitio.

Tornó Mefistófeles a su refugio, retomó su habitual aspecto luciferino a, invocando a su enemigo díjole:

«-¡Oh, Dios, yo también soy creador! tu creaste a Eva, summum de perfecciones;   yo crearé una mujer esplendente, casi divina, infundida de mi espíritu lleno de sabiduría, de fuerza y de sensibilidad, hermosa como Venus, augusta como Juno… será la DIABLESA, mi hija» y procedió a crear su obra, insuflandole vida soplando levemente sobre sus labios y pronunciando la misteriosa palabra de la creación diciéndole «te llamarás Elena», la cual murmuró un –¡Gracias, padre mío!

En una aristocrática fiesta en la que Jaime se encuentra conversando con varios amigos, se oye un rumor leve que le hace volver la cabeza y dar un vuelco a su corazón, pues presiente a su desconocida Elena en la mujer que se acerca, con la que mientras bailan un vals, se establece un diálogo insólito para los que desconocen los hechos que preceden al encuentro.

-Señora, te esperaba.

-¿He venido tarde?

-Tarde, sí; porque quince años de juventud se fueron sin verte a mi lado.

-Pero aún hay mucha vida.

-¿Eres mía?

-Tuya.

¿Me amas?

-Te adoro

Al despedirse Jaime murmura al oído de Elena «mañana serás mía» y ella responde «Mañana».

Producido el glorioso y triunfal connubio y luego de años gozosos, despierta un día Jaime con la sorpresa de no tenerla a su lado en el lecho; buscóla desesperado hasta llegar al jardín donde vió dos sombras acariciándose y, al acercarse, comprobó se trataba de un íntimo amigo y Elena.

Al despertar de su desmayo Jaime vió a su lado a Mefistófeles sonriente, al que increpa por hacerlo infeliz, a lo cual responde el diablo:

-¿Por qué? te he dado lo inmortal en lo efímero; el amor, que es infinito, en el tiempo… Te ha engañado y ya no la verás… Cumplió así Mefistófeles con su promesa de darle una mujer con todos los atributos menos la fidelidad, y prosigue: Así conservarás, junto al recuerdo de la traición, el recuerdo de un bien perdido».

Despertó Jaime de su ilusión, fruto de su imaginación al amparo de la desgana que le producía el hecho de ser un joven soltero, rico y solo, que no tiene preocupaciones vitales.

About author
César José Tamborini Duca, pampeano-bonaerense que también firma como "Cronopio", es odontólogo de profesión y amante de la lectura y escritura. Esta última circunstancia y su emigración a España hace veinte años, le impulsaron a crear Pampeando y Tangueando y plasmar en él su cariño a la Patria lejana.
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