Historia

El Escudo de Buenos Aires

LOS PELICANOS DE PLATA

“Sobre Una colina chata / Garay trazó cuatro vientos. / Por un costado la pampa, / al otro lado el riachuelo, y el río contra la espalda / y contra el pecho el desierto / con su horizonte de paja / y su techumbre de cielo…” (“Buenos Aires, colina chata”, de Homero Manzi).

El vizcaíno Juan de Garay fundó por segunda vez la ciudad de Buenos Aires en febrero de 1580 y dotó a la ciudad un Escudo de Armas, representando en él un águila coronada, de color natural, con 4 hijos debajo demostrando que los cría, y saliendo de la mano derecha una cruz colorada, semejante a la de Calatrava, que subía más alta que la corona, todo sobre campo blanco. Lo que fue resuelto en Capítulo, con todas las formalidades de rigor, el 20 de octubre de 1580.

El 26 de octubre de 1615, por un suceso delictivo del que fue protagonista, el platero Melchor Migues fue condenado a labrar en plata las armas de esta ciudad, que son un pelícano con cinco hijos. Se supone que se trataba del mismo emblema creado por Garay, cambiando el águila por un pelícano, y cinco polluelos en lugar de cuatro.

Cincuenta y cuatro años más tarde resolvieron entre otras mejoras aprobar un escudo que representa en lo algo una paloma volando y debajo un ancla cuya uña y cepo sobresalen de la superficie del agua. En la bordura se lee “A LA MUY NOBLE Y LEAL CIUDAD DE LA SANTISIMA TRINIDAD DE SANTA MARIA DE LOS BUENOS AIRES”.

Pero volvamos a la historia del orfebre que sacudió la modorra de esa villa provinciana que era la Buenos Aires de 1615. Suceso que nos relata magistralmente Manuel Mugica Láinez (“Manucho”) en “Misteriosa Buenos Aires” y que -resumidamente- nos habla de una historia de infidelidad, de la venganza del platero Melchor Míguez, la sentencia del Alcalde de Buenos Aires en ese entonces, Víctor Casco, ordenando la confección del susodicho Escudo, y condenando a la mujer que cometió el adulterio a recibir, por parte de su marido, 15 azotes diarios, tantos días como los que tardara el orfebre en labrar el símbolo encargado. Cumplido el castigo, la mujer quedaba liberada del yugo conyugal. Me atreví a narrar la historia en los siguientes versos:

LOS PELICANOS DE PLATA

“Llegó en silencio, encorvada,
tras sufrir el cruel castigo”.

La noche aquella del honor perdido
por culpa de su amor adormecido
sintió nostalgia de tierras lejanas
y en esa distancia medida en lunas
el orfebre forja espadas y campanas.

Pero el camino acerca las distancias
-camino de un puñal, en estas instancias-
desenvainado para lavar la afrenta cruel
arremetiendo fiero, para hendir la piel.

Feroz acero empuñado

Los dos navíos representan las dos Fundaciones.


para defender una hilacha
del honor de una muchacha
¿o el propio honor mancillado?

Melchor Míguez hizo el tajo,
un diestro tajo, a matar
que para la ofensa lavar
infligió al ardiente majo.

Y fue que Don Víctor Casco
Alcalde de Buenos Aires
“que cincelara aquel vasco
el Escudo” sentenció,
por la herida que infligió
de su esposa al seductor.

A su mujer 15 azotes
por los días, multiplicado,
que el platero laborioso
labrará el escudo amado
en un sello generoso.

TOISÓN de donde pende el escudo de Buenos Aires.

Llega en silencio, encorvada,
del gran sello reluciente
toma, en su mano enervada
el mango duro, esplendente,
incrustándole a Melchor
en su frente generosa
-sin sufrir pena ni horror-
pelícanos que labrara
con hechura puntillosa,
para su muerte postrera.

La está esperando en la esquina
con mucho amor, sin inquina,
-preocupado por su atraso,
con barbijo, cruel herida-
el hombre que a su querida
acogerá entre sus brazos.

About author
César José Tamborini Duca, pampeano-bonaerense que también firma como "Cronopio", es odontólogo de profesión y amante de la lectura y escritura. Esta última circunstancia y su emigración a España hace veinte años, le impulsaron a crear Pampeando y Tangueando y plasmar en él su cariño a la Patria lejana.
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