El origen de las palabras

Miscelánea sobre la lengua

Cuando hablamos de lengua o de idioma, estamos manifestando la capacidad de comunicarse dos o más personas a través de determinados códigos, que pueden ser señales, vocalizaciones o escritura; en los inicios de la humanidad, en un primer momento la comunicación fue gestual, luego a través de sonidos y finalmente se incorporó la escritura, simbólica o alfabética. Conviene no olvidar que la comunicación gestual pervive en nuestros genes a través de millones de años, está como escondida en nuestra conciencia y aflora cuando necesitamos comunicarnos con gestos, como ocurre cuando estamos con otra persona que desconoce nuestro idioma y nosotros el suyo, inmediata e instintivamente tratamos de hacernos entender por gestos.

Con los griegos ya estaba incorporada la escritura como la conocemos hoy en día, con su código de letras; sin embargo el que fue tal vez más grande filósofo, Sócrates, no nos dejó ningún tratado escrito, todo lo que conocemos de su filosofía, de su pensamiento, lo conocemos gracias a uno de su más aventajado y famoso discípulo, que en sus «Diálogos» (me refiero a Platón) ponía como protagonista a su maestro y exponía de ese modo su pensamiento. ¿Por qué Sócrates no nos legó obras escritas? Porque él afirmaba que la escritura atentaba contra la memoria, que si escribíamos algo no teníamos necesidad de retenerlo, pero si no escribíamos las cosas nos veíamos obligados a ejercitar la memoria para retener los distintos hechos culturales. Es posible que tuviera razón para la época que le tocó vivir donde la acumulación de conocimientos no era tan grande y permitía retenerlos en la memoria. Hoy sería imposible.

Algo similar ocurría con los Mapuche, etnia que originariamente vivía en las vertientes oriental y occidental de la Cordillera de los Andes (en las actuales Argentina y Chile) y que se fueron expandiendo hasta ocupar casi toda la llanura pampeana; ellos tenían un rico lenguaje de expresión verbal (el mapudungu) y mantenían en su memoria los conocimientos que habían adquirido en sucesivas generaciones. Solo después, con la llegada de los españoles, éstos llevaron a la escritura el idioma de los mapuche y gracias a eso hoy día persiste ese lenguaje en algunos textos (además de permanecer en pequeñas y reducidas comunidades).

Los españoles incorporaron a su lengua términos mapuche, y viceversa. A ese ‘mester de juglaría’ que traían los colonizadores se incorporó el mapudungu dando origen al ‘mester de gauchería’. También está la influencia de los Incas, cuyo imperio se extendía más al norte y no consiguieron su propósito de conquistar a los mapuche pese a su poderío, pero les legaron algunas palabras; y también podemos hablar de un legado, o mas propiamente intercambio, guaraní (cuya nación estaba localiada al nordeste de la Argentina).

Esto nos está indicando una GLOBALIZACIÓN, porque ¿qué es globalización? Intentamos definirla como apertura de los mercados (¿o de las fronteras? incluídas las migraciones; aunque hay que tener en cuenta que esa apertura de mercados o de fronteras no es tal como se la preconiza, si nos atenemos a los subsidios -por dar sólo un ejemplo- que los EE.UU. y la Unión Europea otorgan a sus agricultores, en detrimento de los agricultores de países menos desarrollados).

En mi concepto, en realidad globalización es intercambio de productos, tangibles o intangibles, entre éstos la palabra, oral o escrita. Y ésto no es nada nuevo, existió siempre. La diferencia entre la globalización actual y la que existía hace 200 o 500 o 2000 años radica en la velocidad: la de hoy se caracteriza por la INSTANTANEIDAD, pues un producto se puede enviar en unas pocas horas o en un día de un lugar del mundo a las antípodas; o una remesa de dinero se puede transferir en cuestión de horas; ni qué decir de la palabra, hoy se inventa un término nuevo en California, e-mail para poner un ejemplo, y en cuestión de segundos o minutos llega a Budapest y no tiene oportunidad de modificarse.

En cambio en la antigüedad la palabra debía ser transportada también como la mercadería, y tardaba meses o incluso años en llegar de un sitio a otro, muchas veces transportada por distintas personas e incluso por distintas generaciones para recorrer 2000 Km desde su lugar de origen a los confines de un imperio o de una nación, pues no existían los medios de comunicación actuales.

Eso es lo que ocurrió con la palabra INTI que utilizaban los incas para nombrar el sol; para denominar ese astro los mapuche utilizan ANTU que es casi lo mismo aunque sufrió alguna modificación por esa demora en el transporte de la palabra de un sitio a otro. Lo mismo ocurrió con el término yapa que recordaremos los argentinos de 60 años cuando éramos chicos y nos enviaban a hacer la compra, antes de retirarnos del mostrador preguntábamos ¿y la yapa? y recibíamos un caramelo, o un globito, porque yapa es palabra mapuche pero de origen quichua o aymará (yapana) y significa añadidura, algo de poco valor que se da sin obligación, que se regala.

Chapalear en cambio es onomatopéyico, también de origen mapuche, deriva de chapad. En mapudungu chapad significa barro, pantano; chapadtun, empantanarse (porque ‘tun’ significa una acción); y chapadclen, estar empantanado. El hombre argentino le agregó el sufijo romano «ar» formando así un verbo onomatopéyico, pues imita y expresa el ruido que se hace al marchar por un terreno cubierto de agua: chapad, chapad, chapad. Y de ese sonido chapad surge la palabra chapalear.

«Malena es un nombre de tango» dice el título de un libro escrito por una española; y Malena es el nombre de un tango muy conocido, y también es nombre propio de muchas argentinas; ¿su origen? también mapuche, de MALEN, que designa a la mujer jovencita, a la muchacha.

A la inversa también los mapuche incorporan palabras del español, sustantivos de cosas o entes que no conocían antes de la conquista: al caballo lo llaman cahual, ovisa a la oveja. Casi igual, con leves variaciones por la cuestión fonética, porque esa caja de resonancia que es la boca con sus estructuras, y según como se apoya la lengua en los dientes, en el paladar, cómo se juntan los labios, todo eso origina cambios fonéticos y leves variaciones en la pronunciación de las palabras. ¿Y el trigo, que tampoco conocían?; pues como era un cereal que venía de Castilla querían llamarlo así, y por esa deformación fonética que comentaba se transformó en cachilla; y llamaron cachillahue al trigal.

Veamos algunos ejemplos raros, yo diría casi inverosímiles, nombres que aparecen en plena pampa, que tienen raíz griega y casi el mismo significado. Tandil tiene la raíz griega tan, igual que Tántalo. Recordemos que Píndaro y Platón representaban a Tántalo en el Hades con una piedra suspendida sobre la cabeza, siempre a punto de caer. Y es como si se hubiera utilizado la raíz griega «tan» para designar a «Tandil» con su piedra movediza también a punto de caer (por cierto, se derrumbó en 1912). Otra raíz griega es PYR que significa fuego (=piro), que quema, duele. En mapudungu tenemos la palabra PIRE, quiere decir nieve, que igualmente quema, duele. (Pirecuchran es dolor de muelas).

¿Una incongruencia? James Wedell llegó en frebrero de 1822 a la latitud 74º15′ adonde no había llegado ningún navegante, y en su regreso al norte topó en las islas Hermite con gran cantidad de canoas llenas de los aborígenes que habitaban la Tierra del Fuego; tomó nota de algunas palabras de su lenguaje sacando la conclusión que era hebreo, admitiendo que descubrir cómo había llegado ese idioma al Cabo de Hornos era «cuestión de filólogos».

¿Otra incongruencia?: no tanto. En Salónica (la Tesalónica de la antigua Grecia) en los Balcanes, abundan palabras similares a la de nuestros gauchos, por ejemplo dicen dormíte por duérmete; soñar un sueño por soñar.

Así un romance de Salónica canta: «Un sueño soñé mis dueñas»;

y una copla gaucha: «Anteanoche soñé un sueño».

Y en ambos casos son comunes las formas: «ande» por «donde» / «ajuera» por «afuera» / «ansí» por «así» / «buraco» por «agujero» / «cayer» por «caer».

¿A qué se debe esto? pues a que en los gauchos está presente el lenguaje español antiguo, persisten arcaísmos. Y en Salónica hablan castellano antiguo dos tercios de la población, por descender de los judíos expulsados de España, los sefarditas. Y todo esto es fruto de la globalización, que es, pero ya antes fue.

Artículo publicado en mayo de 2012 en la Revista «Imagen Argentina – Imágenes del Uruguay» (New York. EE.UU.)

FUENTES.

Lucien Abeille: «Idioma nacional de los argentinos»

Platón: DIALOGOS, «Banquete»

Bruce Chatwin y Paul Theroux: «Retorno a la Patagonia»

César J. Tamborini Duca: «Monólogo sobre el lenguaje de los argentinos». León, 27 de junio de 2006

About author
César José Tamborini Duca, pampeano-bonaerense que también firma como "Cronopio", es odontólogo de profesión y amante de la lectura y escritura. Esta última circunstancia y su emigración a España hace veinte años, le impulsaron a crear Pampeando y Tangueando y plasmar en él su cariño a la Patria lejana.
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