Aguafuertes hispano-argentinas

La Catrera

Estas aceras modernas no gozan de mi simpatía. No es que me moleste el hecho de que sean pares o impares. No, lo que me fastidia es el embaldosado bicolor, pues uno no sabe qué paso llevar para no pisar las junturas que separan las baldosas de un color de las de otro. Voy caminando con esa preocupación y al mismo tiempo voy pensando que a mi “tatarachozno” del paleolítico no le afectaría esa circunstancia, a él le preocuparían otras cosas, comer, dormir, mientras caminaba por sinuosas sendas montañosas tratando que las espinas de las rosáceas no arañaran su desnudo cuerpo. ¿Caminar por dónde, comer qué cosa, dormir en qué sitio?.

Mi actividad cognitiva se traslada millones de años después, hasta ahí nomás, 130 años detrás de ahora: mi abuela, Cangas de

La Catrera: gentileza de Kuad

Narcea ¿qué circunstancia le hizo tomar la determinación de alejarse de ese lugar paradisíaco para dar el gran salto, atravesar el “futa-lafquen” de los antiguos mapuche?. Me la imagino con sus “madroñas” por las calles empedradas de la Villa cuando no existían las aceras bicolores.

Mi razonamiento retorna al pasado, al “tatarachozno” en las horas nocturnas del sueño, acurrucado en una cueva (‘la pucha’, qué distraído, casi piso la juntura y tengo que alargar el paso para evitarla ¡menos mal que lo advertí a tiempo!).

El pensamiento ¡qué fantástico!; esa abertura a la irrealidad que se abre mágica y espontáneamente en el espacio temporal, me permite viajar a distintas épocas. Ahora estoy hace dos meses en Ibiza, llego a la mullida cama del hotel donde nos alojamos con mi esposa. Qué fastidio, camas separadas; nos gusta dormir juntos, transmitirnos el calor de nuestros cuerpos, acariciarnos. Solicitamos al conserje cama matrimonial como hacemos siempre. No hay; no es que están ocupadas, simplemente NO LAS HAY. Lo miramos sorprendidos. El nos mira también con sorpresa, como si nuestro pedido fuese algo inusual y falto de sentido.

Sorteo como puedo otra imprevista juntura (en este caso acortando mucho el paso, lo que me obliga a mirar a uno y otro lado por si alguien se dio cuenta de mi maniático proceder; tengo suerte, la gente va concentrada conversando con un aparatito que aplasta contra sus mejillas) y regreso al paleolítico.

*          *          *

   ¿Alguien habrá escrito alguna vez la historia de la cama, desde ese lecho de piedras primigenio? Nuestros ancestros  -llevamos su sangre, sus genes- que se acurrucaban en una cueva, se dieron cuenta que desparramando hierba en el suelo donde se recostaban les resultaba más cómodo; otros comprobaron  -según la ubicación geográfica y disponibilidad-   la comodidad que les proporcionaba el cuero de algún animal.

La fiaca

Pasado el tiempo algún ingenioso ancestro decidió fabricar un armazón con troncos para estirar el cuero sobre él, y surgió el catre; y cuando a ese armazón de troncos se le agregaron tablillas o ramas para apoyar el cuero, surgió la cama rudimentaria. En alguna de las etapas evolutivas del ‘homo’ se percataron que el cuero de oveja era más mullido y cálido, representando un paso en el camino que ineluctablemente llevaba al descubrimiento del colchón de lana.

Así que reemplazando el cuero del catre por el colchón, y mediante esos sucesivos pasos fruto del desarrollo cogitativo producido en millones de años, atisbamos la aparición de la famosa “catrera” del tango. Utensilio indispensable para hacer “fiaca”.

Perfeccionada, dotándola de generosas dimensiones, devino una cama en la que dos personas se reencuentran en la nocturnidad para ‘compartir con el otro’, para el goce físico y espiritual; agradeciendo el contacto físico, el brindarse en caricias, el proporcionarse calor, la palabra amorosa, el silencio compartido.

Mi distracción debió resultar fatal para mi comportamiento maníaco, ¡la de junturas que habré pisado! Sin embargo me permitió pensar en la factibilidad de emprender una cruzada (¡qué palabra mal empleada!, necesita urgente una sustituta) pro cama matrimonial en los hoteles.

Que no me achaquen también un comportamiento maníaco por pretender que ésta actitud beneficiará la estabilidad del matrimonio monogámico. ¡Y para que la catrera no se ponga cabrera a causa de no vernos a los dos!.

Partitura La Catrera

About author
César José Tamborini Duca, pampeano-bonaerense que también firma como "Cronopio", es odontólogo de profesión y amante de la lectura y escritura. Esta última circunstancia y su emigración a España hace veinte años, le impulsaron a crear Pampeando y Tangueando y plasmar en él su cariño a la Patria lejana.
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